Por Eduardo Crespo* y Alejandro
Fiorito**
Pagina 12, Cash 17/03/2013
En la última edición de Cash los investigadores de Flacso, Pablo Manzanelli
y Martín Schorr, publicaron un artículo donde se apunta a una inflación de origen
oligopólico como causa significativa del proceso inflacionario que vive la
Argentina. Los autores refieren a un trabajo realizado por dicha institución en
el cual se sostiene que los precios industriales de los sectores ‘concentrados’
habrían crecido un 8% por encima del promedio industrial en el período
2001-2010 y de allí concluyen que los ‘oligopolios’ realizaron una contribución
importante a la dinámica inflacionaria. Resulta curioso que investigadores tan
competentes, tanto en la nota periodística como en el artículo académico
mencionado, no hagan ninguna referencia empírica a los costos que debió
enfrentar cada sector, ya que únicamente conociendo los costos relativos
sectoriales se podrían corroborar las presuntas prácticas anticompetitivas. Por
caso, si los costos de los sectores responsabilizados por la inflación hubieran
crecido aún más que un 8% por encima del promedio, dichos ‘oligopolios’ habrían
desempeñado un rol deflacionario contrariando el argumento defendido por los
investigadores. Pero aún más llamativa es la circunstancia de que el índice
industrial analizado y reelaborado por los autores, con oligopolios incluidos,
presenta una suba de precios inferior al promedio de toda la economía, al
extremo de resultar casi indistinguible del índice de precios al por mayor agregado
publicado por el cuestionado INDEC.
En las economías modernas, casi todas las actividades productivas presentan
diferentes barreras a la entrada para los nuevos competidores, razón por la
cual ciertas empresas que operan en esas actividades obtienen tasas extraordinarias
de rentabilidad. Pero de esta circunstancia no se infiere que los precios fijados
por un puñado de grandes empresas necesariamente deban ser superiores que aquellos
que eventualmente serían cobrados por un mayor número de firmas de menor tamaño.
Por el contrario, las grandes unidades productivas, con barreras o sin ellas,
por lo general profundizan la división del trabajo, aprovechan economías de
escala y reducen sus costos en relación con las unidades de menor envergadura. El
tamaño mínimo eficiente de las unidades productivas tiende a crecer por motivos
esencialmente técnicos. Con escalas de producción pequeñas, por el contrario,
resulta difícil reducir costos -y precios finales- en forma significativa.
Por ello, exceptuando algunos mercados específicos donde las escalas de
producción no son relevantes, las unidades de menor tamaño tienden a ser desplazadas
de los mercados por las continuas reducciones de precios relativos sectoriales
impulsadas por unidades mayores, en procesos competitivos que suelen ser
predatorios para los pequeños productores. Si fuera cierto que las pequeñas
unidades colocan precios inferiores, serían éstas las que tenderían a imponerse
en el mercado y no lo contrario. Por otra parte, no existe ninguna evidencia de
que las empresas o unidades productivas pequeñas necesariamente paguen mayores salarios, garanticen mejores
condiciones laborales o ambientales, generen mayores ingresos estatales bajo la
forma de impuestos, etc. Al menos en materia económica, lo pequeño no es
hermoso. La concentración y centralización del capital son inherentes al
funcionamiento de un sistema capitalista competitivo. No es la negación de la
competencia la que genera concentración sino todo lo contrario. En el peor de
los casos, debe insistirse, la concentración del capital va acompañada por mayores
tasas de ganancia para las empresas que pueden colocar barreras a la entrada de
nuevos competidores, pero no por mayores niveles de precios.
Pero lo que resulta más sorprendente del enfoque defendido por los
investigadores de FLACSO, es que la mayor concentración también debería suponer
mayores niveles de inflación. Para que esto suceda, sería necesario que las empresas
con poder para fijar precios opten por subirlos en forma continua. Si
estuviéramos frente a un proceso de inflación oligopólica de ‘suma relevancia’,
como el que se apunta, cabría esperar que el grado de concentración del capital
en Argentina sea significativamente mayor que en otros países donde las tasas
de inflación son menores. Por caso, ¿es mayor la concentración del capital en
Argentina que en EEUU, Europa, China o Brasil? En los deflacionarios años de la
convertibilidad, ¿prevalecían las pequeñas empresas? Las barreras a la entrada
pueden explicar la mayor rentabilidad de las firmas involucradas, pero no
necesariamente un mayor nivel de precios, y mucho menos aún una mayor
inflación, es decir, un aumento sostenido de los mismos a lo largo del tiempo.
