El viejo Almacén. BsAs

Surplus Approach

“Es necesario volver a la economía política de los Fisiócratas, Smith, Ricardo y Marx. Y uno debe proceder en dos direcciones: i) purgar la teoría de todas las dificultades e incongruencias que los economistas clásicos (y Marx) no fueron capaces de superar, y, ii) seguir y desarrollar la relevante y verdadera teoría económica como se vino desarrollando desde “Petty, Cantillón, los Fisiócratas, Smith, Ricardo, Marx”. Este natural y consistente flujo de ideas ha sido repentinamente interrumpido y enterrado debajo de todo, invadido, sumergido y arrasado con la fuerza de una ola marina de economía marginal. Debe ser rescatada."
Luigi Pasinetti


ISSN 1853-0419

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7 feb 2019

El “populismo” y la restricción externa


  


Por Fabián Amico y Mariano de Miguel


En el análisis de las cuentas externas de Argentina y los resultados de su balanza de pagos, es habitual deducir de una proposición primaria contable, proposiciones secundarias que refieren a relaciones de comportamiento que adolecen de sustento lógico fuera de determinados supuestos que la evidencia no parece confirmar.

La proposición verdadera reza así. “Un déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos expresa necesariamente un exceso del gasto sobre la producción interna”. Esta proposición es incontrovertible desde el punto de vista contable en la medida en que el gasto bruto interno es la suma de los gastos en consumo privado y público, la inversión y las exportaciones netas de importaciones. Si esta última resta es negativa, el gasto interno en consumo (privado y público) e inversión debe superar a la producción (efectiva) interna de bienes y servicios. Si suponemos, para simplificar, que la cuenta corriente de la balanza de pagos solo registra transacciones en la balanza comercial, el saldo negativo de esta última se corresponde con un déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos.

Pero de la anterior proposición suelen, como dijimos, derivarse otras a modo de corolario, sobre la base de los cuales se sacan conclusiones que validan interpretaciones controvertidas. Veamos esto un poco más de cerca.

Cuando existe un déficit en la balanza comercial, el gasto es mayor que el producto, esto es, el país gasta más de lo que produce. Por otro lado, cuando la balanza comercial es positiva (es decir, las exportaciones son mayores que las importaciones), tenemos un exceso de producto sobre el gasto.

Sin embargo, de ello no se infiere, en ningún caso, que la economía esté operando en el nivel de pleno empleo de los “factores” y que, por ende, no pueda ampliar su producción. Lo único que indica aquel déficit externo es que la economía no logra generar todas las divisas que el crecimiento requiere.

Ello puede deberse a cuestiones estructurales vinculadas al comercio exterior, y no a un “exceso de gasto” sobre las posibilidades potenciales de producción domésticas. Es decir, la economía puede contar con abundantes recursos ociosos (muy bajos niveles de utilización de la capacidad productiva, alto desempleo) y aun así tener un déficit externo creciente. Dicho de otro modo, el déficit externo no es el resultado de la pretensión de “vivir por encima de los propios medios”.

En el supuesto de pleno empleo, el déficit externo se debe forzosamente a un exceso de gasto sobre la producción potencial interna. En esta hipótesis, el exceso de gasto puede deberse a que el consumo, la inversión o el gasto público (componentes internos) son muy altos en relación con el producto potencial. Paradójicamente, puede ocurrir que, si la economía está en pleno empleo, un exceso de gasto puede provenir del aumento de las exportaciones (ya que la economía no puede producir más).

Curiosamente, el diagnóstico habitual siempre asume que el “exceso” proviene del gasto público y el déficit fiscal, aun cuando la economía muestre claramente la existencia de abundantes recursos ociosos. El diagnóstico subraya además que existiría un “consumo excesivo”, es decir, insostenible, asociado a una política de sesgo populista. En particular, se supone que los gobiernos populistas, a los efectos de acumular poder electoral, y sin preocuparse por sentar las bases para el crecimiento de largo plazo, fomentan el consumo “artificialmente” mediante alzas “arbitrarias” de salarios, aumentos de las jubilaciones y transferencias sociales, apreciación cambiaria o subsidios a las tarifas. Estas políticas expanden la demanda de consumo, generando inflación y aumento de las importaciones. Luego, más inflación supone un tipo de cambio real más apreciado, lo que refuerza la tendencia al déficit externo.

