Por Claudio Scaletta
Luego
de un lustro de hiperajuste recesivo, el más grande registrado en
Occidente, el pueblo griego le dijo basta al austericidio. Syriza, cuyas
siglas significan Coalición de la Izquierda Radical, llegó al poder y
ya gobierna el país de la mano de su joven y carismático líder Alexis
Tsipras. Si bien el origen de la agrupación fue un desprendimiento del
viejo Partido Comunista Griego, que derivó luego en variantes más
moderadas de “eurocomunismo”, no se trata estrictamente de una izquierda
radical como se la entiende en la política latinoamericana, sino de una
forma de lo que, también aquí, se denomina “populismo”. Los rótulos,
sin embargo, son una limitación a la hora de comprender un fenómeno que
podría transformar el statu quo de la política económica europea y
mundial.
Parece mucho, pero lo que hoy manifiesta el caso griego es la
disputa entre dos modelos de de- sarrollo: el ajuste permanente que
privilegia el equilibrio contractivo de las cuentas públicas, cuya
contrapartida siempre fue la concentración del ingreso, y la
desarticulación del Estado benefactor, versus un enfoque centrado en la
inclusión social y la redistribución progresiva del ingreso, con énfasis
en el estímulo a la demanda agregada como conductora del crecimiento
sostenido. Sepultadas las ruinas del llamado socialismo real y avanzado
el siglo XXI, la verdadera dicotomía de la economía política dejó a un
lado la contradicción entre capitalismo y revolución para trasladarse a
la puja intracapitalista entre ortodoxia excluyente y heterodoxia
incluyente de raíz keynesiana-kaleckiana.
El desafío griego es entonces doble: político, a la hegemonía de la
Unión Europea con centro en Alemania, bajo una evidente asimetría de
poder, y económico, a los modelos de ajuste estructural impulsados por
el ganador de época: el poder financiero representado en Europa por las
decisiones de la “troika” FMI, Banco Central Europeo (BCE) y Comisión
Europea (CE). El partido que se disputa en Grecia, en el estadio del
laboratorio de la historia, concentra la atención tanto de quienes
conducen la política mundial, como de los científicos sociales. Observar
desde la platea será también una experiencia fascinante, más cuando los
desafíos griegos se parecen mucho a los que enfrentó, enfrenta y
seguirá enfrentando la economía argentina en particular y de
Latinoamérica en general.
Pasemos, pues, al laboratorio.
La entrada al euro
Grecia ingresó al euro en 2003. Por entonces Italia ya tenían
indicadores de deuda y déficit bastante deteriorados y quedaban pocas
excusas para seguir dejando fuera a Grecia. Años después, en 2009, se
descubriría que los parámetros de Maastricht para ingresar en la
Eurozona se habían cumplido gracias a la contabilidad creativa de
Goldman Sachs.
Entre 2003 y 2009, el principal gasto de Grecia fue el militar.
Durante muchos años el país fue el principal comprador de armas de
Alemania, y el tercero de Francia. Se estima que estos gastos explican
unos 150 mil millones de dólares de la deuda pública. A fines de 2009,
asumió Yorgos Papandreu de la mano del Pasok, el Partido Socialista
Panhelénico, y se transparentó que la crisis era peor de lo que se
creía. Aunque el contagio no fue inmediato, en Europa comenzaban a
sentirse los efectos de la crisis estadounidense de 2008 vía el
estallido de la burbuja inmobiliaria en Irlanda. A fines de 2009, el
panorama emergente en Grecia después de seis años dentro del euro era el
de un país altamente endeudado en una moneda que no emitía. Las
acreencias no eran sólo del sector público, también del privado, tanto
empresas como bancos habían aprovechado la “plata dulce” que fluyó con
la entrada al sistema monetario europeo. Los acreedores eran
fundamentalmente bancos alemanes y franceses, que participaron también
del auge de una pequeña burbuja inmobiliaria. Todavía hoy el 45 por
ciento de las hipotecas tienen distintos grados de irregularidad.
AUSTERIDAD Y RESCATES
Por esta época, se iniciaron políticas de austeridad draconianes.
Había razones muy reales para impulsarlas. El déficit fiscal alcanzaba
un increíble 15 por ciento del Producto y el balance comercial era
desastroso. Las exportaciones eran de apenas unos 20.000 millones de
dólares y las importaciones de alrededor de 60.000 millones. El gap
externo se financiaba con entrada de capitales.
Las fuentes de ingreso de divisas de la economía griega son el
turismo y el transporte marítimo. Existe algo de agricultura y un
pequeño sector industrial, en parte de alta tecnología, aunque con
costos altos.
La deuda externa de entonces rondaba el 130 por ciento del PIB, y
muchos analistas advertían que era impagable. En el mismo 2010 llegó, no
sin demoras, el primer programa de rescate por alrededor de 110 mil
millones de euros. La estrategia de la troika fue alargar la crisis para
darles tiempo a los bancos alemanes y franceses a que descarguen sus
papeles griegos. El camino fue prestarle al sector público a través de
distintos fondos e instrumentos financiados por el sector público
europeo y que con este dinero Grecia les pague a los bancos. Pero los
fondos no alcanzaron y fue necesario recurrir a un nuevo rescate, esta
vez por alrededor de 150 mil millones de euros adicionales.
