El viejo Almacén. BsAs

Surplus Approach

“Es necesario volver a la economía política de los Fisiócratas, Smith, Ricardo y Marx. Y uno debe proceder en dos direcciones: i) purgar la teoría de todas las dificultades e incongruencias que los economistas clásicos (y Marx) no fueron capaces de superar, y, ii) seguir y desarrollar la relevante y verdadera teoría económica como se vino desarrollando desde “Petty, Cantillón, los Fisiócratas, Smith, Ricardo, Marx”. Este natural y consistente flujo de ideas ha sido repentinamente interrumpido y enterrado debajo de todo, invadido, sumergido y arrasado con la fuerza de una ola marina de economía marginal. Debe ser rescatada."
Luigi Pasinetti


ISSN 1853-0419

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Fabio PETRI   Esta obra, traducida por UNM Editora, ha sido originalmente editada en Italia con el título: “Teorie del valore e del...

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9 nov 2020

El Acelerador de la Inversión en Paraguay

 

 

 

Por: @elExcedente

Ante la estrepitosa caída de la actividad económica mundial debido a la pandemia, y la recesión que acusa al país, se utiliza una retórica en la que el sector privado debe ser “el motor” de la recuperación de la senda de crecimiento económico posterior. Con este discurso rimbombante, lo que se quiere decir realmente es que el Estado debe dar un paso al costado para generar una recuperación en la confianza y en las expectativas del sector privado. Es decir, debemos dejar al sector privado tranquilo y sin obstáculos para que “se anime” a invertir de nuevo. Este relato está muy bien representado en la opinión del ex Ministro de Industria y Comercio, Gustavo Leite, que enfatizó que se debe reducir el Estado y dar prioridad al sector privado en una reciente entrevista.

Esta frase se utiliza con más vehemencia cuando se critica a algunos sectores políticos que proponen subas impositivas progresivas para hacer frente a los gastos públicos de la crisis. La crítica argumenta que un aumento en los tributos será una barrera para que los privados inviertan, obstaculizando así la actividad económica y una recuperación. La solución para estos últimos pasa por mejorar “el clima de negocios”, mantener los impuestos bajos o inclusive reducirlos, disminuir la tasa de interés, simplificar trámites, etc. En otras palabras, que el Estado, directa o indirectamente, se encargue de aumentar la rentabilidad del sector privado a través de la disminución de sus costos, asumiendo que esto devendrá inevitablemente en más inversiones y así en la recuperación.

Otras visiones dentro de la misma línea también piensan que un programa de austeridad o, específicamente, de recorte de gastos “superfluos” del Estado, generará un choque de confianza en el sector privado, animándolo e incentivándolo a invertir. Por lo tanto, una política fiscal “responsable y prudente” de corte ortodoxo se vuelve también un determinante de la inversión privada. A esta política se la denomina comúnmente “austeridad expansiva”.

Si bien es cierto que el sector privado juega un papel fundamental en economías mixtas de mercado, no pretendemos discutir si el sector privado deberá actuar o no, porque la respuesta nos parece una obviedad. Lo que queremos discutir aquí es cómo actúa el sector privado, es decir, bajo qué incentivos se moviliza y específicamente cuáles son los determinantes para que invierta.  Afirmar que la inversión privada es determinada por la confianza y un mejor clima de negocios o, por otro lado, por el aumento de la demanda final, nos lleva a conclusiones diferentes, y por lo tanto, caminos distintos a la recuperación económica.

Demanda e inversión

Primero que nada, hay que definir a la inversión. Para eso es útil pensar en la “dualidad” de la inversión. La inversión es un gasto que moviliza la actividad en el corto plazo, pero también es un gasto que “crea capacidad”, es decir, genera bienes que son capaces de reproducir otros bienes, como una fábrica, una planta, una carretera, etc. En otras palabras, la inversión aumenta el PIB potencial, la capacidad máxima de bienes que puede producir nuestra economía.

Una vez dicho esto nos podemos encontrar a grandes rasgos con dos visiones de los determinantes de la inversión privada. Una de ellas, relacionada más al neoclasicismo o algunas corrientes keynesianas, sugiere causales de índole más “subjetivistas” que están dadas o son “exógenas”, dicho de otro modo, no depende de la actividad económica per se, sino que es algo externo a ella; aquí pueden entrar la confianza, las expectativas, el clima político, los animals spirits keynesianos, etc.

Por lo tanto, desde esta óptica la inversión es autónoma, depende de factores fuera de la actividad económica. Es muy importante aclarar que si la inversión tiene este comportamiento, es la demanda la que se ajusta a la capacidad creada por la inversión inicialmente, lo que quiere decir que la inversión determina una capacidad máxima de la economía y su utilización está dada por la misma capacidad o por la “oferta”. Aquí la inversión causa el nivel de actividad. También es importante aclarar que desde esta visión son posibles los “excesos de demanda” o cuellos de botella inflacionarios de pleno empleo.

Por otro lado, tenemos una segunda concepción del fenómeno, en la que la inversión no es exógena o autónoma, sino endógena. Se concibe a la inversión como inducida por la actividad económica o, mejor dicho, por el nivel de demanda efectiva: se invierte donde se espera vender mayores cantidades. Aquí, al contrario de la visión anterior, es la capacidad la que se ajusta a la demanda. En suma, se invierte cuando el producto crece, es decir, el PIB potencial se amplía cuando crece la economía o el PIB efectivo. Por lo tanto, el nivel de actividad es el que causa la inversión. De alguna forma, lo que quiere decir esta última explicación es que las economías que crecen, invierten, y no que las economías que invierten, crecen. Para este principio entonces, hay que crecer para invertir.

Para ponerlo en términos más simples, si comparamos el crecimiento de las economías al de un recipiente con agua que varía de tamaño (capacidad productiva) con un flujo (demanda efectiva) que también se altera, ¿crece primero el recipiente (la capacidad) y el contenido debe adaptarse, o crece primero el contenido (la demanda) y luego la capacidad se adapta? Si partimos de la primera visión de corte neoclásico, crece primero el recipiente (a través de la inversión autónoma, por la confianza o algo parecido) y luego se adapta el flujo de agua en él, dando lugar a la posibilidad del que recipiente se llene (ejemplo original aquí). Si partimos de la segunda visión, primero crece el flujo, que genera la inversión y posteriormente el recipiente se amplía.

