Por Claudio Scaletta
Dejando
de lado a quienes creen que todo se reduce a una cuestión de
equilibrios presupuestarios, que son los mismos que anhelan que el
sector público no intervenga en prácticamente nada, existe un consenso
bastante extendido acerca de cuáles son los factores clave para sostener
el crecimiento de la economía. La enumeración es breve. Partiendo del
efecto principal, y estructural, de los procesos de crecimiento de largo
plazo en la economía local, la escasez de divisas, se proponen todos
aquellos factores que la contrarresten. La urgencia pasa hoy por
recuperar el autoabastecimiento energético y una sustitución de
importaciones más efectiva, comenzando por la principal rama de la
industria.
En segundo lugar, como el excedente de divisas no es sólo lo
que se deja de importar sino el neto del comercio exterior, es
igualmente importante aumentar exportaciones. Bajo esta idea-objetivo
debería limitarse la falsa dicotomía campo-industria.
En tercer lugar,
las divisas no se van solamente por importaciones. Todos los pagos al
exterior restan dólares y, con ello, crecimiento: este es, por ejemplo,
el efecto real de un mal arreglo en materia de deuda externa, algo que
los buitres internos nunca explicitan en su menú de predicción de
desastres.
Lo enumerado trasciende la contabilidad del balance de pagos. Es,
simplificado, un enfoque integral que no suele estar en la mente de los
hacedores de política, incluso en la de quienes se mostrarían de acuerdo
en que alejar la restricción externa es el punto de partida. De ser así
no se hubiese demorado tanto en tomar las riendas del problema
energético, o no se seguirían importando centrales térmicas llave en
mano o vagones de ferrocarril. Tampoco se vería como una panacea la
inversión de capitales extranjeros en centrales hidroeléctricas, pues
estos capitales traen consigo, como se encargó de demostrar la
experiencia de los ‘90, la importación de insumos de proveedores del
exterior, por ejemplo las turbinas. Lo que se importa no se produce
fronteras adentro, se importa empleo y las empresas locales pierden
ganancias y capacidades tecnológicas.
Si se conversa aisladamente con los funcionarios involucrados en
estas decisiones, negativas para el problema principal, es probable que
tengan un discurso desarrollista. La pregunta es: ¿qué falla para que
elijan opciones que no disminuyen los efectos del problema principal?
Una posible respuesta inmediata es que no existe “planificación para el
largo plazo” (tranquilos, se evitará aquí la cita de Keynes). Las
decisiones de gestión se encuentran permanentemente sumergidas en la
urgencia. Por ejemplo: las tendencias de crecimiento de la demanda y
disminución de la oferta de hidrocarburos se conocían desde mucho antes
que las curvas se crucen. Los problemas de oferta eléctrica también eran
sabidos desde bastante antes que se decida importar usinas térmicas
que, de paso, siguen demandando hidrocarburos. Enarsa serviría para la
exploración offshore, no para importar gas. Los problemas de
infraestructura en el transporte público también son anteriores a las
primeras señales de colapso y a la decisión de importar material
rodante. En el país existen empresas con capacidad de producir turbinas
hidroeléctricas desde antes de que se imagine cualquier “alianza
estratégica” con China. El componente importado de la producción
automotriz, un problema que se discute desde la hora cero del Mercosur,
no sólo se mantuvo sino que se agravó notablemente.
Lo que falla, entonces, es la visión integral. En ningún tablero de
comando se encienden luces de alarma cuando los sectores avanzan
aisladamente en la dirección equivocada. Las soluciones de apuro se
muestran como buenas noticias y se legitiman, precisamente, por la
urgencia de la hora.
El debate por el desarrollo sigue impregnado por dicotomías falsas,
como la citada campo-industria. A pesar de la existencia de un
ministerio que lleva el nombre “de Planificación”, todavía hay poco en
materia de planificación integral y de largo plazo. Aun considerando las
especificidades de cada economía, existe una experiencia internacional
relativamente homogénea que debería considerarse. Todos los países que
cerraron o están en vías de cerrar la brecha del desarrollo siguen una
receta similar: eligen sectores para que se vuelvan dinámicos a partir
de su integración en la economía mundial y movilizan todos los recursos
del Estado, no sólo materiales, para impulsar estos sectores en el
tiempo.
La propia selección de sectores es parte del plan de desarrollo.
Parece claro que la selección de Argentina debe incluir la potencia de
su complejo agropecuario y sus abundantes recursos naturales, con eje en
los energéticos. Pero ambos sectores son la parte de un todo que
también debe incluir una mayor agregación de valor en origen. Las
alternativas industriales ensayadas hasta ahora, salvo en el caso de
algunas industrias metálicas básicas productoras de commodities, y con
una alta concentración orgánica del capital, no fueron exitosas en su
integración dinámica al mercado mundial. La selección de ramas y su
sostenimiento todavía está pendiente. La misma selección es sumamente
compleja en tanto supone definir también la alianza de clases que le
dará sustento en un marco de estabilidad política.
El desarrollo económico no es un proceso lineal. Las políticas
necesarias para el desarrollo no son las mismas en cada momento del
tiempo. No alcanza con que cada decisión vaya en la dirección ideológica
correcta. La actual administración siempre hizo un culto de las
decisiones inmediatas, ignorando de hecho la planificación de largo
plazo. Es comprensible cuando se recuerda que asumió en la urgencia,
pero después de más de una década ya no debería funcionar bajo la
urgencia permanente. No si la meta es el desarrollo como posibilidad de
dar continuidad y consolidar las transformaciones iniciadas en 2003.
Original: Cash
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