Primera parte de la entrevista al economista Claudio
Scaletta, uno de los intérpretes más claros y lúcidos de la
macroeconomía local, para pensar la economía que se va y comenzar a
debatir la que viene.
¿Qué balance general hace en materia económica sobre los 12 años de gobiernos kirchneristas?
Claudio Scaletta: Un largo período de crecimiento
con inclusión, desde 2003 a 2008 por lo menos, luego un freno por la
crisis internacional y vuelta a la recuperación del crecimiento hasta
2011, y los últimos 4 años de freno relativo provocado fundamentalmente
por la reaparición de la restricción externa o escasez relativa de
dólares. El hilo conductor fue, la mayor parte del tiempo, el énfasis en
sostener la demanda agregada, lo que es lo mismo que decir el ingreso
de los trabajadores y el consumo, es decir el bienestar de la mayorías.
Cualquier balance debe incorporar el punto de partida, porque todo esto
se logró en paralelo a un profundo proceso de desendeudamiento que dejó a
la deuda pública en divisas por debajo del 10 por ciento del PIB, un
gran activo para los herederos. La gran batalla cultural fue terminar
con las políticas ofertistas y la teoría del derrame, el ajuste
sacrificial del salario en función de las promesas de inversión, con el
paraíso siempre en el futuro, y pasar a las del crecimiento sostenido
por la demanda. Todo esto se dice fácil, pero supuso un fuerte
enfrentamiento con muchos sectores del poder económico local y global.
Esto es lo que más o menos sabemos todos, luego existió un factor, que
no suele ser muy tratado, que es el rol del Estado y que me gustaría
destacar porque es muy importante mirando hacia el futuro.
El
kirchnerismo no creyó en el Estado desde el minuto cero. Se me ocurren
varias razones, primero porque en 2003 estaba destruido como aparato,
pero además porque todavía era fuerte la herencia que no comulgaba con
la intervención directa en sectores clave de la economía. Por eso, al
margen de la necesidad de acumulación política previa que demandan
algunas transformaciones, no hubo voluntad de recuperar el sistema
previsional desde el primer día y en materia de infraestructura y
transporte, por ejemplo, la mecánica fue durante demasiados años la
renovación de concesiones. La intervención directa, como en
ferrocarriles y energía, fue hija de la necesidad. Esto es clave porque
la diferencia entre crecimiento y desarrollo es la transformación de la
estructura productiva. Cuando el Estado retoma, vía la participación
accionaria en YPF, el control del sector energético comienza en forma
embrionaria un verdadero proceso de desarrollo, porque se aumentan las
inversiones sectoriales y la producción y se sustituyen importaciones.
También sirven como ejemplo los casos de Aerolíneas Argentinas y los
ferrocarriles, mientras se insistió con la gestión privada la cosa no
funcionó. Piensen también todo lo que se pudo hacer a partir de la
recuperación del sistema previsional, desde el financiamiento de
centrales nucleares a la AUH, el ProCrear y la mayor inclusión en el
sistema, lo que al mismo tiempo también fue volcar más recursos a la
demanda.
"La gran batalla cultural fue terminar con las políticas ofertistas y la teoría del derrame, el ajuste sacrificial del salario en función de las promesas de inversión, con el paraíso siempre en el futuro, y pasar a las del crecimiento sostenido por la demanda"
¿Cuáles piensa usted que son los puntos que requieren una pronta intervención en la economía argentina?
Claudio Scaletta: Creo que la sola idea de “puntos”
es complicada. Para que se tomen determinadas medidas el poder económico
tiene primero que ponerlas en la agenda pública. Los tiempos
electorales son el momento en que esto es más evidente. Así, por
ejemplo, nos dicen que el problema es el déficit fiscal, las tarifas, la
inflación, el arreglo con los buitres, el mal llamado cepo, pero en la
realidad ninguno de esos puntos es una causa de nada, son todos efectos.
Confundir causa y efecto es un problema grave para el analista de
cualquier cosa, pero imagínense en economía donde la mala praxis se
traduce en el malestar de millones de personas. Tomemos el ejemplo del
déficit fiscal que es, en la superficie, “el punto” que más obsesiona a
los economistas ortodoxos. Miremos por un momento Brasil, ya que el
único laboratorio que tenemos en economía no son las ecuaciones y los
modelos, que son más que nada para proyectar y jugar, sino la realidad.
