El viejo Almacén. BsAs

Surplus Approach

“Es necesario volver a la economía política de los Fisiócratas, Smith, Ricardo y Marx. Y uno debe proceder en dos direcciones: i) purgar la teoría de todas las dificultades e incongruencias que los economistas clásicos (y Marx) no fueron capaces de superar, y, ii) seguir y desarrollar la relevante y verdadera teoría económica como se vino desarrollando desde “Petty, Cantillón, los Fisiócratas, Smith, Ricardo, Marx”. Este natural y consistente flujo de ideas ha sido repentinamente interrumpido y enterrado debajo de todo, invadido, sumergido y arrasado con la fuerza de una ola marina de economía marginal. Debe ser rescatada."
Luigi Pasinetti


ISSN 1853-0419

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Teorías del valor y la distribución una comparacion entre clásicos y neoclásicos

Fabio PETRI   Esta obra, traducida por UNM Editora, ha sido originalmente editada en Italia con el título: “Teorie del valore e del...

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25 feb 2017

Si funciona, sirve

 

                                          por Santiago J. Gahn / UNLP

Otra maldita nota sobre el déficit fiscal… pero no. En plena campaña electoral es muy común escuchar las falencias del oficialismo. Las críticas aparecen, a veces, desde los lugares menos esperados, pero los temas siempre son los mismos. Uno de ellos es un caballito de batalla… sobre todo para los economistas: el déficit fiscal.
Los manuales de finanzas públicas tradicionales, basados en la teoría marginalista, suelen omitir, casi hegemónicamente, la idea de gastar más –emitiendo, o como sea necesario– para crecer más.

La mayor parte de los economistas, por su formación ortodoxa, tienen un instinto revulsivo a la idea de imprimir dinero, y una tendencia a identificarla con inflación. Básicamente, el pensamiento convencional sugiere que emitir dinero para financiar al fisco es inflacionario.

Tanto la idea monetarista –más dinero circulante es igual a más inflación– como los que sostienen que el “exceso de gasto público” es inflacionario coinciden en la misma explicación: la inflación es un fenómeno de exceso de demanda. ¿Qué significa esto? Dicen que la economía está “recalentada”, como si fuera un guiso de hace dos o tres semanas que por la pinta no va a caer muy bien. En definitiva, los salarios argentinos son “demasiado altos”… o insinúan que “hay que bajar los costos salariales”.
Lo más interesante del análisis es que dichas frases son repetidas una y otra vez en toda situación del día a día por trabajadores asalariados. En fin, la sociología tiene un trabajo que hacer allí.

Pero en economía existe un viejo –y no tan viejo– grupo de poskeynesianos en las afueras de la ciudad de Nueva York, en el Levy Institute del Bard College, que en los últimos años vienen diciendo cosas distintas. Hablan de un concepto nuevo, incluso hasta dicen haber construido una nueva teoría monetaria a la que hacen llamar “teoría monetaria moderna”. Esta teoría está basada en el concepto de finanzas funcionales desarrollado por Abba Ptachya Lerner en su artículo “Functional finance and the federal debt”.
Esto de las finanzas funcionales va completamente en contra de la opinión generalizada que se escucha en las calles. El principio principal de este tipo de finanzas es juzgar las medidas por su efectividad.

La idea central es que las políticas de gasto, recaudación y endeudamiento del Gobierno serán todas realizadas con una mirada puesta en los resultados económicos de estas acciones y no en cualquier doctrina tradicional que establece lo que es correcto y lo que es erróneo… En pocas palabras, si funciona sirve, si no no.
No podemos hacer una ley que diga que somos felices, pero sí podemos intentarlo gastando. Si el objetivo es el pleno empleo, bajo esta perspectiva la única solución es gastar más. En palabras de Lerner, si esto significa que hay un déficit, mayor endeudamiento, “impresión de dinero”, etc., entonces estas cosas en sí mismas no son ni buenas ni malas, son simplemente los medios para lograr los fines deseados de pleno empleo y la estabilidad de precios.

La propuesta de Abba, o de otros autores como Georg Friedrich Knapp, contraria al pensamiento convencional, propone la inexistencia de limitaciones intrínsecas al tamaño de deuda por el déficit público (aclaremos, en moneda propia, en Argentina, deuda en pesos). Incluso, el aumento del déficit público no necesariamente hace aumentar la deuda porque se debe tener en cuenta el costo (interés) del endeudamiento.

Encima de esto, se rechaza la tendencia a la utilización plena de la fuerza de trabajo y del capital. Entonces, si el principio de sustitución factorial (supuesto marginalista) no se cumple, desde un punto de vista objetivo y científico las “finanzas sanas” se volverían irracionales. ¿Por qué esperar una vuelta al pleno empleo automática si no hay sustento científico para hacerlo?

Mathew Forstater, director de investigaciones del Binzagr Institute for Sustainable Prosperity, otra usina poskeynesiana norteamericana, sostiene que el pleno empleo es clave para la estabilidad social: sin empleo ni ingresos seguros, los ciudadanos son vulnerables a ideologías peligrosas, chivos expiatorios y a movimientos políticos antidemocráticos. Algunos autores argentinos como Matías Vernengo, entre otros, sostienen el enfoque de las finanzas funcionales como válido.

