Reportaje completo realizado por Claudio Scaletta
Eduardo Crespo es un economista y politólogo
argentino que reside en Brasil y enseña en la Universidad Federal de Río de
Janeiro. Referente de la corriente heterodoxa, fue durante los últimos años un
observador privilegiado del proceso brasileño. En diálogo con Cash
describe la evolución Lula-Dilma y sostiene que el PT, a pesar de haber
realizado importantes mejoras sociales, nunca discutió el modelo macroeconómico
neoliberal heredado de la época de Fernando Henrique Cardoso y tampoco recuperó
“la agenda del desarrollo”. Afirma que el actual ajuste ortodoxo de Dilma, en
un contexto internacional desfavorable, llevará a la economía “al desastre”.
--¿Existe un giro ortodoxo en
Brasil?
--No lo plantearía de esa forma. Entre 2003 y
2014 el gobierno del PT se caracterizó por sus rasgos populares en lo que
refiere a la distribución del ingreso y a la posición de los trabajadores en el
sistema económico y político. De trabajadores y, como dice André Singer, de
sectores que están incluso por debajo de los trabajadores, lo que en la
literatura brasileña se denomina el subproletariado, que va desde campesinos
hasta sectores marginales urbanos. Es decir; no el obrero típico con el overol
y la chimenea de la fábrica, sino el vendedor ambulante, el que vive en una
favela haciendo changas, al campesino nordestino que vive con una vaca y dos
gallinas. Todos ellos mejoraron mucho su posición social desde 2003 en
adelante. El contexto internacional fue muy favorable, con mejora de los
términos del intercambio, reducción de las tasas de interés, mayor liquidez
global, aumento exponencial de los ingresos por exportaciones, es decir; se relajaron
mucho las condiciones externas y eso fue aprovechado para aumentar el salario
mínimo. Mejoró la distribución del ingreso, el índice de Gini. Se estuvo en la
tónica de otros gobiernos de América del Sur durante esos años, como Argentina,
Bolivia y Venezuela.
--¿Esto cambió con la llegada
de Dilma Rousseff?
--Podemos decir que la tendencia a mejorar los
salarios y la distribución del ingreso fue durante el primer gobierno de Lula,
mucho más durante el segundo y en alguna medida continuó durante el primer
mandato de Dilma. Hubo planes diversos como el “Bolsa familia” o el “Mía Casa,
Mía Vida” para acceder a la vivienda y, muy importante, el proceso de
formalización en el mercado de trabajo en un país donde la mitad de la
población fuera del sistema, lo que permitió el acceso al crédito, al primer
electrodoméstico o hasta un autito. Hubo mayor acceso a la educación, incluida
la universitaria, mejores condiciones de salud, muchas mejoras sociales
importantes. En contrapartida, el PT nunca puso en discusión el modelo
macroeconómico heredado de la época de Fernando Henrique Cardoso. Si se observa
la evolución de los indicadores sociales durante estos años cualquiera de ellos
da una mejora y esto no puede ser cuestionado. Esto es así más o menos como en
cualquier otro país de América Latina.
--¿Es acompañamiento de una tendencia o más
intervención pública? ¿El caso argentino no tiene diferencias?
--Se puede decir que Argentina mejoró más, pero
es porque se compara contra la debacle de 2002. Brasil no se derrumba en 2000.
Hablo de una mejora en relación al promedio de la década del 90. Y el gobierno
también hizo lo suyo. Hubo políticas concretas como las que mencioné, la
decisión de aumentar el salario mínimo, la reapertura para concursos públicos
en el Estado, los planes sociales, de vivienda, de salud, de educación. Se
aprovecharon las mejoras de los indicadores macroeconómicos para hacer mejoras
sociales. Es en este sentido que Brasil fue parte de la tónica general. Ahora,
desde el punto de vista macroeconómico, en Brasil nunca se cuestionó el combo
tradicional de metas de inflación (que consiste en subir tasas, apreciar el
tipo de cambio por entrada de capitales y por la vía de costos contener la
inflación) y la ley que establece una meta de superávit primario como una
cuestión religiosa. En Estados Unidos, por ejemplo, existen metas de inflación,
pero también metas de empleo.
