Por Matías Vernengo *
Estar insertados en el mundo no quiere decir mucho. Por si mismo la
inserción no es un objetivo económico, y lo que realmente importa es
como un cierto tipo de inserción permite, o no, mejorar el nivel de vida
de la gente en general. Por lo tanto, la preocupación del nuevo
gobierno por “reinsertar a la Argentina en el mundo” debe ser entendida
más bien como el retorno de un cierto proyecto, que prioriza la apertura
comercial y financiera, y un modelo de integración basado en las viejas
ventajas comparativas.
La devaluación, el aumento de las tarifas, los despidos masivos y el
ajuste fiscal anunciado son parte de ese proyecto de integración a la
economía global. Las medidas son inflacionarias y recesivas, como ya
empieza a quedar claro. El objetivo es reducir los salarios reales, y
apuntar a una mayor competitividad externa, asociada a la producción de
commodities y a los bajos salarios. Una vuelta al viejo modelo
agroexportador que sigue siendo el mítico jardín del Edén de un pasado
en cual supuestamente la Argentina era desarrollada. La fantasía de
nuestras elites sobre la sostenibilidad de ese modelo tiene el apoyo de
buena parte de la clase media, que se olvida que su ascensión de
inmigrantes a profesionales liberales –tan bien captada por la expresión
m’hijo el dotor, eternizada por Florencio Sánchez– correspondió a un
cambio en la estructura productiva del país, donde la industria ganó
peso relativo. En este modelo, la industria no tiene un rol
preponderante, e insertarse en el mundo es la única alternativa.
Por eso no es sorprendente que Mauricio Macri y su canciller, Susana
Malcorra, hayan sugerido que la Alianza del Transpacífico (TPP en
inglés) sea un objetivo de la integración comercial del nuevo gobierno.
La TPP ocupa el lugar del Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA),
derrotada por Néstor Kirchner y Hugo Chávez en 2005. Como Carlos Menem
en los 90, la integración subordinada a los países avanzados es vista
como el motor del crecimiento. La integración global permitiría el
crecimiento de las exportaciones, el retorno de los capitales
internacionales, y llevaría la Argentina a su posición natural de país
del primer mundo.
El arreglo con los fondos buitre y el retorno a los mercados
financieros internacionales son parte de ese mismo proyecto. Volver a
los mercados financieros internacionales y tomar deuda no es
necesariamente una mala idea, en particular porque el déficit en cuenta
corriente contribuyó para el estancamiento de la economía en los últimos
años del kirchnerismo. Sin embargo, el objetivo de la actual rendición a
todas las demandas de los buitres, más allá de la cuestión inmediata de
acceder al crédito internacional y poder hacer frente a los pagos de
corto plazo, es la noción implícita de que los capitales internacionales
vendrían, la inversión aumentaría y el crecimiento sería la
consecuencia. En otras palabras, tanto por la vía comercial, como por la
financiera, hay una confianza en la capacidad de los mercados de
producir espontáneamente el desarrollo. Basta con insertarse en la
economía global.
Es necesario recordar cuál fue el resultado, no solo en los años 90,
de una política de inserción guiada por las ventajas comparativas, la
desreglamentación financiera y el endeudamiento externo. A pesar de los
mitos sobre la Argentina de la Belle Époque, la verdad es que el país
producía trigo y carne para exportar, y aunque tuviera una renta per
cápita elevada, comparable a la de países avanzados como Alemania y
Francia, no producía ninguno de los productos centrales de la segunda
revolución industrial. La capacidad de exportar productos complejos, con
alto contenido de valor agregado es importante justamente porque
permite el crecimiento con salarios reales elevados, y porque reduce los
problemas externos. Más allá de los conflictos distributivos, asociados
a la posibilidad de crecer con salarios reales más altos, la cuestión
en el siglo veintiuno es si es posible integrarse globalmente exportando
soja a China.
El liberalismo de la primera globalización terminó en la Gran
Depresión, el neoliberalismo de Martínez de Hoz y los militares con la
crisis de la deuda, el de Domingo Cavallo y Menem con el colapso del
sistema económico y el default, y es difícil de creer que algo similar
no pasará con está vuelta al mundo con Macri. No se trata de una simple
dicotomía de insertarse en el mundo o de aislarse completamente sino más
bien de insertarse en el mundo desarrollando nuestras capacidades, como
de hecho quería Aldo Ferrer al decir que debíamos vivir con lo nuestro.
De otro modo la inserción en el mundo es simplemente el viejo retorno
al coloniaje.
* Profesor de la Universidad de Bucknell y del MDE/UNSAM.
Original: Pagina 12
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