Por Fabián Amico y Mariano de Miguel
En el análisis de las cuentas externas de Argentina y los resultados
de su balanza de pagos, es habitual deducir de una proposición primaria
contable, proposiciones secundarias que refieren a relaciones de
comportamiento que adolecen de sustento lógico fuera de determinados
supuestos que la evidencia no parece confirmar.
La proposición verdadera reza así. “Un déficit en la cuenta corriente
de la balanza de pagos expresa necesariamente un exceso del gasto sobre
la producción interna”. Esta proposición es incontrovertible desde el
punto de vista contable en la medida en que el gasto bruto interno es la
suma de los gastos en consumo privado y público, la inversión y las
exportaciones netas de importaciones. Si esta última resta es negativa,
el gasto interno en consumo (privado y público) e inversión debe superar
a la producción (efectiva) interna de bienes y servicios. Si suponemos,
para simplificar, que la cuenta corriente de la balanza de pagos solo
registra transacciones en la balanza comercial, el saldo negativo de
esta última se corresponde con un déficit de la cuenta corriente de la
balanza de pagos.
Pero de la anterior proposición suelen, como dijimos, derivarse otras
a modo de corolario, sobre la base de los cuales se sacan conclusiones
que validan interpretaciones controvertidas. Veamos esto un poco más de
cerca.
Cuando existe un déficit en la balanza comercial, el gasto es mayor
que el producto, esto es, el país gasta más de lo que produce. Por otro
lado, cuando la balanza comercial es positiva (es decir, las
exportaciones son mayores que las importaciones), tenemos un exceso de
producto sobre el gasto.
Sin embargo, de ello no se infiere, en ningún caso, que la economía
esté operando en el nivel de pleno empleo de los “factores” y que, por
ende, no pueda ampliar su producción. Lo único que indica aquel déficit
externo es que la economía no logra generar todas las divisas que el
crecimiento requiere.
Ello puede deberse a cuestiones estructurales vinculadas al comercio
exterior, y no a un “exceso de gasto” sobre las posibilidades
potenciales de producción domésticas. Es decir, la economía puede contar
con abundantes recursos ociosos (muy bajos niveles de utilización de la
capacidad productiva, alto desempleo) y aun así tener un déficit
externo creciente. Dicho de otro modo, el déficit externo no es el
resultado de la pretensión de “vivir por encima de los propios medios”.
En el supuesto de pleno empleo, el déficit externo se debe
forzosamente a un exceso de gasto sobre la producción potencial interna.
En esta hipótesis, el exceso de gasto puede deberse a que el consumo,
la inversión o el gasto público (componentes internos) son muy altos en
relación con el producto potencial. Paradójicamente, puede ocurrir que,
si la economía está en pleno empleo, un exceso de gasto puede provenir
del aumento de las exportaciones (ya que la economía no puede producir
más).
Curiosamente, el diagnóstico habitual siempre asume que el “exceso”
proviene del gasto público y el déficit fiscal, aun cuando la economía
muestre claramente la existencia de abundantes recursos ociosos. El
diagnóstico subraya además que existiría un “consumo excesivo”, es
decir, insostenible, asociado a una política de sesgo populista. En
particular, se supone que los gobiernos populistas, a los efectos de
acumular poder electoral, y sin preocuparse por sentar las bases para el
crecimiento de largo plazo, fomentan el consumo “artificialmente”
mediante alzas “arbitrarias” de salarios, aumentos de las jubilaciones y
transferencias sociales, apreciación cambiaria o subsidios a las
tarifas. Estas políticas expanden la demanda de consumo, generando
inflación y aumento de las importaciones. Luego, más inflación supone un
tipo de cambio real más apreciado, lo que refuerza la tendencia al
déficit externo.
En algún punto, sea por reversión de los términos de intercambio o
porque los mercados internacionales de crédito racionan los préstamos,
la “fiesta” no puede seguir financiándose y sobreviene el ineludible
ajuste interno, que comienza necesariamente por el déficit fiscal y el
gasto público. Así, en este enfoque se considera que una crisis de
balanza de pagos es la manifestación de un exceso de gasto interno
(usualmente fiscal), en línea con la hipótesis de los “déficits
gemelos”. De modo que no existe realmente una restricción externa al
crecimiento en este enfoque.
Sin embargo, si se suprime el supuesto de pleno empleo, todo el
análisis previo cambia sustancialmente. El gasto interno (consumo,
inversión y gasto público), aunque crezca en niveles bien por debajo del
pleno empleo, puede generar un volumen de importaciones que resulte
incompatible con la base exportadora del país.
En este caso, el país está viviendo por debajo (y no por encima) de
sus posibilidades potenciales a causa de una escasez relativa de
divisas. Basta con que los precios internacionales de (o la demanda por)
sus exportaciones aumenten, para que el país reanude el proceso de
crecimiento sin problemas, sencillamente porque ahora cuenta con más
divisas.
En los hechos, se redujeron los déficits gemelos aumentando la
subutilización de recursos, cada vez más lejos del pleno empleo, y sin
perspectivas ciertas de comenzar alguna recuperación, todo lo que
desenvuelve un escenario dramático e insostenible en el mediano plazo.
Por ello, es vital cambiar el diagnóstico y las políticas. El déficit
externo (verdadera restricción) no expresa el sesgo populista de la
política económica sino la dependencia tecnológica y comercial del país
(su necesidad de importar crecientes cantidades de insumos y bienes de
capital cuando crece) y el hecho obvio, pero crucial, de que no emite la
moneda internacional de reserva.
Si se sigue considerando que el déficit externo es simplemente la
manifestación de un desequilibrio doméstico (es decir, un “exceso de
gasto” en una economía que fluctúa en torno al pleno empleo) la solución
seguirá siendo la misma: dolorosa e inútil.
Si, por el contrario, el déficit externo es una restricción que
comprime las posibilidades de crecimiento y fuerza a tener más desempleo
y recursos ociosos, entonces el diagnóstico anterior no solo no
resuelve el problema, sino que lo agudiza. El problema real es desplazar
la restricción externa, en vez de adaptarse recesivamente a ella.
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