El viejo Almacén. BsAs

Surplus Approach

“Es necesario volver a la economía política de los Fisiócratas, Smith, Ricardo y Marx. Y uno debe proceder en dos direcciones: i) purgar la teoría de todas las dificultades e incongruencias que los economistas clásicos (y Marx) no fueron capaces de superar, y, ii) seguir y desarrollar la relevante y verdadera teoría económica como se vino desarrollando desde “Petty, Cantillón, los Fisiócratas, Smith, Ricardo, Marx”. Este natural y consistente flujo de ideas ha sido repentinamente interrumpido y enterrado debajo de todo, invadido, sumergido y arrasado con la fuerza de una ola marina de economía marginal. Debe ser rescatada."
Luigi Pasinetti


ISSN 1853-0419

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8 ago 2016

Competitivos y productivos



Por Mariano De Miguel * y Daniel Schteingart **

Hay un sentido común que asocia la competitividad de la economía a los bajos costos laborales en términos relativos. Bajo este prisma, los salarios comparativamente bajos serían la llave que abre la puerta de la competitividad a los países subdesarrollados. Cuando se habla de competitividad industrial, este sentido común es más común todavía. Es falso. La competitividad industrial de un país depende de un conjunto amplio de variables, como los distintos componentes del costo (entre ellos, el salario, pero también la logística, la energía y otros insumos clave), o los impuestos y la productividad.

La productividad –grosso modo, el valor agregado por ocupado– es clave para entender por qué países como Alemania o Estados Unidos pueden ser competitivos con salarios manufactureros en torno a los 40 dólares la hora, los cuales son más del doble que los argentinos (actualmente en torno a los 17 dólares) y hasta veinte veces mayores que los del Sudeste Asiático (en Filipinas, por caso, son de 2 dólares).

Competitividad por baratura versus productividad es un dilema meramente teórico para la Argentina. ¿Por qué? Porque desde el punto de vista empírico, el laboratorio de la historia y nuestro presente muestran que el camino de la competitividad por salarios baratos es impracticable y utópico además de inconducente desde el punto de vista económico, político y social. Los recurrentes fracasos en este sentido, a partir de la búsqueda de salidas fáciles a través de devaluaciones bruscas, contractivas y regresivas, deberían alertarnos sobre la necesidad de operar sobre los demás determinantes de la competitividad. Favorecer a la industria a partir de diversos instrumentos (como energía barata, subsidios, exenciones impositivas, etcétera) puede ser una alternativa válida, pero siempre y cuando genere aumentos de productividad.

¿Cómo se generan entonces aumentos de productividad, que permitan que la industria sea competitiva aun con salarios altos? Esencialmente, con dos elementos, dado un acuerdo distributivo: demanda y competencia regulada. Una demanda creciente, bajo determinadas condiciones de competencia, incentiva a las empresas a ampliar su capacidad instalada, con un uso creciente de tecnologías sofisticadas, que permiten hacer economías de escala y por ende bajar los costos unitarios para, con ello, incrementar la productividad.
Una demanda que induzca a la productividad puede ser tanto externa (exportaciones) como interna (gasto público, consumo privado e inversión), que fungen como palancas complementarias y no excluyentes, al margen de la preminencia de la demanda interna.



¿Qué las motoriza? En el caso de la demanda interna, fundamentalmente el aumento de los ingresos reales de la población, el crédito y la planificación estratégica del gasto público. La demanda externa, por su lado, depende esencialmente de modo directo del crecimiento de los socios comerciales, e indirectamente, de la economía mundial en su conjunto. Es por eso que la baja de los costos domésticos, en términos relativos a los internacionales, por medio de devaluaciones reales, por ejemplo, resulta ser más débil de lo que comúnmente se cree como palanca de la demanda externa (sumado al hecho de que acarrea consecuencias distributivas regresivas).

Argentina 2016 es un buen ejemplo. El país depreció su tipo de cambio real, pero las exportaciones industriales vienen cayendo 16 por ciento en lo que va del año, según INDEC, debido a que nuestro principal demandante (Brasil) está en crisis y el comercio mundial estancado con sesgo recesivo. Por el contrario, durante la industrialización por sustitución de importaciones, la competitividad industrial argentina se incrementó significativamente, en un contexto donde los salarios eran relativamente elevados para los estándares internacionales. Prueba de ello fue que, partiendo de una base muy baja, entre 1964 y 1974, las exportaciones industriales crecieron cuatro veces más rápido que las importaciones industriales, en un contexto de fuerte crecimiento económico y de la productividad industrial, la cual además se dio sin expulsión de empleo (a diferencia de lo ocurrido en los ‘90).

¿Qué ocurrió entonces en aquel momento? No faltó prácticamente ninguna de las palancas que mencionamos. El mercado interno -con un salario fuerte - se convirtió en una de las grandes fuentes de aumentos de la productividad. Se implementaron políticas industriales y tecnológicas de fomento al sector, incluyendo subsidios para la exportación, compras públicas o financiamiento blando, entre otras. Si bien el contexto internacional es hoy muy distinto, la experiencia argentina de aquellos años -a pesar de sus contratiempos y sus defectos- merece ser releída, en tanto muestra que competitividad, productividad y salarios altos pueden ir de la mano.