En algún punto, sea por reversión de los términos de intercambio o porque los mercados internacionales de crédito racionan los préstamos, la “fiesta” no puede seguir financiándose y sobreviene el ineludible ajuste interno, que comienza necesariamente por el déficit fiscal y el gasto público. Así, en este enfoque se considera que una crisis de balanza de pagos es la manifestación de un exceso de gasto interno (usualmente fiscal), en línea con la hipótesis de los “déficits gemelos”. De modo que no existe realmente una restricción externa al crecimiento en este enfoque.

Sin embargo, si se suprime el supuesto de pleno empleo, todo el análisis previo cambia sustancialmente. El gasto interno (consumo, inversión y gasto público), aunque crezca en niveles bien por debajo del pleno empleo, puede generar un volumen de importaciones que resulte incompatible con la base exportadora del país.

En este caso, el país está viviendo por debajo (y no por encima) de sus posibilidades potenciales a causa de una escasez relativa de divisas. Basta con que los precios internacionales de (o la demanda por) sus exportaciones aumenten, para que el país reanude el proceso de crecimiento sin problemas, sencillamente porque ahora cuenta con más divisas.

En los hechos, se redujeron los déficits gemelos aumentando la subutilización de recursos, cada vez más lejos del pleno empleo, y sin perspectivas ciertas de comenzar alguna recuperación, todo lo que desenvuelve un escenario dramático e insostenible en el mediano plazo.

Por ello, es vital cambiar el diagnóstico y las políticas. El déficit externo (verdadera restricción) no expresa el sesgo populista de la política económica sino la dependencia tecnológica y comercial del país (su necesidad de importar crecientes cantidades de insumos y bienes de capital cuando crece) y el hecho obvio, pero crucial, de que no emite la moneda internacional de reserva.

Si se sigue considerando que el déficit externo es simplemente la manifestación de un desequilibrio doméstico (es decir, un “exceso de gasto” en una economía que fluctúa en torno al pleno empleo) la solución seguirá siendo la misma: dolorosa e inútil.

Si, por el contrario, el déficit externo es una restricción que comprime las posibilidades de crecimiento y fuerza a tener más desempleo y recursos ociosos, entonces el diagnóstico anterior no solo no resuelve el problema, sino que lo agudiza. El problema real es desplazar la restricción externa, en vez de adaptarse recesivamente a ella.

3 may 2018

Cuando pase el temblor


Por Fabián Amico y Mariano de Miguel 
 Economistas



Existe la hipótesis generalizada de que la reciente corrida cambiaria en Argentina fue ocasionada por factores externos, particularmente la suba de la tasa de interés norteamericana para los bonos a diez años.

Sin embargo, si se observan sus efectos en otros países de la región se puede comprobar que el shock externo no tuvo efectos muy significativos. En Chile, por ejemplo, el ajuste cambiario fue muy moderado y no requirió ninguna intervención especial del BCC. Es verdad que en Brasil hubo un ajuste del tipo de cambio del 4% en veinte días, pero sin intervenciones de reservas ni otras medidas específicas. En Uruguay, el tipo de cambio nominal venía en caída persistente desde mediados del año pasado y cuando se anunció la suba de tasas en Estados Unidos, el BCU decidió comprar dólares para estimular su suba. Nada parecido a las turbulencias que se desataron en Argentina. Parece más razonable pensar que hay una dominancia de factores internos y, en particular, asociados con la política monetaria y cambiara del Gobierno.

Esos factores internos tienen relación con el funcionamiento del sistema de metas en Argentina y con los vaivenes y torpezas del propio Gobierno (y del BCRA) en la política monetaria y cambiaria.

Existe consenso en la literatura acerca de que no es el impacto de la tasa de interés sobre la demanda agregada lo que permitió controlar la inflación en los países de la región que practicaron el inflation targeting. Ese consenso observa que fue la apreciación del tipo de cambio –el mecanismo de pass-through– el factor principal de desinflación. Los bancos centrales influyen en los diferenciales de tasas de interés (interna-externa netas de riesgo país y de la devaluación esperada) y éstos impactan sobre la dinámica del tipo de cambio (TC) nominal. Así, un diferencial positivo induce el ingreso neto de capitales y lleva a una tendencia a la apreciación de la moneda doméstica.

Este mecanismo tiene dos requisitos fundamentales. Uno, que el flujo de capitales sea elástico al diferencial de rendimientos y, dos, que no existan obstáculos políticos para inducir la suficiente apreciación del tipo de cambio nominal (la primera condición puede estar muy condicionada por la segunda).