Para los teóricos económicos, como este grupo de keynesianos que sostienen este enfoque, la idea de “presupuesto equilibrado” debería ser abandonada. Si un economista promueve un “presupuesto equilibrado” como fin en sí mismo –como lo “correcto” a realizar, ya que sería irresponsable hacer otra cosa– sin tener en cuenta los efectos potenciales sobre los objetivos de política macroeconómica, esto no sería consistente con el principio de las finanzas funcionales, sino que se debería llamar finanzas disfuncionales.
Pero, ¿por qué no se aplica esta teoría que sería benéfica para todos? ¿Cuál sería el límite?

En economías que emiten moneda internacional no habría límites económicos a la expansión. Pero aquí en Argentina no todo es tan fácil. El gasto público no puede ser ilimitado, pero no porque pueda inducir inflación por exceso de gasto o por emisión, sino porque crecer más implica importar más y finalmente quedarse sin dólares seguido, generalmente, por una brusca devaluación que dispara los precios internos.

Para no quedarse sin dólares, no importa el déficit sino cómo se gasta. Y la única salida es la política industrial de sustitución de importaciones; esa misma que el “sentido común” dice que se agotó en los 70, la que permitió el salario más alto en la historia argentina en el año 1974, la que llevó el Torino a Nürburgring de la mano de Juan Manuel Fangio y Oreste Berta y la que supuestamente está más viva que nunca en el gobierno de Donald Trump.



Original: ACA

20 sept 2015

El sexo de los ángeles


Sobre el mito del presupuesto equilibrado



Por Claudio Scaletta

El déficit fiscal primario de 2015 estará por debajo de la media regional y global. Las distintas mediciones, oficiales y paralelas, lo sitúan entre menos de 1 y hasta 3 puntos del PIB. El déficit financiero, es decir; después del pago de deuda, estará entre el 2 y el 4 por ciento del Producto, siempre según quién lo mida. A pesar de estos números, Argentina asiste a una suerte de revival fiscalista, tanto de los conocidos de siempre, como de algunos que rodean al candidato del FpV. En este contexto, la Ley de Presupuesto 2016, apenas un esquema guía para la distribución de los recursos del Estado, y que en el mejor de los casos brinda algún indicio sobre qué pretende priorizar el gobierno, es tratada acríticamente como una presunta ley de leyes, un empeño repetitivo que ignora el rol histórico del instrumento.

Sobre la base de esta exaltación de la función del presupuesto se elaboran todo tipo de razonamientos ad hoc. Se dice, por ejemplo, que el proyecto de 2016 reconoce el problema del déficit y que, por ello, avanzará en un “ajuste”: gastos por debajo de los ingresos. Se habla también, con gran preocupación, del volumen de la asistencia del Banco Central al Tesoro. Sin meterse en cuestiones tan evidentes como que la separación entre ambas cuentas/cajas es una ficción, en tanto las dos pertenecen al mismo dueño, lo que en realidad importa, lo que sí se encuentra en el centro del análisis de la aplicación de los recursos públicos, no es el resultado contable de deudas entre un mismo sujeto (el Estado), sino el funcionamiento de la economía.

Frente a un contexto externo adverso, con desplome de Brasil y baja de los precios internacionales de las principales exportaciones, el Gobierno busca contrarrestar con políticas expansivas. Su objetivo no son los equilibrios de corto plazo, sino el ciclo económico. Supóngase que se necesita que el Estado sostenga el gasto para evitar que caiga el PIB y que en el corto plazo se recauda menos de lo que se necesita; en términos neoclásicos, para evitar sustraer recursos del sector privado. Como respuesta el BCRA asiste al Tesoro. Supongamos que expande la cantidad de dinero, pero al mismo tiempo esteriliza, toma deuda del sector privado, licita bonos. La única diferencia entre los dos papeles del BCRA, los bonos y el dinero, es que unos pagan interés y los otros no; pero ambos son deuda. Gracias a esa asistencia entre cuentas del mismo propietario se consigue que el PIB no caiga e incluso se expanda, lo que conduce a que los ingresos aumenten. Si se siguiese, en cambio, el procedimiento inverso, la contracción económica derivada de la baja del gasto provocaría una caída del Producto y de los ingresos, lo que profundizaría el déficit. Un sufrimiento autoinfligido e innecesario.

En otras palabras, el déficit, o el superávit, de las cuentas públicas, son una consecuencia, no una causa. Los déficit son producto de la contracción y los superávit de la expansión, no son buenos ni malos per se, son el resultado de otra cosa. Esto no quiere decir que se pueda hacer cualquier cosa, que no exista la necesidad de un manejo ordenado de los recursos, quiere decir que en el análisis económico no deben confundirse causas con efectos y que los instrumentos de la política económica no pueden ser objetivos en sí mismos.