A nuestro parecer, es la segunda visión, llamada “principio del acelerador de la inversión”, la que puede explicar de manera más robusta teórica y empíricamente la determinación de la inversión en economías de mercado. Una explicación más certera de la inversión nos ayudará a encontrar un camino o una política económica adecuada a la recuperación y a definir qué roles pueden jugar los distintos sectores e instituciones.

¿Cómo es que la inversión se ajusta a la variación del producto o a la demanda? Básicamente se puede explicar por el principio de ajuste del stock de capital, a través del cual la inversión va ajustando la capacidad productiva de la economía a la evolución de la demanda efectiva.  En base a este principio es que, dada la tecnología, las empresas desean instalar un stock de capital que provea una capacidad productiva que les permita atender los niveles esperados normales de demanda efectiva a lo largo de la vida útil del equipamiento con una cierta holgura de capacidad ociosa planeada, que sirve para atender los picos transitorios de demanda y/o aumentos inesperados en la tendencia de la demanda efectiva (Serrano).

En conclusión, la inversión puede ser explicada como un residuo de un factor acelerante, es decir, como consecuencia del crecimiento del producto, que a la vez está determinado por el crecimiento de la porción de demanda autónoma que no crea capacidad.

Por lo tanto, es la demanda efectiva la que genera el crecimiento de la capacidad productiva, es decir, el crecimiento de largo plazo a través del acelerador de la inversión. Se invierte donde hay demanda, y no por otro tipo de explicación como la confianza o las expectativas. Un “buen clima de negocios” es generado por coyunturas de rápido crecimiento de los gastos autónomos.

¿Cuáles son estos gastos autónomos que aceleran la inversión? Son los gastos que no dependen del ingreso corriente o no son inducidos por otro tipo de gasto. En este caso, podemos citar al gasto público, las exportaciones y el consumo autónomo (determinado principalmente por el crédito). En lo que respecta al gasto público, esto significa y abre la posibilidad de sostener procesos de crecimiento guiados por el Estado, con sus respectivas restricciones.

Inversión y producto en Paraguay

Si nos fijamos en los datos de Paraguay para probar parcialmente dicha teoría, es decir, si la inversión se mueve cuando se mueve el producto, una primera mirada al comportamiento de los datos de la inversión y el producto parecen indicar que las tasas de crecimiento de ambas variables se mueven de manera conjunta en el largo plazo. En el gráfico se observa el comportamiento de las series anuales de inversión en capital físico (serie en azul) y el producto (serie en rojo) para el periodo 1962-2018 de Paraguay. Un simple análisis econométrico nos muestra que ambas series están cointegradas. Puede afirmarse, de esta manera, que existe una relación de largo plazo entre la inversión y el producto, tal como se espera que ocurra por los efectos del acelerador de la inversión. (Puede consultar el desarrollo de la econometría aquí).

Gráfico 1. Evolución de las tasas de crecimiento de la inversión y el producto. Serie 1962-2018 (Fuente: elaboración propia a partir de datos del BCP).

Si, como se vio a lo largo de este artículo, la inversión dependiera de las variaciones esperadas de la demanda efectiva, y estas últimas, a su vez, dependieran de los cambios en los gastos autónomos que no generan capacidad, podemos plantear la siguiente interrogante: ¿Cómo se originará la demanda efectiva que justifique el aumento de la inversión en los periodos siguientes? Surgen aquí dos escenarios posibles. Uno de esos escenarios es el de esperar mayor demanda externa. Es decir, esperar que aumenten las exportaciones. Esta opción queda supeditada al crecimiento de los principales socios comerciales del país y la demanda que estos tengan por los productos locales.

El otro camino posible es que el Estado lidere el proceso de crecimiento impulsando el gasto público en los periodos siguientes. Esto requiere adoptar un enfoque de finanzas funcionales, en el que el objetivo principal sea el crecimiento económico. En este sentido, el gasto público, más que un elemento estabilizador en periodos recesivos, puede ser el principal motor de crecimiento. Este proceso puede inducir cambios en la inversión privada de manera a que se ajuste la capacidad productiva al nivel de utilización normal.

Conclusión: la demanda impulsa la inversión

En conclusión, una futura recuperación de la inversión debe entenderse como una recuperación del crecimiento de la demanda. No hay posibilidad de que un “aumento de la confianza” implique sistemáticamente un aumento de los gastos de inversión, a menos que exista un aumento de la demanda final que lo justifique (Braga & Lara, 2019). Por lo tanto, cualquier discurso que afirme que los impuestos frenarán la inversión privada, no tiene en cuenta que lo que realmente frena la inversión privada es la insuficiencia de demanda. Más allá de una rentabilidad positiva, la demanda impulsa la inversión.

Como dijimos, Paraguay tiene dos opciones para la recuperación de la inversión. O se aumenta el gasto público o aumentan las exportaciones, que no dependen de nosotros, sino del crecimiento del mundo. Lo más probable es que si el crecimiento de las exportaciones resulta insuficiente o mediocre, los gastos públicos tendrán que hacer mucho más que limitarse a “generar confianza”, y así fungir de “motor” de la recuperación.

Original: ACA

 

Trabajos citados

Braga, J., & Lara, F. (abril de 2019). ¿De dónde vendrá la demanda que justifique
 la recuperación de la inversión?

Serrano, F. (s.f.). Notas sobre el Ciclo, la Tendencia y el Supermultiplicador.

