El viejo Almacén. BsAs

Surplus Approach

“Es necesario volver a la economía política de los Fisiócratas, Smith, Ricardo y Marx. Y uno debe proceder en dos direcciones: i) purgar la teoría de todas las dificultades e incongruencias que los economistas clásicos (y Marx) no fueron capaces de superar, y, ii) seguir y desarrollar la relevante y verdadera teoría económica como se vino desarrollando desde “Petty, Cantillón, los Fisiócratas, Smith, Ricardo, Marx”. Este natural y consistente flujo de ideas ha sido repentinamente interrumpido y enterrado debajo de todo, invadido, sumergido y arrasado con la fuerza de una ola marina de economía marginal. Debe ser rescatada."
Luigi Pasinetti


ISSN 1853-0419

Entrada destacada

Teorías del valor y la distribución una comparacion entre clásicos y neoclásicos

Fabio PETRI   Esta obra, traducida por UNM Editora, ha sido originalmente editada en Italia con el título: “Teorie del valore e del...

Mostrando entradas con la etiqueta ecologia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta ecologia. Mostrar todas las entradas

8 may 2021

Los problemas del medioambiente y las concepciones liberales ¿pueden resolverse sin un Estado fuerte e interventor?

 



 

Por Eduardo Crespo* y Alejandro Fiorito **

 

Los desafíos medioambientales serán quizás el tema de mayor relevancia para la humanidad durante lo que resta del siglo XXI. Las posibilidades de que los problemas ambientales se agraven son significativas y no se visualizan condiciones políticas y medios institucionales adecuados para revertir la tendencia al deterioro. La creciente polarización ideológica y religiosa en Occidente, así como la naturalización de políticas consistentes en instalar la desconfianza contra toda intervención gubernamental apelando a técnicas de manipulación de masas y campañas moralizadoras, nos permite imaginar que será sumamente difícil adoptar las medidas de acción colectiva que la hora demanda.

Cuando se instala la sospecha hacia la ciencia, como lo hizo el trumpismo en EEUU, se puede desconfiar también del ‘presunto’ cambio climático, del derretimiento de los polos, de la reducción de la biodiversidad. Al fin al cabo, como ya la señalaba Adam Smith en el siglo XVIII, cuando la especialización extrema que nos impone la división del trabajo no es compensada con cierto universalismo enciclopédico por el sistema educativo, podemos ser completamente ignorantes en todo, exceptuando nuestra especialidad. En nuestra vida cotidiana nos topamos con pocas prevenciones intelectuales contra el terraplanismo, el creacionismo y el fanatismo ideológico y religioso. 

La política de la desconfianza se puso en evidencia, una vez más, durante la pandemia. En Argentina la oposición militó contra la “vacuna rusa”, en otras latitudes la sospecha recayó en la ‘vacuna china’, el bolsonarismo en Brasil hizo lo propio contra todas las vacunas. Los  mismos economistas y analistas políticos que erraron todos sus diagnósticos (y políticas) durante los últimos años, abusando de gráficos y estadísticas se abocaron a combatir las  previsiones de ANMAT y la mayoría de los epidemiólogos. En todo Occidente observamos resistencias enormes contra las imprescindibles medidas de aislamiento social. Los resultados están a la vista cuando comparamos el número de muertos y afectados con lo ocurrido en sociedades sometidas a presión (y disciplina) de guerra como Israel y los países de Asia Oriental. En este cuadro, ¿podemos esperanzarnos de que gobiernos y organizaciones internacionales podrán sobreponerse a intereses particulares para impulsar agendas ambientales de carácter global?

En América Latina, y en Argentina en particular, es cuadro es paradójico. Por un lado, quienes se oponen a los diagnósticos científicos y las medidas para preservar el medioambiente pertenecen, como ocurre en todas partes, a la derecha tradicional y cuentan con el apoyo de aquellos que se apropian de tierras a través de la deforestación, como en Brasil, o de quienes ven reducida su rentabilidad ante eventuales medidas ambientales. Por otro lado, los grupos ambientalistas de la región, integrados mayoritariamente por militantes progresistas y de izquierda, no contraponen a estas tendencias una visión fundada en la ciencia que busque fortalecer las imprescindibles capacidades estatales para enfrentar estos problemas. Desde que la URSS y varias otras tentativas de transformación revolucionaria comenzaron a mostrar síntomas de decaimiento, en la década de 1970, una parte significativa de la izquierda mundial abrazó concepciones románticas que desconfían del cambio técnico y desdeñan resultados científicos. La vieja concepción marxista de que la emancipación social debe buscarse en el desarrollo de las fuerzas productivas fue reemplazada por un hippismo emocional que se desentiende de la viabilidad política y menosprecia la consistencia económica. Representan una rémora que se remite una y otra vez a la posición decimonónica a la Mary Shelley sobre la pretensión prometeica del científico.

