Por Matías Vernengo *
Todo indica que el default, que parecía inminente después de la
decisión del juez Thomas Griesa y que en definitiva fue vista como tal
por varios agentes del mercado, como por ejemplo la International Swaps
and Derivatives Association (ISDA), pasó de largo. Más allá de lo que
ocurra en el ámbito político, un golpe de Estado financiero, como el que
sufrió Raúl Alfonsín, es muy improbable. Pero la cuestión de la deuda
externa seguirá vigente, y el próximo gobierno tendrá que lidiar con
ella.
La reestructuración de la deuda externa en 2005 y 2010 fue muy bien
realizada, y es verdad que objetivamente se ha reducido la deuda. Según
los datos del Banco Mundial, la deuda externa total como proporción de
las exportaciones cayó de 380 por ciento en 2000 a aproximadamente 138
por ciento en 2013. El servicio de la deuda, el pago de los intereses,
como proporción de las exportaciones cayó, en el mismo período, de 64
por ciento a poco menos de 34 por ciento. Las exportaciones son la
fuente segura de divisas necesarias para pagar a los acreedores
externos. Algo similar se observa con la relación entre reservas
internacionales y obligaciones de corto plazo, aunque las reservas hayan
caído en los últimos años. En otras palabras, el riesgo del default es
pequeño, y el ataque de los buitres, que con el vencimiento de la
cláusula RUFO (Rights Upon Future Offers) que prohibía pagarles más a
los holdouts, también podría ser resuelto sin mayores problemas, aunque
probablemente sólo ocurrirá con el próximo gobierno.
La caída del precio del petróleo y de los costos energéticos que
presionan la cuenta corriente en general, las tasas de interés
domésticas más altas y la crisis internacional que no termina y que
mantiene las tasas de interés internacionales en niveles bajos, han
ayudado a reducir la presión sobre el tipo de cambio. Por eso, una
corrida al dólar, típica de los defaults, y de las crisis externas,
puede ser evitada. La cuestión es cómo superar el estrangulamiento
externo, que está por detrás del estancamiento económico, que parece ser
algo a lo cual el Gobierno se ha conformado. Y es por eso que aunque el
país se haya desendeudado, y el fantasma del default no este presente,
el problema de la deuda externa sigue vigente. No se puede esperar un
boom de exportaciones, ni por el lado de los precios internacionales, ni
por la mítica devaluación que incrementaría la competitividad externa, y
sin acceso a los mercados de capitales internacionales las
posibilidades de crecer se ven acotadas por el equilibrio de la cuenta
corriente. El viejo problema de restricción externa está, en este caso,
simbióticamente conectado con la cuestión de la deuda externa.
De hecho, el desendeudamiento del gobierno federal ha ocurrido
conjuntamente, en los últimos años con el creciente endeudamiento en
dólares de algunas provincias y gobiernos municipales, como el de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Las dos cosas no están necesariamente
separadas, una vez que si el gobierno nacional aumentara las
transferencias fiscales, los préstamos externos sub-nacionales no serían
necesarios, pero el déficit externo sería mayor. El endeudamiento de
los gobiernos sub-nacionales en parte agrava los problemas futuros, una
vez que estos no tienen fuentes de recursos en dólares, y históricamente
sus deudas externas fueron de algún modo asumidas por el gobierno
federal. El endeudamiento a nivel sub-nacional, que a veces es necesario
para financiar la inversión en infraestructura, por ejemplo, debería
ser en moneda nacional, pero eso justamente pondría en evidencia los
límites impuestos por la cuenta corriente a la expansión del gasto
público.
En ese sentido, el gobierno de Kirchner, que manejó con coraje y de
modo eficiente la renegociación de la deuda externa, ha también
diseminado la idea de que endeudarse es siempre una mala idea. Y es
verdad que la deuda en moneda extranjera es más peligrosa que la
denominada en moneda nacional, una vez que el peligro de default en el
primer caso es real. Sin embargo, la idea de que toda deuda externa es
mala es también peligrosa. La idea de las finanzas funcionales, de que
el uso, la función de la deuda es lo que importa, también puede y debe
ser aplicada a la deuda externa. El problema de la deuda en moneda
extranjera no es tanto la deuda misma, sino cómo se utiliza. Si la deuda
se usa para estimular el crecimiento, diversificar la estructura
productiva y las exportaciones, y para reducir las importaciones, y en
el caso especifico nuestro, reduciendo la dependencia energética
externa, haciendo la cuenta corriente más sostenible a largo plazo, el
retorno a los mercados de capitales no sería mala noticia. La
alternativa es seguir estancado.
* Profesor de la Universidad de Bucknell. Maestría en Desarrollo Económico de la Unsam.
Original: Pagina 12
3 comentarios:
Con todo respeto al autor; crecimiento no es desarrollo. Este manejo de las cifras vacías se ve todos los días. Hay mas pibes en la escuela, es cierto; hay un sistema publico al que accede toda la población, también es cierto... lo que no es cierto es que haya calidad. Y esto es lo que pasa cuando uno se endeuda para dar subsidios vacíos, o se contratan empresas de amigos para lavar dinero, disfrazado de infraestructura.
Estimado Nahuel,
esta claro que crecimiento no es desarrollo, pero sin el primero no hay el segundo. Considere que es una nota corta donde se trata de alertar variadas causalidades que suelen pasar desapercibidas para aquellos que solo miran lo sectorial, o meramente "cifras vacías" que nos hablan de corrupción, como si fuese algo novedoso. Lo central es la dirección de las politicas de crecimiento y como evitar la restriccion externa, sin llevar al endeudamiento externo insostenible, o a la autarquia albanesa. En ambos casos siempre hubo inversores privados, aca y en cualquier parte, de pagar un soborno para entrar primero.
saludos.
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