Por Claudio Scaletta
El
cambio de gobierno, aunque exista continuidad partidaria, será muy
notable en lo económico. El discurso heterodoxo quedará, en el mejor de
los casos, significativamente moderado. El ABC de la heterodoxia pasa
por el énfasis en la demanda efectiva, pero existe también un marco
cultural: es una teoría crítica del mainstream y, por extensión, del
poder económico establecido. Una política económica heterodoxa no sólo
mantiene pujante la demanda efectiva, sino que debe disputar y gobernar
al poder corporativo. Por definición no es tibia ni consensual. El
desarrollo supone elegir sectores y, a la vez; no elegir a los no
elegidos, lo que implica tensión y conflicto. Lo mismo ocurre con la
distribución del ingreso, aun en contextos expansivos y en el marco de
relaciones ganar-ganar. Sin embargo, en torno al candidato del Frente
para la Victoria, estas tensiones parecen no existir y quedan subsumidas
en la ilusión de la armonía. No se trata sólo de personalidad o estilo,
sino del contenido del conjunto de medidas económicas que ya
trascendieron. La única diferencia a la vista residiría en la velocidad
de aplicación. La palabra clave es “gradualismo”, el mensaje: “no
esperar sorpresas”. No obstante, los economistas que rodean al candidato
presidencial recuperaron todas las demandas del establishment.
La actual ministra de Economía de la provincia de Buenos Aires,
Silvina Batakis, dijo en un reportaje concedido al diario La Nación que
la principal preocupación de los economistas es “la inflación”. El
contador familiar Rafael Perelmiter señala a quien quiera escucharlo que
se acabarán los subsidios tarifarios a los servicios públicos. Miguel
Bein, en su rol de propietario rural, afirma que sólo quedarán
retenciones (más bajas) para la soja y sus derivados. El titular del
Banco Provincia, Gustavo Marangoni, oficia de promotor de una regla
ultramontana de superávit fiscal, según la cual el gasto público nunca
podrá superar a la recaudación. El ex FMI Mario Blejer aboga por el
regreso a los mercados internacionales de crédito (¿también a la
supervisión de los organismos?) Todos, sin fisuras, creen que más
temprano que tarde habrá que allanarse a una negociación más blanda con
los fondos buitre.
¿Qué diferencia a este conjunto de medidas del sciolismo de las que
propone el candidato opositor más votado en las PASO? Al parecer sólo la
velocidad, pues se trata del núcleo del regreso a una macroeconomía
ortodoxa en el que vale la pena detenerse.
- Cuando un economista afirma que su principal preocupación es la
inflación, se define ideológicamente. La inflación es apenas un efecto
inherente a la puja distributiva y al crecimiento que, en Argentina,
tiene un alto componente cambiario. Desde el punto de vista de los
trabajadores, lo que importa es el poder adquisitivo del salario, no su
valuación nominal. Mantener el efecto inflación en niveles razonables
lleva, en todo caso, a la preocupación por sus causas.
- La eliminación de los subsidios tarifarios no es un tema menor.
Podría llevar a un shock inflacionario con profundos efectos fiscales y
recesivos. Se trata de 168.000 millones de pesos, o el 4 por ciento del
PIB, que dejarían de recibir familias y empresas y que deben restarse a
la demanda. Eliminar subsidios implicaría multiplicar las tarifas por 6,
unos 5 puntos de inflación y una caída del Producto de por lo menos 1,5
por ciento. Si hay un lugar que demanda gradualismo es este,
precisamente el único en el que el sciolismo no lo promete.
- Las retenciones son un mecanismo de tipo de cambio múltiple y en
consecuencia deben guardar relación en cada momento con el nivel del
tipo de cambio. Resulta atendible reconsiderarlas, pero eliminarlas o
reducirlas supone también devaluación fiscal. Luego, si ello se plantea
como solución para los “problemas de las economías regionales” se dejan
de lado las verdaderas dificultades de distribución del ingreso al
interior de estos circuitos. Ya se demostró, en todos los casos, que la
baja de retenciones nunca llegan a los productores y sólo benefician a
los exportadores y a quienes controlan el proceso de comercialización.
- La regla de superávit fiscal es probablemente el punto más
preocupante. Dejando de lado cuestiones elementales de la teoría, como
el dato de que no hay creación de mercados sin gasto público y que el
superávit del Estado es déficit privado, si la regla se hubiese aplicado
con posterioridad a 2007 la economía se encontraría hoy en una profunda
recesión. Como en el caso de la inflación aquí también se confunde
causa con efecto. Los déficit presupuestarios suelen ser el resultado de
las contracciones. Puede entenderse que la regla sea abogada por un
politólogo, resulta más extraño que ningún economista de un movimiento
como el justicialismo la haya refutado en voz alta. Vale agregar que el
déficit intraestatal en la moneda propia es irrelevante, son movimientos
entre cuentas, y que el único déficit que importa para la evolución del
PIB es el externo.
- Negociar con los fondos buitre es una definición geopolítica de
fondo. Se trata de allanarse a un sector del poder financiero que actuó
decididamente en contra del país financiando campañas de desprestigio y
buscando provocar el mayor daño posible por múltiples vías. Decir que se
lo hará para regresar a los mercados financieros a menores tasas, lo
que pagaría el gran sobrecosto de la decisión, significa asumir
demasiados supuestos. Volver a los mercados tradicionales asesorados por
ex funcionarios del FMI supone también regresar a una lógica que
durante el gobierno de Néstor Kirchner logró dejarse atrás pagando un
costo millonario. Por otra parte Argentina tiene vías alternativas para
financiar su restricción externa. El endeudamiento y la IED sólo
deberían utilizarse con el objetivo de reducir hacia el futuro esta
restricción.
Si el conjunto de concepciones y políticas señaladas iguala a los
candidatos del oficialismo y de la oposición más votada, la pregunta
siguiente es qué los diferencia. Hasta hoy, existe un solo aspecto
concreto y nada menor: el énfasis industrialista y en el desarrollo
industrial como una “etapa superior”. La sciolista fundación DAR elaboró
un verdadero Plan de Desarrollo, con descripción de cadenas de valor y
propuestas específicas para 36 sectores agroindustriales. Sin embargo, a
tono con la lógica del candidato bonaerense, se presenta al desarrollo
como un proceso carente de conflicto y que surgiría del consenso entre
los actores sociales. Si bien en las páginas de la fundación puede
encontrarse algún material que destaca la demanda efectiva, las
propuestas de las distintas áreas se centran mayoritariamente en los
subsidios y estímulos al capital, con apelación a términos de triste
memoria como “seguridad jurídica” y “clima de negocios”
Original: Cash
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