Entre quienes se movilizan por causas ambientalistas en Argentina abundan los militantes del decrecimiento (¡en un país que se cuenta entre los que menos crecieron en el mundo en décadas!), post-colonialistas que desdeñan el desarrollo económico como un ‘mito’ europeo, expertos en respiración y astrólogos. Lo que tienen en común es desconocer que la peor política ambiental es aquella que conduce al subdesarrollo. Compare el lector los efectos de cualquier catástrofe natural, por ejemplo, un terremoto en Haiti, India o Paquistán, con el mismo fenómeno en Chile, Italia o Japón. ¿Donde mueren decenas de miles de personas y se desmoronan infraestructuras que demoran décadas en repararse?

Parte del ambientalismo argentino se opone con irracionalidad a los transgénicos, cuando desde el neolítico venimos modificando plantas y animales, rechazan los agroquímicos cuando la mayor parte de la humanidad se alimenta gracias a ellos, se oponen a la minería cuando debería ser evidente que sin minería no habría industria y sin industria sería  imposible el desarrollo económico moderno y todas las mejoras experimentadas por la humanidad en los últimos 200 años, en términos de pobreza, esperanza de vida, salud, alfabetización, saneamiento, etcétera. Por un conservadurismo tecnológico espontáneo adoptan un “principio de precaución” radical en clave siempre ideológica: “por las dudas que no se haga” dicen… total ellos ya integran la clase media y no tienen que batallar por empleos, lugares donde vivir, condiciones dignas para sustentar a sus hijos. A modo de ejemplo, Argentina está en condiciones de auto-abastecerse de uranio. Ver Luis Lopez de CNEA https://www.youtube.com/watch?v=yAbkb-5gbQ8 Sin embargo, lo estamos importando porque grupos ecologistas y algunos medios de comunicación, sin siquiera mediar un estudio de impacto ambiental, frenaron la explotación. Interrumpieron, por ejemplo, operaciones en la mina Amarillo Grande, Rio Negro, una explotación pequeña de una profundidad máxima de 30 metros que proveía nada menos que al mayor orgullo tecnológico de nuestros abortados esfuerzos desarrollistas de antaño: el INVAP.

A nuestros problemas ambientales no los van a resolver la magia del mercado ni el emprendedorismo privado. Tampoco podrán hacerlo ONGs financiadas por embajadas o asociaciones de agricultores europeos. En vano podemos esperar soluciones de grupos minoritarios especializados en reclamar subvenciones estatales con grandilocuencia revolucionaria. Sólo un aparato estatal organizado y dotado de fuertes capacidades de intervención, con poderes represivos para punir a quienes lucran destruyendo el medioambiente, e infraestructurales para inducir la cooperación ciudadana, podremos enfrentar los retos ambientales futuros. Para eso es necesario que el Estado pueda cobrar impuestos, disponga de capacidad para financiar infraestructuras, promueva exportaciones, induzca la substitución de importaciones, por ejemplo, explotando nuestro petróleo no-convencional y nuestro uranio, permita e impulse proyectos que generen empleos bien remunerados y oportunidades de movilidad social para la mayoría de la población. Todas estas condiciones requieren un Estado con capacidad de planificación y organismos con personal calificado para evaluar proyectos, especialmente aquellos que tienen daños ambientales potencialmente elevados. El desarrollo de estas actividades debe quedar a cargo de instituciones responsables y dotadas con recursos para realizar estudios fundados en la ciencia. No podemos dejar que nuestras magras posibilidades de desarrollo y nuestro medioambiente queden a merced de campañas de moralización en base a fake news, caranchos y oportunistas políticos. 

 

* Profesor de la Universidad Federal de Rio de Janeiro (UFRJ) y la Universidad Nacional de Moreno (UNM)

** Profesor de la Universidad Nacional de Moreno (UNM) y Universidad de Buenos Aires (UBA)

 original

15 nov 2020

Pateando la escalera hacia el desarrollo

 



 

Por Eugenio Heinze, Fernando Córdoba, Hernán Cahais y Lucas Benitez


El ambientalismo chic desde hace unos años presenta una nueva narrativa que permitió una amalgama perfecta con algunas facciones de las nuevas izquierdas latinoamericanas del siglo XXI. Estas adoptan y llevan como estandarte, durante los últimos meses, una agenda abiertamente apocalíptica en torno a dos hechos que consideramos importantes para el desarrollo del país:

1. El acuerdo firmado con la República Popular China, que permitirá aumentar considerablemente la producción y exportación de carne porcina.

2. La autorización por parte del gobierno nacional a la producción y comercialización del trigo transgénico HB4 desarrollado por Bioceres, CONICET y Florimond Desprez.