Las preguntas clave en materia de déficit son otras: cómo se financia y con qué nivel de deuda pública se relaciona, cuál es su magnitud relativa y qué relación tiene con el crecimiento del Producto. Es evidente que partiendo de un nivel de deuda del 40 por ciento del PIB, una de las más bajas del mundo, no hay mayores problemas para autofinanciar la expansión del gasto con moneda propia para contrarrestar el impacto del viento de frente del resto del mundo, más cuando, en la más desfavorable de las mediciones, los niveles de déficit fiscal son bajos en la comparación internacional. Y lo más importante: si la economía hubiese sido conducida con el objetivo de los equilibrios de las cuentas públicas, el freno habría comenzado en 2008 y la recesión en 2011.

Quizá la relación causa efecto entre déficit/superávit y contracción/expansión suene repetida, pero sucede que el lector medio recibe un bombardeo constante de la doctrina contraria, doctrina cuya hipótesis de “ajuste expansivo” no se verifica en ningún lado. Por ello es necesario recordar Grecia, Brasil, España, Argentina en distintos períodos y siguen las firmas. Los problemas actuales de la economía local no tienen nada que ver con los déficit presupuestarios transitorios en moneda propia y entre cuentas de un mismo dueño. El único problema verdadero es el déficit externo. Si bien no faltan quienes añoran la existencia de mecanismos férreos para controlar el gasto, la única ley de hierro para el crecimiento y la distribución del ingreso es el Balance de Pagos. Discutir sobre el nivel de déficit separado del ciclo económico es tan relevante como hacerlo sobre el sexo de los ángeles.

original: Cash

24 ago 2015

Ilusión del superávit


Por Eduardo Crespo *

El gasto público y los impuestos son motivos de agrias controversias tanto en el debate público como entre economistas profesionales. El saber convencional indica que el déficit fiscal es indeseable y la deuda pública un problema. Estas nociones parecen tan obvias que aquel que se atreve a ponerlas en discusión parece mentir a sus interlocutores. La mayoría de los analistas describen los déficit fiscales en términos peyorativos sin molestarse en explicar sus motivos. Aquí, a contracorriente, aprovechamos la ocasión para preguntarnos lo impreguntable: ¿por qué debería considerarse el déficit fiscal un problema? Planteado el asunto en estos términos, no es aceptable el argumento que lo considera un problema en sí mismo, como sucede con el desempleo, la desigualdad o la pobreza. Eventualmente podría ser cuestionable por sus consecuencias, es decir, por impedir o dificultar algún objetivo social compartido.

En primer lugar, debe recordarse una identidad contable elemental: descontadas las cuentas con el exterior por motivos expositivos, un superávit del sector público equivale a un déficit del sector privado y viceversa. Así, por ejemplo, quien aboga por el superávit fiscal como norma general, en forma tácita defiende el déficit –y el mayor endeudamiento– del sector privado como principio también universal. ¿Por qué sería deseable ésta última situación? Por otra parte, teniendo en cuenta que sólo el Estado tiene la potestad de emitir moneda, vale interrogarse: si los Estados efectivamente pudieran gastar menos de lo que recaudan en forma sistemática, ¿cómo se las ingeniarían los particulares para pagar impuestos si quien tiene el monopolio de la emisión de moneda demanda más liquidez de la que inyecta al mercado? La respuesta a este interrogante es que exceptuando períodos muy breves, los Estados siempre gastan más de lo que recaudan.

La ilusión del superávit fiscal, o incluso del “equilibrio fiscal”, se sustenta en un artilugio contable por el cual los números del Estado se separan en dos cuentas: las del tesoro y las del Banco Central. Así, si durante cierto tiempo el gobierno puede gastar menos de lo que recauda (como ocurrió en Argentina en la década pasada), normalmente el Banco Central compensa esta laguna monetaria inyectando liquidez mediante algún mecanismo extra presupuestario, por ejemplo, cuando compra dólares que se suman a las reservas. Que como compensación de este gasto se adquieran activos líquidos (dólares) como contraparte, no significa que no se trate de un gasto genuino. Como lo demuestra David Graeber en su monumental Deuda, fueron los Estados quienes engendraron los mercados al imponer impuestos y tributos, obligado así a los particulares a mercantilizar su producción a cambio de las monedas que los Estados emitían y reconocían en el pago de impuestos. En otras palabras, es necesario que los Estados –bancos centrales incluidos en las cuentas del Estado– gasten sistemáticamente más de lo que recaudan para que los particulares puedan pagar impuestos y los mercados se expandan, caso contrario observaríamos una tendencia explosiva al endeudamiento privado.

En países como los nuestros prevalece la genuina preocupación de que los déficit fiscales provoquen huidas hacia el dólar. Sin embargo, estas corridas pueden ocurrir tanto con déficit como con superávit fiscal. No existe la menor asociación entre el nivel del déficit fiscal y la frecuencia o intensidad de las corridas. El motivo es que la opción entre apostar por el dólar o la moneda doméstica no depende del porcentaje de déficit (o superávit) fiscal, sino de la mayor o menor rentabilidad que se espera obtener de cada opción. Otro dato que suele pasar desapercibido por quienes consideran que las ‘finanzas sanas’ deben ser un objetivo de política económica, es que el nivel de déficit (o superávit) depende del desempeño económico agregado. Parafraseando a Michal Kalecki, los Estados pueden establecer cuánto van a gastar, pero no pueden decidir cuánto van a recaudar. En una economía en recesión la recaudación disminuye, y a la inversa, aumenta cuando la economía crece. Casi siempre observamos que los países con problemas económicos registran elevados déficit fiscales y viceversa, lo que suele alimentar la falacia de que el crecimiento del déficit es la causa de los problemas y no su mera consecuencia. Es por este motivo que los ajustes fiscales además de contractivos tienden a generar más déficit del que combaten.

* Profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro.

Original: Pagina 12

25 may 2014

Finanzas Funcionales vs Finanzas Sanas y Restricción Externa


Abba Lerner
Por Matias Vernengo

Los manuales de economía tienen deficiencias elementales y omisiones importantes. La discusión de la política fiscal en los textos macroeconómicos es típica de los límites de la sabiduría convencional. Más allá de la noción de las finanzas sanas, que sugieren que los déficit fiscales son en general peligrosos, y la acumulación de deuda es negativa para el crecimiento a largo plazo, los manuales convencionales incluyen, a veces, la discusión de los elementos políticos de los ciclos de negocios. La teoría partidista desarrollada sugiere que los partidos políticos de izquierda tendrían una tendencia a expandir los gastos públicos con el objetivo de reducir el desempleo, mientras partidos conservadores buscarían reducir los gastos y equilibrar los balances públicos para mantener la inflación bajo control.

La Teoría de la Elección Pública argumenta de modo más dramático que los políticos son guiados por un deseo egoísta de ser reelegidos, y que los bajos niveles de desempleo, y alto crecimiento, serían la forma de conseguirlo. Por eso el sistema político tendría un sesgo hacia crecientes déficit y un aumento permanente del tamaño del gobierno. Según los autores de la Teoría de la Elección Pública, las ideas keynesianas habrían desatado al monstruo del Leviatán, y medidas drásticas como las reglas de presupuestos equilibrados deberían ser impuestas para evitar el desenfreno populista gastador del sistema político. No muy diferente de lo que tradicionalmente el Fondo Monetario Internacional en su demanda por superávit primarios permanentes en los países en vías de desarrollo, para evitar los excesos del populismo gastador.

Cuando se analizan los datos para Estados Unidos queda claro que los déficit fiscales se expandieron durante las administraciones republicanas, el partido tenido como conservador. Durante los gobiernos de James Carter (1977-1980), Bill Clinton (1993-2000) y Barack Obama (2009 hasta 2012), los déficit fiscales disminuyeron, mientras que en las gestiones republicanas ocurrió lo opuesto. Con Ronald Reagan (1981-1988) los déficit primero crecieron, como resultado de los recortes de impuestos y mayores gastos, pero se redujeron hacia el final del mandato, después de un aumento de los impuestos, algo que sería anatema para los economistas del lado de la oferta, los abanderados de la Reaganomía.

El mismo patrón se confirma cuando se miran el gasto público en lugar de los déficit. Los gastos caen con los tres gobiernos demócratas y aumentan durante los cuatro republicanos (Ford, Reagan, Bush I y II). El trastrueco entre demócratas y republicanos es sorprendentemente poco conocido. Antes de seguir debe quedar claro que hay diferencias fundamentales entre los viejos demócratas, los del New Deal, hasta el gobierno Kennedy/Johnson, para los cuales el propósito de la expansión de los gastos era la inclusión social, y los nuevos republicanos, de Reagan en adelante básicamente, que buscan aumentar el bienestar corporativo y menores impuestos para los ricos.

Parece claro además que las razones por detrás del cambio entre demócratas y republicanos tienen poco y nada que ver con las teorías discutidas, sino con lo que se ha llamado la estrategia de “matar de hambre a la bestia”, según la cual si se cortaran los fondos, el gobierno eventualmente se vería obligado a cortar los gastos, principalmente los gastos sociales.

Finanzas funcionales

Los autores de las llamadas finanzas funcionales, que son una extensión de las ideas de Keynes hacia la política fiscal, objetan que déficit y gastos sean siempre negativos y políticamente motivados, y sugieren que los déficit fiscales deben ser juzgados por su función en la economía. Gastos y déficit que sirven para aumentar el crecimiento económico en un escenario de tasas de interés bajas no sólo serían sostenibles sino que también serían esenciales para lograr ese objetivo. La relación deuda-producto neta (los pasivos que no están en manos del sector público) en Estados Unidos es de alrededor a 70 por ciento del PIB. Esa cifra no es demasiado elevada, ni comparativamente con otros países ni en términos históricos (el pico se observó a fines de la Segunda Guerra Mundial).

En el caso norteamericano, la deuda como proporción del PIB creció debido a mayores déficit desde los años ’80 (sea por la estrategia de “matar de hambre a la bestia”, sea por las recesiones), con la excepción del gobierno de Clinton. Pero también creció porque hasta antes del colapso de la burbuja de las puntocom, las tasas de interés eran más elevadas que la tasa de crecimiento de la economía. Hay que notar que el período histórico en que las tasas de interés fueron más bajas que las tasas de crecimiento, la llamada Era Dorada del Capitalismo, más o menos de finales de los años ’40 a principios de los ’70, fue una anormalidad. Sin embargo, los gobiernos todavía tienen una gran ventaja sobre los agentes privados en relación con gastar y endeudarse; los gastos del gobierno son suficientemente grandes para aumentar el nivel de ingresos generales, elevar la carga tributaria y así afectar positivamente sus propios ingresos.

