Eduardo Crespo*
El
vacilante proceso de integración conocido como Mercosur está en terapia
intensiva. Pese a la retórica de la Patria Grande, nunca fue más allá
de iniciativas inconclusas dilatadas por ritmos burocráticos. El único
sector productivo verdaderamente integrado es el automotriz, más por
voluntad de las multinacionales que por decisión de gobiernos. En su
favor puede agregarse que otros sectores industriales encuentran allí un
refugio ampliado y relativamente protegido. ¿Por qué no se avanzó más?
Quizás el motivo es que la región nunca logró superar la orientación
neoliberal de la política económica. ¿Cuál es el sentido de la
integración regional si la meta es el libre comercio? ¿No es acaso más
razonable abrirse al mundo unilateralmente sin pasar por tortuosas
negociaciones políticas? ¿Por qué no eliminar unilateralmente aranceles o
firmar acuerdos bilaterales?
Los
procesos de integración se resquebrajan cuando imperan criterios
neoliberales, como lo demuestra la experiencia europea. El propio
desarrollo de los mercados siempre exigió decisiones políticas e
infraestructuras compartidas. La unificación de territorios nacionales
bajo el comando de Estados y la formación de mercados nacionales no
surgió por generación espontánea. La integración exige la voluntad
política de compartir un destino común. Se sustenta en bases simbólicas y
materiales, desde caminos y puentes, hasta escuelas, ejércitos, himnos y
banderas. La protección y compensación de sectores y regiones rezagados
siempre fue otro componente insustituible de toda integración.
Todos
estos ingredientes hoy están ausentes en la región. No se trata apenas
de que en la actual coyuntura el Estado brasileño es presidido por un
gobierno de inspiración teocrática vinculado al crimen organizado. Los
principales actores políticos, empresariales y mediáticos, adhieren al
actual proyecto de desestructuración del Estado. El programa neoliberal
es hegemónico, pese al creciente disenso en torno a los modos, formas y
antecedentes de la familia presidencial. Así como estas elites se
resisten a integrar a la mayoría de la población brasileña a la
comunidad imaginaria nacional, es de sospechar que rechacen la
integración con países vecinos. Cuando recrudece la disputa geopolítica y
tecnológica global, el gobierno brasileño se opone a la tradición
universalista y autónoma de su política exterior para adherir sin
restricciones a los mandatos del gobierno estadounidense. En forma
explícita abandona la pretensión de tener una conducción estratégica
nacional. Seguir a Brasil en esta aventura sería suicida, teniendo en
cuenta que China es el principal mercado del bloque y que la
reciprocidad estadounidense ante las genuflexiones no es necesaria en
estas latitudes.
Dada la
gravísima situación macroeconómica argentina, ¿cuál podría ser la
estrategia del nuevo gobierno? La región, al menos durante los primeros
años, será más una amenaza que una oportunidad. La contienda entre EEUU y
China quizás pueda otorgarle algún margen de maniobra, pero no podrá
fiarse en respaldos geopolíticos inverosímiles. El mercado mundial
tampoco luce promisorio, dada la desaceleración global y la reciente
caída de los volúmenes de comercio. Si estas tendencias prosiguen, la
única opción será adaptarse a la de-globalización. Muchos analistas
ahora defienden el ‘reshoring’, como una forma benigna de designar a la denostada sustitución de importaciones. Habrá que abandonar prejuicios.
original: Diagonales
*Doctor
en Economía y Licenciado en Ciencia Política. Profesor de la
Universidad Federal de Rio de Janeiro (UFRJ) en Brasil y de la
Universidad Nacional de Moreno (UNM) en Argentina. Twitter: @ecres70. @unimoreno