En este marco, analizaremos lo que consideramos como el falso dilema entre ambientalismo - desarrollo, promovido por ciertos sectores que, en su afán verde, olvidan los condicionantes de la estructura social, económica y política de los países periféricos. Esto no quita que la cuestión ambiental no sea un tema importante que debe ser abordado por el conjunto de la sociedad, o que el desarrollo económico no tenga impactos en el ambiente. Simplemente, creemos fervientemente que no se puede caer en métodos de análisis ajenos a nuestra realidad.


Argentina-China: Acuerdo de producción de carne porcina

Según datos realizados por el Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, el acuerdo prevé una inversión de US $3.800 millones que posibilitará un incremento del stock de madres de 300.000 cabezas en un plazo de 4 años y la creación de 9.500 nuevos puestos de trabajo directos -y otros tantos indirectos-.

El nuevo esquema de producción radica en el desarrollo de 25 granjas porcinas de 12.000 madres cada una. Estas serán unidades cerradas y autosustentables que deberán tener incluído plantas de elaboración de alimento balanceado, biodigestores (generación de energía y bio fertilizantes), criadero ciclo completo, frigorífico exportador, proceso sin laguna de efluentes, oficinas del Senasa y una Aduana en puerta.

De esta manera, se estima producir 882.000 toneladas de carne adicionales que tendrán como destino el mercado chino por un monto de US $2.500 millones anuales. Actualmente, la producción nacional de carne de cerdo ronda las 700.000 toneladas, un 250% superior al volumen producido en 2009, sin haberse registrado ningún desastre ambiental, sino más bien un ciclo virtuoso de inversión - consumo - empleo.

Un claro ejemplo de ello, son los datos suministrados por el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos respecto al ranking de países productores de carne porcina, que por cierto, no presentan registros de problemas ambientales por dicha actividad. Por ejemplo, Daniel Schteingart (1) remarca el caso de Dinamarca, país cuya superficie es un séptimo de la provincia de Buenos Aires y en donde la faena anual de chanchos es de 18 millones, contra 6 millones que tiene hoy nuestro país. Y es el caso de Alemania, cuya superficie es similar a la de la provincia de Buenos Aires y en donde la faena anual de cerdos es 55 millones. En ninguno de estos casos, los países registraron problemas ambientales ni sanitarios.



Para concluir, surgen los siguientes interrogantes: ¿Sabrá el ambientalismo chic que la actividad porcina se triplicó desde el 2003 sin generar ningún problema ambiental?; ¿Sabrán que los países mencionados en el cuadro son de los principales productores de carne porcina?; ¿Por qué nosotros deberíamos dejar pasar esta oportunidad?; ¿Que es una falsa solución? Tal vez desde la comodidad de sus ONG`S sea fácil twittear, pero hay millones de personas que no cuentan con la misma suerte y continúan esperando su oportunidad.


Trigo Transgénico HB4, ¿Qué sucede con los agroquímicos?



En octubre pasado, el gobierno nacional publicó en el Boletín Oficial la Resolución N° 41/20, que aprueba la producción y comercialización del trigo transgénico HB4 tolerante a la sequía, desarrollado de manera tripartita entre el CONICET y las empresas Bioceres y Florimond Desprez.

Vale la pena aclarar, que una semilla transgénica es aquella que es producto de una modificación genética en su ADN al incorporarle génes de otro ser vivo. Como resultado, se obtiene una semilla que al ser sembrada y germinada permite obtener un mayor rinde por hectárea, siendo resistente a las inclemencias climáticas como la escasez de agua ó el aumento de la salinidad de los suelos.

Mientras tanto, cientos de intelectuales nacionales se manifestaron abiertamente en contra del uso del HB4 en Argentina. En una carta abierta le solicitaron al gobierno nacional que dé marcha atrás con la aprobación del trigo transgénico porque entienden que es un negocio para las corporaciones al mismo tiempo que transmite sustancias cancerígenas a los consumidores mediante el uso de agroquímicos.

En línea con lo expuesto en el párrafo anterior, muchas veces hemos escuchado hablar de la potencial capacidad tóxica del glifosato sobre el ser humano y el ambiente. Estos argumentos, que circulan en la opinión pública, se tornan caricaturescos cuando se los contrasta con los estudios científicos que demuestran la baja toxicidad del glifosato. Incluso, como señala José Miguel Mulet (2), esta es menor que la de una aspirina y sólo podría ser cancerígeno al ser utilizado en dosis muy altas, ya que pertenece a la categoría 2A del Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (IARC). Esta categoría, por ejemplo, es la misma a la que se exponen los trabajadores de una peluquería o los tomadores de mate. Asimismo, el CONICET en un informe vinculado a la incidencia del glifosato en la salud humana y el ambiente realizado en el año 2009 señala: “cabe concluir que bajo condiciones de uso responsable (entendiendo por ello la aplicación de dosis recomendadas y de acuerdo con buenas prácticas agrícolas) el glifosato y sus formulados implican un bajo riesgo para la salud humana o el ambiente.” De esta manera, insistimos en que no hay problemas de toxicidad con el glifosato mientras se utilice correctamente.  