Además, es importante notar que, para los que tienen miedo sobre el tamaño de la deuda pública en el crecimiento (como el ahora desacreditado trabajo de Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, de Harvard, que decía que una deuda-producto de más de 90 por ciento tendría un efecto negativo sobre el crecimiento), que el colapso de la burbuja inmobiliaria y la recuperación lenta han creado una situación donde las tasas de interés de la Fed van a permanecer en niveles bajos por un buen tiempo. Eso abre espacio para los gastos fiscales, no sólo en el centro, sino en la periferia, donde tasas de interés bajas en el centro crean condiciones financieras favorables.

Gasto público

Para los países latinoamericanos, la lección no es solamente que más que el tamaño del gasto o de los déficit lo que importa es cómo se gasta y para qué se acumula deuda (y no su tamaño), sino también, una vez que nuestros problemas están siempre relacionados con las cuentas externas, qué gastos que permiten crecer sin afectar demasiado, o incluso reduciendo las necesidades de importaciones, son sostenibles y esenciales para construir sociedades más justas y civilizadas.

En ese sentido, el “problema fiscal” que tanto preocupa a los economistas conservadores es menos una cuestión estrictamente fiscal, de la sostenibilidad de deuda, particularmente porque deuda denominada en moneda nacional no es particularmente riesgosa, sino los efectos externos de los gastos del gobierno.

Transferencias fiscales para los grupos más necesitados, y gastos en infraestructura, Investigación y Desarrollo (I+D), sabidamente promueven el crecimiento. El peligro no está en la acumulación de deuda, una vez que el crecimiento genera un aumento de los ingresos tributarios, sino en el posible cambio del patrón de consumo de las clases con menores ingresos y el aumento de las importaciones. Aquí esta el viejo dilema de los países latinoamericanos, cómo crecer incluyendo a las clases trabajadoras sin rebasar la restricción externa. La suerte es que las condiciones externas, en términos de liquidez internacional, por la recesión en el centro, y de espacio para políticas industriales, por cuestiones geopolíticas, son favorables.

 Si América latina las aprovechará, por cierto, es otra historia. Ojalá, como dice Lula, que la esperanza venza al miedo

* Profesor de Bucknell University y de la maestría en Desarrollo Económico de la Unsam.

Original: Cash

22 dic 2013

Peligrosa obsesión por el déficit



Por Fabián Amico *


La explicación dominante acerca del efecto de los subsidios es simple: dado que dichos gastos son “financiados con emisión”, por ende generan inflación, llevando a nuevos aumentos del gasto y a una espiral insostenible. Es discutible si cualquier reducción del gasto agregado puede llevar a la desaceleración de la inflación (a propósito, los actuales niveles de utilización de la capacidad en la economía están entre los más bajos de la década), pero en este caso la reducción del gasto público (en subsidios) generaría directamente un shock inflacionario, por la suba de tarifas que le seguiría, lo que constituiría un caso inédito en la comparación internacional y una muestra palmaria de la falta de sensatez y pragmatismo del monetarismo argentino.

Como es difícil argumentar que la baja de los subsidios puede ser antiinflacionaria, se recurrió a la idea de que los subsidios serían regresivos en términos distributivos, además de “insostenibles”. Se dice, por ejemplo, que cerca del 40 por ciento de los subsidios benefician al 20 por ciento de la población de “mayores ingresos”, sin ninguna preocupación por el efecto redistributivo evidente que tendría la reducción de los subsidios por sus efectos inflacionarios.

Un trabajo reciente (Ramos & Serino, CefidAr, DT Nº 47, octubre de 2012) muestra que la quita de los subsidios y su reutilización para otros fines incide negativamente sobre las variables macroeconómicas, promueven una reducción del PIB debido a la caída del consumo privado (incluyendo a los hogares de “mayores ingresos”). Luego, la caída del nivel de actividad impacta negativamente sobre el empleo asalariado, con un claro efecto agregado regresivo.

En verdad la preocupación central no es la equidad. Uno podría subir la cantidad de subsidio a los hogares más pobres, o gravar con impuestos a los de mayores ingresos, sin necesidad en este caso de bajar (ni subir) el gasto. Pero la preocupación “dominante” es el control del gasto y no la equidad. Sin embargo, los subsidios son un gasto en moneda doméstica y como tal es siempre financiable. ¿Acaso habría algún “umbral” tras el cual la situación se tornaría explosiva? El silencio sobre este punto central es desconcertante. A esto se agrega la confusión sobre el significado de la restricción externa, que ahora expresaría una “restricción de oferta” (de energía). La solución –otra vez– sería bajar el gasto público (por ende, los subsidios) adecuando la demanda. Pero interpretar las insuficiencias de la infraestructura energética como una “restricción de oferta” equivale a confundir la situación de subdesarrollo (tecnológico, de infraestructura, productivo, etc.) con un problema de persistente “exceso de demanda”. Como observaban los viejos estructuralistas, la restricción externa es una restricción de financiamiento (divisas) y no una limitación de oferta (“de ahorro”).

