Tres
factores; 1) los resultados dispares de la política industrial de la
última década, 2) la disputa al interior de las clases dominantes
locales por el modelo de desarrollo y 3) la reaparición de la
restricción externa facilitaron el contexto para que, en los últimos
meses, reaparezca en el debate público la recurrente temática de si
Argentina podría disfrutar de una economía similar a la de Canadá o
Australia. Al revuelto de ofertas modélicas también se sumaron algunos
países nórdicos, como Noruega. El lector entrenado sabe que estas
representaciones son apriorísticas. Su clave interpretativa reside en el
factor dos, la irresolución en la elección del modelo de desarrollo. Lo
que se quiere decir, en general, es que no hay necesidad de enmarañarse
en quijotadas “estalinistas” como el desarrollo industrial y su
conflictividad, si se tiene a disposición, sin mayores esfuerzos, al
floreciente sector agropecuario complementado, a lo sumo, con minería y
energía. En esta línea, países como Australia, en el que el 60 por
ciento de sus exportaciones son productos primarios y casi un 20 por
ciento servicios, pero que a la vez disfrutan de un elevado ingreso per
cápita, lucirían como un paraíso posible. La prosa superficial sintetizó estas ideas en un axioma ontológico: “Ser canguro”. Debe reconocerse
que la idea es atractiva, pues sería posible pasar al Primer Mundo
evitándose el complejo catch up tecnológico y concentrándose en el campo
y los servicios. Finalmente también el modelo noruego tiene poca
industria y mucho de aprovechamiento de recursos naturales. Quizá se
pueda ser canguro y casarse con una nórdica.
Generalmente las respuestas que reciben este tipo de razonamientos
son de raíz prebischiana, es decir: se sostiene que el desarrollo
industrial es necesario porque no se puede quedar expuesto al deterioro
de largo plazo en los términos del intercambio y se necesita producir
bienes con una mayor elasticidad ingreso en los mercados mundiales.
Otros argumentos se concentran en el tamaño de la población, pues la
actividad de base primaria no alcanzaría para sostener un ingreso per
cápita alto en un país populoso, o en razones distributivas: la
industria como generadora de empleos de calidad. Todas estas respuestas
son atendibles y también sujeto de debate. Sin embargo, ninguna ataca el
problema fundamental de por qué el país no podría disfrutar jamás de
las condiciones de Canadá o Australia. Contra muchas explicaciones
tradicionales, como la cultura, las instituciones y el sistema político,
la respuesta está en razones económicas más triviales y concretas
fuertemente determinadas por la geopolítica y la historia, sendos
detalles ignorados por la argumentación ontocanguril.
Un trabajo presentado recientemente en la Universidad Nacional de Moreno por los economistas Eduardo Crespo y Nicolás Bertholet, “El
desarrollo económico de Argentina, Australia y Canadá a la luz del
contexto internacional”, destaca que los últimos dos países pertenecen a
la órbita anglosajona en general y al Commonwealth en particular. Hasta
la Segunda Guerra fueron socios privilegiados del imperio británico y
en el presente, un dato significativo más, son parte del sistema de
seguridad planetaria liderado por Estados Unidos. “Este rol dentro del
sistema interestatal, señalan los autores, les garantiza condiciones
financieras y militares muy distintas a las que debe afrontar un país en
la posición geopolítica de Argentina. Pertenecer tiene sus privilegios
también en materia de desarrollo económico.”
Las consecuencias económicas de esta pertenencia son especialmente
comprensibles desde la perspectiva local: se trata de países que no
tienen problemas de balanza de pagos. Australia, por ejemplo, tiene
déficit de cuenta corriente desde la década del ’60. Solo tuvo un breve
superávit de un trienio durante los ’70 y jamás tuvo problema para
financiarlo. El caso de Canadá no es tan marcado, pero también tuvo
largos períodos de déficit durante la etapa. Se trata de situaciones
similares a las de Estados Unidos, con déficit externo permanente desde
los ’80 o del Reino Unido también en déficit crónico desde entonces.
Estos países pueden darse este lujo porque, en distinta medida, son
emisores de moneda internacional y sus títulos de deuda se colocan
fácilmente en los mercados, no precisamente por el estado de sus
“fundamentales” o sus instituciones, sino por su posición relativa en el
escenario global. En concreto, en el ranking de monedas utilizadas como
reservas internacionales por los bancos centrales de todo el mundo, el
dólar canadiense ocupa el quinto lugar y el australiano el sexto. En
cuanto a su uso en el comercio mundial, la moneda australiana ocupa el
quinto lugar y la canadiense, el séptimo.
En diálogo con Cash, Crespo, una de las mentes más lúcidas de la
heterodoxia latinoamericana, explicó que desde la década del ’50 del
siglo pasado al presente, sólo catorce países entonces subdesarrollados
se consideran hoy dentro del grupo de los desarrollados. “Podemos decir
que hay que sustituir más importaciones, que hace falta más industria,
que en el sector energético las cosas podrían haberse hecho mejor, o que
se necesita más entrada de capitales, pero los números y la experiencia
internacional indican que conseguir el desarrollo no es, como mínimo,
tarea fácil; depende de muchos factores, desde la geopolítica hasta un
poco de suerte. Pero en la comparación típica con Canadá o Australia
alcanza con hacerse una sola pregunta: ¿cómo sería la economía argentina
si desde tiempos de Arturo Frondizi, por ejemplo, nunca hubiese tenido
que asumir las consecuencias paralizantes, de interrupción de procesos,
de un déficit de cuenta corriente?”
Original: Pagina 12
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