Por Javier Lewkowicz
“Muchos dicen que la actual crisis es de deuda soberana. Para mí es la crisis de los países que no son más soberanos.” El economista brasileño Franklin Serrano, en diálogo con Cash, sostiene que la debacle europea tiene un carácter político y que por detrás está la necesidad de los sectores dominantes de profundizar las reformas neoliberales y reducir salarios, primero en la periferia, y después en los países centrales. Serrano se doctoró en Cambridge e investiga en el Instituto de Economía de la Universidad Federal de Río de Janeiro. Es un reconocido economista heterodoxo, rescata parte de la tradición clásica y es influyente entre muchos profesionales argentinos. Sostiene que la desaceleración de la economía brasileña responde a una retracción fiscal que aplicó el gobierno de Dilma Rousseff, niega que la devaluación tenga un efecto positivo y pide no demonizar la inflación, aunque advierte que la falta de consenso alrededor de un índice de precios dificulta su control. Participó la semana pasada de un seminario organizado en Buenos Aires por el Cefid-Ar.
¿Cómo analiza la situación económica en Europa?
–La crisis de Europa en esta fase más reciente no es una crisis fiscal ni de balanza de pagos entre los países del euro. El problema es únicamente la actitud no cooperativa del Banco Central Europeo. Lo dejó explícito recientemente, cuando su presidente, Mario Draghi, dijo que tenía los medios, a través de la compra de títulos públicos, de bajar las tasas de interés de las deudas de todos los países con dificultades. Pero que sólo lo iba a hacer si esos países pedían ayuda a la UE y a cambio de eso aceptaban la austeridad fiscal. Eso es un chantaje, pero además una contradicción, porque los países acuden al BCE para no hacer ajuste fiscal. Demuestra que la crisis es política y que está motivada por el impulso de reformas neoliberales en la periferia de Europa. España e Italia se rehúsan a pedir ayuda porque tienen miedo de las repercusiones políticas que puede tener la aplicación de esos paquetes. Es la entrega final de la soberanía.
¿Qué rol podría cumplir el BCE para evitar esta situación?
–Las tasas de interés de los países en problemas fueron entre 1999 y 2008 todas bajas y casi iguales, porque el BCE incentivó al mercado a comprar los títulos. En un país normal, el Banco Central fija las tasas de interés comprando y vendiendo títulos del gobierno. El mercado sabe que el riesgo de default de la deuda interna es cero. Pero en la Eurozona, el BCE no tiene compromiso con las deudas internas. Entonces el shock de la crisis mundial motivó una fuga a la calidad en la dirección del dólar. Se vendieron títulos de países europeos, primero de los países históricamente más débiles. En ese momento, el BCE debía haber comenzado a comprar explícitamente más títulos griegos y de los otros. Como no lo hizo, el mercado se dio cuenta de que los títulos no eran todos iguales. Allí comenzó una inestabilidad que el BCE no quiere remediar. Además, es curioso procurar hacer el acuerdo fiscal cuando hay muchos países en una situación tan delicada. Esta es una crisis que los instrumentos usuales de política económica pueden resolver rápidamente. Mario Monti, primer ministro de Italia, dijo hace poco que la crisis de Grecia muestra el éxito del euro, porque finalmente se están implementando las reformas que de otra forma durarían décadas. Es una declaración muy importante porque dice mucho de la naturaleza de lo que está pasando.
Para evitar explicar esta situación por una cuestión ideológica o a través del carácter de los líderes europeos, sería bueno entender cuál es el objetivo político que está por detrás.
–La idea explícita es desmontar los Estados de Bienestar en la periferia. Pero el objetivo último es terminar con ellos en los países del centro. El problema de Angela Merkel no es el trabajador griego, es el trabajador alemán. Las élites europeas quieren una fuerza de trabajo más barata, obediente y, sé que es terrible, blanca, porque no quieren depender de los inmigrantes para la reducción del costo del trabajo. Por eso, nada mejor que una periferia que presione a la baja los salarios, presión que en algún momento se trasladará a los países del centro. No hay que perder la dimensión de los intereses económicos y de clase.
Incluso en este contexto no se abrió un consenso en la ciencia económica acerca de la necesidad de políticas fiscales expansivas.
–En Europa, definitivamente no. Y en Estados Unidos, que siempre fueron keynesianos en las crisis, un keynesianismo de tipo militar, es muy limitado. Hay una idea un poco ingenua de la capacidad de las ideas de modificar la realidad. No es así, porque en el medio existen fuertes conflictos de intereses. En la Gran Depresión sí hubo un cambio muy grande en el pensamiento económico, pero existía el peligro latente, pero muy presente, del sistema fascista y del comunismo. Esa es una diferencia muy importante respecto de esta crisis. Ahora no hay al acecho una alternativa de este estilo, que permita alinear los intereses de un lado. Ese tipo de análisis falta en muchos estudios keynesianos. El pasaje de la economía genéricamente heterodoxa a la economía política es un problema.