--Una digresión ¿está mal proponerse metas de
superávit fiscal?
--Está pésimo, fundamentalmente porque el
superávit fiscal tiene mucho de endógeno. Usted puede tratar de regularlo con
los impuestos y con el gasto, pero nunca puede regular exactamente cuánto
recauda. En una economía en recesión se recauda menos, en una en expansión más,
independientemente de cuál sea su política fiscal.
--¿Es imposible proponerse una meta de gasto,
con prescindencia de los ingresos?
--Esa sería otra discusión mucho más general. Me
está preguntando cuáles serían los límites de la política fiscal. Si es en su
propia moneda, como sería el caso de Brasil, el déficit no acarrea
endeudamiento externo ni nada por el estilo, con lo que los límites no son muy
precisos. Si hablamos concretamente del caso brasileño no hubo en absoluto una
trayectoria de deuda insustentable. Menos aun cuando la economía crecía. Pero
además de no cuestionar el paquete macroeconómico tradicional, hay un tercer
punto aún más importante, no hubo ningún intento por retomar el paquete del
desarrollo.
--¿En
qué consiste ese paquete desarrollista?
--Lo que Brasil tuvo desde los años 30 hasta por lo
menos los 80, cuando fue uno de los países que más creció en el mundo junto a
Japón. Las políticas concretas de desarrollo cuando aparecen cuellos de botella
o cuando se desea sustituir algo o cuando se quiere promover algún sector, la
creación de empresas públicas, la inversión pública, los subsidios. Todo lo que
fue el período Getúlio Vargas o de Juscelino Kubitschek o incluso de la
dictadura. Cuando se enfocaban en algún sector y se creaba una empresa pública,
se ponía dinero, se ponían los mejores técnicos y una década después se tenían
varios éxitos. No hay ningún sector productivo brasileño relevante que no haya
surgido de la iniciativa estatal. Petrobrás es una empresa pública, el mineral
de hierro, Vale, era una empresa pública, Electrobrás era una empresa pública,
también la banca de desarrollo que permitió todo eso. Hasta el boom de la
agricultura está relacionado con una empresa pública, Embrapa, que fue la que
convirtió una agricultura tropical en otra altamente competitiva por primera
vez en la historia. Todo eso fue impulsado por el Estado, se interrumpe en los
80 y nunca fue retomado, tampoco en los 2000. Las claves entonces son que no se
cuestiona la agenda macroeconómica hacia una más heterodoxa y no se produce “la
retomada” de la agenda desarrollista. Y una política redistributiva sin
desarrollo tiene un límite. En esto digo que fue similar al conjunto de América
Latina, donde no existió un salto cualitativo en la producción. Hubo
crecimientos cuantitativos y mejoras distributivas, pero no cambios en la
matriz productiva. Y no está claro tampoco que se lo haya promovió en ningún
lado. En este sentido Brasil no se sale mucho del denominador común.
--¿Tampoco Argentina?
--Tampoco. ¿Qué se generó de nuevo en materia de
desarrollo en Argentina? Quizá podríamos decir YPF desde su reestatización
parcial, pero no mucho más. No hay una política general, no hay nada como un
plan quinquenal. Por otro lado el PT, su ideología, sus intelectuales, no van
mucho más allá de esa cuestión distributiva en la medida que se sustente.
--Sin embargo recuerdo que en la última
campaña electoral había un spot publicitario en contra de la independencia del
Banco Central.
--Lo de la campaña se puede tomar como algo de
color, como algo folclórico. El PT se izquierdiza en las campañas. Pero nunca
se cuestionó la independencia del Central. Con sus más y sus menos aquí nunca
hubo una Marcó del Pont, ni nadie que proponga una reforma de la Carta
Orgánica. La planta del Banco Central o son tecnócratas de carrera o son gente
del poder financiero. Para traducirlo a términos argentinos, hubo una
continuidad de los Redrado o de los Prat Gay.
--¿Entonces el ajuste no es estrictamente
atribuible a Dilma?