Reestructuraciones
A pesar de los dos rescates, las obligaciones siguieron sin poder
pagarse, por lo que Grecia impulsó dos renegociaciones voluntarias de su
deuda con acreedores privados. La primera fue en 2011 y significó una
quita del 50 por ciento. La segunda, en 2012, sobre el 50 por ciento que
quedaba recortó otro 75 por ciento. Como los bancos extranjeros ya
habían abandonado su exposición, los principales afectados fueron los
fondos de pensión y los bancos griegos. Mientras tanto, a los acreedores
públicos se les siguió pagando el ciento por ciento. Hoy los
principales acreedores son el BCE y el fondo de estabilización. Aunque
la quita fue más grande que la de Argentina, fue sólo con los privados.
En tanto se sumaron dos préstamos por algo más 260.000 millones de euros
más papeles en torno de los 30.000 millones que compró el BCE, unos
290.000 millones adicionales.
Al presente, la deuda pública ronda el 175 por ciento del PIB. Los
fondos de los rescates se destinaron a pagar capital e intereses de
deuda, recapitalizar bancos, y una parte menor, el 11 por ciento, a
financiar gasto público. Los principales vencimientos ocurrirán este
año, por unos 20 mil millones. Comienzan ya a fines de febrero. Aunque
en 2014 se consiguió un superávit primario, el excedente no alcanza para
pagar los próximos vencimientos. La situación es de déficit financiero.
Aunque en 2009 era imposible negar la necesidad de un ajuste, el
problema fue cómo se instrumentó. La austeridad podría haber sido mucho
menor si también se hubiese involucrado a la totalidad de los
acreedores, es decir, si se hubiese ensayado una reestructuración con
quita y no sólo una transferencia de los pasivos desde los privados a
los Estados, privilegiando el rescate de los bancos alemanes y
franceses.
Escarmiento
Si la troika pretendía un escarmiento para el mal alumno, los
resultados globales de las políticas de austeridad iniciadas en 2009
muestran que lo consiguió. El ajuste fue del 10 por ciento del PIB en
cuatro años, el mayor registrado en el mundo occidental.
Previsiblemente, se provocó un parate tremendo en la economía: el
Producto cayó 25 puntos. El desempleo total subió al 27 por ciento y el
juvenil superó el 50. Unos 200.000 jóvenes, mayormente con alta
capacitación, abandonaron el país, mientras las oligarquías fugaron
capitales. En tres años el costo salarial griego cayó más del 20 por
ciento. Las jubilaciones y pensiones se redujeron el 45 por ciento.
Entre la población infantil la pobreza superó el 40 por ciento, mientras
que uno de cada tres griegos es pobre. También reaparecieron
enfermedades que habían sido erradicadas, subió la mortalidad infantil y
se multiplicaron las muertes por falta de tratamientos de sida.
A perpetuidad
Si bien los pagos de deuda, a pesar del volumen global del
endeudamiento, no son tan grandes debido a los relativos bajos
intereses, son suficientes para seguir en déficit a pesar del
impresionante ajuste. La proyección, entonces, era seguir aumentando el
superávit primario en un marco de descalabro social y recesión. Además
se necesitaría un tercer rescate, lo que aceleraría las demoradas
privatizaciones y se daría una nueva vuelta de tuerca sobre el mercado
de trabajo, con más despidos. Vale recordar que antes del segundo
rescate se estableció un ambicioso programa de privatizaciones que se
suponía recaudaría 50.000 millones de euros, pero nunca se instrumentó a
fondo. De hecho, apenas asumió, el nuevo gobierno frenó dos procesos
muy cuestionados, el del puerto del Pireo, en Atenas, el más importante
de Grecia, y el de la compañía eléctrica.
Crisis política
Antonis Samaras, el líder de Nueva Democracia, un partido de
centroderecha apoyado por Angela Merkel, asumió en 2012 en medio de la
crisis política que provocó la caída de Papandreu. Su ascenso se produjo
en medio de una campaña de miedo a lo que podría pasar si el país salía
de la Eurozona. Todavía hoy los griegos no quieren salir del euro.
Dicho en términos argentinos, la situación es similar a la de fines de
la convertibilidad. Pero el punto es que Grecia está en el 2001 desde
2010. Samaras advirtió pronto que necesitaría un tercer rescate, algo
extremadamente impopular. Esta percepción fue la que estuvo por detrás
del adelantamiento de las elecciones. El ex primer ministro sabía que
perdería y que ganaría Syriza. Su apuesta seguramente era que Syriza
hiciera una coalición con Pasok u otro partido pro euro como To Potami,
que decía que iba a moderar a Syriza. De haberse producido alguna de
estas alianzas se hubiese generado una coalición inestable que
seguramente impediría una negociación dura con el BCE, es decir, hubiese
conducido a un fracaso y seguramente a nuevas elecciones, con el peso
de este fracaso a cuestas.
Pero algo salió mal. Nadie imaginaba que los Griegos Independientes,
con los que se alió Syriza, un partido antieuropeo y antiausteridad,
aunque también antiinmigrantes, vinculado con la iglesia ortodoxa y
nutrido por la derecha sindical, conseguiría diputados. El panorama
inesperado fue que con bajas concesiones, básicamente el Ministerio de
Defensa y algunas segundas líneas, Syriza consiguió una alianza muy
estable que a sus 149 diputados, a sólo dos de la mayoría absoluta, sumó
otros 13. Un dato poco conocido es que antes de aliarse con Griegos
Independientes, Tsipras tentó al Partido Comunista, que consiguió 15
diputados, de los que no obtuvo respuesta.
Original: Pagina 12
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