Por Claudio Scaletta
La
uniformidad optimista de la prensa hegemónica sobre el futuro de la
economía tiene como paso previo el consenso de las consultoras
económicas. Se sabe que estas empresas trabajan para sus clientes, pero
ello no invalida que sus análisis representan la visión mainstream del
funcionamiento de la macroeconomía. El consenso augura, con
discrepancias en el margen, que la economía caerá durante el primer
semestre de 2016 debido a la contracción del consumo privado, una
dinámica originada por el traslado a precios del shock devaluatorio a
mayor velocidad y magnitud de la suba de salarios. Luego, conseguido el
“sinceramiento de precios relativos”, la actividad comenzaría a remontar
en el segundo semestre.
Durante el primer semestre –el malo–, el debate será entre el nivel
de precios, variable en la que pesará la quita de subsidios a las
tarifas de los servicios, los porcentajes de aumentos conseguidos en
paritarias y la política monetaria. Un segundo nivel de análisis lo
ocupará el manejo del déficit fiscal y la tasa de inflación. En el caso
del déficit el problema estará agravado por las fuertes transferencias
decididas en favor de los exportadores vía quita de retenciones, un
corte de flujos de ingresos que ya se produjo. La compensación parcial
sería la quita de subsidios a los servicios, un corte de gastos que se
anunció para el primer bimestre. A ello se sumará la proyección de caída
del PBI. Como se sabe, la recaudación siempre sobrerreacciona al nivel
de actividad, para arriba o para abajo. El resultado concreto, entonces,
es que aumentarán las dificultades de financiamiento del sector
público.
En cuanto al segundo semestre –el bueno–, resultan menos claras las
causas que reimpulsarían el crecimiento una vez sacrificado el nivel de
consumo privado. Según las consultoras, la contratendencia sería un
salto en la inversión privada producto de la recuperación de la tasa de
ganancia y del shock de confianza para los inversores. A ello se sumaría
el fuerte ingreso de capitales originado en las inversiones reprimidas
por la existencia del llamado cepo cambiario, y la toma de nuevo
endeudamiento en los mercados globales a partir del descontado acuerdo
con los buitres, lo que el consenso denomina “el fin del default
selectivo”.
El segundo elemento que aportaría a la recuperación es el aumento de
las exportaciones. El supuesto reside en que la nueva rentabilidad
asegurada por la eliminación de retenciones sumada al “tipo de cambio
competitivo” daría lugar a un boom de ventas externas.
El tercer componente de impulso es una promesa. El “ambicioso
programa de desarrollo de infraestructura” una de cuyas patas sería el
Plan Belgrano para las regiones NOA y NEA, y al que ya se le designó
conductor con rango de ministro, el denunciador tucumano de fraudes José
Cano. Aquí tampoco está claro el financiamiento, pero se estima que
sería con préstamos internacionales. Seguramente no serán los 5000
millones de dólares del BID ya anunciados, los que tienen como destino
el repago de pasivos con el organismo.
Pasando en limpio; el Gobierno sólo cuenta hasta ahora en su haber la
“exitosa” salida de los controles cambiarios (probablemente uno de los
peores errores de la gestión precedente junto con la intervención del
Indec y la insistencia en tasas de interés negativas hasta la llegada de
Alejandro Vanoli). Salida que fue también un éxito de marketing al
lograr transformar una fuerte devaluación en gesta libertaria, pero que
consiguió un nuevo nivel de tipo de cambio más o menos a mitad de camino
entre el valor oficial heredado y las pretensiones del lobby
exportador. Nueva cotización que, además, presenta un horizonte de
estabilidad. Sin dudas, las decisiones económicas del macrismo fueron,
hasta ahora y en sus propios términos, más eficaces que sus destemplados
movimientos políticos de tierra arrasada a fuerza de DNU, situación que
augura turbulencias de mediano plazo a pesar del poderoso blindaje
mediáticojudicial.
Retomando el escenario económico, es necesario pensar si los
elementos en los que las consultoras depositan las esperanzas de
recuperación poseen la potencia suficiente para generarla. Si se descree
de las formulaciones pseudo científicas de la ortodoxia, asuntos tales
como la confianza de los mercados y el clima de negocios, la vía más
inmediata de análisis es considerar los principales componentes de la
demanda agregada.
Tomando los últimos datos disponibles, los del segundo trimestre de
2015 en la serie desestacionalizada y a precios constantes del Indec, se
tiene que la inversión (formación bruta de capital fijo) representaba
20 puntos del Producto, lo que generalmente se entiende por consumo, que
es el consumo individual, alcanzaba un impresionante 72 por ciento. La
parte más significativa del gasto público, el consumo colectivo, sumaba
11 puntos. Finalmente las exportaciones fueron del 15 por ciento y las
importaciones de 19. La suma no da 100 porque las importaciones restan
al PIB.
Con estos pocos números se tiene un terreno más firme para pensar la evolución posible de cada componente.