--En realidad Lula ya hace un fuerte ajuste
ortodoxo en el primer año de su gobierno, en 2003. De alguna manera eso sirve
de justificación para el ajuste actual porque al año siguiente la economía
creció fuerte. Lo que no se aclara es que aquel despegue coincidió con el
viento de cola, con mejora en los términos del intercambio y en las condiciones
financieras internacionales. Hoy ese viento de cola no existe y el ajuste será
un desastre. Desde el punto de vista macroeconómico el PT nunca abandonó una
posición claramente neoliberal. Nunca fue otra cosa, lo mismo que desde el
punto de vista del desarrollo.
--¿Es incorrecta la analogía entre la
ideología del PT y la del peronismo?
--Yo no soy un especialista en el PT, lo que le
diría es que intelectualmente, socialmente, por las figuras que lo componen,
por el hecho de tener su matriz en San Pablo, el PT tiene muchas menos
probabilidades de retomar la agenda desarrollista que el FpV. Para decirlo crudamente,
veo mucho más probable el desarrollismo en Scioli que en Lula. Pero además el
PT es un partido mucho más débil que el PJ, que es un partido dominante en
Argentina desde hace muchos años, domina la mayoría de las provincias, las
legislaturas, tiene figuras en todo el territorio. El PT en cambio tiene pocas
figuras y tiene que recurrir a una estructura de alianzas tan heterogénea que
va desde la ultraderecha hasta sectores de la teología de la liberación. El
gobierno del PT es una alianza compleja y uno de los grandes problemas actuales
es que esa alianza se rompió.
--¿Por qué Lula termina con niveles de
popularidad tan altos?
--Recapitulo. En 2003 se hace un ajuste, pero
después la economía creció un poco, menos que el resto de América latina, pero
creció. Luego, en el medio de una crisis política importante derivada del
escándalo del mensalão, Lula resulta reelecto y su segundo gobierno,
precisamente por ese proceso de corrupción que alcanzó a parte de la alianza,
le permitió ganar cierta autonomía e impulsar una macroeconomía un poco más
heterodoxa con el PAC, el Programa de Aceleración del Crecimiento, que fue un
programa de obra pública en infraestructura, en mejoras urbanas en barrios, en
autopistas. Y hubo un impulso más sostenido a la inversión estatal vía empresas
públicas, como Petrobras. Su segundo período fue bastante más exitoso, en todos
los planos, se creció bastante, continuó mejorando la distribución del ingreso
y todo indicaba que se iba en la dirección de recuperar la agenda
desarrollista, aunque sin cuestionar el esquema macroeconómico neoliberal. Esto
fue además favorecido por la crisis internacional. En el momento que se produce
Brasil sufre el shock, entra en recesión en 2009, pero en 2010 hay una decisión
de salir de la crisis con medidas contracíclicas generosas. Ese año la economía
crece el 7,5 por ciento, la inversión en torno al 10 y la industria también
crecía más del 10. En 2010, cuando se sale de la crisis, se tenía la sensación
de que era la hora de Brasil. Que se estaba al borde de un salto, que había
llegado el momento brasileño. The Economist mostraba en tapa al Cristo
despegando, se instalaba la idea de los BRICS y de que el país iba camino a
convertirse en uno de los grandes protagonistas de la economía mundial. Todo
eso coincidió con la nominación como sede de la copa del mundo primero y
después de los juegos olímpicos. Brasil era una fiesta, con todos los
indicadores mejorando, entrada de capitales, inversiones, la agenda
desarrollista, la integración latinoamericana. Era su momento.
--¿Ahí
es cuando sube Dilma?
--Dilma sube en enero de 2011, pero incluso unos
meses antes se comenzaron a tomar medidas orientadas a desacelerar, porque se
decía que la economía estaba “recalentada”, que las medidas anteriores habían
sido contracíclicas y que ya era suficiente. Ahí empezó toda la campaña del
recalentamiento y de que eso generaba inflación, etc. Desde entonces, y ya con
Dilma, se implementan un conjunto de medidas fiscales, crediticias y monetarias
orientadas a enfriar. El gasto no se redujo, pero claramente se produjo una
desaceleración, con una caída de la inversión pública vía empresas. Al
principio también se usó la tasa de interés, todas esas medidas “macro prudenciales”
que apuntaron a frenar la expansión del crédito al consumo. Desde entonces la
economía se desaceleró y no volvió a recuperarse nunca más. Del 7,5 de
crecimiento del PIB en 2010, ya en 2011 se pasó a poco más de tres, en 2012 al
uno y algo, en 2013 algo más de dos y en 2014 cero. No se recuperó más.
