Por Eduardo Crespo *
El gasto público y los impuestos son motivos de agrias controversias
tanto en el debate público como entre economistas profesionales. El
saber convencional indica que el déficit fiscal es indeseable y la deuda
pública un problema. Estas nociones parecen tan obvias que aquel que se
atreve a ponerlas en discusión parece mentir a sus interlocutores. La
mayoría de los analistas describen los déficit fiscales en términos
peyorativos sin molestarse en explicar sus motivos. Aquí, a
contracorriente, aprovechamos la ocasión para preguntarnos lo
impreguntable: ¿por qué debería considerarse el déficit fiscal un
problema? Planteado el asunto en estos términos, no es aceptable el
argumento que lo considera un problema en sí mismo, como sucede con el
desempleo, la desigualdad o la pobreza. Eventualmente podría ser
cuestionable por sus consecuencias, es decir, por impedir o dificultar
algún objetivo social compartido.
En primer lugar, debe recordarse una identidad contable elemental:
descontadas las cuentas con el exterior por motivos expositivos, un
superávit del sector público equivale a un déficit del sector privado y
viceversa. Así, por ejemplo, quien aboga por el superávit fiscal como
norma general, en forma tácita defiende el déficit –y el mayor
endeudamiento– del sector privado como principio también universal. ¿Por
qué sería deseable ésta última situación? Por otra parte, teniendo en
cuenta que sólo el Estado tiene la potestad de emitir moneda, vale
interrogarse: si los Estados efectivamente pudieran gastar menos de lo
que recaudan en forma sistemática, ¿cómo se las ingeniarían los
particulares para pagar impuestos si quien tiene el monopolio de la
emisión de moneda demanda más liquidez de la que inyecta al mercado? La
respuesta a este interrogante es que exceptuando períodos muy breves,
los Estados siempre gastan más de lo que recaudan.
La ilusión del superávit fiscal, o incluso del “equilibrio fiscal”,
se sustenta en un artilugio contable por el cual los números del Estado
se separan en dos cuentas: las del tesoro y las del Banco Central. Así,
si durante cierto tiempo el gobierno puede gastar menos de lo que
recauda (como ocurrió en Argentina en la década pasada), normalmente el
Banco Central compensa esta laguna monetaria inyectando liquidez
mediante algún mecanismo extra presupuestario, por ejemplo, cuando
compra dólares que se suman a las reservas. Que como compensación de
este gasto se adquieran activos líquidos (dólares) como contraparte, no
significa que no se trate de un gasto genuino. Como lo demuestra David
Graeber en su monumental Deuda, fueron los Estados quienes engendraron
los mercados al imponer impuestos y tributos, obligado así a los
particulares a mercantilizar su producción a cambio de las monedas que
los Estados emitían y reconocían en el pago de impuestos. En otras
palabras, es necesario que los Estados –bancos centrales incluidos en
las cuentas del Estado– gasten sistemáticamente más de lo que recaudan
para que los particulares puedan pagar impuestos y los mercados se
expandan, caso contrario observaríamos una tendencia explosiva al
endeudamiento privado.
En países como los nuestros prevalece la genuina preocupación de que
los déficit fiscales provoquen huidas hacia el dólar. Sin embargo,
estas corridas pueden ocurrir tanto con déficit como con superávit
fiscal. No existe la menor asociación entre el nivel del déficit fiscal y
la frecuencia o intensidad de las corridas. El motivo es que la opción
entre apostar por el dólar o la moneda doméstica no depende del
porcentaje de déficit (o superávit) fiscal, sino de la mayor o menor
rentabilidad que se espera obtener de cada opción. Otro dato que suele
pasar desapercibido por quienes consideran que las ‘finanzas sanas’
deben ser un objetivo de política económica, es que el nivel de déficit
(o superávit) depende del desempeño económico agregado. Parafraseando a
Michal Kalecki, los Estados pueden establecer cuánto van a gastar, pero
no pueden decidir cuánto van a recaudar. En una economía en recesión la
recaudación disminuye, y a la inversa, aumenta cuando la economía crece.
Casi siempre observamos que los países con problemas económicos
registran elevados déficit fiscales y viceversa, lo que suele alimentar
la falacia de que el crecimiento del déficit es la causa de los
problemas y no su mera consecuencia. Es por este motivo que los ajustes
fiscales además de contractivos tienden a generar más déficit del que
combaten.
* Profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro.
Original: Pagina 12
2 comentarios:
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