El viejo Almacén. BsAs

Surplus Approach

“Es necesario volver a la economía política de los Fisiócratas, Smith, Ricardo y Marx. Y uno debe proceder en dos direcciones: i) purgar la teoría de todas las dificultades e incongruencias que los economistas clásicos (y Marx) no fueron capaces de superar, y, ii) seguir y desarrollar la relevante y verdadera teoría económica como se vino desarrollando desde “Petty, Cantillón, los Fisiócratas, Smith, Ricardo, Marx”. Este natural y consistente flujo de ideas ha sido repentinamente interrumpido y enterrado debajo de todo, invadido, sumergido y arrasado con la fuerza de una ola marina de economía marginal. Debe ser rescatada."
Luigi Pasinetti


ISSN 1853-0419

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Teorías del valor y la distribución una comparacion entre clásicos y neoclásicos

Fabio PETRI   Esta obra, traducida por UNM Editora, ha sido originalmente editada en Italia con el título: “Teorie del valore e del...

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23 ago 2014

Elogio del déficit




Por Alfredo Zaiat

Las luces de alarma se encendieron en las usinas de difusión de catástrofes inminentes: el gasto público ha crecido en el primer semestre a un ritmo de casi el 50 por ciento anual. Es el gatillo para que el elenco estable de economistas mediáticos comenzara a disparar sobre el riesgo del déficit fiscal que, atendido con emisión monetaria, actuaría como el principal motor de la inflación. Atemorizan con que gasto público, déficit e inflación son causas de la recesión, lo que exigiría disminuir subsidios a las tarifas de servicios públicos y reducir la expansión fiscal en las cuentas referidas al empleo público, salarios y cobertura previsional. Es el recorrido conocido del programa de ajuste ortodoxo, alentado también por heterodoxos conservadores.

Pese al fracaso de esa receta en términos de crecimiento y equidad, a fines de los noventa en Argentina y ahora en una Europa estancada desde hace siete años, los hombres de negocios dedicados a la comercialización de información económica proponen la disminución del gasto público como vía para impulsar la economía. Sólo la habilidad para agitar el mar de confusiones en la comprensión de los fenómenos económicos, con la complicidad de variados interlocutores políticos, empresarios y mediáticos, ha permitido el retorno con intensidad de ese discurso regresivo en términos sociales.

El antídoto más eficaz para neutralizar la revancha ortodoxa es que Domingo Cavallo continúe con su prédica pública. Es el mejor representante de los economistas del esta- blishment, siendo uno de los pocos locales con reconocimiento del poder económico internacional. Ninguno de sus pichones de cabotaje le llega a los talones, pero éstos tienen la ventaja de moverse en un espacio difuso porque no tuvieron la visibilidad y fracasos de Cavallo, y por ese motivo se presentan como portadores de soluciones con sus respectivas carpetas del ajuste. La irrupción pública de Cavallo actúa como oportuno recordatorio de cuáles son las medidas y las consecuencias para la mayoría vulnerable ante la obsesión de la ortodoxia por el déficit fiscal. Más que huevos, es más efectiva la cesión de micrófonos a Cavallo porque permite develar cuál es el objetivo de los sectores conservadores para la economía argentina. El ya no será el protagonista, pero el equipo de economistas que gira en el turno mañana, tarde y noche por los medios propone y tiene el deseo de ejecutar, con más o menos matices, lo mismo que en su momento hizo Cavallo.

Con una economía estancada, como informó esta semana el Indec, la propuesta ortodoxa es frenar el ritmo de crecimiento del gasto público. Es lo que hoy se conoce como políticas de austeridad, las que se están aplicando en Europa en crisis: reducir el gasto público e implementar reformas laborales para bajar el salario real, para de ese modo mejorar la competitividad de las empresas, con la meta de disminuir el déficit fiscal. El resultado europeo ha sido un fuerte aumento del desempleo. El ajuste fiscal en una economía en recesión termina agudizando la caída, como enseña la experiencia argentina con sus varios planes de ajuste pasados y el más extremo de déficit cero de fines de la década del noventa instrumentado por Cavallo.