 

9 oct 2020

¿Por qué para los economistas locales todo es inflacionario? Parte II

 


Continuando la PARTE 1 Joaquín Sostoa y Rubén Alderete siguen analizando el fenómeno inflacionario. En esta segunda parte, presentan algunas críticas que los economistas heterodoxos hicieron a la teoría neoclásica y proponen una visión alternativa.
*
Por: Joaquín Sostoa y Rubén Alderete, miembros de @elexcedente

Durante la primera parte, describíamos la explicación de la escuela neoclásica, y en específico del «Nuevo Consenso Macroeconómico» (NCM), para el fenómeno de la inflación. Básicamente, decíamos que para los economistas la inflación es producto de un exceso de demanda agregada sobre la oferta agregada, y que uno de los supuestos más fuertes para validar dicha explicación es la tendencia natural del mercado al pleno empleo, lo que, en última instancia, requiere del principio de sustitución factorial.

En esta segunda y última parte, nos enfocaremos en la crítica a esta teoría, principalmente por parte de los economistas clásicos. También plantearemos una hipótesis alternativa para entender la estabilidad de precios en Paraguay, es decir, desde una óptica no neoclásica.

La crítica sraffiana.

El principio de sustitución factorial que se describió en la primera parte fue (y sigue siendo) objeto de críticas por parte de economistas heterodoxos inspirados en la obra de Piero Sraffa. Los sraffianos dilucidaron serios problemas teóricos sobre las nociones de sustitución entre el capital y otros factores de producción. Incluso ponen en duda la existencia del efecto sustitución entre factores productivos cuando el capital es uno de ellos.

Para que la sustitución entre factores productivos funcione, debe poder especificarse de manera precisa las dotaciones de los mismos. Además, debe poder demostrarse que si el precio de un factor (por ejemplo, el trabajo) cae en relación con otro factor (por ejemplo, el capital), habrá una tendencia a utilizar aquel factor cuyo precio ha disminuido (en este caso, el trabajo), manteniendo el otro factor constante (en este caso, el capital). Dicho mecanismo funciona correctamente para los factores primarios (tierra y trabajo), pero al introducir el capital al análisis como factor productivo, aparecen los problemas.

Los inconvenientes surgen de considerar dos características que diferencian al capital de otros factores productivos. La primera diferencia radica en que los bienes de capital son producidos. La segunda diferencia se encuentra en la remuneración de este factor. El trabajo y la tierra son factores cuyas remuneraciones pueden mantenerse diferentes por largos periodos de tiempo. Sin embargo, en lo que respecta al capital, hay que considerar que las tasas de retorno de los diferentes bienes de capital utilizados en los diversos sectores económicos tenderán a ser uniformes. Esto se debe a las modificaciones en la composición del capital realizada por los inversores en busca de mayor rentabilidad.

Estas diferencias implican que las dotaciones de capital estarían variando en el corto plazo. Surgen así dos problemas teóricos para el principio de sustitución factorial. En primer lugar, se vuelve difícil especificar la dotación de capital de forma coherente. Los bienes de capital físicos existentes varían tan frecuentemente que sus tasas de retorno (que indican la escasez relativa de los mismos) no son persistentes en el tiempo, en especial por el efecto de la competencia y la tendencia a la igualación de las diferentes tasas de retorno.

Con relación al punto anterior, esa falta de persistencia implica que, en los mercados de los demás factores productivos, los bienes de capital utilizados para producir junto con un tipo particular de trabajo también cambiarían rápidamente. Esto lleva al segundo problema: dado que la escasez relativa de un factor solo se determina en relación con la escasez relativa de otro factor, la escasez relativa de los factores de producción (no sólo del capital) deviene indeterminada. Las soluciones propuestas por el marginalismo a este problema no resultaron eficaces. Wicksell y Walras trataron de especificar, cada uno de manera distinta, a la dotación de capital. Sin embargo, sus esfuerzos se vieron frustrados por contradicciones lógicas (Fabio Petri escribió una crítica a estas visiones que recomendamos consultar).

Una alternativa: los costos y la inflación.

La obra de Sraffa cuestiona profundamente el análisis marginalista de la distribución del ingreso. Los salarios reales no pueden determinarse por la intersección o el equilibrio de una curva de oferta y demanda de trabajo. En otras palabras, el discurso de “a cada cual lo suyo” queda sin bases teóricas sólidas. Esta última teoría requiere, para su determinación, la especificación de la dotación de capital, asunto que no puede resolverse sin contradecir los postulados de la misma teoría neoclásica. Los salarios más bien se fijan teniendo en cuenta un salario de subsistencia determinado por un conjunto de factores históricos e institucionales. Estos factores también determinan el poder de negociación relativo de la clase trabajadora para poder conseguir aumentos en sus salarios reales. No existe, de esta manera, un salario “natural” o una jerarquía “natural” de salarios.

Si la distribución del ingreso es resultante de un conflicto por la apropiación una mayor parte del excedente, tal como lo postulaban los economistas clásicos, puede considerarse a la inflación la mayor parte del tiempo como un fenómeno ligado a los costos debido a una puja distributiva no resuelta. Tal es el caso de países como Argentina y Brasil, por ejemplo. La inflación, en este sentido, debe ser considerada un asunto en gran parte de carácter político.

Esta visión alternativa de la inflación, que desafía las concepciones más tradicionales del marginalismo, encuentra respaldo empírico en una investigación publicada en la CEPAL sobre los determinantes de la inflación en América Latina. En dicho trabajo se detallan importantes resultados para el manejo de la inflación en los países de la región. El principal de estos resultados es que en la mayoría de los países la brecha del producto (inflación por exceso de demanda) no resulta significativa para explicar la inflación. Dichas explicaciones, más bien, deben buscarse por el lado de los costos.

En este sentido, en el caso de Paraguay, los principales factores que propician la inflación son el tipo de cambio y las variaciones de precios de las materias primas, tal como se observa en el gráfico. Los precios de las materias explican un porcentaje sustancial de los movimientos en los precios internos a través del Índice de Precios al Consumidor (IPC) y su componente alimenticio. Por lo tanto, los shocks de costos no pueden ser considerados aleatorios, más bien deben ser considerados persistentes, dado que son los factores que aceleran el proceso inflacionario.

