*
Por: Joaquín Sostoa (@joasostoa) y Rubén Alderete (@anotherstroke)
En un artículo del pasado 12 de julio
el ex presidente del Banco Central del Paraguay, Carlos Fernández
Valdovinos, analizaba el aumento del endeudamiento público y los gastos
del Estado y vaticinaba que, en el “mediano plazo”, será inevitable e
inexorable un ajuste fiscal porque, de no hacerlo, correremos el riesgo
de perder la estabilidad macroeconómica necesaria para el crecimiento
sostenido. Así, su planteo se basa en la idea de que un déficit
presupuestario en el Estado (es decir, más gastos que ingresos), provoca
un descalabro en las finanzas públicas.
Para Valdovinos, “no será suficiente” con congelar gastos públicos
(como salarios, transferencias y gastos de inversión) para alcanzar la
meta de la Ley de Responsabilidad Fiscal (un déficit de 1,5% del PIB).
Lo que él en realidad sugiere es que la solución para evitar un
desequilibrio financiero del Estado es recortar gastos públicos.
Hay que notar que Valdovinos omite que, para equilibrar
financieramente al Estado, se podría también aumentar sus ingresos (en
lugar de reducir sus gastos), aplicando, por ejemplo, un aumento de la
presión tributaria. Pero no nos desviemos, no estamos escribiendo este
artículo para discutir cómo hacer un ajuste fiscal. No queremos caer en
las propuestas de cierto progresismo que pretende hacer ajustes fiscales
“con rostro humano”. Lo que queremos debatir aquí es la idea misma de
hacer ajustes fiscales por motivos de “sostenibilidad presupuestaria”,
sea de la forma que sean.
“Para todo problema complejo hay una solución clara, simple y equivocada”
La idea del ajuste fiscal por dichos motivos nace de dos conceptos sencillos pero erróneos.
El primero es que el funcionamiento financiero del Estado puede
compararse al de cualquier hogar o empresa del sector privado. El
segundo es la utilización genérica del concepto de “deuda pública”,
cuando claramente hay que distinguir entre los compromisos que se
adquieren en moneda local (guaraníes) y en moneda extranjera
(esencialmente dólares).
Desentrañar estas confusiones teóricas nos ayudará a entender qué es
lo que en realidad causa los desequilibrios macroeconómicos que, como
bien dijo Valdovinos, suelen ser obstáculos para un proceso continuo de
desarrollo.
Si, como Valdovinos, parangonamos el funcionamiento del Estado al de
un hogar, el ajuste es, pues, inevitable: cualquier familia que gaste
por sobre lo que ingresa deberá, forzosamente, endeudarse. Y si esto se
repite constantemente, como él dice que ocurrirá, el pago de la deuda se
hará insostenible. Solo se podrá llegar a buen puerto si cambiamos
nuestro desenfrenado estilo de vida y recortamos nuestros gastos (o si,
por cuestiones del destino, nos sacamos la lotería).
Por lo tanto, siguiendo lógicamente este argumento, el tamaño de la
deuda pública es, en sí mismo, preocupante. Lo anteriormente descrito
fue llamado por nuestro economista de Chicago como “restricción
presupuestaria del gobierno”.
Ahora bien, el Estado -a diferencia de cualquier despensa o
supermercado- no posee esta restricción presupuestaria si sus gastos se
realizan en su propia moneda. Varios países tienen la
ratio deuda pública sobre PIB incluso arriba del 100% y ningún
desequilibrio macroeconómico a la vista. Los ingresos que obtiene el
Estado en su moneda se generan con la propia moneda que él emitió
previamente, ya que el Estado es emisor de moneda. Por eso, todo ingreso
que percibe por el cobro de impuestos solo se puede hacer porque el
ente hizo un gasto con antelación. Se entiende que, en realidad, son los
gastos los que generan los ingresos y no al revés.
Entonces, técnicamente los gastos del Estado en la moneda que él
mismo emite no están restringidos por sus ingresos. Toda deuda pública
en moneda local es siempre financieramente sostenible y no empobrece al
país. Por más que el Estado suba sus ingresos con impuestos para pagar
deuda e intereses a un poseedor nacional de deuda, lo único que está
haciendo es transferir dinero de un ciudadano a otro. Es decir, quitando
dinero de su bolsillo izquierdo y metiéndolo en el derecho.
Pero si, por alguna razón, no se quiere aumentar impuestos, el Estado
puede, simplemente, emitir moneda, y esto no solo para pagar una deuda,
sino para cubrir el gasto que desee. El resultado será el mismo. Una
vez aceptado que el Estado no posee restricción presupuestaria en su
moneda, tenemos que aceptar, asimismo, que no existe ningún “ahorro
público” cuyo fin sea pagar deudas en moneda local.
Los límites de la emisión
Pero ¿puede el Estado hacer emitir moneda indefinidamente? Si bien,
estrictamente, la respuesta es que sí, esto no significa que deba
hacerlo. Seguramente, luego de leer hasta aquí, muchos se han preguntado
por la cuestión de la inflación que podría llegar a producir la emisión
monetaria. Esta situación podría darse solo si la economía está en pleno empleo.
Mientras los recursos del país no se utilicen plenamente, un aumento en
la demanda agregada (fruto de la emisión monetaria, por ejemplo)
modificará las cantidades producidas, es decir, el crecimiento
económico, sin efectos mayores en los precios. Y aún más, la demanda
agregada puede aumentar incluso con gasto financiado con impuestos o
deuda. Por lo tanto, el Estado puede aumentar el nivel de la demanda
agregada hasta el límite establecido por el pleno empleo.