A modo de comentario final, los ambientalistas chic no deberían olvidar que el discurso del desarrollo sustentable es difundido por organismos internacionales que responden a potencias geopolíticas. Al respecto, realizamos una analogía entre el debate que plantea la nota con el trabajo del economista coreano Ha-Jon Chang “Patada a la escalera: la estrategia del desarrollo en perspectiva histórica”. En su análisis, el autor sostiene que el discurso del libre mercado responde a intereses de países que en sus orígenes fueron proteccionistas, y una vez logrado el desarrollo, pregonaron por el liberalismo, obturando el desarrollo productivo de países periféricos. En este sentido, entendemos que lo mismo sucede con el discurso del ecologismo quien intenta remitirnos a un modelo de producción orgánico- medieval.


Notas

(1) Director del Centro de Estudios para la Producción (CEP-XXI) en el Ministerio de Desarrollo Productivo de la República Argentina.

(2) Profesor titular de biotecnología (área de bioquímica y biología molecular) en la Universidad Politécnica de Valencia, Director del Máster de Biotecnología Molecular y Celular de Plantas (CSIC-UPV) e investigador en el Instituto de Biología Molecular y Celular de Plantas (IBMCP) un instituto mixto que depende del CSIC y de la UPV. Divulgador de temas relacionados con la biotecnología y la alimentación. Autor de "Comer sin Miedo" y "Medicina sin Engaños" (Destino) y de "Los productos naturales ¡vaya timo!" (Laetoli).


Sobre los autores

Estudiantes avanzados de la Licenciatura en Economía Política de la Universidad Nacional de General Sarmiento y miembros fundadores de El Multiplicador.

 

original : ACA

14 oct 2020

El virus de los “ecolochantas”

 


 por Claudio Scaletta

 

La información del avance de un acuerdo con China para aumentar las exportaciones de carne porcina fue tomada como bandera por la rama sectaria de las corrientes ecologistas. Frente a la esterilidad del debate generado resulta de vital importancia romper la construcción de la falsa dicotomía entre desarrollo y cuidado ambiental. Estar a favor del desarrollo no significa estar en contra del cuidado del medio ambiente, y estar a favor del cuidado del medio ambiente no debería ser la negación del desarrollo. Semejante contradicción no es una creación del ecologismo, sino de su rama sectaria, una corriente de banderas brumosas con profusa difusión gracias al potente respaldo de la “geopolítica”, palabra que refiere a las relaciones del poder internacional real y que suele utilizarse para evitar el uso de la más estigmatizada “imperialismo”. La hipótesis de este artículo, que intentará ser demostrada, es que bajo la apariencia de una buena causa las sectas ecologistas son una corriente de pensamiento reaccionario funcional al imperialismo. Se trata de un debate cuya magnitud excede largamente a lo que puede desarrollarse en un breve artículo, por lo que se propone un esfuerzo de síntesis.

  En una economía como la argentina existe un dato básico no incorporado al sentido común de la población: aumentar salarios, o pensando en el conjunto de la economía: aumentar la masa salarial, demanda dólares. Si se quiere avanzar en la inclusión social se necesita aumentar la provisión de divisas. La razón es que, dada la estructura productiva local, cuando aumenta el consumo aumenta la demanda de bienes y servicios que, o bien tienen una alta composición de insumos importados o son directamente importados, por ejemplo vehículos, electrodomésticos, electrónicos, viajes al exterior, etc. Sin embargo, mientras el nivel de importaciones depende del ciclo interno, es decir de la evolución del PIB, el nivel de exportaciones depende de la demanda del resto del mundo. Dada la estructura productiva local, cuando la economía crece, a partir de cierto punto las importaciones crecen mucho más rápido que las exportaciones lo que conduce a la escasez de divisas y, en consecuencia, a la inestabilidad macroeconómica. Por ello, los economistas de distintas corrientes suelen coincidir en la necesidad de aumentar las exportaciones, aunque no lo hagan en el para qué y cómo lograrlo. Sin meterse en esta discusión existe un consenso en que para crecer y desarrollarse se necesitan divisas y que para hacerse de divisas una de las vías más genuinas es aumentar las exportaciones y/o sustituir importaciones.

Original: ACA

29 sept 2015

Utopías reaccionarias

 Posteamos un artículo de Claudio Scaletta sobre la posición de ciertos "ecologistas" con respecto al desarrollo económico.



Por Claudio Scaletta

El pensamiento ecológico fue una reacción de las sociedades capitalistas avanzadas frente al evidente deterioro del medio ambiente provocado por la sociedad industrial. Fue una toma de conciencia de la especie humana sobre la potencia transformadora del entorno que el modo de producción dominante en el planeta había adquirido. Así surgieron conceptos nuevos y necesarios como el de sustentabilidad ambiental, expresión que, en adelante, sería inseparable de la idea de desarrollo. Algunas vertientes de este pensamiento primigenio evaluaron que si el agente de destrucción del medioambiente era el modo de producción capitalista, el enemigo a combatir era el capitalismo y, especialmente, su producto más evidente: la sociedad industrial.