El tipo de cambio, por su parte, tiene efectos en el nivel de precios a través del conocido efecto traspaso (pass-through). Este efecto hace que los costos de una devaluación sean traspasados, de manera completa o incompleta, al índice de precios. Es también por estas razones que las devaluaciones resultan contractivas para economías en las que el tipo de cambio tenga un efecto de traspaso importante. La subida generalizada de los precios que sigue a la depreciación del tipo de cambio tiene efectos perversos sobre los salarios reales y, por ende, sobre el nivel de la demanda agregada.

En lo que respecta a la puja distributiva, captada por los costos laborales unitarios, se observa que en nuestro país es un factor que no incide en la aceleración de la inflación. Esto se explica en gran medida por la escasa formación sindical, la alta informalidad laboral y la precariedad del trabajo. La ausencia de conflicto distributivo resulta ser un factor clave para explicar las bajas tasas de inflación experimentadas en los últimos años, dado que, al estar mermado el poder de negociación relativo de la clase trabajadora, las variaciones salariales no tienen mayor influencia en los costos. En este sentido, debe considerarse que Paraguay es uno de los países con menor porcentaje de densidad sindical y de negociaciones salariales de América Latina. Estos resultados pueden indicarnos que la reducción de la dinámica inflacionaria está asociada en gran medida al debilitamiento de la institucionalidad laboral y la retracción de la participación asalariada en el ingreso.

Por su parte, también cabe considerar al componente inercial de la inflación. La inflación inercial es aquella que está explicada simplemente por la inflación pasada. Por ejemplo, si este año la inflación fuera de un 2%, el año siguiente se esperaría como mínimo un 2% de inflación, y se modificarían los precios en esa dirección.  Pese a esta lógica, los resultados obtenidos en el estudio de Trajtenberg, Valdecantos & al.(2015) indican la poca relevancia de la inercia como factor que influya en la inflación. En efecto, en ausencia de una puja distributiva es razonable esperar que los factores que hacen que la inercia inflacionaria sea relevante (como las indexaciones salariales) se encuentren ausentes.

La adopción de las política anti-inflacionarias, en síntesis, deben estar alejadas de las visiones convencionales, pues estas no explican realmente el origen de la inflación. Si se quiere controlar la inflación, debe analizarse la manera en que las políticas de gasto público y de variaciones de las tasas de interés afectan a los costos. Reducir las explicaciones inflacionarias a cualquier exceso de gasto es evitar discutir quién carga realmente con los costos de la inflación, y es una manera de justificar ajustes fiscales que no hacen más que reducir el crecimiento económico y, por ende, el bienestar general.

 Original

 

Enlaces a trabajos referidos en el artículo:


https://circusrevista.com.ar/wp-content/uploads/petri.74-105.pdf

https://circusrevista.com.ar/wp-content/uploads/03-Fiorito.-La-inflaci%C3%B3n-en-tiempos-macristas-22-51b.pdf

http://www.centrosraffa.org/public/eb7f3d34-b65c-467c-b22b-4a0e0275a81d.pdf

https://repositorio.cepal.org/handle/11362/39990

https://repositorio.cepal.org/bitstream/handle/11362/39990/S1500839_es.pdf?sequence=1&isAllowed=y

https://i2.wp.com/centraldeideas.blog/wp-content/uploads/2020/09/Diapositiva2-2.png?ssl=1

http://www.relats.org/documentos/ORGOrsattiDensidadesALC.pdf

7 oct 2020

¿Por qué para los economistas locales todo es inflacionario? Parte I

 


Joaquín Sostoa y Rubén Alderete profundizan en el fenómeno inflacionario. En esta primera entrega, analizan las causas de la inflación desde el llamado «Nuevo Consenso Macroeconómico», que resume las posiciones de las escuelas más ortodoxas, mayoritaria entre los economistas paraguayos.

Por: Joaquín Sostoa y Rubén Alderete, miembros de @elexcedente

Para muchos economistas locales todo es susceptible de ser inflacionario. Hoy día, el fenómeno inflacionario se ha convertido en el gran cuco que sueltan muchos analistas para justificar distintas medidas de política económica, principalmente ajustes fiscales o la venta de activos públicos. Podemos ejemplificar esto de la siguiente manera. En algunas entrevistas de meses anteriores (Ver Aquí y Aquí) el economista y ex Ministro de Hacienda Manuel Ferreira había afirmado que financiar el déficit público con emisión monetaria podría ser inflacionario, por lo que dio a entender que la única opción económicamente viable era la deuda externa. En una opinión reciente , difundida en un editorial del diario ABC, éste da a entender que, debido al crecimiento de la deuda, si el gobierno no realiza un ajuste fiscal la consecuencia inexorable será el aumento inflacionario.

Aunque una gran cantidad de economistas pueda caer en contradicciones al señalar en diferentes ocasiones que la causa de la inflación “es la emisión”, “la deuda” o “el déficit fiscal”, lo cierto es que el único mecanismo de transmisión consistente con la propia teoría del grueso de los economistas es el exceso de demanda agregada, más allá de si éste haya sido generado vía emisión, deuda externa o solo el aumento del gasto público como proporción del PIB, sin ningún tipo de “desequilibrio fiscal”. Es por dicho mecanismo de transmisión que cualquier posible aumento de la demanda en general, casi sin importar el contexto u otras variables, suele ser utilizado como argumento para justificar distintas medidas de política económica.

En este artículo veremos cómo la teoría neoclásica o marginalista, adoptada por la mayoría de los economistas locales puede explicar la inflación. También, mostraremos algunas condiciones o supuestos sumamente restringidos que deben cumplirse para aceptar sus explicaciones como válidas. Finalmente, brindaremos una breve explicación alternativa del fenómeno inflacionario, teniendo en cuenta las críticas y las complicaciones de la teoría neoclásica.

La inflación y las explicaciones ortodoxas

Aunque los economistas caigan en una especie de multicausalidad y sobredeterminación de un fenómeno, haremos el esfuerzo en aclarar cómo desde la teoría neoclásica o corriente principal (seguida por la mayoría de los economistas locales) se logra explicar la inflación. Para empezar, una teoría debe establecer mecanismos de transmisión. Cómo es que una variable (o varias) puede impactar en el comportamiento de las decisiones de fijación de precios de manera general de las empresas de una economía. El único mecanismo completamente consistente con la teoría neoclásica es el exceso de demanda agregada sobre la oferta agregada.

