Amico, Fabian*
Fiorito, Alejandro**[1]
La irrupción de China en los años 2000 implicó un
profundo cambio en los precios relativos a favor de las exportaciones primarias
y una mayor demanda de commodities. Por su parte, el crecimiento más dinámico
de Brasil en la segunda mitad estimuló las exportaciones automotrices de
Argentina, contribuyendo a la expansión industrial. Sin embargo fue el régimen
macroeconómico que emergió de la crisis y se estabilizó desde 2003 el que permitió
traducir el mayor espacio externo de divisas (el convencional “viento de cola”)
en un mayor ritmo de crecimiento interno.
Este nuevo régimen redujo sustancialmente la fragilidad
financiera externa que había caracterizado a la convertibilidad. Así, al crecimiento
sostenido de las exportaciones (18.7% promedio anual a precios corrientes), se
sumó el desendeudamiento y la acumulación de reservas como pilares reales de la
sustentabilidad externa. Esta nueva configuración permitió financiar el fortísimo
crecimiento de las importaciones (28.3% promedio anual a precios corrientes),
el pago de intereses de la deuda y una significativa fuga de divisas. Cabe
observar que las contracciones sufridas en 2009 y la actual desaceleración no
guardan similitud con los stop and go
de los años ´60 y ´70, donde las recesiones eran inducidas por la operación
efectiva de la restricción externa.
En el presente, sin embargo, existe una complicación
nueva. Hasta los años 90, la inversión en equipo –que crecía inducida por el
empuje de la demanda final- estaba fuertemente correlacionada con la producción
nacional de bienes de inversión e
insumos. Pero desde 1992, tras la abrupta apertura arancelaria, la inversión
pasa a correlacionarse fuertemente con la demanda de bienes de inversión y
piezas de capital importados, y cualquier alza de la inversión se traduce desde
allí en una aceleración de las importaciones.
Este cuadro, notoriamente evidente desde el punto de
vista empírico, pone en cuestión la idea de que el desequilibrio externo
argentino sería manifestación de políticas “irresponsables” y “populistas”,
resultado de un “exceso de demanda” interno y de una inversión que crece poco.
Ocurre lo opuesto: el déficit externo se produce por las ingentes importaciones
de bienes de capital e insumos intermedios, producto de un fuerte crecimiento
de la inversión estimulado, su vez, por la sostenida demanda de bienes finales.
De tal forma que el crecimiento acelera la inversión industrial y ésta se
filtra en mayores importaciones, mientras las exportaciones crecen a una tasa
autónoma (menor) respecto del ingreso interno. Este es el origen del creciente
desequilibrio de la cuenta corriente en la actualidad.
Por ende, un modelo de alto crecimiento y de mejoras
de la distribución del ingreso, tiene como requisito ineludible la formulación
y aplicación de un set de políticas estructurales que ataque las raíces del desequilibrio
externo, como un esquema de sustitución de importaciones y de promoción de
exportaciones industriales, y de mejoras en la infraestructura apuntadas a
reducir los costos estructurales de la economía. En este contexto, la mera
reducción de la tasa de crecimiento, inducida actualmente por el ajuste fiscal
y por la reducción de la demanda externa (especialmente de Brasil), no genera
ningún beneficio, ya que no modifica en nada los factores estructurales que
determinan el desequilibrio externo y agrega problemas económicos y sociales
evidentes, como la reducción de la tasa de crecimiento de la productividad. Es
un método fútil de ahorrar divisas ya que el estancamiento económico no puede
mantenerse indefinidamente y el problema externo reaparecerá enseguida, apenas
la economía vuelva a crecer a tasas aceptables y la aceleración de las importaciones
vuelva a deteriorar la cuenta corriente.
En este marco, la reforma de la carta orgánica del
BCRA no debe considerarse como una estratagema para financiar algún “exceso”
más o menos ocasional del gobierno, sino que debe entenderse como la legítima
posibilidad de financiar el desarrollo de nuestra industria a través de un plan
que permita administrar la restricción externa al crecimiento en el
mediano-largo plazo. La cooperación del banco central en esta tarea estratégica
exige liberarse de todo residuo monetarista.
Ahora bien, dado que estas políticas estructurales
llevan algún tiempo en producir resultados, ¿qué hacer en la transición? Una
vez puesto en funcionamiento el set de políticas industriales, el gobierno
podría explorar la posibilidad de utilizar pragmáticamente las ventajosas
condiciones internacionales de liquidez para financiar el eventual
desequilibrio de la cuenta corriente en el interregno. El endeudamiento, el
flujo de capitales de corto y largo plazo, el manejo cambiario y monetario, son
instrumentos que no deben ser confundidos con las políticas económicas que les
sirvieron de base en el pasado. El endeudamiento externo o el ingreso de capitales
en la convertibilidad contribuyeron a generar una creciente fragilidad
financiera, pero eso no convierte al ingreso de capitales o a la deuda tout court en instrumentos
inutilizables.