Una diferencia crucial de la inflación en Argentina respecto de Chile, Colombia, Perú, México y Brasil es que aquí la incidencia del conflicto distributivo es la más alta en la comparación regional [1]. Por eso, el canal cambiario en Argentina solo afecta una parte de la inflación y eso explica, también, el éxito desinflacionario en los otros países (Chile, Colombia, Perú, México y Brasil). La frase usual (“las metas funcionan cuando la inflación es baja”) podría leerse como: “Las metas funcionan cuando no hay conflicto distributivo”.

Ciertamente, los cambios en la tasa de interés y en el tipo de cambio tienen fuertes efectos distributivos. Por ejemplo, dado un nivel de salario nominal y de precios de transables, la apreciación del TC lleva a un mayor salario real (y una disminución de la rentabilidad media). En muchos de esos países los salarios nominales mostraban un bajo crecimiento o simple estancamiento. De modo que se podía sostener un proceso más amplio de apreciación cambiaria sin afectar la rentabilidad de los transables (y de las empresas en general).

En el caso de Brasil, por ejemplo, ese proceso se tornó más complicado a partir de 2010 (cuando hubo evidencia de una intensificación del conflicto distributivo) mientras en Perú, Colombia y México los salarios nominales fueron la verdadera ancla que permitió los procesos de desinflación. En el caso argentino, en presencia de una elevada resistencia salarial, la apreciación nominal del tipo de cambio disminuye sistemáticamente la rentabilidad de los transables (y si se admite su influencia en el resto de la economía, puede disminuir los márgenes generales de beneficio). Esto permitiría explicar por qué, incluso con gobiernos de sesgo muy diferente, Argentina nunca puede dejar de ajustar el tipo de cambio nominal por detrás de la inflación. Luego, esto impacta negativamente en el diferencial de rendimientos (y quizás también en las expectativas sobre el tipo de cambio futuro).

En presencia de alta resistencia salarial, los empresarios de los sectores transables no pueden trasladar a precios esos mayores costos, pero pueden presionar al Gobierno por devaluaciones cambiarias para intentar recuperar su tasa de beneficio. Esto ciertamente va a generar un proceso inflacionario impulsado por los costos. En los otros países, la apreciación cambiaria fue posible porque el bajo (o nulo) crecimiento del salario nominal permitía “acomodar” la menor inflación con la preservación de los márgenes reales de beneficio.

Este mecanismo que liga al tipo de cambio nominal con la inflación no es puramente económico (ni espontáneo). No proviene de ninguna noción de tipo de cambio real “de equilibrio”. Es un mecanismo que actúa sobre las decisiones de política macroeconómica y que pone en evidencia, una vez más, que la distribución del ingreso está esencialmente gobernada por relaciones de poder imperantes en la sociedad las que, tarde o temprano, influyen decisivamente sobre la política económica.

En este contexto se puede entender mejor el cambio de metas decidido en diciembre pasado por el Gobierno y su impacto sobre las turbulencias actuales. Si el BCRA continuaba con una política de altas tasas de interés, buscando apreciar el TC nominal, eso abría paso a la suba de los salarios reales (como ocurrió en 2017). La inflación se desaceleraría, pero las empresas no podrían evitar la erosión de sus márgenes de beneficio. Si el BCRA disminuía las tasas (como exigía una parte del gabinete), eso provocaría un ritmo mayor de devaluación de la moneda, acelerando la inflación (junto con las tarifas) y produciendo la caída del salario real. Con el endeudamiento externo creciendo vertiginosamente y los reclamos persistentes de amplios sectores empresarios y economistas sobre el supuesto “atraso cambiario”, el Gobierno optó por la reducción de tasas.


Esta reducción perseguía el objetivo de producir una devaluación “administrada” del peso, fijando metas para el salario y abriendo la posibilidad a un mayor endeudamiento relativo (y a menor costo) en moneda doméstica, dadas las dificultades observadas en la colocación de deuda en el exterior. De hecho, el volumen de deuda externa acumulado ya representa un problema para la sostenibilidad externa de largo plazo, cuando uno compara la proyección de los pasivos externos netos versus el único ingreso genuino en dólares, es decir: las exportaciones.

Sin embargo, ¿este empeoramiento de la sostenibilidad de largo plazo es la causa central de las turbulencias de corto plazo? No parece así. Hay países de la región (Colombia y Brasil) que tienen peores indicadores pero no sufren ninguna turbulencia externa ni presiones cambiarias. Argentina parece tener dos rasgos diferentes. Primero, su situación de liquidez de corto plazo parece más frágil. Segundo, Argentina parece tener problemas para atraer capitales y, por esa razón recurrió más al endeudamiento externo público. Sobre estos aspectos clave se montan los persistentes vaivenes del BCRA, que terminan fomentando una tendencia a la dolarización.

