Por Claudio Scaletta
Hay
dos maneras seguras para que un artículo sobre economía pierda lectores
aceleradamente, precisamente lo que se supone el redactor quiere evitar.
La primera es llenarlo de números, la segunda es meterse en cuestiones
teóricas. Aquí se incurrirá, aunque sin exagerar, en el segundo vicio,
por lo que se demanda por adelantado un poco de paciencia. El tema es
Brasil y la pregunta fundamental, en principio extraña, es por qué un
país puede elegir voluntariamente crecer por debajo de sus
posibilidades. O más concretamente, por qué los sectores empresarios,
que también se benefician del momento del auge del ciclo económico,
preferirían regresar a momentos de contracción.
Lo más interesante es que el caso no es exclusivo del vecino, sino
un clásico de todas las economías que eligen el camino del ajuste
estructural en contextos en los que todavía existen márgenes para
políticas expansivas. Quizá sea provinciano mirar el mundo solamente
desde los problemas propios. A esta altura nadie que siga las variables
de la economía local desconoce que la escasez relativa de divisas es la
principal fuente del freno del PIB. Por eso es inevitable volver a
preguntarse por qué un gobierno como el brasileño, que no tiene esta
restricción, no elige crecer, no al 8 por ciento, lo que siempre genera
tensiones, pero sí por lo menos al 3 o 4 por ciento. Las reservas de
Brasil son de más de 370 mil millones de dólares y multiplican por más
de diez a las de Argentina, aunque ponderando por tamaño del PIB serían
el equivalente a 3,5 veces. El país tampoco tiene problemas para
financiar su cuenta corriente, su deuda pública está lejos de cualquier
descontrol y continúa el ingreso de capitales.
Hay más. Dilma y su partido ganaron las últimas elecciones haciendo
publicidad en contra de la ortodoxia económica. En la campaña hasta hubo
un spot publicitario que atacaba el fetiche neoliberal de la
independencia del Banco Central. Sin embargo, una vez reelecta, la
presidenta profundizó la receta ortodoxa, se frenaron los aumentos
salariales, se profundizó el ajuste fiscal, se aumentaron tarifas y se
provocó una fuerte devaluación. En los anteriores períodos de gobierno
del PT, el gran enemigo de la economía había sido la inflación, la que
no se originaba en ningún déficit, sino en el persistente aumento de los
salarios mínimos por encima de la productividad, algo que ninguna
economía puede soportar por mucho tiempo. Pero en los últimos meses,
tras la devaluación, la inflación se volvió cambiaria y se disparó sin
que las clases dirigentes se muestren ya tan preocupadas por el
fenómeno. La razón es simple: los salarios ya no crecen y la economía
acumula meses de contracción.
La cuestión se vuelve entonces más urgente: ¿por qué un gobierno
elige voluntariamente la contracción? En la historia del pensamiento
económico la pregunta no es nueva ni original. El primero en formularla
taxativamente fue el gran economista polaco Michal Kalecki en su
artículo de 1943 “Aspectos políticos del pleno empleo”. El texto tiene
apenas 8 páginas, se encuentra en Internet y no tiene desperdicio. Como
es propio de los clásicos, su actualidad es absoluta, pero la fecha de
redacción merece un comentario. Después de la Gran Depresión y bien
avanzada la Segunda Guerra Mundial, quedaba muy claro para la economía
política que el pleno empleo era alcanzable aplicando las medidas
sugeridas por el estado de la ciencia. Dicho de otra manera, se sabía,
precisamente por las doctrinas desarrolladas por Kalecki y Keynes, que
la intervención pública a través del gasto y la inversión estatal podían
llevar a la economía al pleno empleo. La pregunta que entonces se
formula Kalecki es por qué una porción de la clase empresaria, que
también se beneficia del crecimiento, y sus ideólogos, a los que
denomina “expertos económicos”, así, entre comillas, se resisten a la
expansión. La respuesta del economista polaco se divide en tres niveles:
- La resistencia a que el Estado intervenga en un problema
considerado como propio por los empresarios, como es la creación de
empleo.
- La resistencia a que el Estado dirija el gasto, sea a través de la inversión pública o de los subsidios al consumo.
- La “resistencia a los cambios sociales y políticos resultantes del mantenimiento del pleno empleo”.
Los dos primeros puntos son discusiones conocidas, básicamente a los
empresarios no les gusta ni que el Estado intervenga en sus negocios ni
que los desposeídos de medios de producción reciban ingresos que no
provengan del “sudor de sus frente”. El tercer punto es el mejor aporte
de Kalecki. El mantenimiento en el tiempo del pleno empleo, o niveles
cercanos a él, provoca profundas transformaciones sociales y políticas.
Primero, el desempleo deja de cumplir su papel disciplinador
deteriorando la autoridad del empleador. Luego, aumenta el poder de
negociación de los trabajadores (en rigor Kalecki no habla en 1943 de
“poder de negociación”, sino de “conciencia de clase”) y junto con este
poder, las demandas por aumentos salariales y mejores condiciones de
trabajo (¿Nunca menos?). Los empresarios pueden defenderse de los
aumentos salariales aumentando precios, lo que provoca inflación, los
rentistas no.
Pero queda una cuestión: Kalecki no cree que la gran
motivación empresaria sea estrictamente la ganancia: “Los dirigentes
empresariales aprecian más la ‘disciplina en las fábricas’ y la
‘estabilidad política’ que las ganancias. Su instinto de clase les dice
que el pleno empleo duradero es poco conveniente (...) y que el
desempleo forma parte integral del sistema capitalista ‘normal’”.
La
conclusión es que los empresarios pueden estar de acuerdo con políticas
expansivas para salir de las crisis, es decir, para evitar que las
crisis económicas se transformen en políticas, pero que estas políticas
no pueden mantenerse en el tiempo también por razones de estabilidad
política. Los ciclos no son económicos, sino económico-políticos. Una
digresión local: los tres puntos o resistencias sirven también para
entender por qué empresarios beneficiados por más de una década de
crecimiento poblaron las mesas de 50 mil pesos el cubierto que
financiarán al partido del ajuste.
Regresando al ejemplo de Brasil, las volteretas discursivas del PT
aplicando ellos mismos el programa contractivo que demandan los
empresarios generaron una tremenda pérdida de legitimidad de un gobierno
que se reivindicaba popular. En uno de los países menos igualitarios de
América latina, la mejora de las condiciones de vida, ingresos y
derechos de los trabajadores que caracterizaron los primeros años
irritaron a las clases dominantes tradicionales que profundizaron su
odio al PT. Las clases altas fueron seguidas por el grueso de los
sectores medios, quienes suelen sentirse amenazados frente el ascenso de
los sectores populares. Hasta aquí la secuencia parece tradicional.
Pero la particularidad brasileña fue que el ajuste estructural lo
comenzó y lo profundizó el PT, lo que descolocó a las bases más
militantes del partido. Dilma logró el prodigio de irritar a todos. Si a
eso se le agrega que los ajustes siempre aseguran recesiones y que,
además, se descubren redes de financiamiento de la política al interior
de firmas controladas por el Estado y se impulsan políticas de alianzas
con partidos sin ideología, tanto en el Ejecutivo como en el
Legislativo, la pérdida de legitimidad se vuelve total. A no
confundirse, Dilma no es Evo ni es Cristina.
Original: Pagina 12
No hay comentarios:
Publicar un comentario