La actual fase recesiva del ciclo económico argentino no es más pronunciada precisamente por la estrategia oficial de expandir el gasto público. El menor dinamismo de la economía brasileña que está impactando negativamente en las exportaciones a ese país –en especial, las del complejo automotor–, la caída en otras ramas industriales (química, plásticos, metalmecánica), el retroceso en la construcción y la postergación de decisiones de inversión por efecto de la inestabilidad cambiaria de principios de año son factores relevantes para explicar el flojo desempeño de la economía. El aumento del gasto público y un mayor déficit fiscal están actuando como una necesaria herramienta contracíclica.

La discusión sobre la política fiscal en el espacio público expone los límites del saber económico convencional. Sus dos pilares argumentales son que los déficits son malos y que una economía es más sana cuando tiene las cuentas en equilibrio y, aún mejor, cuando contabiliza saldos positivos. Además sostiene que la acumulación de deuda afecta el crecimiento de largo plazo. Otro elemento que colabora para la confusión general es la introducción del componente político por parte de la secta de economistas que mira con prepotencia y falsa neutralidad al resto de los mortales, incluyendo a candidatos presidenciales. Dicen que los gobiernos en general son irresponsables con el gasto porque a los políticos sólo les interesa ser reelegidos. Afirman que tras esa meta tienen la tendencia a impulsar una política expansiva para bajar el desempleo y el crecimiento alto. Si bien existen experiencias locales y del exterior de administraciones tanto conservadoras como progresistas que se de-sarrollaron con déficit fiscal, las críticas habituales se dirigen exclusivamente hacia los políticos considerados “populistas”. Pese a que existen antecedentes de proyectos políticos conservadores con dese-quilibrios fiscales, el elenco de economistas del establishment, acompañados de organismos financieros internacionales como el FMI, sólo dirigen el reclamo obsesivo por contabilizar un superávit fiscal primario permanente hacia los excesos del populismo con el gasto público.

Existe otra forma de analizar las cuentas públicas, aunque los fundamentalistas fiscales, con un elevado componente autoritario, no admiten que haya otras escuelas del pensamiento económico. Hacen un culto a la ignorancia porque no admiten la existencia de otras visiones, aunque sea para refutarlas. Matías Vernengo, profesor de Bucknell University y de la maestría en Desarrollo Económico de la Unsam, explica que “los autores de las llamadas finanzas funcionales, que son una extensión de las ideas de Keynes hacia la política fiscal, objetan que déficit y gastos sean siempre negativos y políticamente motivados, y sugieren que los déficit fiscales deben ser juzgados por su función en la economía. Gastos y déficit que sirven para aumentar el crecimiento económico en un escenario de tasas de interés bajas no sólo serían sostenibles sino que también serían esenciales para lograr ese objetivo”.

Como se sabe, la reducción del gasto público tiene un impacto negativo sobre la demanda agregada y el cobro de impuestos, lo que reduce los ingresos tributarios y agudiza entonces el desequilibrio fiscal. En el marco de una desaceleración económica, proponer medidas de austeridad fiscal y acelerar el ritmo de devaluación, o aplicar una brusca devaluación para subir la paridad a 10 u 11 pesos como propuso el titular de la Unión Industrial, Héctor Méndez, sólo profundizaría la fase recesiva.

El investigador del Cefid-Ar Fabián Amico escribió en El Economista “El BCRA y la inflación”, donde precisa cuál es la relación empírica entre déficit fiscal e inflación, secuencia que la ortodoxia plantea como indiscutible. Sin embargo, Amico explica que, en el caso argentino, entre 1961 y 2004 se registraron 35 años con déficit fiscal primario y sólo 9 años con superávit primario (6 en la convertibilidad y 3 después del 2002). “Pero la correlación entre déficit fiscal e inflación, sin embargo, es prácticamente inexistente (-0.148).” Luego señala que, en los ‘80, los intentos por reducir el déficit fiscal agravaban las cosas porque la recesión derrumbaba los ingresos y producía déficit fiscal endógenamente. Concluye que la crisis fiscal no es causa sino consecuencia de la crisis externa y de la inflación, por ende, no es posible estabilizar la economía sin estabilizar el tipo de cambio. “Al revés del monetarismo, no es la inflación sino la devaluación la que está al inicio de la cadena causal, la que a su vez genera inflación y crea la emisión monetaria endógenamente”, afirma Amico.