Hasta hace un mes, el presidente del BCRA defendía la idea de la flotación pura del TC como un amortiguador (“shock absorber”). Así, cuando “hay ya un shock externo o se reduzca el déficit de cuenta corriente el propio tipo de cambio genera su ajuste y que la economía siga creciendo” (Federico Sturzeneger, 18/3/2018). Pero paralelamente cuando era consultado sobre la popular “bicicleta financiera”, su sostenía que “acá no hay ninguna vaca atada”, argumentando que el retorno en dólares, para un inversor externo, “no lo puede calcular nadie”. Y respecto del “furor” de las Lebac, subrayaba que “los que invirtieron en busca de dólares perdieron, al menos en los últimos meses, significativamente”.

Obviamente, si el retorno en dólares es incierto, eso fomenta la tendencia a la dolarización y hace que se fortalezca la presión cambiaria. Además, existe un trade-off entre “bicicleta financiera” e inflación/nivel de actividad. Es decir: la reducción de la “bicicleta” lleva a más devaluación con caída de los salarios. Si esta tendencia no es compensada, la baja de la tasa de interés lleva a más inflación y menor crecimiento (estanflación).

En conclusión, si bien la suba de la tasa norteamericana puede tener un efecto sobre el diferencial de rendimientos e incluso sobre las expectativas, no parece ser la causa principal de la reciente corrida cambiaria. La fuerte turbulencia tiene razones esencialmente locales. Al conflicto distributivo persistente que influye en la política cambiaria (y que determinó en parte sus vaivenes), se suman las torpezas de la política oficial, como la introducción del impuesto a las tenencias de Lebac para no residentes que disminuyó aún más el diferencial de rendimientos y terminó por detonar la corrida. Así, la política del BCRA termina introduciendo una mayor incertidumbre sobre el diferencial de rendimientos y fortalece la tendencia a la dolarización. Esto implica que, muy probablemente, la presión cambiaria persistirá aún cuando pase el temblor externo.



8 ago 2016

Competitivos y productivos



Por Mariano De Miguel * y Daniel Schteingart **

Hay un sentido común que asocia la competitividad de la economía a los bajos costos laborales en términos relativos. Bajo este prisma, los salarios comparativamente bajos serían la llave que abre la puerta de la competitividad a los países subdesarrollados. Cuando se habla de competitividad industrial, este sentido común es más común todavía. Es falso. La competitividad industrial de un país depende de un conjunto amplio de variables, como los distintos componentes del costo (entre ellos, el salario, pero también la logística, la energía y otros insumos clave), o los impuestos y la productividad.

La productividad –grosso modo, el valor agregado por ocupado– es clave para entender por qué países como Alemania o Estados Unidos pueden ser competitivos con salarios manufactureros en torno a los 40 dólares la hora, los cuales son más del doble que los argentinos (actualmente en torno a los 17 dólares) y hasta veinte veces mayores que los del Sudeste Asiático (en Filipinas, por caso, son de 2 dólares).

Competitividad por baratura versus productividad es un dilema meramente teórico para la Argentina. ¿Por qué? Porque desde el punto de vista empírico, el laboratorio de la historia y nuestro presente muestran que el camino de la competitividad por salarios baratos es impracticable y utópico además de inconducente desde el punto de vista económico, político y social. Los recurrentes fracasos en este sentido, a partir de la búsqueda de salidas fáciles a través de devaluaciones bruscas, contractivas y regresivas, deberían alertarnos sobre la necesidad de operar sobre los demás determinantes de la competitividad. Favorecer a la industria a partir de diversos instrumentos (como energía barata, subsidios, exenciones impositivas, etcétera) puede ser una alternativa válida, pero siempre y cuando genere aumentos de productividad.

¿Cómo se generan entonces aumentos de productividad, que permitan que la industria sea competitiva aun con salarios altos? Esencialmente, con dos elementos, dado un acuerdo distributivo: demanda y competencia regulada. Una demanda creciente, bajo determinadas condiciones de competencia, incentiva a las empresas a ampliar su capacidad instalada, con un uso creciente de tecnologías sofisticadas, que permiten hacer economías de escala y por ende bajar los costos unitarios para, con ello, incrementar la productividad.
Una demanda que induzca a la productividad puede ser tanto externa (exportaciones) como interna (gasto público, consumo privado e inversión), que fungen como palancas complementarias y no excluyentes, al margen de la preminencia de la demanda interna.