El creciente gasto en subsidios no es una causa de restricción externa, sino su consecuencia. Los subsidios funcionan de modo análogo a las retenciones a las exportaciones de granos: amortiguan los shocks inflacionarios externos (los crecientes precios en dólares del petróleo y la energía) y/o los aumentos del tipo de cambio nominal, y dicho gasto debe crecer vis a vis del aumento del valor de las importaciones de energía y/o la devaluación de la moneda.

Algunos dicen que hay mucho “desperdicio” de energía y cuentan coloridas historias de usuarios que calefaccionan sus piletas de natación con electricidad o usan varios acondicionadores de aire 24 horas al día, etc. Pero en el grueso de la población las cosas son diferentes. La energía es un bien básico y la elasticidad de su consumo ante cambios de precios es forzosamente baja. Cuando suben las tarifas de los servicios, los usuarios consumen más o menos la misma cantidad, pero su gasto aumenta y cae su ingreso disponible. Ergo, gastan menos en otras cosas. El efecto contractivo, si no es compensado, produce una reducción del crecimiento y una disminución de las importaciones (entre ellas, de energía). Además, la suba de tarifas puede agudizar la puja distributiva y producir más inflación, con consecuencias inciertas sobre la distribución del ingreso.

¿Es “explosiva” la situación fiscal? El déficit primario fue 0,2 por ciento del PIB en 2012 y el financiero fue 2,5 por ciento, mientras en 2013 el déficit tiende a reducirse. Curiosamente, el severo “Pacto de estabilidad y crecimiento” de la Unión Europea permite un déficit público máximo de hasta 3 por ciento del PIB. ¿Por qué Argentina debería ser más estricta que la Unión Europea?

Quienes están obsesionados por el déficit deberían considerar que el resultado fiscal es endógeno. La política fiscal afecta el equilibrio presupuestario al influir en la situación macroeconómica por su impacto en los ingresos privados y en los impuestos percibidos sobre esos ingresos. Ergo, la reducción del gasto, dado su impacto negativo sobre la demanda agregada y la base imponible, daría lugar a menores ingresos fiscales y un mayor desequilibrio fiscal. Así, incluso para el equilibrio fiscal, sería bueno tener en cuenta la situación macroeconómica general, y no focalizarse en el resultado presupuestario.

En un escenario de desaceleración económica, la combinación de austeridad fiscal y mayor devaluación puede empeorar las cosas, ya que hace más cara (e inflacionaria) la energía importada y profundiza las tendencias contractivas, haciendo incluso más difícil (y costoso) el logro del equilibrio fiscal. En verdad, Argentina sólo mejoró su resultado fiscal cuando creció (y no a la inversa). Por ende, sería conveniente pensar en una agenda de mediano plazo que, al tiempo que sostenga la política de subsidios, apunte a acelerar y profundizar las políticas sustitutivas de energía y recomponer las condiciones generales de financiamiento externo de la economía.


* Economista, coeditor de la revista de economía Circus.

Original: Pagina 12

30 sept 2011

La obsesión del ajuste fiscal en el convencionalismo económico




Posteamos un muy interesante reporte de este año de la UNCTAD, que nos remite a los problemas de la causalidad teórica de la economía convencional, que siempre ubica en la expansión fiscal la causa de las crisis, leyendo la economía con una causalidad de crecimiento desde el lado de la oferta. De alli entonces, que sus diagnósticos sobre inflación, relación de endeudamiento sobre producto, crecimiento, etc. impulsen un agravamiento del problema que supuestamente intentan resolver.
El informe sorprende por resaltar estos problemas teóricos y prácticos de la versión dominante de la teoria económica, y al revés postula que no es causa de la actual crisis.
AF.




"La obsesión actual con el ajuste fiscal en muchos países es un error, ya que los riesgos de la lucha contra  los síntomas del problema, es dejar las causas básicas sin cambios. En prácticamente todos los países, el déficit fiscal ha sido consecuencia de la crisis financiera mundial, y no una causa. Pocos países tuvieron grandes déficit fiscales antes de la crisis y, de hecho, algunos incluso tuvieron superávit. El déficit fiscal de hoy es una consecuencia inevitable de los estabilizadores automáticos y las medidas destinadas a contrarrestar los efectos de la crisis, incluyendo la política de paquetes de estimulo que implicaron un aumento del gasto público, tasas impositivas más bajas y fondos públicos para rescatar instituciones financieras. Pruebas empíricas de distintos países y regiones demuestran que la crisis fue causada por cambios de fondo de la competitividad nacional y los desequilibrios del sector privado, que estaban estrechamente relacionados con un mal funcionamiento sector financiero en los países desarrollados. Estas causas fundamentales no están siendo atendidas en el enfoque actual del ajuste fiscal en algunos países. Peor aun, el desvío de la atención de las causas subyacentes y hacia los llamados derroches fiscales en otros países, que a su vez podría conducir a un ajuste fiscal, aumenta el riesgo de estancamiento o incluso de revertir, la recuperación económica.

