Una de las grandes fortalezas de la administración iniciada en
2003 fue el manejo de la política económica y su principal resultado: el
crecimiento con inclusión y desendeudamiento. Pero en los últimos años
algo salió mal. Hay cuestiones de ciclo económico que son innegables. Un
informe de la Cepal conocido esta semana destaca que la región crecerá
este año un magro 1,1 por ciento. Sin negar la importancia de un
contexto global contractivo, aquí interesan exclusivamente las
cuestiones internas que cortaron el ciclo expansivo de una década.
De la misma manera que cuando se analizan épocas históricas, siempre
es difícil establecer con exactitud el punto de inflexión. Sí pueden,
en cambio, detacarse algunos hitos. El primero, con seguridad, fue la
intervención del Indec y la consiguiente pérdida de credibilidad social
en las estadísticas públicas. Tratándose de la evolución de la
macroeconomía, la alteración de estadísticas parece una formalidad, pero
fue el surgimiento de una manera de entender la forma de hacer
política; la creencia de que para transformar algunos parámetros
económicos bastaba con la voluntad. Más concreto: la interpretación
extremista del postulado “la subordinación de la economía a la
política”, malentendido como “la subordinación de las relaciones de
mercado a la voluntad”. El segundo hito fue el llamado cepo cambiario;
la creencia, otra vez, de que la formación de activos externos podía
combatirse simplemente con restricciones. Fue el nacimiento de un
sistema de tipos de cambio múltiples de facto, con todas las
discrecionalidades asociadas, y un punto de partida para manejos dudosos
de la política comercial, como la regulación de las Declaraciones
Juradas Anticipadas de Importación condimentadas con el sistema de
obligar a exportar para importar, lo que llevó a absurdos como que los
importadores “compren” exportaciones, o sea, políticas de efecto nulo en
el agregado.
A las formas en el manejo de la política económica, las precedió un
factor estructural, también de origen voluntarista, pero preexistente:
la creencia de que una economía caracterizada históricamente por sus
ciclos de Stop & Go no demandaba planificación. La principal
desgracia se expresó en la llegada del déficit energético, situación que
hizo palidecer la ausencia de otras políticas sustitutivas de
importaciones. En el plano industrial, las armadurías electrónicas
representan un enclave deficitario que ni vale la pena analizar, un
negocio para pocos sin efecto multiplicador que se traduce en productos
caros para quienes pagan la fiesta: los consumidores. Más compleja es la
cuestión automotriz. La caída sectorial de 2014 es impresionante: 24
por ciento en los primeros 10 meses según el último informe de la
consultora Ecolatina, una señal ineludible de la mala apuesta realizada.
Una baja de semejante magnitud, que se “subexplica” por la caída de
Brasil, las restricciones a las importaciones y la caída de la demanda
interna, indica en realidad las limitaciones del modelo industrial
elegido; en concreto, de su inserción internacional y de “regresión
sustitutiva”. También explica la estrategia de administración de la
restricción externa, un combo que incluyó la restricción de
importaciones, situación que, dado el modelo industrial, significó un
freno en la producción. En otras palabras: en los últimos años el
Gobierno no previó la restricción externa y cuando finalmente llegó, la
única decisión fue dejar de crecer. El matiz es que en el último año, el
Ministerio de Economía había iniciado una estrategia diferente, pero
que fue abortada a partir del acoso del Poder Judicial estadounidense en
sintonía con los fondos buitre.
Resta la política cambiaria, otra iniciativa tardía post cepo. Luego
de negarse a reconocer el problema de que los excedentes financieros se
transformaban a los distintos dólares paralelos por la ausencia de
alternativas en pesos, presionando así una devaluación, los cambios en
el Banco Central corrigieron el rumbo y, al mismo tiempo, eliminaron
también las microdevaluaciones periódicas. No se trata sólo de una
“vuelta al ancla cambiaria”, como sintetizan algunas consultoras, sino
de asumir que la devaluación no corrige los problemas. Los hechos
demostraron que la cuestión cambiaria era inseparable de la inflación.
La suba generalizada de precios no era monetaria, pero tampoco resultado
de una maldad especial de los empresarios locales en relación con otros
países del mundo (inflación oligopólica). Al margen de la discusión por
el número verdadero, el último trimestre del año consolidó una baja
tendencial de los aumentos de precios. Las explicaciones son dos: la
estabilización cambiaria y el freno de la actividad, es decir, de la
puja distributiva. El último relevamiento del Estudio Bein difundido
este viernes destacó que la inflación pasó de un anualizado del 67,7 por
ciento en enero, inmediatamente después del salto devaluatorio, a un
22,4 en noviembre.
Finalmente, esta semana cayó la última interpretación extremista; la
idea de que el desendeudamiento siempre es bueno. Haber desendeudado al
país fue un gran logro emancipatorio de la última década. Desde los
picos post default de 2002 la relación deuda pública/PIB pasó del 166,4
al 39,5 por ciento en 2013. Combinado con el crecimiento de la economía y
las reestructuraciones de 2005 y 2010, eso posibilitó que la relación
intereses/PIB pase en el mismo período del 3,8 al 1,3 por ciento. Sin
embargo, con proximidad de déficit de cuenta corriente, acecho buitre y
fuertes vencimientos en 2015, seguir pagando todo con reservas sería un
suicidio macroeconómico. Las reservas quedarían en niveles críticos y se
desatarían inmensas presiones devaluatorias. Frente a estos datos, el
Gobierno decidió abrir la cuenta capital, pagar una parte de los
vencimientos del Boden 2015, que suman 6700 millones de dólares, por
adelantado y refinanciar, canjeando por Bonar 2024, otra parte a quienes
lo deseen. A la vez, también se colocarán nuevas emisiones de Bonar
2024 con una tasa del 8,75 por ciento anual. Si esta operación se
completa como prevé Economía, se despejará parcialmente el horizonte
financiero y se descomprimirá el nivel de extorsión del Poder Judicial
estadounidense, lo que quizá posibilite aumentos de la Inversión
Extranjera Directa en sectores hoy clave como infraestructura y,
fundamentalmente, energía; lo que se necesita para salir de una economía
parada.
Original: Pagina 12.
1 comentario:
No comparto que la inversión extranjera directa sea la salida. La salida es más inversión pública, si es necesario importar debe hacerse con el modelo de los Acuerdos con China. Se puede hacer con otros países por ejemplo Rusia.
Pero la clave para crecer cuando no invierte el Sector Privado lo suficiente es la Inversión Pública, mientras menor sea la inversión privada mayor tiene que ser la Inversión Pública para compensar y seguir creciendo a tasas razonables (arriba del 3%).
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