La corriente principal posee diversas ramificaciones, la tradición explicativa contemporánea de la inflación se remonta a lo que conocemos como “monetarismo”. El monetarismo, cuyo mayor exponente es Milton Friedman, surgió en reacción al neokeynesianismo (síntesis neoclásica-keynesiana) tras segunda Guerra Mundial. La síntesis neokeynesiana gozó de gran influencia política y popularidad hasta mediados de la década de 1970.

Esta escuela promulgaba el manejo de la demanda agregada principalmente a través de herramientas fiscales, con el objetivo de mantener el pleno empleo de la capacidad productiva y la fuerza de trabajo, al menos en teoría a corto plazo. Dichas conclusiones tuvieron cabida debido al principio de demanda efectiva, que planteaba, entre otras cosas, que no existía ninguna tendencia natural del sistema hacia el pleno empleo, es decir, no porque dejemos a las fuerzas del mercado actuar libremente éstas ajustarán los factores vía el sistema de precios hasta que todos estén empleados. El problema del empleo se vuelve un problema de insuficiencia de demanda efectiva, no de imperfecciones en el mercado de trabajo. En suma, existía el consenso de que el Estado poseía la capacidad para aumentar la producción y, por consiguiente, el empleo de la economía. El aumento del gasto podría generar “efectos reales” en la economía.

Intentando debatir con estas ideas, Milton Friedman trató de neutralizar teóricamente dicho “efecto real”, utilizando para tal fin modelos “pre-keynesianos”. Estas concepciones retomaban en la teoría neoclásica inicial de finales del siglo XIX, donde la oferta vuelve a cumplir el papel preponderante, y el sistema solo debe ser dejado a su libre albedrío para generar el máximo empleo posible. Dentro de este marco teórico, la única causa del desempleo solo se encuentra en la presencia de “rigideces” u obstáculos en el sistema de precios, como impuestos, regulaciones o legislación laboral, como así también la presencia de sindicatos. Para el monetarismo, entonces, eliminando este tipo de “imperfecciones artificiales” lograríamos vivir en el mejor de los mundos posibles.

También, el pensamiento de Friedman poseía una gran influencia de Knut Wicksell (economista sueco neoclásico de finales del siglo XIX). Wicksell postulaba la existencia de una “tasa natural de interés”, es decir, una tasa de interés que equilibraba la oferta y la demanda de ahorro o capitales, y que era consistente con el pleno empleo de la economía. Si el Banco Central estipulaba una tasa de interés efectiva por debajo de esta tasa de interés natural, el gasto aumentaría debido a que un precio más bajo del capital generaría un exceso de “préstamos” (por ejemplificarlo de alguna manera) en relación al ahorro acumulado en la economía. Como para los neoclásicos la economía se encuentra normalmente en pleno empleo, el exceso de créditos aumentaría la demanda agregada, pero esta última solo aumentaría los precios debido a que, en una situación de capacidad completamente utilizada, es imposible aumentar la producción. Por lo tanto, en pleno empleo la respuesta a un aumento de la demanda global es más inflación, no más crecimiento.

El lector atento se percatará que en todas estas teorías neoclásicas existe la tendencia natural al pleno empleo. Friedman, entre otros, realiza una pequeña variante y teoriza lo que podemos llamar “el gemelo malvado” de la tasa natural de interés, es decir, la “tasa natural de desempleo” (Tasa de desempleo no aceleradora de la inflación o NAIRU por sus siglas en inglés). Utilizando la misma lógica, en este modelo existe una tasa de desempleo natural en el sistema hacia la cual la economía tiende por sí sola. Dichos desempleados naturales no son más que “desempleados voluntarios”. Cualquier nivel de desempleo menor a la tasa de desempleo natural solo aumentaría la inflación. Por lo tanto, debe existir un nivel de gasto consistente con dicha tasa natural.

Dicho esto, podemos entender a qué se debe la creencia de que todo aumento del gasto o de la “oferta monetaria” genere un aumento generalizado en el nivel de precios. Si tomamos la versión estándar y popular de la teoría cuantitativa del dinero de Friedman en la que solo las variaciones en la masa monetaria (M) modifican la variación del nivel de precios (P) es decir, la inflación (La  identidad contable de la teoría cuantitativa puede describirse como: Masa Monetaria (M) x Velocidad del dinero (V) = Nivel de Precios (P) x Producción(Y)), podemos dar cuenta de que un aumento en M (masa monetaria) siempre aumentará P (nivel de precios), porque suponemos que Y (la producción) siempre es de pleno empleo y V (la velocidad del dinero) es una constante. Por lo tanto, en la identidad contable encontrada entre paréntesis la inflación solo se modificará ante cambios en la masa monetaria, debido a que la producción es de pleno empleo y la velocidad del dinero es constante.

De todas formas, siendo justos con Friedman, éste no postulaba que en todo momento un aumento del gasto (o de la masa monetaria) podría solo generar inflación. De acuerdo con este economista, existía un “corto plazo” en el que el aumento del gasto podría también aumentar el nivel de empleo. Si, por ejemplo, nos encontramos en una situación en la que el nivel de desempleo es igual a la tasa natural y el gobierno efectúa una política fiscal expansiva para aumentar el empleo, la tasa de desempleo bajaría por debajo de la tasa natural, pero los precios también subirían después de un tiempo, por lo que los nuevos trabajadores empleados se darían cuenta que perdieron poder adquisitivo y dejarían de nuevo sus empleos. Sufrieron una “ilusión monetaria”. Por lo tanto, el desempleo volvería a su nivel natural, pero a diferencia del escenario inicial, nos quedaríamos con un mayor nivel de inflación. En suma, cualquier intervención del Estado para aumentar el empleo, terminaría en lapso de tiempo en un inútil intento cuya consecuencia sería el aumento de la inflación.