Ante tantas insistentes observaciones provenientes de la ortodoxia cuestionando la dimensión del gasto público y alertando sobre la magnitud del desequilibrio de las cuentas, el elogio del déficit fiscal es una provocación necesaria para evitar caer en el círculo vicioso del ajuste al que quieren conducir los profetas de las crisis.

Original: Pagina 12

16 ago 2014

El objetivo


Por Alfredo Zaiat

En la permanente tensión entre el mundo de los trabajadores y el de los empresarios existen momentos de relativa calma y otros de mayor disputa. Cuando la economía está en una fase recesiva la situación es de mayor conflictividad. Despidos, suspensiones y discusiones paritarias por aumentos de salarios adquieren mayor intensidad. En el debate público, esa contienda tiene tonos más o menos elevados según el protagonista y su grado de vehemencia para defender sus intereses. En este escenario de controversia sobre cómo se distribuye el ingreso, desplegado con mayor vitalidad en los últimos diez años, no se había registrado en este prolongado período una declaración más abiertamente en contra del poder adquisitivo de los trabajadores como la pronunciada por el titular de la Unión Industrial, Héctor Méndez. Dijo que el tipo de cambio está subvaluado y que la paridad cambiaria oficial debería ubicarse de 10 a 11 pesos por dólar. La experiencia histórica y la más reciente de enero de este año revelan que una devaluación como la propuesta por el líder de los grandes industriales tiene como consecuencia un muy fuerte castigo a los ingresos de los trabajadores por el golpe inflacionario que provoca. Mientras un sector sindical minoritario elige como método de lucha cortar la Panamericana, y otro mayoritario se dedica a defender al 10 por ciento de más altos salarios por la incidencia del Impuesto a las Ganancias, el bloque industrial del poder económico apunta al objetivo sin distraerse.

Las bruscas devaluaciones, como la propuesta por Méndez, son regresivas en términos económicos y muy perturbadores en términos sociales y, por lo tanto, causantes de inestabilidad política. Gran parte de los empresarios con sus amigables voceros busca reducir los salarios reales quejándose de los costos laborales y de la pérdida de competitividad amenazando con una menor vocación inversora. De esa forma tratan de lograr consenso social para una devaluación, y cuando no lo logran en la magnitud deseada porque algunos anticuerpos sociales y políticos se han creado a partir de traumas pasados, aceleran las presiones vía el mercado cambiario. En días posteriores a la embestida verbal de Méndez sobre el salario de los trabajadores, la plaza ilegal del dólar tuvo más movimientos superando los 13 pesos por unidad. No es una conspiración, sino simplemente una disputa de poder en la cual cada uno utiliza sus principales armas para dirimir cómo se distribuye la riqueza, y el mercado cambiario es uno de esos terrenos de pelea.

Economistas de orígenes ideológicos diversos, encerrados en el microclima de papers o de asesoramiento empresario, de-sestiman la existencia de ese conflicto concentrándose en la pérdida de competitividad por el supuesto atraso cambiario, que es la vía argumentativa para justificar la brusca devaluación que deprime el ingreso de los trabajadores. De una u otra forma sugieren que una fuerte devaluación lograría superar los “desequilibrios” acumulados en la economía. Como se sabe, el objetivo del equilibrio económico es una ilusión de laboratorio de la ortodoxia y, por lo tanto, las tensiones de competitividad existentes exigen un mayor esfuerzo de gestión y de aportes técnicos que la salida fácil de una devaluación precipitada.