Brasil
Afirma que la desaceleración de la economía brasileña no se explica por el contexto internacional sino por políticas aplicadas por el gobierno. Sin embargo, no le da tanta relevancia a la cuestión de la apreciación cambiaria. ¿A qué atribuye esa dinámica?
–El tipo de cambio es importante para definir la rentabilidad de las exportaciones y porque torna más caras las importaciones. Es uno de los instrumentos para relajar la restricción de la balanza de pagos, para recrear condiciones de sostenibilidad del crecimiento económico. Pero una cosa distinta es el efecto del tipo de cambio sobre el propio crecimiento. El efecto positivo de la devaluación tiende a ser menor de lo que las personas piensan. Produce un aumento de la rentabilidad de los exportadores y en algunos casos empresas que no obtenían lucro pasan a obtenerlo y empiezan a exportar. Por el lado de las importaciones, el tema es delicado porque, en general, cuando hay una devaluación caen mucho, pero lo hacen porque la renta cae mucho también. El efecto meramente de sustitución de importaciones por el tipo de cambio, lamentablemente no es muy alto. La industria brasileña importa muchos bienes intermedios y bienes de capital. Entonces un determinante relevante de las importaciones es la inversión, y no tanto el tipo de cambio. Pienso que la herramienta del tipo de cambio en Brasil está muy sobreestimada, y no se habla de políticas industriales y de sustitución de importaciones. El efecto negativo de una devaluación sobre el consumo es más grande que el efecto positivo sobre las exportaciones, en términos de crecimiento.
¿Cómo se explica entonces la desaceleración de la economía?
–Sin duda las exportaciones cayeron bastante por situación internacional, pero tienen un peso pequeño en la actividad total, en una economía con un mercado interno tan grande. Lo que sucedió fue que cayó la inversión, especialmente la inversión pública, como por ejemplo la de Petrobras. Fue una retracción fiscal directa e indirecta, combinado por supuesto a la cuestión de las exportaciones. La presidenta Dilma pensaba que bajando las tasas de interés estimulaba la inversión, junto a los incentivos fiscales y un tipo de cambio menos valorizado. Para evitar una supuesta inflación de demanda, entonces, era necesario aplicar una política fiscal restrictiva. Pero la baja de la tasa de interés impulsó muy poco la inversión, lo mismo que la depreciación del real. Entonces el resultado final fue opuesto, porque la inversión cayó mucho. En una economía de mercado, si la demanda no crece, tampoco lo hace la inversión, incluso con incentivos fiscales, una tasa de interés baja o un margen alto. Son condiciones necesarias, pero no suficientes, se necesitan más compradores. Una cosa es un requisito, y otra es que sea una función regular.
Inflación
Muchos economistas argentinos dicen que la inflación genera un efecto negativo sobre la inversión.
–El tema de la inflación son las consecuencias. Quién gana y quién pierde. Con inflación, la inversión puede ser estimulada o aplacada, porque en sí misma no dice mucho. Una cosa es la inflación que viene de una crisis cambiaria, otra la de la recuperación del salario real o por aumento de tarifas. Esa idea de la inflación como un objetivo único en sí mismo no es tan válido. Claro que una inflación alta desorganiza la economía. Pero lo que hay que analizar son las consecuencias, no la inflación en sí.
¿Qué análisis hace de la discusión alrededor de la inflación en Argentina?
–La politización de la inflación en América latina es muy grande por las experiencias traumáticas que pasamos. Hay una demonización. Por ejemplo, la recuperación de Argentina después de la crisis de 2001/02 fue muy estimulante para otros gobiernos con ganas de hacer cosas diferentes. En los medios de comunicación de Brasil, sin embargo, se hablaba mucho de la inflación. Decían que Argentina estaba con mucha más inflación que Brasil. Pero nadie decía que el salario real crecía y que en Brasil no. Cuando la inflación es por una dramática devaluación que hace bajar mucho los salarios, es una cosa. Cuando es resultado de una recuperación del poder de compra, es otra. El problema es la idea genérica de que bajo cualquier circunstancia una inflación baja es mejor que una alta. Yo creo que en Argentina la inflación no es tan alta, sí quizás un poco, frente a otros países. El gobierno no sacrificó el crecimiento en nombre de la inflación. Eso es bueno. Pero el tema del índice de precios no ayuda, porque la falta de una referencia aceptada socialmente de cuánto está aumentando los precios, dificulta los acuerdos. No ayuda que cada grupo presente su propia inflación. En Brasil hay una medición de la Canasta Básica por parte del Departamento Intersindical de Estadísticas. Es un índice muy respetado; cuando aumenta, los empresarios son más permeables a los aumentos salariales. Ese consenso ayuda mucho. Es curioso porque el gobierno argentino tiene un diagnóstico correcto de la inflación. Entiende que es de costos y que involucra conflictos distributivos. En este contexto, los conservadores suelen querer regular la puja distributiva indirectamente, porque les es más fácil generar una brutal recesión
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