Por Juan Matías De Lucchi *
El Banco Central ha demostrado improvisación y desconocimiento en sus
operaciones de mercado. Por ejemplo, recuérdese cuando en una primera
etapa se había trazado el objetivo inútil de controlar la base
monetaria. Mientras racionaba adelantos transitorios, al mismo tiempo se
veía forzado a inyectar liquidez en el sistema para compensar la caída
de los depósitos del Tesoro. La impericia monetarista no solo descuidó
la tasa de interés sino que generó un innecesario e inoportuno estrés
cambiario a tan solo dos meses de una fuerte devaluación. Cuando el
dólar llegó a 16 en la primera semana de marzo, el BCRA pegó el
volantazo fijando la tasa de Lebac en 38 por ciento e interviniendo
fuerte en el mercado de cambios. Sin dudas, este movimiento errático le
adicionó algunos puntos de más a la inflación.
Un año después, los problemas operativos persisten. Veamos lo
ocurrido recientemente. La tasa de Lebac ha operado en la práctica como
un “techo” y la tasa de pases pasivos como un “piso” para las
fluctuaciones de las tasas interbancarias (el precio mayorista del
dinero). El “techo” se daba porque un banco que necesitaba liquidez
podía desarmar su cartera de Lebac a una tasa de descuento menor antes
que tomar nuevos fondos a una tasa de interés mayor. Sin embargo, éste
corredor implícito comenzó a modificarse cuando se aplicó formalmente el
sistema de metas de inflación a comienzo de año. Desde entonces, el
BCRA mantenía constante su “tasa de referencia” (el centro del corredor
de pases a 7 días) mientras bajaba pasivamente la tasa de Lebac
(cometiendo un error similar al de enero-febrero de 2016). Así, lo que
había sido un “techo” se transformó en un nuevo “piso”. De esta manera,
en un contexto de amplia liquidez, el BCRA perdió virtualmente el
control de la tasa de interés cuando las tasas de mercado cayeron por
debajo de su objetivo. Como si fuera poco, por otro lado, redujeron los
requerimientos de encajes bancarios con el objetivo de inducir una suba
de las tasas de plazos fijos cuando la experiencia sugiere precisamente
lo contrario (dado que los encajes actúan como costos). El nuevo
volantazo se dio esta vez cuando el BCRA salió decididamente a vender
Lebac en el mercado secundario para subir las tasas que luego se
plasmaron también en el mercado primario.
De todas formas, más allá de los tecnicismos, las inconsistencias
teóricas preocupan más. El Banco Central, creado por Raúl Prebisch, “no
entiende” la diferencia entre inflación de costos y de demanda. Así,
sigue confiado en que fijando la tasa de interés real en el nivel de la
inobservable tasa “natural” (4-5 por ciento, según afirman) la inflación
bajará. Sin embargo, las experiencias regionales de metas de inflación
han operado a través de un canal diferente al postulado por teoría
convencional. No se trataba de regular los excesos de demanda agregada
con la tasa de interés real, sino de inducir los flujos de capitales y
el dólar con la tasa de interés nominal. Fue a través de los mercados
financieros que los bancos centrales controlaron la inflación.
No obstante, parece difícil que la experiencia argentina pueda
replicar aquel proceso. Por un lado, sin la política monetaria “no
convencional” de la Fed no es razonable suponer un debilitamiento
estructural del dólar. Por el otro, con una tasa de inflación mensual de
2 por ciento es difícil imaginar un dólar cayendo mas allá de la
coyuntura de muy corto plazo (mucho menos después del reciente anuncio
de llevar las reservas al 15 por ciento del PIB).
En otras palabras, como el tipo de cambio nominal no puede ser
apreciado persistentemente con el objetivo de contrarrestar la presión
inflacionaria, sino al menos, evitar que suba para que no se torne en sí
mismo una fuente adicional, los aumentos en el costo del financiamiento
(o simplemente, costo de oportunidad) pueden eventualmente trasladarse a
precios además de afectar aún mas el consumo.
* Magister en Economía (UFRJ), docente en UNM y MDE-Unsam.
original: pagina 12
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