Brasil se encuentra en uno de los momentos más complicados de su Historia moderna. Pasados apenas un año y medio de las elecciones nacionales que consagraron la reelección de Dilma Rousseff, la mayoría de los diputados y senadores votaron a favor del juicio político que derivó en su destitución. Aunque aún subsista una remota posibilidad de que retorne a sus funciones, en los hechos Brasil tiene un nuevo presidente, Michel Temer, que encabeza un nuevo gabinete que se dispone a realizar una modificación radical del rumbo seguido en los últimos años.
No nos detendremos en el interminable debate sobre la legitimidad de esta medida. En términos económicos, Brasil atraviesa una recesión que se profundiza desde el año pasado y que promete convertirse en una depresión sin parangón en su historia moderna. En 2015, el PIB se contrajo 3,8% y se augura otro tanto en 2016. El nuevo Gobierno, al menos según sus portavoces, promete ir más a fondo con el ajuste fiscal, dispuso la eliminación de algunos ministerios y se dispone a encarar reformas estructurales de orientación neoliberal, como la reforma del Sistema de Previdencia, la flexibilización del mercado de trabajo y hasta la firma de acuerdos de libre comercio con Europa y Estados Unidos.
La incógnita es si, realmente y al menos en el corto plazo, Michel Temer insistirá en las mismas recetas que pulverizaron la popularidad de Rousseff y contribuyeron a sepultar su Gobierno. Más allá de las declaraciones, debe recordarse que en octubre de este año habrá elecciones y que la nueva coalición gobernante controla varias gobernaciones y municipios en serios apuros para pagar sueldos y continuar con sus actividades esenciales. Si bien la mayoría de los brasileños siempre fue pobre, nunca se empobrecieron.
Durante el Siglo XX, en Brasil, a diferencia de Argentina, fueron infrecuentes los largos períodos de recesión y aumento del desempleo. Ahora, por primera vez desde 1980, el país enfrenta una recesión que se prolongará más de un año y que ya disparó la tasa de desempleo abierto a 10,9%, más de once millones de personas. Una parte significativa de los hogares está endeudada a tasas elevadísimas –hecho que contrae el consumo- y no se avizoran mejoras en las exportaciones por el estancamiento del comercio global.
Si el Gobierno insiste en golpear la tecla de la austeridad, no es imposible que una población históricamente mansa y despolitizada como la brasileña comience a protagonizar estallidos sociales de imprevisibles consecuencias políticas.
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