Es en el sentido de este último párrafo que tenemos que juzgar la
sostenibilidad de una determinada política económica, es decir, por sus
efectos en el bienestar general y en la economía, y no de forma
independiente y aislada. De forma más clara, juzguemos al déficit fiscal
por sus efectos, de forma “funcional”. ¿Aumenta el empleo? ¿Genera
inflación? ¿Puede tener alguna influencia en el tipo de cambio? No la
juzguemos en su cifra misma, por una especie de sostenibilidad
financiera.
Por lo tanto, el déficit fiscal no es en sí mismo “malo o bueno”. Es
solo un instrumento de política económica: puede tener efectos positivos
si, por ejemplo, en un contexto de desempleo alto se utiliza para
realizar obras públicas que requieran mucha mano de obra. Por el
contrario, puede ser malo si no hay desocupación, pues derivará en un
aumento de la inflación.
También, hay que tener en cuenta que los déficits fiscales tienen un
componente endógeno, es decir, dependen del nivel de actividad. Si la
economía se contrae, y se perciben menos impuestos, un déficit será
inevitable. Por
ejemplo, desde los años 2004 a 2011 Paraguay tuvo superávits fiscales
continuos sin ningún tipo de restricción fiscal, debido al gran
crecimiento acelerado de esos años. Pero, cuando los precios de los commodities
cayeron y consigo el nivel de actividad, empezaron a registrarse
déficits continuados, a pesar de que surgió la voluntad política de
limitar los déficits a través de la Ley de Responsabilidad Fiscal (LRF).
En conclusión, en el Estado los recursos que pueden ser escasos no
son los monetarios, pues éste siempre puede obtener el dinero que
requiera para sus gastos. Los límites se encuentran una vez que el nivel
de actividad llega al pleno empleo, o se acerca lo suficiente. Esto
explica por qué un ajuste fiscal es totalmente innecesario por motivos
de sostenibilidad financiera.
Deuda pública: no todo es lo mismo
El otro punto cuestionable en el argumento de Valdovinos es la manera
en que se refiere al endeudamiento del sector público, sin especificar
en qué monedas se pactan esos compromisos. El análisis de la deuda
pública necesariamente debe distinguir entre guaraníes o dólares (u
otras divisas), fundamentalmente por dos razones.
Primero, por la manera en que se obtienen esas monedas. Como
remarcamos antes, el Estado paraguayo no debería tener mayores
inconvenientes en conseguir guaraníes, dada su soberanía monetaria. Por
el contrario, otra es la situación en lo que respecta a la moneda
extranjera: las divisas se obtienen, principalmente, por medio de las
exportaciones.
La segunda razón radica en los distintos efectos económicos que
provoca la acumulación de deuda en moneda local o extranjera. Mientras
que la deuda interna denominada en guaraníes no representa un problema
mayor, la acumulación de deuda externa sí puede llegar a tener efectos
contractivos en la actividad económica.
Para entender mejor este último punto es necesario introducir algunas
nociones sobre la sostenibilidad de la deuda externa del sector
público. Una manera ampliamente aceptada de analizar esta cuestión es a
través de la ratio deuda externa/exportaciones. También puede compararse
la evolución promedio de los costos de la deuda con la tasa de
crecimiento de las exportaciones. Estas herramientas sencillas nos dan
una primera impresión de cómo evoluciona la sostenibilidad de estos
compromisos y dejan en evidencia una cuestión fundamental: la fragilidad
ante cualquier modificación de las condiciones externas.
Cambios en las tasas de interés internacionales, en los términos de
intercambio o vencimientos de deuda en periodos muy cortos de tiempo
pueden alterar los indicadores mencionados volviéndolos insostenibles.
¿Por qué? Porque en ese caso los compromisos en moneda extranjera
crecerían a un ritmo mucho mayor que la capacidad de la economía para
poder hacerse de divisas.
De darse esta situación, la consecuencia es la escasez de divisas,
que resulta generalmente contractiva para la economía: por un lado, por
sus efectos negativos sobre las importaciones (que se adquieren en esa
moneda) y, por otro lado, por la depreciación del tipo de cambio, que
está relacionado, a su vez, con una mayor inflación y con la disminución
del valor real de los salarios.
Esta situación es conocida, generalmente, como “restricción externa”. En un país en vías de desarrollo como el nuestro, la
estabilidad económica no reside en el equilibrio presupuestario del
Estado, sino más bien en la capacidad de administrar la restricción
externa a fin de que no sea un problema recurrente.
Ahora se entiende por qué es importante saber distinguir dentro de la
llamada “deuda pública” qué parte está tomada en guaraníes y qué parte
en dólares. Si los compromisos en moneda extranjera aumentan y la deuda
con el exterior no se puede pagar, entonces vamos a sufrir una crisis si
se dan las condiciones para que aparezca la restricción externa.
En este contexto, es necesario repensar la estructura productiva, que
cumple aquí un rol fundamental. Hay que recordar que la mayor parte de
las exportaciones se concentran en el sector primario, caracterizado por
la alta volatilidad en los precios de sus productos.
Enfocar mayores esfuerzos en la exportación de bienes y servicios con
mayor valor agregado y precios más estables puede ser un paso
fundamental para la estabilidad económica y, por ende, el bienestar de
la población.
Original: ACA
No hay comentarios:
Publicar un comentario