Allí el PT, después de ganar las elecciones inició un proceso de ajuste
del gasto con el argumento de la existencia de déficit. Acotemos que al
ajustar el gasto lo primero que cae es la inversión pública, que es
crecimiento futuro, ya que los gastos corrientes suelen ser bastante
inelásticos. El resultado fue el de manual: la economía se contrajo y
ahora el déficit es todavía mayor.
¿Qué nos dice esto? Que la única
manera de reducir un déficit es mediante el crecimiento, no con la
reducción del gasto. Esto no quiere decir que no importa gastar
cualquier cosa en cualquier momento sin ton ni son, de lo que se trata
es de entender cómo funcionan los procesos económicos, de razonar como
economistas, no como contadores, dicho con todo respeto hacia los
colegas, pero la economía de un país no es como la de una empresa o,
como suele argumentarse, como la de una familia. Si quiero reducir el
gasto primero tengo que crecer, al revés no funciona en ningún lado.
Traslademos ahora esto a la Argentina, donde muchos economistas tienen a
la reducción del gasto como tic nervioso. ¿Qué hubiese pasado si en un
contexto de contracción internacional, con caída de precios, el gobierno
hubiese empezado a gastar menos a partir de 2011? Hoy tendríamos
recesión y, en consecuencia, a pesar del sufrimiento innecesario,
todavía más déficit. No es que los ortodoxos sean todos brutos y
desconozcan estas relaciones, pasa que en realidad quieren otra cosa:
bajar salarios y disciplinar a la mano de obra, un proceso que fue
estudiado en la década del 50 del siglo pasado por el gran economista
polaco Michal Kalecki. Lo mismo podemos decir de la inflación, que hasta
2012-13 fue fundamentalmente por puja distributiva y después
fundamentalmente cambiaria. Para no irme por las ramas, los problemas no
son puntos a abordar, sino procesos económicos, ir de las causas a los
efectos y no al revés. Y la “gran causa” en nuestra economía no nos
demanda descubrir la pólvora o tener una capacidad analítica especial.
Basta con leer, porque es algo que los macroeconomistas argentinos ya
estudiaron desde la década del ’60 del siglo pasado: la restricción
externa. Este es el tamiz por el que debe pasar cualquier medida
económica puntual, lo que permite o no la expansión del mercado interno y
los salarios.
"Los problemas no son puntos a abordar, sino procesos económicos, ir de las causas a los efectos y no al revés. Y la “gran causa” en nuestra economía no nos demanda descubrir la pólvora o tener una capacidad analítica especial. Basta con leer, porque es algo que los macroeconomistas argentinos ya estudiaron desde la década del ’60 del siglo pasado: la restricción externa"
¿Qué desafíos de fondo tiene el próximo gobierno en materia económica?
Claudio Scaletta: El principal desafío es poner en
marcha un proceso de desarrollo estructural que permita superar la
restricción externa en el mediano plazo, lo que quiere decir que en el
corto plazo se necesitará algo de financiamiento externo. Esta es otra
de esas cosas que son bastante obvias y fáciles de decir, pero
tremendamente complejas a la hora de ejecutar. Pero por qué nos vamos a
inhibir nosotros de decir cosas fáciles si los ortodoxos nos cuentan
todo el tiempo el cuentito de que tenemos que bajar el gasto, luego la
emisión, con eso la inflación y entonces llega la confianza de los
mercados y adviene el mundo feliz. Necesitamos profundizar un proceso
que sustituya importaciones, que agregue valor local a las
exportaciones, aleje la restricción externa y, con los dólares en el
bolsillo, posibilite la continuidad de la expansión del mercado interno.
La tarea supone inevitablemente un plan de desarrollo explícito, con
definiciones sectoriales, mirando la matriz insumo producto para
reforzar los eslabonamientos y gastar los dólares en el lugar preciso,
una banca de desarrollo, inversión en infraestructura, elegir sectores y
actores, un conjunto de acciones que sólo pueden llevarse adelante si
al mismo tiempo se mantiene lo que se llama “una macroeconomía para el
desarrollo”, lo que no es otra cosa que sostener la demanda.
Necesitamos profundizar un proceso que sustituya importaciones, que agregue valor local a las exportaciones, aleje la restricción externa y, con los dólares en el bolsillo, posibilite la continuidad de la expansión del mercado interno
¿Qué evaluación hace de la política de desarrollo industrial aplicada durante los últimos doce años?