Con respecto al déficit fiscal de hoy y la deuda pública, la evidencia empírica muestra que, a pesar de que estos constituyen una proporción relativamente elevada del PIB en algunas partes del mundo - especialmente en algunos los países desarrollados - en muchos países no son grandes en términos históricos. Aún más significativamente, los datos muestran que en todas las regiones del mundo, los pagos de intereses sobre la deuda pública como porcentaje del PIB fueron menores en 2010 que lo han sido en cualquier momento en los últimos 13 años. Con unas poquísimas excepciones, las tasas de interés han seguido siendo bajos, aunque el tamaño de la deuda pública ha aumentado.
Incluso en los países desarrollados que están llevando a una mayor deuda pública como proporción del PIB, el interés pagos en 2010 fueron significativamente menores que a finales de 1990 (un 2,7 por ciento del PIB, frente con el 4,4 por ciento). Los políticos no deberían centrarse sólo en el stock de deuda. Tienen que considerar la relación entre el saldo de la deuda y las variables flujo, incluyendo las tasas de interés y los ingresos fiscales que afectan a la capacidad de un país para soportar su deuda. Un factor importante que influye en los cambios de la carga de la deuda pública es el crecimiento del PIB: es prácticamente imposible bajar altas relaciones de deuda a PIB cuando una economía está estancada, a menos que el deudor obtenga una reducción considerable de la deuda.
Por lo tanto, el nivel de déficit fiscal de un país (o superávit) tiene que ser visto desde un enfoque más holístico y una perspectiva más dinámica, en el contexto de su impacto sobre la sostenibilidad de la posición financiera de un país y en su estabilidad económica y las perspectivas de crecimiento. Desde esta visión, la composición de los ingresos y los gastos fiscales y otras muchas variables que tienen un impacto sobre la sostenibilidad del espacio fiscal de un país, son también importantes
". Conclusiones cap. II, Pag. 52-54

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"El análisis anterior sugiere que la mejor estrategia para reducir la deuda pública es la de promover el crecimiento por medio de políticas fiscales. Además, parece ser a partir de la evidencia que la expansión fiscal tiende a ser más eficaz si el gasto tiene prioridad sobre las reducciones de impuestos, si son objetivos de gasto en infraestructura y transferencias sociales y si a su vez el recorte de impuestos es sobre los ingresos de grupos de menores ingresos, que generalmente tienen una mayor propensión al gasto.
La expansión fiscal, aumentando el nivel de la actividad y los ingresos, como se señaló anteriormente, aumenta los ingresos corrientes y reducen la proporción deuda-PIB, en particular si las tasas de interés son relativamente bajas en comparación con el crecimiento del PIB. En este sentido, los problemas asociados con el crecimiento de la deuda pública, sobre todo cuando la deuda no se relaciona principalmente con problemas fiscales, son mejor resueltos por una estrategia de expansión fiscal.

Además, si se argumenta que, por razones económicas y / o por razones políticas, hay poco espacio para la expansión fiscal, siempre existe la posibilidad de redirigir el gasto y los impuestos para apoyar medidas más expansivas. De nuevo, esto sugiere que el gasto debe tener prioridad sobre los recortes de impuestos, y que ambas medidas deberían beneficiar grupos de bajos ingresos en particular.
Una distribución más equitativa del ingreso haría una recuperación económica más autosuficiente y mejoraría las posibilidades de lograr la consolidación fiscal.
En este sentido, el aumento de los salarios reales en línea con la productividad, y, sobre todo países en desarrollo con grandes sectores informales, transferencias del gobierno a los segmentos de bajos ingresos de la sociedad, son un complemento importante a la expansión fiscal.
Más allá de la noción de que el crecimiento es la mejor solución para reducir la deuda pública a PIB, es importante destacar que los índices más altos de deuda pública  en sí, sobre todo en los países desarrollados después de la crisis, no representan una amenaza para la sostenibilidad fiscal.

La deuda pública es hoy mucho más sostenible que la deuda privada antes de la crisis. Siempre y cuando las tasas de interés son bajas y existe capacidad no utilizada, no hay efecto desplazamiento de la inversión privada, y en el mundo de la mayores ratios de deuda pública no suponen un problema para la recuperación. Para el mundo en su conjunto, y para las grandes economías, la única estrategia garantizada es por la consolidación a través del crecimiento. Crecimiento, combinado con bajas tasas de interés, traerán un aumento de los ingresos y una caída los ratios de deuda en el tiempo. Esto implica que la política monetaria debe seguir para mantener bajas las tasas de interés con el fin de mantener soportable el peso de los intereses del sector público.