--Más que de un giro neoliberal en 2015, lo
más claro sería hablar del abandono del paréntesis social.
--Sí, se terminó el paréntesis social y lo que
tenemos hoy es una recesión abierta, aumento del desempleo, caída del salario y
consumo estancado, con el nivel de endeudamiento de las familias en un techo.
No hay viento de cola internacional y el congreso vota una tercerización
laboral y la reducción del presupuesto en educación y en salud. La devaluación,
de 2011 a hoy, fue de alrededor del 50 por ciento, y con cero efecto sobre las
exportaciones que este año crecen el 0,4 por ciento. Las importaciones están
estancadas por la recesión.
--¿Por qué cree que se insiste en recetas que
probadamente no funcionan?
--Es un tema de interpretación. Creo que el PT
está muy permeado por intereses conservadores, por empresarios, banqueros.
También que se asustaron con las movilizaciones de 2013, que estaban vinculadas
todavía con la insatisfacción por las mejoras, algo así como reclamos de
segunda generación. Hubo mejoras sociales que no fueron acompañadas
paralelamente con el desarrollo de servicios o infraestructura adecuada. Por
ejemplo, creció mucho la venta de autos pero el tránsito es insoportable, San
Pablo tienes problemas de agua. En la elite brasileña hay algo de lo que usted
escribió que podríamos llamar “miedo kaleckiano”, en el sentido de “Aspectos
políticos del pleno empleo”, decir bueno, tenemos que parar la pelota con la
inclusión porque siempre quieren más y se vuelve inmanejable. Ese miedo
preventivo se agrava con las movilizaciones de la derecha en la última campaña
electoral y las actuales. A eso se suma que se quebró la alianza que sustentaba
al gobierno en el Congreso y que Dilma está fuertemente jaqueada por el
episodio de corrupción de Petrobras, que alcanza a importantes figuras del
gobierno y que podría terminar en un juicio político a la presidenta. Por
ponerlo de manera simple. No está garantizado que Dilma termine su mandato. La
popularidad del gobierno ya está en apenas un dígito.
--¿Pero por qué es tan fuerte el
cuestionamiento de la elite a Rousseff si, después de todo, está llevando
adelante el ajuste ortodoxo?
--Eso está en línea con el análisis político
equivocado del propio PT, que creyó que si hacía concesiones bajaría la tensión
política. Lo que sucedió, en cambio, fue que la derecha olió sangre y se
abalanzó sobre esa sangre. Ahora va por todo. No se hará cargo de las
consecuencias del ajuste, al contrario, aprovechará para profundizar la crisis
y, si es posible, voltear al gobierno o que llegue muy debilitado a las
elecciones. El proceso de derechización en Brasil es monumental. No tiene nada
que ver con el proceso argentino o con el microclima porteño. La alternativa es
este ajuste con Dilma y el poder financiero o algo muchísimo peor con la
oposición.
--¿Qué
podría ser peor?
--Un neoliberalismo más crudo, del otro lado se
tiene a quienes nunca quisieron ninguna reforma social. No sólo el ajuste sino volver
para atrás. No se olvide que este es un país con tradición esclavista, con
gente que piensa que nunca tendría que haber aumentado el salario mínimo, que
el Bolsa Familia es una aberración.
--¿Y las clases medias que rol juegan?
--Son las más reaccionarias. La clase media
porteña argentina es progresista al lado de la brasileña. Para un empleado de
ingresos medios aquí es absolutamente normal, un derecho humano, tener mucama,
niñera, portero, jardinero, una amplia servidumbre. No estoy hablando de gerentes,
sino de simples empleados. Esta gente odia al PT. La gran pregunta es qué
pasará con los sectores populares que en la última década comenzaron a tener
consumos de trabajador normal, se compraron un auto, una casita, un
electrodoméstico, o viajaron. Gente que por primera vez se fue de vacaciones a
algún lugar de su propio país o incluso llegó a Buenos Aires ¿Y ahora se lo van
a quitar? Lo veo difícil, por eso creo que Brasil afronta una próxima década de
altísimas tensiones.