Solo fueron los teóricos, también neoclásicos, de las expectativas racionales (como Robert Lucas, también llamados Nueva Macroeconomía Clásica o Nuevos Clásicos) los que llevaron al extremo las ideas de Friedman y eliminaron ese corto plazo donde la política fiscal podría tener también algún efecto en el empleo. Para esta corriente del marginalismo, cualquier intento del Estado por reducir el desempleo terminaría inexorablemente en un aumento de la inflación, sin ningún corto plazo donde el desempleo disminuya ni por una “ilusión monetaria”. Bajo este engranaje teórico, no hay nada que podamos hacer más que dejar actuar a la oferta y la demanda en el mercado de trabajo libremente. Esto también incluye eliminar las restricciones que molesten a su libre funcionamiento. El remedio se vuelve peor que la enfermedad.

Los Nuevos Keynesianos (como Krugman o Stiglitz) no se quedaron de brazos cruzados y debatieron contra esta vertiente “ultra ortodoxa” de la economía neoclásica. Pero, al fin y al cabo, no supusieron una ruptura con esta corriente y terminaron aceptando varios de sus planteamientos, como la tasa natural de interés o de desempleo. Siguiendo a Matías Vernengo,  la diferencia es que algunos hacen hincapié en los principios neoclásicos a largo plazo (Nuevos Clásicos) y otros en la rigidez (o como vimos, restricciones) a corto plazo (Neokeynesianos). En otras palabras, para ambas escuelas el sistema teórico neoclásico es válido (la tendencia al pleno empleo) solo que los neokeynesianos intentan teorizar fallas de mercado o imperfecciones en el sistema neoclásico, que, en última instancia, justifican intervenciones públicas para corregir dichas fallas en el corto plazo.

Ambas vertientes dentro de la corriente principal terminaron sintetizándose en lo que conocemos como Nuevo Consenso Macroeconómico (NCM), del cual uno de sus máximos exponentes es el francés Olivier Blanchard. La gran propuesta de “metas de Inflación” fruto de este consenso nos es de ayuda para entender cómo actualmente los economistas ortodoxos ven el fenómeno inflacionario. Sin ánimos de ir más lejos de lo ya expuesto, la idea básica detrás de las metas de inflación se encuentra en un modelo que ya vimos: la tasa de interés natural de Wicksell. Pero así también fue reformulada con la teoría de la tasa natural de desempleo.

Un Banco Central (BC) debe ser “independiente” (blindado de presiones políticas), para colocar la tasa de interés efectiva en el nivel de la tasa natural de interés. Este posicionamiento de la tasa de interés generaría el nivel de gasto correspondiente con la tasa de desempleo natural, tasa que no acelera la inflación (NAIRU). A diferencia de la teoría de Friedman, en este modelo la variable a controlar por el BC es la tasa de interés y no la masa monetaria. La cantidad de dinero en la economía se ajusta a dicha tasa de interés. El monetarismo abandonó los controles de masa monetaria porque es imposible controlar dicha variable de manera directa. Como afirmó Gerald Bouey, expresidente del Banco Central de Canadá: “Nosotros no abandonamos a las metas monetarias: ellas nos abandonaron a nosotros”.

Por lo tanto, la inflación vuelve a ser explicada por el lado de la demanda, en situaciones de tendencia hacia un pleno empleo (o variaciones de este). También la teoría carga con otros supuestos importantes, entre los cuales nos parece categórico citar los siguientes.  El primero: que los shocks de costos (aumentos o disminuciones bruscas en los costos de las empresas) son aleatorios, causados, por ejemplo, por cosechas agrícolas abundantes o excepcionalmente bajas. Por lo tanto, cualquier shock de oferta (salarios, tarifas, tipo de cambio) tiene media cero, lo que significa que en largos periodos los efectos positivos y negativos se cancelan. En caso de un shock de oferta, lo más probable es el BC decida no actuar por considerarlo temporal.

Otro supuesto relevante de este último modelo es la inercia plena o completa. Esto quiere decir que la inflación pasada se incorpora totalmente a los precios actuales. La independencia del producto potencial o no existencia de histéresis en el producto también juega un rol fundamental en dicho modelo, pues si el producto potencial (el nivel de producción de una economía que utiliza toda su capacidad instalada, cosa que no es observable) no se mueve o no crece cuando crece el producto efectivo de la economía (el nivel del producto que podemos observar y nos permite medir el crecimiento económico), la existencia del pleno empleo es mucho más factible. En cambio, si suponemos la existencia de histéresis, y el producto potencial crece cuando crece también el producto efectivo entonces el pleno empleo difícilmente se logre, a causa de que “la brecha del producto” siempre será “holgada”. Como veremos, estos supuestos ad-hoc carecen de fundamentos teóricos y empíricos sólidos.

¿Existe realmente una tendencia hacia el pleno empleo?

Para asumir como válido el supuesto de pleno empleo, uno debería poder demostrar su validez teórica. Para esto, el marginalismo utiliza el principio de sustitución de los factores productivos (tierra, trabajo y capital). Este principio postula que si los precios relativos de los factores de producción son flexibles (se modifican de acuerdo a excesos de oferta o demanda), y existe un efecto de sustitución entre los mismos (es decir, aumenta la demanda relativa por el factor más barato ante un cambio de los precios relativos), una economía de mercado competitiva tenderá al pleno empleo de sus factores productivos.

Este pleno empleo de los factores de producción se llevará a cabo mediante la interacción de dos procesos: en el primero de ellos, la sustitución de capital por mano de obra (o tierra) podría permitir la utilización de cualquier cantidad de trabajo (o tierra) dada una cantidad inicial de capital, siempre que el precio de ese factor, en este caso, el salario real (o la renta de la tierra) haya caído lo suficiente. De esta manera, el uso adicional de trabajo (o tierra) tendría el efecto de incrementar el nivel de producto potencial.

Este proceso implica que no existe desempleo estructural o tecnológico. No se considera, por lo tanto, que el pleno empleo de la dotación de capital dada no pueda emplear completamente al factor trabajo. La permanencia del desempleo cuando la economía opera a plena capacidad se debería, en este caso, a que el salario real no ha caído lo suficiente.