La inflación argentina responde principalmente a la tradicional puja
distributiva por obtener una mayor porción del excedente social. Cuando existe
alguna incompatibilidad entre los distintos actores sociales, esencialmente
trabajadores y empresarios, sobre la participación que cada parte exige en el
excedente, la consecuencia más habitual es que dicha discrepancia se traduzca
en sucesivos aumentos de precios y salarios. Así, por ejemplo, un aumento
‘inicial’ de precios (o de salarios) es sucedido por aumentos ‘compensatorios’
de salarios (o precios) que a su vez son repasados como nuevos aumentos de
precios (salarios) y así sucesivamente. Esta dinámica puede acentuarse o
atenuarse dependiendo de numerosos factores como subas o reducciones de precios
internacionales, devaluaciones o apreciaciones cambiarias, modificaciones de
precios relativos, aumentos o reducciones de los niveles de desempleo, etc. En este
tipo de procesos, una suba de precios relativos impulsada por algunos sectores
‘oligopólicos’ en la peor de las circunstancias puede introducir algún
condimento al conflicto distributivo preexistente, pero no puede marcar la
dirección general del proceso. Caso contrario, ¿cómo se explica que un 8% por
encima del promedio de un índice que creció menos que el resto de los índices sectoriales,
sea una causa ‘importante’ de una suba total de precios cercana al 300% en el
período bajo análisis?
Otra idea defendida por los investigadores es que los sectores concentrados
habrían aumentado su participación en los distintos mercados al tiempo que se
mostraban ‘reticentes’ a invertir. Esta conclusión resulta asombrosa por
enmarcarse en una economía cuya industria se duplicó en el período en
consideración. No parece razonable que las firmas estudiadas hayan ganado
participación en sus respectivos sectores ‘sin canalizar sus abultados
excedentes a la formación de capital’. ¡Ganan participación sin invertir y la
producción industrial se multiplica por dos! En Argentina se habría encontrado
la forma de producir sin apelar al uso de medios de producción.
Estas conclusiones se chocan con una evidencia demoledora: tanto en Argentina
como en el resto del mundo la inversión privada en equipos de producción responde
a los resultados que anticipa el conocido principio del acelerador de la
inversión (Fiorito, AEDA, 2009, Medici, UNLP, 2010; y Amico, Fiorito &
Hang, CEFID-AR, 2011). Según este mecanismo, como tendencia, las inversiones se
ajustan a la demanda agregada por el simple motivo de que los beneficios están
unidos a la venta de productos. Es un hecho estilizado que en las economías de
mercado la utilización de la capacidad productiva industrial oscila entre el 70
y el 85% del total. Si el crecimiento de la demanda agregada resulta mayor (o menor)
que la formación de capital, el grado de utilización aumenta (o disminuye)
generando incentivos para aumentar (o disminuir) el ritmo inversor.
Estos resultados se chocan de bruces con la idea difundida en Argentina
según la cual las empresas ‘concentradas’ en lugar de ajustar su capacidad
productiva frente al crecimiento de la demanda elevarían sus precios ajustando
para arriba sus márgenes de rentabilidad unitarios sin incrementar sus niveles
de producción. Si este fuera el caso, debería considerarse como una paradoja
que la utilización de la capacidad instalada en la industria continúe
fluctuando en torno a niveles normales en lugar de explotar y llegar
rápidamente al 100%, como cabría esperar si el comportamiento inversor tuviera
las características apuntadas. Asimismo, este argumento vernáculo se contradice
con las estimaciones de los márgenes unitarios de ganancia conocidos para el
caso argentino (por ej. en Murga & Zelada, CEFID-AR, 2012; y Bein, Estudio
Bein & Asociados, 2/2013) que apuntan a un margen entre decreciente y
estable durante el período discutido, de tendencia moderadamente contracíclica.
Estas estimaciones, por su parte, se ajustan muy bien a la constatación de que
en Argentina durante la última década se produjo una mejora de la distribución
funcional del ingreso, al tiempo que los salarios del sector privado crecieron
por encima de la productividad.
La tesis de una inflación causada por motivos oligopólicos, que se ofrece
para explicar la experiencia argentina, es una versión maquillada, con
cosmética políticamente correcta, de la tradicional y ortodoxa inflación por exceso
de demanda, sólo que en lugar del ‘pleno empleo’ o de un ‘producto potencial’
definido por la disponibilidad de recursos, el límite al crecimiento de la
demanda estaría dado por las conductas anticompetitivas de una clase empresaria
poco emprendedora. A diferencia de otros países, Argentina tendría una
‘burguesía’ rentística, que sufre el síndrome cultural de la ‘reticencia
inversora’. Es llamativo que este argumento se siga repitiendo aún en un año
como el 2012, cuando la demanda agregada sufrió una fuerte desaceleración sin
grandes repercusiones atenuantes sobre la dinámica inflacionaria. Al parecer,
los malditos oligopolios siempre estarían subiendo sus márgenes de beneficios,
cuando la demanda crece y cuando no lo hace también. La particularidad del caso
argentino sería que la inflación se produce tanto por exceso como por escasez
de demanda. (ver siguiente respuesta)
*Profesor de la UFRJ
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