¿Qué las motoriza? En el caso de la demanda interna, fundamentalmente el aumento de los ingresos reales de la población, el crédito y la planificación estratégica del gasto público. La demanda externa, por su lado, depende esencialmente de modo directo del crecimiento de los socios comerciales, e indirectamente, de la economía mundial en su conjunto. Es por eso que la baja de los costos domésticos, en términos relativos a los internacionales, por medio de devaluaciones reales, por ejemplo, resulta ser más débil de lo que comúnmente se cree como palanca de la demanda externa (sumado al hecho de que acarrea consecuencias distributivas regresivas).

Argentina 2016 es un buen ejemplo. El país depreció su tipo de cambio real, pero las exportaciones industriales vienen cayendo 16 por ciento en lo que va del año, según INDEC, debido a que nuestro principal demandante (Brasil) está en crisis y el comercio mundial estancado con sesgo recesivo. Por el contrario, durante la industrialización por sustitución de importaciones, la competitividad industrial argentina se incrementó significativamente, en un contexto donde los salarios eran relativamente elevados para los estándares internacionales. Prueba de ello fue que, partiendo de una base muy baja, entre 1964 y 1974, las exportaciones industriales crecieron cuatro veces más rápido que las importaciones industriales, en un contexto de fuerte crecimiento económico y de la productividad industrial, la cual además se dio sin expulsión de empleo (a diferencia de lo ocurrido en los ‘90).

¿Qué ocurrió entonces en aquel momento? No faltó prácticamente ninguna de las palancas que mencionamos. El mercado interno -con un salario fuerte - se convirtió en una de las grandes fuentes de aumentos de la productividad. Se implementaron políticas industriales y tecnológicas de fomento al sector, incluyendo subsidios para la exportación, compras públicas o financiamiento blando, entre otras. Si bien el contexto internacional es hoy muy distinto, la experiencia argentina de aquellos años -a pesar de sus contratiempos y sus defectos- merece ser releída, en tanto muestra que competitividad, productividad y salarios altos pueden ir de la mano.

* Director del Instituto Estadístico de los Trabajadores; Presidente de SidBaires
** Mg. en Sociología Económica (Idaes-Unsam), profesor en UNQ, miembro de SidBaires


Original: Pagina 12

30 nov 2014

¡¡¡Salió Revista Circus 6 !!!


Tarde pero seguro e inmunes a las crisis financieras...


Circus | Número actual ( 6)

SOBRE ESTE NUMERO (Año 4 / primavera de 2014)

Este número brinda una versión en español del artículo fundamental de Pierangelo Garegnani sobre las diferencias teóricas esenciales entre el enfoque clásico y el marginalista.
 En otro aporte importante, Vianello discute la noción del "crecimiento dirigido por ganancias" a partir de Kalecki, Sraffa y Marx.
Franklin Serrano traza una interesante y articulada referencia sobre el proceso histórico reciente y la teoría económica, mientras Matías Vernengo nos muestra que, históricamente, los bancos centrales hacían mucho más que velar por la mera estabilidad de precios. 
Marcus Cardoso y Eduardo Crespo, por un lado, y Llaria, Rodríguez, Rama y Cabezas, por el otro, discuten desde distintas aproximaciones la hipótesis del crecimiento liderado por ganancias (o por salarios), mientras Mariano de Miguel realiza una reflexión crítica sobre las contribuciones principales de Arghiri Emmanuel.


Artículos del Número 6

Garegnani, P.
Sraffa: Análisis Clásico versus Marginalista
pág. 1-37


Vianello, F.
La Demanda Efectiva y la Tasa de Ganancia: algunas reflexiones sobre Marx, Kalecki y Sraffa
pág.38-56


Serrano, F.
El neoliberalismo como regreso de la economía vulgar
pág.57-74


Vernengo, M.
Pateando la escalera también: Los bancos centrales en perspectiva histórica
pág.75-97


Cardoso, M. y Crespo, E.
Some critical appraisals on the profit-led models of growth
pág.98-113


Laria, P.; Rodríguez, J.; Rama, V. y Cabezas, S.
Regímenes de crecimiento de la economía argentina en el largo plazo Un abordaje post–keynesiano
pág.114-139


De Miguel, M.
Valor, Salario y Precios de Producción en Arghiri Emmanuel
pág.140-171


Levrero, S.; Palumbo, A. y Stirati, A.
Reseña: “Sraffa and the Reconstruction of Economic Theory”
pág.172-174




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