En el segundo proceso, la sustitución de trabajo (o tierra) por capital permitiría que cualquier incremento en el producto potencial que no sea destinado al consumo pudiera ser utilizado para satisfacer una mayor demanda de inversión, siempre que la flexibilidad de la tasa de interés permita que esta caiga a niveles en que los métodos de producción que requieran de mayor capital se vuelvan rentables.

Dicho proceso implica que los recursos productivos (trabajo y capital) no pueden estar subutilizados debido a una falta de demanda monetaria final para los bienes producidos con esos factores. Es decir, todo aquello que se produce se venderá de manera rentable.

 Original

 

Enlaces a los textos mencionados en el artículo:

https://www.abc.com.py/nacionales/2020/05/08/exministro-senala-que-si-se-recortan-
gastos-extraordinarios-el-pais-podra-endeudarse-mas-para-la-recuperacion-de-la-
crisis/

https://www.ultimahora.com/reactivacion-ex-ministros-piden-prudencia-deuda-
n2884101.html

https://www.abc.com.py/edicion-impresa/editorial/2020/08/24/a-no-esperar-la-
inflacion-para-las-medidas-drasticas/

http://grupolujan-circus.blogspot.com/2011/09/lucas-en-contexto-keynes-fuera-de.html

18 jul 2020

Paraguay: Sobre la cuestión de la deuda externa y el déficit del Estado

Does America Need Global Savings to Finance Its Fiscal and Trade ...

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Por: Joaquín Sostoa (@joasostoa) y Rubén Alderete (@anotherstroke)

En un artículo del pasado 12 de julio el ex presidente del Banco Central del Paraguay, Carlos Fernández Valdovinos, analizaba el aumento del endeudamiento público y los gastos del Estado y vaticinaba que, en el “mediano plazo”, será inevitable e inexorable un ajuste fiscal porque, de no hacerlo, correremos el riesgo de perder la estabilidad macroeconómica necesaria para el crecimiento sostenido. Así, su planteo se basa en la idea de que un déficit presupuestario en el Estado (es decir, más gastos que ingresos), provoca un descalabro en las finanzas públicas.

Para Valdovinos, “no será suficiente” con congelar gastos públicos (como salarios, transferencias y gastos de inversión) para alcanzar la meta de la Ley de Responsabilidad Fiscal (un déficit de 1,5% del PIB). Lo que él en realidad sugiere es que la solución para evitar un desequilibrio financiero del Estado es recortar gastos públicos.

Hay que notar que Valdovinos omite que, para equilibrar financieramente al Estado, se podría también aumentar sus ingresos (en lugar de reducir sus gastos), aplicando, por ejemplo, un aumento de la presión tributaria. Pero no nos desviemos, no estamos escribiendo este artículo para discutir cómo hacer un ajuste fiscal. No queremos caer en las propuestas de cierto progresismo que pretende hacer ajustes fiscales “con rostro humano”. Lo que queremos debatir aquí es la idea misma de hacer ajustes fiscales por motivos de “sostenibilidad presupuestaria”, sea de la forma que sean.

“Para todo problema complejo hay una solución clara, simple y equivocada”

La idea del ajuste fiscal por dichos motivos nace de dos conceptos sencillos pero erróneos.

El primero es que el funcionamiento financiero del Estado puede compararse al de cualquier hogar o empresa del sector privado. El segundo es la utilización genérica del concepto de “deuda pública”, cuando claramente hay que distinguir entre los compromisos que se adquieren en moneda local (guaraníes) y en moneda extranjera (esencialmente dólares).
Desentrañar estas confusiones teóricas nos ayudará a entender qué es lo que en realidad causa los desequilibrios macroeconómicos que, como bien dijo Valdovinos, suelen ser obstáculos para un proceso continuo de desarrollo.

Si, como Valdovinos, parangonamos el funcionamiento del Estado al de un hogar, el ajuste es, pues, inevitable: cualquier familia que gaste por sobre lo que ingresa deberá, forzosamente, endeudarse. Y si esto se repite constantemente, como él dice que ocurrirá, el pago de la deuda se hará insostenible. Solo se podrá llegar a buen puerto si cambiamos nuestro desenfrenado estilo de vida y recortamos nuestros gastos (o si, por cuestiones del destino, nos sacamos la lotería).

Por lo tanto, siguiendo lógicamente este argumento, el tamaño de la deuda pública es, en sí mismo, preocupante. Lo anteriormente descrito fue llamado por nuestro economista de Chicago como “restricción presupuestaria del gobierno”.

Ahora bien, el Estado -a diferencia de cualquier despensa o supermercado- no posee esta restricción presupuestaria si sus gastos se realizan en su propia moneda. Varios países tienen la ratio deuda pública sobre PIB incluso arriba del 100% y ningún desequilibrio macroeconómico a la vista. Los ingresos que obtiene el Estado en su moneda se generan con la propia moneda que él emitió previamente, ya que el Estado es emisor de moneda. Por eso, todo ingreso que percibe por el cobro de impuestos solo se puede hacer porque el ente hizo un gasto con antelación. Se entiende que, en realidad, son los gastos los que generan los ingresos y no al revés.

Entonces, técnicamente los gastos del Estado en la moneda que él mismo emite no están restringidos por sus ingresos. Toda deuda pública en moneda local es siempre financieramente sostenible y no empobrece al país. Por más que el Estado suba sus ingresos con impuestos para pagar deuda e intereses a un poseedor nacional de deuda, lo único que está haciendo es transferir dinero de un ciudadano a otro. Es decir, quitando dinero de su bolsillo izquierdo y metiéndolo en el derecho.
Pero si, por alguna razón, no se quiere aumentar impuestos, el Estado puede, simplemente, emitir moneda, y esto no solo para pagar una deuda, sino para cubrir el gasto que desee. El resultado será el mismo. Una vez aceptado que el Estado no posee restricción presupuestaria en su moneda, tenemos que aceptar, asimismo, que no existe ningún “ahorro público” cuyo fin sea pagar deudas en moneda local.