Una derivación fueron las corrientes ecologistas llamadas “malthusianas”, cuya visión más extremista se plasmó en las “teorías del decrecimiento”. Como los recursos naturales son limitados frente a una población que no deja de crecer, lo más conveniente es frenar el desarrollo. El auge actual de este neomalthusianismo en las sociedades europeas, autocondenadas al estancamiento económico por las decisiones cortoplacistas de sus elites, no es casual.

En sociedades que se encuentran en la vanguardia del desarrollo industrial, con alta densidad poblacional y en el límite del uso de sus recursos naturales, la reacción ecologista aparece casi como un anticuerpo necesario. Pero el traslado lineal de este pensamiento a sociedades con realidades diametralmente diferentes puede constituir un verdadero despropósito. Argentina, un país rico en recursos naturales sin explotar y con su revolución industrial inconclusa, no necesita frenar su desarrollo para evitar una presunta devastación de su medio ambiente, sino todo lo contrario, necesita hacer todo lo posible para impulsar el desarrollo de sus recursos.

Aquí, el ecologismo funciona como una utopía reaccionaria funcional al imperialismo.
Es reaccionaria, porque con la excusa del daño ambiental presunto se opone al desarrollo promoviendo por esta vía la pobreza. Y es funcional al imperialismo porque propone tácitamente la inmovilidad de la estructura productiva.

Las banderas planetarias del ecologismo son diversas, pero bien conocidas: se destacan la lucha contra los transgénicos, contra la técnica del fracking en la extracción de hidrocarburos no convencionales, contra lo minería y contra los desarrollos nucleares. Todo en la misma bolsa. El discurso logró asociarse con el de cierta izquierda despistada, porque el proceso de demonización apuntó sobre algunos actores nuevos, las firmas de capital tecnológico como Monsanto, y otras viejas transnacionales; como las grandes petroleras y las megamineras, los malos del capitalismo e improbables santos de devoción. No debe perderse de vista, sin embargo, que entre esta diversidad de enemigos existe un factor unificador: lo que el ecologismo en realidad aborrece no son las megaempresas capitalistas, sino las técnicas aplicadas a la producción, a las que se atribuyen todos los males del sistema. La lectura es similar a la del movimiento ludita en los albores del capitalismo que, invirtiendo la secuencia real, atribuía a la máquina los problemas generados por las nuevas relaciones de producción. Más allá de alguna vana voluntad historicista por complejizarlo, esta fue la esencia del ludismo: una aversión por la máquina, por la técnica, que en los neoluditas verdes contemporáneos deriva también en la idealización de una ruralidad preindustrial cuya cotidianeidad sería insoportable para cualquier habitante del siglo XXI.

El problema se entiende mejor en el abordaje de casos. Por ejemplo los transgénicos. Décadas de investigación y la praxis cotidiana en estos cultivos demostraron su inocuidad. No existe un solo trabajo validado por la comunidad científica que muestre algún efecto negativo de los organismos genéticamente modificados sobre la salud humana y sobre el medio ambiente. Las nuevas técnicas empleadas en el agro, la siembra directa y el paquete transgénico; herbicida más semilla resistente, suponen una menor erosión de los suelos y el uso de una menor cantidad de agroquímicos por hectárea. Son más eficientes ecológicamente que las técnicas tradicionales, no menos, y el costo final es menor, por lo que son más competitivos. Los problemas del mal uso, de las fumigaciones en áreas pobladas son ajenos a la tecnología empleada. Lo mismo puede decirse del monocultivo o la sobreexplotación de los suelos, que son el resultado de las relaciones capitalistas de producción, no de la semilla. Menos dudas existen en el origen de este pensamiento: organizaciones relacionadas con el agro más subsidiado del mundo, el europeo, un sector especialmente interesado en el establecimiento de barreras paraarancelarias sobre las exportaciones del agro argentino.
Otro caso es el del fracking o fractura hidráulica que la industria petrolera utiliza para la extracción de hidrocarburos de roca madre. En el caso local comenzó a hablarse de fracking cuando las importaciones de combustible aparecieron como un rojo en el balance de pagos. El proceso coincidió con la revolución shale en Estados Unidos. En el nuevo escenario la opción por comenzar a explotar los abundantes recursos no convencionales disponibles cayó por su propio peso. Frente a esta necesidad imperiosa creció una contracorriente ecologista, azuzada por la derecha mediática desde que el capital de YPF es mayoritariamente estatal, según la cual la tecnología para explotar estos recursos sería especialmente dañina. Cuando se indaga por las fuentes de estos argumentos, se encuentra elementos tales como la película Gasland o una sumatoria de informes de dudoso origen viralizados en blogs “del palo”. En contrapartida, no existen informes académicos que indiquen que la fractura hidráulica, que ya era utilizada en los procesos de recuperación mejorada de hidrocarburos, sea una técnica ecológicamente fuera del estándar de la industria, lo que significa que no es inocua y que necesita la presencia del Estado para garantizar el cuidado ambiental, pero que no es una fija de envenenamiento del medioambiente según pregona el pensamiento sectario. Parece más lógico pensar que quienes se encuentran detrás de estas compañas son los mismos intereses de quienes no quieren el autoabastecimiento energético local.