La crisis cambiaria de fines de enero de este año es muy aleccionadora. Esa devaluación de poco más del 25 por ciento no mejoró la competitividad de la economía, no aumentaron las exportaciones y tuvo las consecuencias conocidas: alzas de precios, caída del salario real y recesión. Méndez y sus compañeros de ruta, como el productor agropecuario y secretario de la UIA, José Ignacio de Mendiguren, utilizan la tradicional muletilla de la falta de confianza para invertir por causa de las actuales condiciones económicas. Es extraña esa afirmación porque en lo que va del año la explicación de analistas de la city sobre la fortaleza del mercado bursátil, con cotizaciones de acciones y bonos en alza, es las buenas perspectivas que los inversores tienen sobre la economía argentina por las especulaciones políticas de cambios luego de las elecciones presidenciales de 2015. ¿Cómo se entiende esa diferencia de percepción? Existen dos posibles respuestas, que no son excluyentes. Una, esos industriales argentinos sólo invierten con fuertes subsidios estatales, para luego de obtener ganancias por esos emprendimientos fugar una parte y otra destinarla a comprar campos. La otra es que son rentistas y fugadores seriales de capitales independientemente del régimen de gobierno (dictadura o democracia), partido político (radical o peronista) o política económica (neoliberal o heterodoxa).

Para ese bloque de industriales, la devaluación tiene el objetivo de disminuir el salario real de los trabajadores, pero también la de valorizar sus capitales fugados en dólares medidos en moneda doméstica, lo que les permite adquirir activos a menor precio. Aunque el discurso convencional insista con que la devaluación, o sea una moneda local depreciada, es un importante motor del crecimiento del Producto y de aumento de las exportaciones industriales, la evidencia empírica muestra que ese resultado no se verifica.

La investigación El mito del crecimiento económico dirigido por el tipo de cambio competitivo, de Alejandro Fiorito, Nahuel Guaita y Silvio Guaita, y ACA señala que existe una interpretación bastante difundida tanto en gran parte del convencionalismo como en la heterodoxia, sobre el papel que juega una devaluación en el crecimiento de las exportaciones industriales, como causante de la expansión del PBI y por ende del empleo. Explican que “no surge a partir de los datos para la Argentina que el tipo de cambio fuese el que genera los canales de demanda que permite el crecimiento. Por el contrario, estudios tanto para Brasil, México y Argentina muestran que en realidad el comercio exterior se manifiesta poco elástico ante cambios del tipo de cambio y con él también el crecimiento del Producto”. Precisan que las elasticidades del comercio para las cantidades exportadas e importadas por la Argentina entre 1993-2008 muestran la baja elasticidad que tienen los volúmenes de comercio al tipo de cambio real multilateral. Esto significa que una moneda doméstica depreciada no se ha traducido en un alza adicional de las exportaciones. La mejora del comercio exterior, como la registrada en los últimos años, responde más “a cambios en el ingreso y la utilización de la capacidad de los países socios, que en los precios relativos de los productos exportados”, ilustra esa troika de economistas.

Como se mencionó, una devaluación fuerte se trasmite a los precios, deprime el salario real y consiguientemente la capacidad de gasto de los trabajadores, como se verificó en el primer trimestre de este año, costos que todavía se siguen padeciendo, e induce una recesión que permite mejorar la cuenta corriente de la balanza de pagos. Pese a estos evidentes resultados, un grupo de industriales con su secta de economistas mediáticos insisten con el concepto “barato” del tipo de cambio para abordar la cuestión de la competitividad de la economía.

En el espacio Debates Económicos de este diario, de los lunes, se publicó el 11 de noviembre del año pasado una opinión de Nahuel Guaita que ofrece un argumento contundente para prevenirse de los devaluacionistas: “El fervor por devaluar parece que les hace perder de vista que las exportaciones son poco y nada sensibles a las variaciones del tipo de cambio real; en cambio están mucho más atadas a la evolución de la demanda mundial. También existe el impacto negativo en la distribución del ingreso debido a la caída del salario real. Por otra parte, dada la dependencia de la economía argentina de equipo y bienes de capital importados, y su baja elasticidad a las variaciones de tipo de cambio real, no se asegura una disminución de las importaciones por el simple cambio de un precio relativo. Al contrario, la balanza de pagos termina peor y sólo una fuerte alza en el desempleo la equilibra. Si las devaluaciones a priori no son favorables al crecimiento del Producto, a posteriori no se ve bien cómo serían favorables, puesto que la caída en la demanda agregada induce un efecto negativo sobre la productividad sistémica de la economía”.

