Enrico Letta |
Por Roberto Lampa *
En
una nota publicada el domingo pasado en el suplemento económico Cash,
Bruno Susani informa que Italia habría finalmente abandonado las
políticas de austeridad y, simultáneamente, habría vuelto a una política
económica más cercana a Keynes. Lamentablemente, poco o nada es cierto.
En primer lugar, hay que hacer algunas correcciones: en 2013 el PIB
de Italia cayó un 1,9 por ciento y hubo un gabinete político (y no
tecnocrático) liderado por Enrico Letta, del Partido Demócrata (el cual,
vale aclarar, no es el nuevo nombre del Partido Comunista Italiano,
sino un partido de centro que ha sumado sectores ex comunistas a lo que
quedaba de la conservadora Democrazia Cristiana), apoyado por el partido
de Berlusconi.
Desde este punto de vista, el nuevo primer ministro Renzi (cuya
militancia política previa ha sido en la Democrazia Cristiana) se
mantiene en absoluta continuidad con el gobierno de Letta, siendo su
gabinete liderado por el Partido Demócrata aunque apoyado por varias
fuerzas del centroderecha, incluido el montismo.
Además, el nuevo ministro de Economía es el economista mainstream
del OECD Pier Carlo Padoan, que hace pocos meses fue muy duramente
atacado por Paul Krugman por haber defendido la austeridad europea
afirmando que: “Il risanamento fiscale è efficace, il dolore è efficace”
(El ajuste fiscal es eficaz, el dolor es eficaz). Por ende, también la
estrategia económica del gobierno de Renzi se puede definir en
continuidad con el paradigma dominante en Europa, aunque, como decimos
en Italia, intente acompañar “el bastón” del ajuste con unas
“zanahorias” que lo endulcen un poco.
Por un lado, es verdad que se propuso una reforma del impuesto a la
ganancia que determinaría un aumento de unos 80 euros mensuales para los
trabajadores de ingresos medios-bajos. Sin embargo, la misma reforma
prevé que se eliminen varias detracciones fiscales por núcleo familiar,
lo cual determinaría un aumento del impuesto sobre los ingresos anuales
(Irpef) superior a los 80 euros mensuales.
Por otro lado, el gobierno vuelve a intervenir muy duramente en el
mercado de trabajo con dos medidas ortodoxas que apuntan a aumentar su
flexibilidad para disminuir la tasa de desempleo, la cual, si se
consideran los desalentados, supera el 20 por ciento.
La primera es el jobs act, que introduce la completa desregulación
de los contratos a tiempo determinado (despido no justificado; feriados;
licencia maternal; número máximo de renovaciones) bajo la única
condición de que no supe-ren los tres años de duración. La segunda es la
eliminación de una crucial medida de protección laboral, llamada cassa
integrazione straordinaria, que permite a las empresas en crisis no
pagar los salarios a sus empleados por algunos meses, porque aquéllos
son pagados por un fondo de garantía financiado con la recaudación
fiscal del Estado.
Vale aclarar que en ambos casos el principal sindicato italiano
(CGIL) se ha opuesto con firmeza, amenazando con una huelga general.
Además, para que se siga respetando la restricción del 3 por ciento
en la relación déficit/PBI y la regla áurea presupuestaria introducida
en la Constitución durante el gobierno de Monti, se planean unos 5000
millones de euros de recortes para 2014, previendo 85.000 despidos en el
sector público y el bloqueo de las jubilaciones de las mujeres para los
próximos doce meses.
Dicho de otra forma, bajo la gestión Renzi, Italia parece reafirmar
su obtusa ortodoxia económica, basada en el respeto ciego y acrítico de
los vínculos europeos, a diferencia de Francia, Alemania y también
España, que en varias ocasiones no han respetado las restricciones de
Maastricht, beneficiándose en términos de crecimiento económico. De
hecho, las mismas previsiones del FMI sobre el PIB italiano muestran
esta tendencia, ya que en 2014 se prevé un modesto crecimiento de 0,6
por ciento y en 2015 hasta Grecia tendrá una performance económica mejor
(2,9 por ciento versus 1,1 por ciento). Semejante actitud produjo a
partir de 1992 una situación paradójica, en la cual el superávit
primario de Italia ha sido siempre positivo (2,2 por ciento PIB en
2013), con la única excepción de 2009, pero las políticas de austeridad
implementadas para lograrlo han determinado un crecimiento del PIB casi
nulo o negativo, por el cual la relación deuda pública/PIB del país ha
aumentado constantemente, llegando al 132,6 por ciento.
Desde esta perspectiva, la entrada en función del Pacto Fiscal
Europeo (Fiscal Compact) –un convenio internacional firmado por Mario
Monti que obliga a la rápida reducción de la deuda pública y que impone a
Italia unos 50 mil millones de euros de recortes sólo en el 2014–
podría convertirse en un punto de no retorno, tanto para la economía
italiana como para el gobierno de Renzi.
En semejante contexto, las elecciones europeas del próximo 25 de
mayo podrían representar un pasaje crucial, sobre todo si se confirman
las encuestas que prevén un gran respaldo para aquellas fuerzas
políticas que rechazan el ajuste y los tratados económicos europeos. En
el caso italiano, no parece irrelevante que a las tradicionales
protestas del Movimiento 5 Estrellas y de la lista de izquierda L’Altra
Europa con Tsipras se haya sumado la Unión Industrial (Confindustria):
teniendo en mente la descripción de Gramsci del “espíritu subversivo de
las clases dirigentes italianas”, se puede interpretar este hecho como
el indicio de que los próximos meses serán algo complicados en el Bel
Paese.
* Investigador Conicet.
Docente UBA
Original: Pagina 12
No hay comentarios:
Publicar un comentario