El tercer caso es la minería. La década del 90 dejó entre sus herencias una legislación minera pro empresa que dio lugar a una explotación de carácter extractivista que poco aporta al desarrollo local. Sin dudas cualquier proceso de desarrollo serio deberá buscar mecanismos para que la integración minera encuentre eslabonamientos con otras cadenas productivas y agregue valor en origen. Dada la historia del sector, el Estado deberá ser especialmente riguroso con el cuidado ambiental y en la exigencia de obras de remediación. Pero esta no es la crítica de la reacción ecologista, cuya propuesta es directamente no hacer minería; es decir que el país no integre sus cadenas de valor y no aproveche sus recursos naturales. Cuando se considera, por ejemplo, la estratégica producción de uranio el resultado es por lo menos triste. El país exporta combustible para centrales nucleares, pero debe importar el uranio con el que se fabrica. Y esto ocurre poseyendo yacimientos en el territorio, los que actualmente no pueden ser explotados por la reacción pseudo ecologista en provincias como Mendoza. No parece necesario abundar sobre la limitación estratégica que esta importación supone y sobre quienes son los beneficiarios reales.

Finalmente dos reflexiones. La primera es que no existe peor enemigo de la verdadera ecología que la pobreza. Todas las catástrofes ecológicas y humanitarias de la historia reciente no se produjeron en países desarrollados, sino en los muy pobres. Al respecto, resultan particularmente ilustrativos los casos de Haití y Ruanda descriptos por el geógrafo estadounidense Jared Diamond en su libro Colapso. La segunda reflexión remite estrictamente a la coyuntura local. Aquí la peor acechanza para la continuidad de procesos de crecimiento de los ingresos populares es la escasez de divisas. Una de las principales contribuciones a esta escasez es la importación de combustibles. La búsqueda del autoabastecimiento supone explotar los recursos no convencionales. La pregunta indispensable es qué pasaría con el crecimiento de la economía y su futuro, y en consecuencia con el nivel de empleo y el bienestar de las mayorías, frente a un escenario de aumento constante de las importaciones de combustibles y restricción externa. Luego debe compararse esta respuesta con el presunto riesgo ambiental de la extracción de hidrocarburos no convencionales.

Razonamientos similares pueden seguirse con los restantes sectores atacados por los neoluditas; ¿se debe abandonar la expansión de la frontera agrícola en favor de una inexistente economía campesina? ¿Se debe regresar a los cultivos con semillas tradicionales, más caros y agresivos con el medio ambiente y menos competitivos? ¿Se deben dejar de consumir todos los productos de la minería? ¿El mejor camino es abandonar nuevamente el plan de producción de energía nuclear? Parece broma, pero los sedicentes ecologistas responderían afirmativamente a todas estas preguntas.

Original: Medium

29 sept 2013

Desarrollo Económico vs Antidesarrollo Sustentable





Por Alejandro Fiorito*


Desde los años ‘70, el discurso ético y políticamente correcto de la ecología recorre el mundo. Su línea de largada fue el informe realizado por un grupo de científicos, políticos y empresarios a instancias del Club de Roma, en el que se anunciaba una gradual debacle humana en el lapso de cien años. Se concluía allí que el nivel de recursos remanentes del planeta era incompatible con el crecimiento económico mundial. El modelo presentado no consideraba, por ejemplo, la posibilidad futura de saltos tecnológicos. Tampoco la enorme capacidad adaptativa de la sociedad humana. El debate resultante posterior configuró un verdadero decálogo del antidesarrollismo para los países periféricos. No sorprende por ello la rápida acusación de “economicismo” a todo quien hable de crecimiento económico, aún en una discusión que tiene como centro evitar la restricción estructural de divisas de un país, una de las condiciones necesarias para el desarrollo.

  En el peculiar universo ecologista se argumentan escenarios futuros de catástrofes hollywoodenses, se reproduce con nostalgia la idea de que “todo tiempo pasado fue mejor” y se exaltan las civilizaciones antiguas como poseedoras de saberes ambientales inmanentes. Figuras públicas, académicos y ONGs reproducen un sentido común de ser “ciudadanos del mundo”. Pero tan noble preocupación por el planeta suele no ser retribuida cuando una crisis económica jaquea al espacio nacional en el que viven. El ecologismo parece habitar un mundo donde no existe la cuestión nacional, donde no hay Estados en competencia. 

