En Brasil prevalecen condiciones comparables a aquellas que
facilitaron el avance del fascismo durante la década de 1930. Siguiendo a
Karl Polanyi en su Gran Transformación, el (neo)liberalismo se tradujo
allí en un proceso de extrema privatización de la vida cotidiana,
circunstancia que derivó en el desesperado llamado al orden y la
disciplina en las últimas elecciones. Para Polanyi el sistema liberal
colapsó en los años 30 por las características intrínsecas a la utopía
liberal: la pretensión de que el mercado auto-regulado permitiría el
bienestar colectivo. Para esta utopía la propia fuerza de trabajo y la
naturaleza deberían reproducirse mediante relaciones de compraventa sin
otra orientación que la ganancia. Pero la mercantilización lleva
implícita una desagregación social contra la que permanentemente se
oponen mecanismos de auto-protección: tanto en términos de organización
social y productiva como a través de la reivindicación política por
normas y derechos universales. El autor muestra cómo la desarticulación
social provocada por el desmoronamiento del mercado generó como reacción
el surgimiento de propuestas totalitarias.
Desde 2013 la mayor parte de los brasileños sufren un colapso
económico. Sus efectos se sintieron especialmente en el mercado de
trabajo y en las condiciones de vida de los sectores populares. Desde
2014 a 2018 la desocupación abierta alcanzó 13 por ciento, mientras que
entre la población ocupada el trabajo informal supera 40 por ciento.
Recuérdese que desde 2017 el trabajo formal se encuadra en la nueva
reforma laboral que precariza sus condiciones. Junto al colapso
económico se deterioraron las instituciones políticas y el aparato
estatal. Aunque el Estado de Derecho siempre fue una formalidad para
pocos, en las periferias urbanas el espacio público fue privatizado por
bandas de narcotraficantes y grupos para-militares: Durante 2017 se
registró una tasa de 30,8 asesinatos cada 100 mil habitantes, unos 64
mil homicidios. El desamparo y la virtual desaparición del Estado
facilitan la propagación de iglesias evangélicas como exclusivos lugares
de socialización en territorios carentes de servicios públicos. Una vez
que la izquierda abandonó el trabajo de base, notorio en los años 80,
estas iglesias y sus redes de negocios se desempeñan como equivalentes a
punteros de barrio de usos múltiples: imponen disciplina y
autoregulación, dan contención espiritual, ayudan en la desesperada
búsqueda de empleos. Y aunque puedan parecer objetivos contrapuestos, en
forma simultánea promueven la familia patriarcal y la posmoderna
ideología del emprendedorismo individual.
Es en estas condiciones socioeconómicas donde debe pensarse el masivo
apoyo al discurso de extrema-derecha. La restauración del orden, la
disciplina y las jerarquias son hoy prioridad para la mayoría de los
brasileños. “Brasil arriba de todos y Dios arriba de todo”, reza el lema
y nombre oficial de la coalición electoral recientemente vencedora.
¿Las iglesias evangélicas y los movimientos políticos de extrema derecha
son mecanismos de autoprotección de la sociedad en los términos de Karl
Polanyi? Aunque en una escala simbólica efectivamente representan un
urgente llamado al orden por encima de cualquier otro objetivo o valor,
sean éstos los derechos humanos o la libertad de enseñanza, al promover
políticas económicas neoliberales, como la privatización y los ajustes
fiscales, y al santificar las prácticas individualistas del
emprendedorismo en desmedro de la acción colectiva, agudizan la
descomposición estatal y el desamparo social. De no revertirse estas
tendencias, es más probable que Brasil se convierta en un Estado fallido
a que devenga en un régimen fascista de tipo clásico sustentado en un
Estado todopoderoso como aquellos que estremecieron al mundo en la
década de 1930.
* Profesor de la Universidad Federal Fluminense (UFF), Brasil.
** Profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), Brasil, y la Universidad Nacional de Moreno (UNM), Argentina.
Original: Pagina 12
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