Los límites de la emisión
Pero ¿puede el Estado hacer emitir moneda indefinidamente? Si bien, estrictamente, la respuesta es que sí, esto no significa que deba hacerlo. Seguramente, luego de leer hasta aquí, muchos se han preguntado por la cuestión de la inflación que podría llegar a producir la emisión monetaria. Esta situación podría darse solo si la economía está en pleno empleo. Mientras los recursos del país no se utilicen plenamente, un aumento en la demanda agregada (fruto de la emisión monetaria, por ejemplo) modificará las cantidades producidas, es decir, el crecimiento económico, sin efectos mayores en los precios. Y aún más, la demanda agregada puede aumentar incluso con gasto financiado con impuestos o deuda. Por lo tanto, el Estado puede aumentar el nivel de la demanda agregada hasta el límite establecido por el pleno empleo.

Es en el sentido de este último párrafo que tenemos que juzgar la sostenibilidad de una determinada política económica, es decir, por sus efectos en el bienestar general y en la economía, y no de forma independiente y aislada. De forma más clara, juzguemos al déficit fiscal por sus efectos, de forma “funcional”. ¿Aumenta el empleo? ¿Genera inflación? ¿Puede tener alguna influencia en el tipo de cambio? No la juzguemos en su cifra misma, por una especie de sostenibilidad financiera.
Por lo tanto, el déficit fiscal no es en sí mismo “malo o bueno”. Es solo un instrumento de política económica: puede tener efectos positivos si, por ejemplo, en un contexto de desempleo alto se utiliza para realizar obras públicas que requieran mucha mano de obra. Por el contrario, puede ser malo si no hay desocupación, pues derivará en un aumento de la inflación.

También, hay que tener en cuenta que los déficits fiscales tienen un componente endógeno, es decir, dependen del nivel de actividad. Si la economía se contrae, y se perciben menos impuestos, un déficit será inevitable. Por ejemplo, desde los años 2004 a 2011 Paraguay tuvo superávits fiscales continuos sin ningún tipo de restricción fiscal, debido al gran crecimiento acelerado de esos años. Pero, cuando los precios de los commodities cayeron y consigo el nivel de actividad, empezaron a registrarse déficits continuados, a pesar de que surgió la voluntad política de limitar los déficits a través de la Ley de Responsabilidad Fiscal (LRF).

En conclusión, en el Estado los recursos que pueden ser escasos no son los monetarios, pues éste siempre puede obtener el dinero que requiera para sus gastos. Los límites se encuentran una vez que el nivel de actividad llega al pleno empleo, o se acerca lo suficiente. Esto explica por qué un ajuste fiscal es totalmente innecesario por motivos de sostenibilidad financiera.

Deuda pública: no todo es lo mismo
El otro punto cuestionable en el argumento de Valdovinos es la manera en que se refiere al endeudamiento del sector público, sin especificar en qué monedas se pactan esos compromisos. El análisis de la deuda pública necesariamente debe distinguir entre guaraníes o dólares (u otras divisas), fundamentalmente por dos razones.

Primero, por la manera en que se obtienen esas monedas. Como remarcamos antes, el Estado paraguayo no debería tener mayores inconvenientes en conseguir guaraníes, dada su soberanía monetaria. Por el contrario, otra es la situación en lo que respecta a la moneda extranjera: las divisas se obtienen, principalmente, por medio de las exportaciones.

La segunda razón radica en los distintos efectos económicos que provoca la acumulación de deuda en moneda local o extranjera. Mientras que la deuda interna denominada en guaraníes no representa un problema mayor, la acumulación de deuda externa sí puede llegar a tener efectos contractivos en la actividad económica.

Para entender mejor este último punto es necesario introducir algunas nociones sobre la sostenibilidad de la deuda externa del sector público. Una manera ampliamente aceptada de analizar esta cuestión es a través de la ratio deuda externa/exportaciones. También puede compararse la evolución promedio de los costos de la deuda con la tasa de crecimiento de las exportaciones.  Estas herramientas sencillas nos dan una primera impresión de cómo evoluciona la sostenibilidad de estos compromisos y dejan en evidencia una cuestión fundamental: la fragilidad ante cualquier modificación de las condiciones externas.

Cambios en las tasas de interés internacionales, en los términos de intercambio o vencimientos de deuda en periodos muy cortos de tiempo pueden alterar los indicadores mencionados volviéndolos insostenibles. ¿Por qué? Porque en ese caso los compromisos en moneda extranjera crecerían a un ritmo mucho mayor que la capacidad de la economía para poder hacerse de divisas.

De darse esta situación, la consecuencia es la escasez de divisas, que resulta generalmente contractiva para la economía: por un lado, por sus efectos negativos sobre las importaciones (que se adquieren en esa moneda) y, por otro lado, por la depreciación del tipo de cambio, que está relacionado, a su vez, con una mayor inflación y con la disminución del valor real de los salarios.

Esta situación es conocida, generalmente, como “restricción externa”. En un país en vías de desarrollo como el nuestro, la estabilidad económica no reside en el equilibrio presupuestario del Estado, sino más bien en la capacidad de administrar la restricción externa a fin de que no sea un problema recurrente.

Ahora se entiende por qué es importante saber distinguir dentro de la llamada “deuda pública” qué parte está tomada en guaraníes y qué parte en dólares. Si los compromisos en moneda extranjera aumentan y la deuda con el exterior no se puede pagar, entonces vamos a sufrir una crisis si se dan las condiciones para que aparezca la restricción externa.

En este contexto, es necesario repensar la estructura productiva, que cumple aquí un rol fundamental. Hay que recordar que la mayor parte de las exportaciones se concentran en el sector primario, caracterizado por la alta volatilidad en los precios de sus productos.

Enfocar mayores esfuerzos en la exportación de bienes y servicios con mayor valor agregado y precios más estables puede ser un paso fundamental para la estabilidad económica y, por ende, el bienestar de la población.

Original: ACA