Si la inflación se percibe como una amenaza seria a la estabilidad económica, y dado que en la mayoría de las economías las presiones sobre los precios se han originado en gran medida por la financiarización de los mercados de commodities, la subsecuente, segunda ronda de efectos posteriores, (como un espiral de precios y salarios) deben ser tratados por políticas de ingreso, más que mediante la adopción de medidas macroeconómicas restrictivas.
Hay casos cuando una restricción externa (por ejemplo, cuando la falta de competitividad produce déficit en la cuenta corriente) impide la expansión fiscal porque agravaría el desequilibrio externo. En ese caso, se debe dar prioridad a la solución del problema de la balanza de pagos en lugar de introducir medidas de austeridad. Esto es particularmente importante para países que son miembros de una unión monetaria".
Conclusiones Cap. III, pag. 82-3




Trabajo en inglés

23 sept 2011

El sonido (las finanzas sanas) y la furia


Matías Vernengo

















El consenso político actual en el mundo desarrollado (es decir, los Estados Unidos y Europa) reside en que la austeridad fiscal (el eufemismo usado en estos días es la consolidación) es necesaria. Christine Lagarde, el nuevo Director Gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), dijo recientemente en el Financial Times que: "el ajuste fiscal debe resolver el dilema de ser ni muy rápido ni muy lento."

Eso es lo que ella se refiere como "la consolidación fiscal Ricitos de Oro", es decir, reducir el gasto y aumentar los impuestos, pero por favor, poco a poco! Repitió esto en su charla en la conferencia Jackson Hole, argumentando que el fin de obtener una consolidación gubernamental "creíble" debe ser implementada: "Las medidas que cambian la tasa de crecimiento de los derechos, la salud o la jubilación." En otras palabras, reducir el gasto y aumentar los impuestos, fundamentalmente, en programas sociales que benefician mayoritariamente a los pobres.


Esto simplemente pierde el punto de todo lo que sabemos acerca de la consolidación fiscal, e insiste en el mito de las contracciones fiscales expansivas Lagarde [no se molesta en decir cuál es el mecanismo por el cual la contracción fiscal daría lugar a la demanda de expansión, pero debe ser una variante de lo que Paul Krugman llama] el "hada confianza". Reducir el gasto y aumentar los impuestos, reducir el nivel de actividad y reducir los ingresos, incrementa los déficit y la deuda, y el crecimiento se ralentiza, hacen crecer la razón deuda-PIB. En otras palabras, la austeridad fiscal hace que la consolidación de las cuentas fiscales sea más difícil.

Tenga en cuenta que la consolidación fiscal se está utilizando, en los Estados Unidos y en Europa, para promover un conjunto de políticas que poco tienen que ver con las preocupaciones de corto plazo con el desempleo, y mucho que ver con la agenda a largo plazo de lo que el Estado debe hacer, y qué tipo de sociedad que queremos para vivir, el modelo económico en los EE.UU. y Europa se ha basado en los salarios estancados y el crecimiento económico asociado con burbujas, en los EE.UU. una burbuja de consumo, y en Europa una burbuja en el periferia, que permitió a Alemania que depender de crecimiento de las exportaciones. En ambos casos, los ricos y el sector financiero había ido bien mientras que los trabajadores han luchado.

Ahora que el sistema ha demostrado ser insostenible, y una vez que los gobiernos rescataron el sector financiero, en lugar de garantizar que una nueva crisis no pueda producir mediante la imposición de severas restricciones a los especuladores financieros, los recortes en el gasto social se están imponiendo en los EE.UU. y Europa. Las élites en los países desarrollados no van a dejar que esta crisis se desperdicie. En los EE.UU. algunos republicanos quieren aumentar los impuestos, pero a los pobres! Una crisis financiera causada por el excesivo endeudamiento del sector privado se ha transformado en una oportunidad para hacer retroceder el Estado del Bienestar.

En Europa, Angela Merkel y Nicolas Sarkozy no sólo se negaron a apoyar la emisión de eurobonos, lo que reduciría significativamente los costos de los intereses de la periferia, pero también presionados por reglas más estrictas sobre el déficit para los países periféricos. En España, los socialistas y la oposición va a imponer un régimen constitucional para limitar el déficit y la deuda, algo que no funcionó en Argentina (la llamada ley de déficit cero en las últimas etapas de la crisis). En los EE.UU. el acuerdo bipartidista para extender el límite de la deuda más probable es que incluyen recortes en programas sociales como Medicare y Seguro Social. Los recortes en los salarios de los trabajadores del sector público, la extensión de la edad de jubilación, la reducción de beneficios, y la privatización, todos los mantras de las fracasadas políticas neoliberales están de vuelta en el orden del día.

Pero peor que la falta de compromiso con las políticas, es la inexplicable falta de preocupación por las consecuencias sociales y políticas de estas políticas económicas. Los políticos no deberían sorprenderse con la furia de las calles, la de los españoles "Indignados," los trabajadores públicos en Wisconsin, o incluso del menos coherente Tea Party, o más aterrador del tirador irracional en Noruega. La década de 1930 no sólo vio el surgimiento de alternativas progresistas para reducir la inestabilidad del capitalismo, como Keynes y otros reformistas moderados querían, sino también el aumento de la violencia social y el horrible fascismo. Si las élites políticas en los Estados Unidos y Europa no revierten el curso de finanzas sanas, la furia en las calles estarán cada vez más fuera de control. La política económica en estos días es cada vez más, como el sugerido título, un cuento narrado por un idiota lleno de ruido y furia que no significan nada.

Original: Triple Crisis