Así se entiende cuál es el objetivo del reclamo de Méndez y sus socios de un dólar de 10 a 11 pesos: una caída del salario real y más desempleo para disciplinar a los trabajadores y enfriar de ese modo las demandas por una mejor distribución de la riqueza.

Original: Pagina 12

19 ene 2014

La cuestión financiera


 Por Alfredo Zaiat

Es un mismo precio que tiene influencia en las dinámicas productiva y financiera. Si bien existen canales vinculantes fuertes entre ellas, resulta esencial distinguirlas para abordar con más precisión el debate sobre el tipo de cambio. Por un lado, esa variable se utiliza para evaluar un aspecto de la competitividad de la economía, y por otro, es relevante en la orientación de la inversión financiera de capitales locales y del exterior. Es importante precisar entonces cuál es la motivación de la estrategia cambiaria para no confundir los objetivos, o para no terminar afectando el frente productivo y, por lo tanto, el sociolaboral cuando el financiero es el dominante.

Pese al consenso existente entre economistas, es discutible la pérdida de competitividad por un supuesto atraso del tipo de cambio. La paridad con el dólar, con el real y con una canasta de monedas de un tipo de cambio multilateral, y en una comparada con los costos laborales en dólares, no mostraban un atraso global. La devaluación horizontal, sin discriminar sectores productivos, ofrece una renta adicional a actividades que no la requieren para contabilizar ganancias.

Alrededor del nivel de la paridad cambiaria asociada con la disponibilidad de divisas, en cambio, aparece un aspecto estructural que tiene que ver con una industria deficitaria en su comercio exterior y con las importaciones de combustible. Pero también existe una tensión coyuntural por la persistente fuga de capitales que terminó derivando en la implementación de un sistema de control de acceso a la moneda extranjera cuya consecuencia fue la aparición de la brecha cambiaria. Esta terminó afectando el flujo de dólares porque ha desalentado el ingreso por el canal oficial y ha sumado tensiones en un mercado cambiario bajo estrés permanente desde el 2007.

El nuevo equipo económico abordó la coyuntura acelerando el ritmo de devaluación del peso (cierre del viernes a 6,81 pesos), flexibilizando la compra de dólares para turistas con aprobación de la AFIP (a 9,19 pesos) y habilitando la compra de dólares a través de operaciones bursátiles (a 9,55 pesos). El propósito es reducir la brecha. La intensidad que está teniendo el ajuste de la paridad cambiaria tiene costos porque genera presiones inflacionarias y sociales. Se despliega además en un contexto de una fuerte pulseada financiera mientras aún permanecen abiertos frentes externos por el default de 2001. Sobre uno de ellos el ministro Axel Kicillof inicia hoy el proceso de cerrarlo en París.

Los bruscos movimientos en la plaza cambiaria, con los diferentes precios del dólar (oficial, blue, Bolsa, contado con liqui, turista) son manifestaciones de un problema financiero más que de uno del frente productivo por cuestiones de competitividad. O sea, existe una cuestión estructural conocida como restricción externa, que debe ser abordada con una política integral de sustitución de importaciones fomento de exportaciones con la consiguiente modificación del perfil industrial. Pero la situación de urgencia es financiera. Esto significa que el problema es de liquidez de dólares y no de solvencia debido a que existe superávit comercial y el déficit de cuenta corriente es reducido. Además existe un muy elevado stock de billetes en la plaza local (en circulación y en cajas de seguridad) y un monto considerable de dólares en soja retenida como activo de inversión de los productores.

La combinación de una parte de la cosecha guardada en silos-Bolsa, como estrategia de ahorro defensiva de los productores por la restricción a comprar dólares, y la estrategia de grandes exportadores de granos de financiar sus operaciones con créditos en pesos tomadas en el mercado local, en lugar de conseguir los fondos vendiendo divisas, no debería tener la observación pasiva del equipo económico.
Una clave central es definir qué hacer con el tipo de cambio. Un grupo de economistas ortodoxos y heterodoxos conservadores que ya tienen experiencia en ajustes recesivos (suba de tarifas y disminución del gasto público) proponen una devaluación brusca, sendero que conduce a una gran recesión y fuerte caída de los salarios para equilibrar las cuentas externas. Para evitar ese desenlace traumático, el desafío por el lado financiero es frenar la fuga y achicar la brecha.

