Por Eduardo Crespo *
Desde enero de 2015, cuando Dilma Rousseff inició su segundo mandato,
la situación política y económica brasileña se fue tornando caótica. El
año 2014 se había cerrado con una combinación explosiva de
estancamiento económico y creciente polarización política. Frente a este
escenario el gobierno del PT optó por la “austeridad”, consistente en
una oleada interminable de aumentos de tarifas públicas y recortes del
gasto estatal, especialmente de las erogaciones sociales y la inversión
pública. El objetivo declarado era reducir el déficit fiscal y preservar
las notas de calificación de riesgo de las agencias internacionales.
El “austericidio” provocó una caída de 3,8 por ciento del PBI durante
el año pasado y se esperan números similares para 2016. El desempleo se
disparó a la cifra record de 10,1 por ciento, unos 10,4 millones de
trabajadores. La suma de recesión y elevadas tasas de interés (fijadas
por el Banco Central) agravó el déficit fiscal. Las tasas elevadas
implican mayores gastos del estado para el pago de la deuda pública, en
tanto que la recesión reduce la recaudación fiscal, situación a la cual
el gobierno responde con renovados recortes del gasto y suspensiones
generalizadas de programas y servicios sociales, al tiempo que las
agencias calificadoras reducen sus notas crediticias.
Las consecuencias políticas fueron aún peores. La pérdida de
popularidad del gobierno del PT fue aprovechada por la oposición,
sectores empresariales y medios de comunicación, para promover su caída a
través de un absurdo juicio político bajo la acusación de ‘maquillar’
estadísticas fiscales, cosmética que todo gobierno repite desde la
sanción de la absurda e incumplible ley de ‘responsabilidad fiscal’.
¿Cómo explicar tanta torpeza? Una posible interpretación es que la
cúpula del PT, Luiz Inácio Lula da Silva incluido, haya buscado calmar
los ánimos apelando a la formula aplicada durante 2003-2005. En ese
entonces “el ajuste funcionó”, al menos como pantalla ideológica.
Sorprendentemente los resultados fueron los que siempre se pronostican y
nunca se observan: durante 2004 la economía creció a 5,7 por ciento, el
desempleo se redujo y la inflación cedió. Los analistas festejaban la
recuperación de la inversión por el “shock confianza” y se multiplicaban
los panegíricos a la “credibilidad” transmitida a inversores
internaciones. En ese contexto el gobierno pudo impulsar políticas
sociales de amplio alcance, medidas que redujeron la pobreza y la
indigencia, subieron los salarios, redujeron la desigualdad y
promovieron un aumento inédito de los niveles de consumo. Lula parecía
satisfacer a pobres y ricos por igual. Fue reelecto en 2006 y durante su
segundo mandato Brasil superó la crisis internacional de 2008-2009 sin
grandes sobresaltos, retirándose con niveles de aceptación cercanos al
80 por ciento.
¿Milagro Neoliberal? Los dos primeros mandatos del PT coincidieron
con el fenómeno internacional que suele designarse como ‘viento de
cola’. Los términos de intercambio de las exportaciones brasileñas se
dispararon a partir de los años 2000, así como las cantidades vendidas
al exterior. Las reducidas tasas de interés internacionales facilitaban
las operaciones de arbitraje con las elevadas tasas brasileñas, lo que
generó una inmensa entrada de capitales que incrementó el volumen de
reservas y apreció el tipo de cambio, amortiguando las presiones
inflacionarias. No fue milagro. Fue suerte. En 2015, cuando Dilma
Rousseff buscó repetir la formula mágica, la situación internacional era
completamente diferente, así como lo fueron los resultados.
¿Qué cabe esperar si, como se espera, en las próximas semanas Dilma
es reemplazada por su vicepresidente Michel Temer? Algunos analistas
vaticinan políticas neoliberales aún más agresivas con calamitosas
consecuencias sociales. Antes de aventurar diagnósticos apocalípticos,
no obstante, deben tomarse en cuenta algunos rasgos políticos
esenciales. El PMDB de donde proviene Temer, no es una agrupación de
tecnócratas adoctrinados en la ortodoxia macroeconómica, ni una
agrupación de sectores de clase media con prejuicios antipopulares.
Nació como el partido de la oposición durante la dictadura militar y
formó parte de todos los gobiernos brasileños desde el retorno de la
democracia. Es un partido conservador moderado, con una fuerte base
territorial, con numerosos gobernadores, intendentes, senadores,
diputados y concejales obsesionados por perpetuarse en sus cargos. Es el
partido del orden, no el del caos neoliberal de consecuencias
imprevisibles. Para situar al lector argentino, Temer y el PMDB se
parecen más a Duhalde y los gobernadores e intendentes conservadores del
PJ que a la cúpula de extremistas ajustadores que integran el gobierno
Macri. Dadas las circunstancias, no es improbable que busquen
estabilizar el cuadro institucional con una política macroeconómica más
razonable y prudente que la impulsada por el PT desde 2015.
* Licenciado en Ciencia Política y en Economía de la UBA y profesor de la Universidad Nacional de Moreno y
de la Universidad Federal Fluminense de Río de Janeiro, Brasil.
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