El dato más evidente, muy significativo, es que el componente que más
se espera que caiga, el consumo privado, representa casi tres cuartos
del total del Producto. Si bien el consumo de los sectores de altos
ingresos no se verá afectado, no alcanzará para neutralizar la caída del
agregado. A la baja del salario real se sumará la disminución de las
ventas en cuotas lo que puede potenciar la contracción. A partir de aquí
cabe preguntarse si el crecimiento de las exportaciones y la inversión
es consistente con una recuperación del crecimiento.
El caso de las exportaciones es el principal equívoco. El país vende
al exterior principalmente bienes agrarios y agroindustriales,
commodities en las que por definición no forma precios y mucho menos vía
costos internos. Las exportaciones industriales, en tanto, corresponden
principalmente al complejo automotor, con mucho intercambio intrafirma y
precios de transferencia dudosos. El pobre desempeño que se espera para
la economía brasileña más la caída de la demanda interna proyectan un
año complicado para las exportaciones de MOI. La caída global de la
industria petrolera tampoco permite predecir grandes cambios para
proveedoras como la multinacional Techint. Luego están los datos
históricos. Como se escribió en este espacio, no existe ninguna
evidencia en las series estadísticas que relacionen mejoras en el tipo
de cambio con aumento en las ventas al exterior. Para 2016, entonces,
sólo pueden preverse aumentos estadísticos en las ventas de MOA sobre la
base de stocks acumulados a la espera de los ya llegados incentivos
fiscales y cambiarios. Nada significativo. En contrapartida, la caída
importadora que sí suele acompañar las contracciones del PIB podría
verse compensada por efecto de la liberación de controles. No es
esperable, entonces, una mejora en el balance comercial y en la cuenta
corriente.
El dato del comportamiento exportador debe tenerse en cuenta también
en las economías regionales. Los exportadores repitieron muchas veces
que los problemas de las regiones respondían al “atraso cambiario” y a
las retenciones. Es posible que la mejora cambiaria alivie parcialmente
algunas ecuaciones de costos, menos probable es que aumenten, por las
razones generales señaladas, las cantidades vendidas al exterior.
Asimismo, la baja de retenciones será absorbida prácticamente en su
totalidad por el eslabón exportador, no por el productor, pues el precio
primario es el resultado de relaciones de fuerza en el mercado. Habrá
efecto riqueza antes que sobre el nivel de producción y ventas.
Respecto de la inversión, el componente que concentra las mayores
expectativas, los factores impulsores serían dos. El primero es la
recuperación de la rentabilidad empresaria por la sumatoria de medidas
con efecto salarial y fiscal. El segundo la entrada de capitales. El
primer punto es apenas un axioma. La mejora de la tasa de ganancia se
concreta recién en el momento de la venta del producto o servicio. Si
cae la demanda interna no son muchos los incentivos para invertir. Una
posibilidad serían las inversiones en los sectores que no dependen
solamente del mercado local, como el agropecuario, el energético y el
minero, pero para 2016 las señales de la demanda global en estos rubros
no son las mejores. Respecto del segundo punto, la entrada de capitales,
siempre es una buena noticia que ingresen dólares al Banco Central,
tanto para superar cualquier atisbo de restricción externa como para
mantener la estabilidad cambiaria de mediano plazo. Pero el efecto sobre
la producción, sea de IED o de capitales financieros, debe analizarse
para cada proyecto, pues no existe una relación directa entre ingreso de
capitales y “formación bruta de capital fijo”. En el límite podría
ocurrir que sólo se profundice la extranjerización de la economía vía la
oferta de empresas más baratas en dólares. O que la entrada de dólares
financieros en el corto plazo, sea más salida en el mediano y el largo.
Tampoco alcanza la inversión privada en construcción derivada del efecto
riqueza de los sectores exportadores tradicionales.
En materia de consumo e inversión pública (Gasto), el gobierno podría
hacer muchas cosas. Aun con salarios recortados, el bajo nivel de
endeudamiento de las familias en relación a estándares internacionales
podría dar lugar a planes masivos de financiación de bienes durables e
inmuebles. Las nuevas altas tasas de interés son una limitación cierta,
pero podría desarrollarse la creatividad a la espera de la
estabilización. Asimismo también se podría compensar por el lado de una
decidida expansión de la inversión pública en infraestructura.
El problema es que estas últimas opciones aparecen en la mente del
economista preocupado por el crecimiento. Para la ortodoxia, en cambio,
la palabra mágica es “estabilización”. Existe una limitación ideológica.
Por eso, si durante la campaña electoral se le preguntaba a cualquier
economista opositor cuál era el principal problema contestaba “la
inflación”. El punto es que la inflación puede ser muy baja y el aparato
productivo funcionar muy mal. Es lo que generalmente ocurre cuando la
conducción económica es ejercida por representantes del poder
financiero, volcados a creer que los problemas estructurales se
resuelven con tasas de interés y tipo de cambio.
Finalmente todo podría complicarse en serio si la falta de políticas
por el lado de la demanda se combinase con políticas monetarias y
fiscales contractivas, ideas que impregnan el ADN de los economistas de
gobierno. En ese caso sería bueno que observen lo que hoy sucede en el
laboratorio brasileño. Por ahora sólo queda esperar que no se impongan
los más gurkas o que haya existido aprendizaje de los errores del último
cuarto del siglo XX.
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