 Esta ideología es rescatada tanto por la izquierda; para quien los límites de la naturaleza parecen haber reemplazado en el relato de la barbarie capitalista al embate revolucionario de los trabajadores, como por la derecha; a través paradigma neoliberal de la escasez. Desde allí se exageran, sin pruebas científicas definitivas o sin datos específicos, los perjuicios que ocasionaría el crecimiento económico nacional, al que se prefiere sacrificar en beneficio tácito de los países centrales ya desarrollados. Paradójicamente es la pobreza por no desarrollo la que representa el peor riesgo contaminante del ambiente.

  En el caso de la explotación de hidrocarburos por medio de la tecnología del fracking, no se dice que su riesgo ambiental es similar al de un pozo convencional. En formaciones como Vaca Muerta o Los Molles, en la provincia de Neuquén, la roca madre sobre la que se provocarán las fracturas masivas cuando lleguen las inversión es se encuentran a profundidades de entre 2000 y 3000 metros y en capas de entre 100 y 300 metros de espesor. Nunca se detalla, por ejemplo, que los acuíferos a más de 1000 metros no son potables por su altísima salinidad, de hasta diez veces el promedio marino. Por lo general, los pozos de agua dulce no superan los 100 metros. En consecuencia, no es factible conectar por fracking los dos niveles subterráneos y contaminar el agua, más si se considera que las fracturas hidráulicas alcanzan alrededor de 50 metros. 

  Seguramente la económica no es la única perspectiva para la compleja relación entre desarrollo económico y tecnologías aplicadas. Pero cualquiera sea el plano de análisis, debería existir alguna recomendación, un curso de acción preciso para solucionar el problema específico. Sin embargo, es sintomático que ante la falta de ideas claras para el desarrollo se apele a cualquier argumento sin que aparezca ninguna alternativa. Por ejemplo, se proponen opciones tecnológicas “no neutrales” que muestren lo complejo del tema acometido, dando un curso de acción hacia una discusión “sin incongruencias epistemológicas” y “hacia un sistema de organización política, social y económica diferente”. La tarea, por supuesto, escapa a cualquier cronograma gubernamental.


  Tampoco queda claro cuáles serían esas opciones económicas, sociales y políticas de un sistema de organización diferente, literalmente ideal. En la economía capitalista (hoy sin rupturas y tendencias observables a formaciones socialistas) existen procesos de histéresis tecnológica, es decir; de continuidad y complementariedad de la estructura productiva en el tiempo. Son los Estados quienes al impulsar el desarrollo modifican las condiciones productivas, aunque no por ello sin ninguna estimación de costo ambiental. En la tarea deben considerar la base tecnológica real sobre la que se asienta su economía junto a los costos de oportunidad de las modificaciones técnicas a incorporar. Una visión pro desarrollo está obligada a pararse en la realidad efectiva desde el Estado Nacional de acuerdo con parámetros internacionales de menor contaminación relativa, dadas las tecnologías a emplear y los costos de oportunidad. ¿No crecer es una alternativa? Sería bueno que los ecologistas lo digan claramente. También deberían ser más claros a que se refieren cuando demandan una tecnología “no colonial”. Parece difícil operar coyunturalmente con recomendaciones tan genéricas.

  Creer en “otros mundos” no produce daño alguno, siempre que el creyente se fije atentamente en la vida… y ésta, en sociedades tecnológicas y de hábitos, es regulada normalmente por la persistencia y complementariedad de los procesos. 
El capitalismo sigue siendo el que era: una creación estatal de disputa sin tregua y que no da muchas opciones para los más débiles. Y  la ecología como discurso “ético” es otro campo de batalla interestatal en contra del desarrollo periférico.

*Profesor de UNLU

Original: Cash Pagina 12

22 sept 2013

Neomalthusianismo





Por Eduardo Crespo
Profesor de la UFRJ


Las hipótesis neomaltusianas reiteradamente alertan sobre el desbalance planetario generado por una explosión demográfica incompatible con las capacidades regenerativas de la tierra. En 1972, el célebre informe Meadows, del Club de Roma, alertaba sobre los “límites del crecimiento” y auguraba un escenario de crisis en base a la premisa de que se estaban extinguiendo las materias primas y fuentes de energía. La única salida para el planeta, argumentaban, consistía en crear una economía de crecimiento nulo organizada en base a energías renovables. El informe fue sumamente afortunado. Un año después, a causa de la guerra de Yom Kippur, sobrevino el primer gran shock petrolero, lo que contribuyó a darle una formidable difusión. Desde entonces, el “fin del petróleo” y el “agotamiento de las materias primas” se tornaron lugares comunes. Toda vez que suben los precios internacionales de los alimentos, como sucedió en la última década, reaparecen los argumentos y vaticinios neomaltusianos de entonces.