Límites para la integración
--¿Cómo queda en este panorama el futuro del
Mercosur?
--La integración bajo pautas neoliberales no va a
ningún lado. La prueba es la propia Europa que siempre fue el modelo sin teoría
de la integración. El capitalismo tiene pautas muy claras. Por ejemplo hacia la
aglomeración; para lo cual tiene que haber alguna contratendencia, porque no es
verdad que todas las regiones se desarrollan en paralelo. ¿Quién dijo que si se
hace una integración entre países permitiendo “la libre movilidad de los
factores”, eso va a generar un desarrollo equilibrado para todas las partes?
Todavía recuerdo cuando se hablaba de “la integración de las políticas
macroeconómicas”, una pavada ¿Qué macroeconomía se va a integrar hoy entre
Argentina y Brasil? ¿La macroeconomía neoliberal? ¿Hoy habría que estar
haciendo un ajuste en Argentina? ¿Integración monetaria? No hay ninguna
integración macroeconómica posible. No hay ningún plan de desarrollo común.
Brasil se opone a eso en este momento. Bajo pautas neoliberales cualquier integración
es contraproducente. No es lindo decirlo. Nos gustaría otra cosa. Pero hay que
ser realistas.
--¿Cuál sería la integración
posible?
--Lo que se hace en Asia sin decirlo. Empezaría
por la infraestructura común. Caminos, trenes, puentes, puertos, gasoductos,
energía. Todo ello mejora la competitividad común. Y antes que en libre
comercio pensaría en compensaciones comercial por los excedentes que favorecen
a un lado u otro. El más fuerte tiene que compensar al más débil, sino no es
viable, pero no me imagino hoy a Brasil compensando a Uruguay o a Paraguay.
Políticas macroeconómicas ciertamente no, porque de pronto un país quiere ir
para un lado y otro para otro.
La
representación del desarrollo
--¿No hay en Brasil
fracciones políticas, o de clase, o partidarias que encarnen la agenda del
desarrollo?
--No, no lo hay y ese es el gran problema. Por un
lado hay una izquierda que quedó atrapada en la lógica del PT, es decir, que no
puede atacarlo sin jugar para la derecha ni puede defenderlo porque las políticas
de hoy son indefendibles. Y por otro lado están las propias limitaciones
intrínsecas del PT, que remiten a la insostenibilidad de las políticas
redistributivas sin el acompañamiento de una agenda desarrollista. Es lo mismo
que se dice hoy en Argentina, si no se recupera la agenda del desarrollo
llegará un punto en que será imposible seguir aumentando salarios. Esta es una
contradicción en general latinoamericana. Hubo muchos gobiernos populistas,
izquierdistas, populares, como quiera llamárselos, pero a mi juicio ninguno
recuperó la agenda del desarrollo. En el caso brasileño es peor, porque la
pregunta es hasta dónde es posible avanzar sin patear la macroeconomía
neoliberal. Si existe un potencial hoy para plantear algún tipo de resistencia
todavía no se visualiza ningún tipo de organización política que pueda
organizarla. El panorama es complicado. En contrapartida hay que decir que no
existen casos históricos en los que sea sencillo hacer retroceder a los
sectores populares. Algún tipo de resistencia tendrá que aparecer.
--¿Al interior del PT no
existe ninguna crítica hacia la macro? Si uno lee a los intelectuales del PT
que escriben en los medios internacionales suenan cuasi revolucionarios.
--Los intelectuales tienen un discurso de
izquierda muy general, pero cuando se los aprieta un poco hablando de economía
tienen razonamientos casi neoliberales. Son capaces de decir que es necesario
tener superávit gemelos o cosas por el estilo. Y después son medio caraduras;
los problemas de Brasil siempre parecen originarse en alguna conspiración
internacional de Estados Unidos o de la derecha, todo muy superficial. Todo
esto sin contar que hay figuras que las ponen ellos. Al actual ministro de
Economía lo puso Dilma, no la embajada estadounidense.
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