* Director del Instituto Estadístico de los Trabajadores; Presidente de SidBaires
** Mg. en Sociología Económica (Idaes-Unsam), profesor en UNQ, miembro de SidBaires


Original: Pagina 12

8 dic 2015

¿Qué economía deja el Kirchnerismo?


Un mercado potente, pero con iliquidez

Por Daniel Schteingart *

¿Qué situación socioeconómica dejan doce años de kirchnerismo al entrante gobierno de Mauricio Macri? 

En primer lugar, hoy existe un mercado interno potente, gracias a la combinación de varios factores, entre los que podemos destacar: a) fuerte aumento del empleo, con 5,8 millones de puestos de trabajo generados desde 2002 y 4,8 millones respecto a 1998, pico de PBI de la convertibilidad; b) importante aumento del salario real, que hoy es 80 por ciento mayor al de 2002 y 47 por ciento superior al de 1998, y c) el aumento de los ingresos reales de los hogares de menores ingresos, por medio no sólo del aumento del empleo y del crecimiento del poder adquisitivo del salario, sino también por medio de políticas como la inclusión jubilatoria y la AUH, entre otras. Todo ello ha redundado en que el poder adquisitivo del 40 por ciento de menores ingresos sea hoy 176 por ciento más alto que en 2002 y 55 por ciento más elevado que en 1998. El correlato de ello es una baja importante (aunque a todas luces insuficiente) de la pobreza. En 1998, el 26 por ciento de los argentinos era pobre y en 2002 el 58 por ciento. Según el último informe de Cifra-CTA, en el primer semestre de 2015 la pobreza fue del 19,7 por ciento.

Esta gran mejora del poder adquisitivo de los sectores más vulnerables (que permitió ensanchar enormemente el mercado interno) comenzó a desinflarse a partir de 2011 y, sobre todo, desde 2013. A pesar de que en 2015 ha habido una mejora de los ingresos reales de buena parte de la población, la importante caída de 2014 (en la cual la devaluación de enero de dicho año mucho tuvo que ver) ha hecho que hoy el poder adquisitivo del 40 por ciento de menores ingresos sea levemente inferior al de 2013 y que la pobreza sea 1,7 punto más elevada.

La principal razón de este amesetamiento del bienestar de los sectores más postergados obedece al resurgimiento de la restricción externa desde 2011, que ha frenado la economía. Según el Indec, la economía creció apenas 4 por ciento entre 2011 y 2015, lo que en términos per cápita implica un 0 por ciento; estimaciones privadas marcan incluso una caída per cápita del 4 por ciento. Sin crecimiento es difícil que el salario real y el empleo privado crezcan.

Doce años de kirchnerismo dejan también 228.000 empresas nuevas en diversos sectores productivos respecto a 2002, y 180.000 si comparamos contra 1998. La fuerte generación de puestos de trabajo obedece en buena medida a ello. Vale apuntar que el momento de mayor dinamismo empresarial fue entre 2003 y 2008, y que desde 2011 la creación de empresas ha sido virtualmente nula.
Así como doce años de kirchnerismo dejan a Macri la sociedad menos segmentada socioeconómicamente de los últimos 20 años, también existen problemas por resolver. El principal de ellos es la escasez de dólares del BCRA, cuyas reservas líquidas son prácticamente nulas. Aquí existe margen para la recomposición, por la repatriación de capitales fugados (que se estiman en más de 200.000 millones de dólares) o por el acceso al financiamiento externo. Respecto a esto último, vale mencionar que la deuda pública nominada en dólares y en manos del sector privado es del 7,2 por ciento del PBI, de las más bajas del mundo, por lo que la situación argentina actual es de fuerte solvencia, pero de gran iliquidez. No sólo el Estado tiene bajos ratios de deuda: también ocurre lo mismo en las familias, las empresas y los bancos, lo cual contrasta con la situación de fines de la convertibilidad.

Otras cuestiones que deja el gobierno saliente tienen que ver con tensiones en los precios relativos, un déficit fiscal de más del 4 por ciento del PBI y una apreciación del tipo de cambio real que está en niveles similares a los de los 90 (aunque, dada la existencia de las trabas a la importación, a una mayor fortaleza del mercado interno y al bajo endeudamiento de las empresas, ello no implica la quiebra de empresas como sí ocurría hace quince años). Habrá que esperar para ver si las respuestas del próximo gobierno a estas cuestiones terminan generando daños significativos en la solidez del mercado interno. No es lo mismo tomar deuda para ampliar la plataforma productiva que para financiar fuga de capitales o una apertura a las importaciones que desplacen la oferta local. Tampoco es lo mismo devaluar drásticamente la moneda para recomponer competitividad que no hacerlo o hacerlo gradualmente (y compensando a los sectores más afectados por la apreciación cambiaria por medio de incentivos fiscales). No es indistinto corregir ciertos desajustes de precios relativos de un plumazo (sobre todo, los que tienen que ver con la energía residencial) y con ajuste devaluatorio que hacerlo de a poco. Por último, si hoy existe déficit fiscal, ello se debe en parte a que la economía prácticamente no ha crecido en los últimos cuatro años (afectando la recaudación). Para que las cuentas públicas mejoren es necesario volver a crecer más que hacer un ajuste que deprima la economía (y la recaudación).

* Magister en Sociología Económica (Idaes-Unsam).

original: pagina 12.