Matías Vernengo, en conjunto con Esteban Pérez Caldentey, acaban de editar un libro interesante sobre un tema que suscita creciente atención: la incapacidad de América Latina de pegar ese ansiado brinco hacia el desarrollo y lograr estándares de vida más altos e inclusivos de manera sustentable. En diálogo con El Economista, Vernengo (Bucknell University) comenta algunos pormenores del trabajo, señala algunas respuestas a la pregunta que titula el libro y sugiere algunos tips para los policy makers latinoamericanos a la hora de delinear una estrategia exitosa hacia el desarrollo. En una época de vacas menos gordas que en la primera década de los 2000 y con (todavía) enormes déficit sociales, es un libro más que necesario para reflexionar sobre los desafíos de América Latina y su necesidad de batallar contra su crónica inestabilidad e incapacidad para subirse, como un pasajero más, en el tren del desarrollo, y no quedarse más en la estación.
Para arrancar, ¿qué los llevó a escribir el libro, por qué eligieron este momento y qué vacío intentan ocupar?
El fracaso del llamado Consenso de Washington y la reacción política que permitió la elección de gobiernos de izquierda en la región hace más de una década ahora, creó la posibilidad de una nueva estrategia de desarrollo. Sin embargo, la crisis global que empezó con el fin de la burbuja del mercado inmobiliario de EE.UU. y la crisis europea dejó en claro los límites del experimento nacional y popular en la región. El agotamiento del ciclo de las commodities, en particular, demuestra que los viejos problemas de la especialización productiva de la región son difíciles de superar. El libro es una respuesta a eso en el contexto de un resurgimiento de las ideas nuevo institucionalistas sobre el papel de las instituciones, y el riesgo de un nuevo Consenso de Washington aggiornado.
Ciertamente, es natural aspirar a mejorar, tanto a nivel individual como colectivo y pretender que la gente viva sustancialmente mejor. En breve, desarrollarse. Pero, en América Latina, ¿es posible y hasta qué punto?
No sugiero “tirar la toalla”, como se dice en Argentina, ¿pero no es muy difícil ese camino y acaso no fue recorrido solo por unos pocos en las últimas décadas? En otras palabras, ¿a qué puede, verosímilmente, aspirar la región? Y uno no espera la próxima potencia hegemónica global. Tampoco se espera que reinventemos la rueda. Pero es posible eliminar los peores problemas del subdesarrollo. Por ejemplo, cuestiones básicas, como la seguridad alimentaria, son relativamente fáciles de resolver. Una combinación de sustitución de importaciones, promoción de exportaciones, con las requeridas políticas industriales, y políticas de estímulo del mercado interno, lo que demanda políticas sociales redistributivas, permitirían mantener tasas de crecimiento razonables, evitando los problemas externos que normalmente ponen un freno al crecimiento en la periferia. No sé si puede romper lo que ahora los autores neoclásicos llaman la trampa de los ingresos medios porque, finalmente, apenas dos o tres países lo han hecho fuera del círculo de los países centrales.
Uno de los temas que recorre el libro es el rol de las instituciones, que no se desmerece y los autores dialogan críticamente con la visión institucionalista. ¿Cuál es el problema de las instituciones latinoamericanas, hechas a imagen y semejanza de las que existen en otros países de Occidente que tienen PIB per capita sustancialmente mayores?
No es una cuestión de copiar instituciones. No es por tener un banco central independiente, por ejemplo, que bajás la inflación. El problema central en términos institucionales es la ausencia de un Estado desarrollista eficiente. Los viejos estructuralistas te dirían que es la incapacidad de generar las instituciones que producen progreso tecnológico. Algo así como recrear un Sillicon Valley nacional. Sin duda, eso es parte del problema. Pero también hay problemas financieros. Los problemas institucionales del manejo de la demanda, a mi ver son por lo general poco entendidos. El manejo del endeudamiento externo, y de la persistente dificultad de financiar los problemas de la cuenta corriente, están en el centro de los límites al desarrollo. Las instituciones que necesitan los países periféricos no son necesariamente las mismas de los países desarrollados. Por lo menos lo las de ahora. Innovaciones institucionales, como el Banco de Desarrollo de los Brics, por ejemplo, son relevantes en este contexto.
La comparación con Asia emergente es otro espejo recurrente del libro. ¿Se puede aprender y copiar algo de ellos o, como dicen algunos, es un camino impracticable para América Latina dadas las diferencias societales entre ambas regiones?
En realidad, esta ha sido una comparación permanente en las discusiones sobre desarrollo. En particular, porque después de la crisis de la deuda de los años ‘80 los países asiáticos siguieron creciendo, pero América Latina básicamente quedó estancada. Pero creo que la lección simplista según la cual a ellos les fue bien porque tenían un tipo de cambio real más devaluado, y eso permitió mayores exportaciones, es una simplificación burda. Hay que entender no solo las instituciones que permitieron el desarrollo industrial en Asia, relacionadas con el Estado desarrollista, pero también la reorganización de las cadenas productivas globales, que privilegiaron la expansión manufacturera allá.
Por último, me gustaría que sugiera algunas ideas fuerza para los policy makers en la región, máxime en este nuevo contexto de vacas no tan gordas como en la primera década de los 2000. Además de reglas claras y una macro ordenada, que son prerrequisitos para el desarrollo, ¿qué deben hacer en el desafiante y competitivo Siglo 21?
Depende de que quiere decir una macro ordenada. Fijáte que la Revolución Industrial fue hecha en un periodo en el cual la economía inglesa acumulo una deuda pública de más de 260% del PIB. O sea, tenían un gran desequilibrio macroeconómico. Es más, fue un periodo de inflación elevada, que dio lugar al llamado debate bullionista y los principios de la teoría monetaria. Por otro lado, no es fácil decir qué hay que hacer. No hay una fórmula mágica. Pero retomar políticas de estímulo al desarrollo industrial nacional, que permitan insertarse en las cadenas productivas globales produciendo bienes con mayor valor adicionado y minimizando la necesidad de endeudamiento externo, son normas de conducta que apuntan a reducir las posibilidades de crisis externas. Sería un buen principio.
El economista
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