Lo mismo es válido para el mercado cambiario. Los
controles de capitales son una medida imprescindible en una economía
periférica. Pero los actuales controles no son la única forma de
implementarlos. La tendencia a la formación de activos externos del sector
privado tiene su origen en factores económicos estructurales que nada tienen
que ver con la “cultura”. De hecho, existe una fragilidad intrínseca de las
monedas “periféricas” como medio seguro de mantener la riqueza, algo que casi siempre
se confirma por la dirección final de los movimientos de capitales y/o por la
posición de la balanza de pagos. De este modo, en un mundo financiero
desregulado, hay una tendencia crónica del capital para alejarse de las monedas
periféricas (contracara de la fuerza del dólar), y por lo tanto, existe una
tendencia a que tales monedas se deprecien, tendencia que no siempre puede ser
eliminada por la política monetaria.
Esta fragilidad se pone de manifiesto en la
determinación estructural del tipo de cambio nominal. Si se asume que el tipo
de cambio esperado depende en buena medida del tipo de cambio nominal vigente
en el pasado reciente, entonces un continuo proceso de apreciación nominal
llevará a que se espere una mayor apreciación en el futuro. Los agentes del mercado
cambiario evitarán la compra de dólares esperando que su precio sea menor, lo
que dará lugar a nuevas rondas de apreciación ya que los vendedores de divisas tendrán
que bajar su precio y los compradores sólo comprarán a un precio más bajo. En consecuencia,
un proceso de apreciación del tipo de cambio puede dar lugar a expectativas de
apreciación.
Lo mismo vale, lamentablemente, para el caso inverso
como es el de Argentina en la actualidad. El TC nominal depende del TC vigente
en el pasado, del diferencial de intereses (más el riesgo y la devaluación
esperada), del flujo exógeno de capitales y de la cuenta corriente. A su vez,
la dinámica del TC nominal en el tiempo depende del diferencial de intereses. En
este contexto, un diferencial de intereses negativo y constante llevará a un
proceso de devaluación del TC a través del tiempo. Esto se agravará si el flujo
de capitales se torna negativo y la cuenta corriente ingresa en una tendencia
deficitaria. Debe señalarse que una devaluación más pronunciada solo agravaría
el cuadro, generando más inflación y reforzando la tendencia a la apreciación
real del TC.
Con los controles cambiarios el Gobierno optó por restringir
la compra de dólares para importaciones, transferencias de empresas y
atesoramiento. Si se considera que los agentes (empresas y particulares)
compran dólares esperando un cierto retorno, el gobierno puede perfeccionar los
controles cambiando esos retornos mediante vías indirectas (por ejemplo,
fijando impuestos a las diversas transacciones), sin necesidad de mantener
controles burocráticos sobre las cantidades.
Es importante observar que esta tendencia a la
formación de activos externos no es resultado de la apreciación cambiaria, sino
del estado de la cuenta corriente y del diferencial de intereses más riesgo y
devaluación esperada. Si la economía creciera a tasas aceptables, la cuenta
corriente se tornará deficitaria rápidamente. Las mejoras estructurales
tardarán en hacer efecto. La transición debería ser conducida tratando de
mejorar las condiciones de liquidez externa mediante una combinación de mayores
flujos de capitales, alguna mejora en las tasas domésticas e incluso la
posibilidad de acceso al mercado financiero internacional.
El uso de estos instrumentos ha sido descartado por
la traumática experiencia de la convertibilidad. Pero lo que interesan son las
políticas a las que sirven esos instrumentos.
Si el país pone en marcha las políticas estructurales
de fondo, apuntadas a desplazar la restricción externa, el gobierno no debe
tener temor de hacer un uso pragmático de tales instrumentos en la transición.
El verdadero temor debería ser que el proceso derive en una combinación de
políticas consistentes en una mayor tasa de devaluación y mayor ajuste fiscal.
En este escenario, la economía no crecería, habría una aceleración de la
inflación y las restrictivas condiciones estructurales del sector externo
seguirían intactas, congelando la situación de estancamiento.
Original: El Economista, 16/11/2012
[1] *Investigador de CEFID-AR
*Docente e Investigador de UBA, UNLU.
2 comentarios:
¿Perdón? ¿ahora hay que salir al mercado de capitales?
Este preocupante cambio de discurso marca el fin de una época.
Tu comentario representa el otro lado de la medalla de la ideologia sin analisis. No lee, no entiende y no analiza las condiciones para cumplir un objetivo -el desarrollo industrial- y simplemente todo lo toma como una apuesta para ver quien es mas lineal. Como hacen muchos, inventa un monigote teorico para poder pegarle facil. A seguir participando.
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