Claudio Scaletta: No soy un especialista en
industria. En general estoy mirando la macroeconomía y lo industrial
salta cuando es un problema, por ejemplo, cuando genera déficit de
divisas. Igual hay dos cosas para decir, la primera puede sonar un poco
fuerte. No estoy muy seguro que haya existido algo así como “una
política de desarrollo industrial”. Sí existió una vocación
industrialista que se expresó fundamentalmente en la política comercial y
arancelaria, en la protección del mercado interno, que no es poco
pensando que veníamos de un cuarto de siglo de ortodoxia, pero no hubo
mucho más salvo esfuerzos aislados. Se me ocurren algunos, como la
recuperación de astilleros o la fábrica de aviones de Córdoba, también
los millones que insume el régimen fueguino, que es preexistente, pero
no veo que haya existido una política integral, que dicho sea de paso es
una de las condiciones para el desarrollo. Digo, creció la fabricación
de autos, la metalmecánica, los plásticos, la maquinaria agrícola, pero
no por una política específicamente industrial, sino porque creció la
economía, en parte gracias a la protección y los aranceles, pero no hubo
cambio estructural, seguimos exportando e importando más o menos los
mismos productos que hace una década. Aquí el dato a tener en cuenta es
que cuando el PIB crece un punto, las importaciones industriales crecen
2,5 puntos. La segunda cuestión que quiero destacar es que la industria
no debería pensarse como un fin en sí mismo, sino como un medio. El fin
es que crezca el salario y la inclusión y para ello necesitamos una
industria que sustituya y exporte porque si no lo hace aparece la
escasez de dólares y no podemos seguir expandiendo el mercado interno.
"No estoy muy seguro que haya existido algo así como “una política de desarrollo industrial”. Sí existió una vocación industrialista que se expresó fundamentalmente en la política comercial y arancelaria, en la protección del mercado interno, que no es poco pensando que veníamos de un cuarto de siglo de ortodoxia, pero no hubo mucho más salvo esfuerzos aislados"
¿Pero cuáles son los casos más importantes a destacar positiva y negativamente, y cuáles los principales errores cometidos?
Claudio Scaletta: Lo positivo, insisto, más que los
casos puntuales, fue tener una macroeconomía para el desarrollo,
sostener en todo momento la demanda agregada y proteger el mercado
interno y la producción nacional. A lo mejor a quien no está pensando
los temas económicos cotidianamente esto le parece una vaguedad, algo
que no tiene que ver directamente con la industria, pero es
absolutamente clave. Durante décadas la ortodoxia y los medios de
comunicación bombardearon a la población con la idea de que las empresas
invierten si se generan las condiciones para la inversión, algo con lo
que es imposible no estar de acuerdo en general, pero para el mainstream
esas condiciones son todas “por el lado de la oferta”, bajos impuestos,
flexibilidad laboral, apertura económica, políticas pro mercado. Sin
embargo, los empresarios invierten cuando tienen la certeza de que se
venderá lo que se va a producir, y eso ocurre primero cuando se tiene un
mercado interno fuerte. Ahora, si hay que buscar ejemplos negativos
concretos hay pocas dudas de que a la cabeza de la lista se encuentra el
régimen fueguino. ¿Por qué? La promoción industrial es una política que
en términos neoclásicos supone un montón de “distorsiones”, se hacen
transferencias a sectores particulares, se alteran precios relativos, es
casi inevitable alguna discrecionalidad, todo lo que los manuales de
macroeconomía con los que estudiábamos en los ’90 enseñaban como malo.
Por lo tanto hacer malas políticas heterodoxas es darle pasto a las
fieras, a los enemigos de la promoción. En la vereda de enfrente aparece
una idea generalizada que afirma que todo vale cuando se hace política
industrial, que ninguna “distorsión” importa porque se trata de un
objetivo superior. Yo también lo creo, pero agregaría que si desde el
Estado voy a beneficiar a algún sector, tengo que preguntarme también a
cambio de qué y durante cuánto tiempo. En Tierra del Fuego el costo
anual por cada trabajador empleado será en 2015 de dos millones de
pesos. Y el régimen viene desde los ’70. A eso hay que sumarle que nunca
será competitivo frente a las empresas globales gigantescas que hoy
lideran el mercado mundial de la electrónica de consumo, que importar
las piezas que se ensamblan es más caro que hacerlo con el producto
terminado, porque las empresas globales no tienen interés en que se
ensamble en otras partes. Y por último, lo más importante, es que si
desaparecieran las subvenciones, las transferencias, la protección de
mercado y los impuestos especiales, desaparecería también la producción
fueguina. Si es sólo como política regional es carísima, ineficiente e
insustentable. Hay que hacer política industrial y regional, pero con
otros criterios. Quiero decir, si después de 40 años de promoción sólo
tenemos ensambladoras hay algo que no funciona y debe reformularse.
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