Por Eduardo Crespo *
Las
últimas publicaciones del nuevo índice de precios del Indec, así como
la mayoría de las estimaciones privadas, indican que la inflación está
comenzando a ceder. Algunos analistas apuntan que la reducción del nivel
de actividad económica, al contraer los niveles de demanda, sería la
principal causante de esta desaceleración. Por su parte, desde ámbitos
allegados al Gobierno se pondera que la estrategia gubernamental
centrada en el programa Precios Cuidados estaría dando sus frutos.
Antes
de sacar conclusiones es conveniente revisar los fundamentos de cada
posición. En la Argentina se pueden identificar tres diagnósticos sobre
la cuestión inflacionaria. El primero y mayoritario la visualiza como el
resultado de un exceso de demanda. El principal (si no único) causante
de la inflación es el Gobierno. Un abultado gasto
público, sustentado por la siempre denostada “emisión”, colocaría una
presión excesiva sobre los precios de bienes escasos. El diagnóstico es
simple y popular: muchos billetes con relación a la cantidad disponible
de bienes.
La
segunda interpretación presenta a la inflación como el reverso de
aquella lectura: ésta no sería una consecuencia de la política
gubernamental sino el resultado de los “abusos” del sector privado.
Empresarios inescrupulosos, en lugar de invertir y aumentar la oferta
cuando la demanda crece, abusan de sus posiciones “monopólicas” para
subir precios.
Aunque
estas visiones parezcan opuestas, comparten ciertos rasgos comunes. La
inflación sería consecuencia de un exceso de demanda. Para unos la
oferta es fija porque la economía habría
llegado a su “máximo potencial”, para otros porque los empresarios
serían “renuentes a invertir”. Ambas lecturas comparten la premisa de
que la inflación es consecuencia de la idiosincrasia argentina. O
sufrimos inflación porque el gobierno “populista” pretende imponer la
felicidad imprimiendo billetes, o porque nuestra “burguesía” en lugar de
invertir y producir –como se presume que ocurre en otras latitudes– se
contenta con aumentar sus ganancias subiendo precios. Ambas
interpretaciones también coinciden en sus dificultades para explicar
evidencias muy sencillas: ¿por qué la inflación sigue siendo elevada
cuando la demanda agregada crece poco o se reduce como ocurre en la
actualidad?
Pero
existe una tercera interpretación, que escapa de este maniqueísmo de
contrastes aparentes. Para ésta, la dinámica inflacionaria es el
resultado de
la puja distributiva y de todos aquellos elementos que la impulsan o
sostienen en el tiempo. A una suba inicial de precios, que reduce
salarios reales, normalmente le sigue una recomposición de los salarios
nominales que vuelve a impactar sobre los precios a través de los
costos, en una espiral que no se detiene fácilmente. La inversa también
es cierta: a una suba de los salarios nominales le sigue una
recomposición de los precios, y así sucesivamente. En este marco, varios
elementos suelen alimentar la dinámica. Eventuales shocks de costos,
como una suba de precios internacionales o la devaluación del tipo de
cambio, pueden acentuar el conflicto distributivo. Lo mismo puede
decirse de los excesos temporarios de demanda que puedan surgir en
algunos mercados.
Un
elemento relevante para comprender esta posición es entender que la
puja distributiva no
necesariamente surge cuando la economía está en pleno empleo. Aunque la
reducción del desempleo a veces mejora la posición negociadora de los
trabajadores, acentuando la puja distributiva y la inflación, no se
trata de una ley de hierro, ya que la dinámica depende de elementos
institucionales e históricos que suelen modificarse incluso con
celeridad, factores tales como el grado de combatividad de los
trabajadores, el nivel de sindicalización o las reglas que rigen las
negociaciones paritarias.
Entendemos
que la desaceleración inflacionaria reciente responde a varios motivos:
el tipo de cambio dejó de devaluarse como ocurrió durante 2013 y se
registra un menor nivel de actividad. Ambas circunstancias amortiguan la
puja distributiva. El programa Precios Cuidados y los acuerdos
sectoriales pueden ser herramientas adecuadas si se realizan en forma
sincronizada
con las negociaciones salariales, el control del tipo de cambio y la
fijación de precios administrados como los servicios. Caso contrario,
podrán tener cierto impacto sobre la distribución del ingreso al
corregir eventuales “abusos”, pero influirán sobre la dinámica
inflacionaria.
*
Licenciado en Ciencia Política y en Economía de la UBA, y profesor de
la Universidad Federal Fluminense de Río de Janeiro, Brasil.
Original: Pagina 12
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