Una cosa es ajustar el nivel del tipo de cambio y otra es intervenir sobre la brecha. Es una distinción relevante al momento de evaluar qué hacer. Lo primero, con impacto positivo en la ya elevada rentabilidad de sectores vinculados con la exportación (agrario y producción de insumos difundidos), está agudizando la inestabilidad cambiaria. En casi todos los países de la región ha habido una muy fuerte apreciación de las monedas en los últimos años con déficit de cuenta corriente más elevados que el argentino, y esto no tuvo como saldo crisis cambiarias ni pérdida de reservas. También es cierto que las condiciones financieras de Argentina son distintas al resto de los países de la región por el default, la renegociación con una sustancial quita de capital, el juicio de los fondos buitre, la deuda impaga con el Club de París, las tensiones con el FMI y los juicios con el Ciadi (Banco Mundial). Por esos motivos, en estos años el mercado financiero internacional ha estado castigando y ahora, que está oliendo sangre, aspira a dar una lección disciplinadora a la Argentina y una advertencia hacia otros países, para disuadirlos de la pretensión de desplegar el guión de “vivir con lo nuestro”.

La trinchera de defensa ante la desmesura del mercado se encuentra en apuntar todas las baterías para aligerar el frente financiero: cuidar las reservas, obtener créditos externos para obras públicas e inversión privada, y colocación de deuda para cubrir vencimientos. Y también en cómo reducir la brecha cambiaria. Subir rápido escalones de la paridad cambiaria tiene como efecto la expectativa de una mayor devaluación futura, con resultados indeseados: más compra de dólares por especulación, adelanto de compras para importaciones y retención de liquidación de exportaciones.

El diagnóstico es más fácil que la gestión, y sobre qué hacer aparecen algunas vías que buscan eludir la opción de la gran recesión de la megadevaluación. Algunos economistas cercanos al Gobierno proponen disminuir sustancialmente la tasa de devaluación nominal como herramienta para reorientar las expectativas cambiarias junto con otras medidas. Afirman que acelerarla, en el contexto actual, sólo excita la inestabilidad financiera. Postulan la necesidad de que el Banco Central pueda recuperar el control del mercado cambiario. En parte, el funcionamiento de la plaza ha quedado en manos del sector privado, escenario no deseable si el objetivo es manejar la paridad y reducir la brecha. El Central tiene diferentes herramientas monetarias (tasa de interés), financieras (emisión de deuda vía letras), cambiarias (contrato de dólar futuro) y regulatorias (sobre entidades financieras y exportadores) para retomar el control del mercado. Para ello cuenta con la colaboración del Banco Nación y la Anses para intensificar el poder de fuego.

Alguna de esas y otras medidas en forma aislada tienen menos chance de ser efectivas. Todas juntas articuladas para intervenir con fuerza para influir sobre las expectativas cambiarias no garantizan el éxito, pero la disputa será más peleada. El frente financiero es complicado pero existen condiciones holgadas para encararlo: tasas de interés internacional reducidas, precios de las materias primas altos y endeudamiento público bajo.

Si el objetivo del equipo económico es tratar de reorientar las expectativas sobre el tipo de cambio y restringir la corrida, para seguir con una política expansiva, es esencial no quedar atrapados de la especulación de los privados. Más aun cuando los grupos empresarios juegan con el horizonte de los últimos dos años del gobierno de CFK. El dólar es una variable política, además de económica y financiera.
Mejorar la rentabilidad relativa de los pesos en manos de la población con capacidad de ahorro, desacelerar el ritmo de devaluación, cerrar frentes aún abiertos por el default y aliviar la cuestión financiera refinanciando vencimientos, dado el bajísimo nivel de deuda pública en dólares en manos privadas, como estrategia para frenar la fuga y achicar la brecha, tiene un costo más bajo que el de una recesión por una fuerte devaluación.

Original: Pagina 12