En la tradición de la economía política clásica, esta posibilidad fue contemplada, entre otros, por David Ricardo. Si las condiciones técnicas están dadas, la mayor demanda de alimentos resultante, por ejemplo, del crecimiento demográfico, sólo podría ser satisfecha apelando a tierras de menor fertilidad, lo que terminaría por elevar los precios. En estas condiciones, existiría una tendencia al encarecimiento de todos aquellos productos cuya elaboración depende especialmente de la utilización de recursos naturales, como los alimentos y el petróleo. Pero ésta no fue la tendencia observada en la historia del capitalismo, como lo apuntaron Raúl Prebisch y Hans Singer. Los términos de intercambio de los bienes primarios tendieron a declinar en relación con los manufacturados. Desde mediados del siglo XIX, con la consolidación de un mercado mundial de alimentos básicos y la incorporación de países de reciente colonización, como Estados Unidos, Canadá, Australia o la propia Argentina, la miseria mundial estuvo asociada con la comida barata y no con su persistente encarecimiento. La mayor parte de los seres humanos que sufren hambre se desempeñan como productores de alimentos, es decir, campesinos que operan en territorios marginales utilizando técnicas agrícolas rudimentarias y que están condenados a tareas de subsistencia al no poder competir con los precios que se fijan en base a las condiciones de producción de las zonas y productores más aventajados (Mazoyer y Roudart, A History of World Agriculture).


Para interpretar esta evidencia, debe tenerse en cuenta que el “tamaño” de un determinado recurso natural, así como su propia entidad en cuanto “recurso”, no depende de magnitudes exclusivamente físicas, sino también –y especialmente– de condiciones histórico-sociales; en particular de la tecnología vigente así como del modo en que son apropiados los frutos del progreso técnico. Desde inicios de los 2000, cuando los precios del petróleo volvieron a subir, los voceros del neomaltusianismo revivieron la vieja alarma que insistentemente vaticina su (siempre) “inminente” agotamiento y la “catastrófica” crisis alimentaria subyacente a la suba de los precios de los alimentos. Ahora, fracking mediante, se estima que inclusive el principal importador de petróleo del mundo, Estados Unidos, recuperará la autosuficiencia en aproximadamente diez años. Los agoreros de la escasez planetaria volvieron a equivocarse. “La Edad de Piedra no se acabó por falta de piedras ni la era del petróleo se va a terminar porque se acabe el petróleo”, afirmaba un destacado ministro saudita en los años ’70. Tenía razón.
Pero las predicciones equivocadas rara vez modifican creencias arraigadas. Los más conspicuos representantes del anarquismo ambientalista no precisan demostrar la postulada escasez planetaria. Sin mayores evidencias, resisten el fracking, la megaminería, el uso de la biotecnología en la agricultura. Llegan inclusive a renegar del crecimiento económico y hasta defienden la suspensión de las políticas de cuño desarrollista. Se oponen a las hidroeléctricas y al funcionamiento de las centrales nucleares, aunque no suelen cuestionar el uso doméstico de luz eléctrica, al tiempo que utilizan celulares y envían mensajes de texto por correo electrónico. Conjeturan que los métodos de cultivo de los “pueblos originarios” podrían alimentar a los actuales habitantes del planeta sin dañar el medio ambiente. Reclaman por mayores y más sofisticados niveles de participación democrática, y hasta reflotan, aunque bajo formas ambiguas y utópicas, la esperanza “socialista”. Se trata de una nueva izquierda cada vez más apartada de toda raíz marxista y materialista. Imaginan que elevados niveles de civilización ciudadana y sofisticación cultural serían alcanzables sin desarrollar las fuerzas productivas. El problema económico central en nuestros países, para ellos, ya no es el desarrollo. Se trataría de repartir mejor un volumen de riqueza dado.
En la práctica militante suelen actuar por estímulos de visibilidad que les llegan de arriba. En el caso argentino, no se los ve congregados para reclamar que se reviertan los daños ambientales más flagrantes y de más comprobable impacto para la población. No exigen, por caso, se descontamine el Río de la Plata o se limpie el Riachuelo, esa inmensa cloaca a cielo abierto situada en la región de mayor densidad poblacional del país, reclamos que ya estaban presentes, por el contrario, en la heroica Carta Abierta a la Junta Militar redactada por Rodolfo Walsh. Nada de eso. Invocando un insólito “principio precautorio”, se movilizan para reclamar por los potenciales efectos contaminantes en la Loma de... la Lata y se impacientan por la minería a “cielo abierto” en la inhóspita región cordillerana, zonas donde no se cuenta un habitante por km2.
Casualmente, estos reclamos se intensificaron cuando YPF volvió a ser estatal y el Gobierno, por fin, se dispuso a resolver un problema esencial como el déficit energético, que amenaza con paralizar la economía del país


[1] Mazoyer y Roudart “A History of World Agriculture”, 

Original: Cash, Pagina 12