Entrevista a Eduardo Crespo y J. Matías De Lucchi.
En diálogo con El Economista, los economistas argentinos Eduardo Crespo y Juan Matías De Lucchi, investigadores de la Universidad Federal de Río de Janeiro, explican las diferencias entre la Argentina y Brasil, plantean su visión sobre el comercio bilateral y sobre las perspectivas de crecimiento del Gigante sudamericano para el 2012.
¿Cuán diferentes son los modelos económicos de Brasil y la Argentina en la actualidad y de los últimos años?
Juan Matías De Lucchi (J. M. D.): Las diferencias son notorias en la política monetaria. Brasil adoptó un sistema de metas de inflación que supone un producto potencial exógeno donde cualquier presión inflacionaria es por exceso de demanda. En la Argentina, en cambio, el BCRA mantuvo una postura acomodaticia a las necesidades de liquidez del sistema y abordó el problema inflacionario desde una visión heterodoxa, es decir, visualizando shocks de costos y pujas distributivas, aunque en términos formales se siguió un esquema de apariencia monetarista con metas cuantitativas de M2, que fueron ajustables en la práctica. Algunos sostienen que la ortodoxia monetaria brasileña ha sido más efectiva. Sin embargo, la inflación es menor en Brasil por dos motivos principales: primero, no es que el aumento de la tasa básica de interés (Selic) reduzca la demanda y, por ende, la presunta inflación de demanda sino que al inducir flujos de entradas netas de capital, se aprecia el tipo de cambio nominal y se neutraliza parcialmente la inflación de costos. Segundo, históricamente Brasil no tiene fuerte resistencia salarial, esto es, puja distributiva entre precios y salarios. Sin embargo, aún así, la inflación brasileña superó el 6% en 2011 en un marco de ajuste fiscal y fuerte desaceleración del crecimiento. Por otro lado, la acumulación de divisas en ambos países ha tenido una diferencia cualitativa. Mientras que la Argentina ha registrado superávits en cuenta corriente (aunque en tendencia decreciente), Brasil ha financiado su déficit en cuenta corriente con flujos de entradas netas de capital, que no necesariamente implica un proceso de fragilidad financiera creciente como en los 90´. Vale la pena señalar que en la última década la relación entre la deuda externa de corto plazo y las reservas internacionales se redujo en forma continua y la relación entre el stock de IED y las reservas internacionales mostró una tendencia decreciente. Al igual que en la Argentina, se ha sustituido deuda pública externa por deuda denominada en moneda doméstica y, consecuentemente, recuperado márgenes de seguridad financiera y autonomía política. Sin embargo, con este modelo Brasil corre el riesgo de reprimarizar sus exportaciones, premiando la renta financiera. Asimismo, no debe pasarse por alto que entre 2003-2010 la tasa media de crecimiento de la Argentina fue casi el doble de la brasileña (7,6% y 4%, respectivamente). Sin embargo, Brasil dispone del control público de la energía con Petrobras y financiamiento de largo plazo con el BNDES, instrumentos valiosos que la Argentina no posee.
¿Sería deseable que haya más integración/ coordinación macroeconómica entre los dos países? ¿Qué se ganaría con ello?
Eduardo Crespo (E. C.): Depende del tipo de integración. Hasta hace pocos años Europa occidental era el camino a seguir en materia de integración. Pero luego de la desaparición de la amenaza soviética, que había sido uno de los principales factores aglutinantes de la integración europea, dicha experiencia ya no es un modelo a imitar. La unificación monetaria, por ejemplo, es inviable sin unidad fiscal y política. Y la renuncia a la soberanía monetaria a manos de un banco central dirigido por una burocracia independiente de todo, pero menos de los banqueros, ha sido un desastre. En este sentido, me parece que los países que gozan de superávits comerciales regionales, como Alemania o Brasil, y siguiendo a Keynes y Triffin, deberían promover políticas expansivas. Es decir, los desbalances comerciales deberían corregirse con la expansión de los países superavitarios, no con la contracción recesiva de los deficitarios. Por ello una integración neoliberal puede significar un notable retroceso para toda la región.
El comercio bilateral superó los U$S 40.000 M en 2011. ¿Creen que la tendencia seguirá aumentando? ¿Cómo creen que se están “administrando” las tensiones comerciales?
E. C.: La principal explicación de todo crecimiento del comercio internacional es el crecimiento de las respectivas economías. Con relación a la administración institucional del bloque, entiendo que el libre comercio tampoco debería ser un criterio inspirador de la integración regional. Si se defiende el comercio libre sin restricciones, ¿para qué armar bloques comerciales? ¿Por qué no abrir el comercio para todos los países sin restricciones? Cuando optamos por integrarnos con unos países y no con otros, estamos admitiendo que el comercio debe ser administrado. Y por ello, las decisiones políticas, las negociaciones y las tensiones son partes inevitables de todo proceso integrador. Y esto no sólo es relevante para la Argentina. Todo país que se decide por la integración debe estar dispuesto a ceder la producción de ciertos bienes a sus socios menores, como Paraguay o Uruguay, en el caso del Mercosur.
¿Debería preocuparse la Argentina por el rojo comercial crónico que tiene con Brasil? ¿A qué se debe esto?
J. M. D.: No sólo la Argentina debería preocuparse, creo que en algún sentido Brasil también. La Argentina debe gestionar una reducción de su déficit comercial como parte de una estrategia integral para asegurar el superávit en cuenta corriente (aunque el foco debe colocarse en los problemas estructurales internos, léase sustitución de importaciones, especialmente energía, y no simplemente en la diplomacia comercial). Pero si Brasil pretende posicionarse como potencia mundial debe redefinir su liderazgo en la región. Una economía como la brasileña, que tiene superávits comerciales con sus vecinos, más que una locomotora parece ser el furgón de cola del crecimiento regional. El rojo comercial, entiendo, responde a dos motivos: 1) La industria brasileña es más competitiva y diversificada que la argentina, y 2) ambos países vienen creciendo a dos velocidades. Las importaciones son una variable dependiente del producto. Esto significa que, dadas las exportaciones y las elasticidades de importación de ambos países, si la Argentina crece más que Brasil, aumentan sus importaciones brasileñas netas. La Argentina mantiene saldos comerciales superavitarios con Brasil relativamente estables en productos primarios y manufacturas de origen agropecuario. Sin embargo, el déficit en manufacturas de origen industrial se ha acelerado en los últimos años acompañando la tasa de inversión.
En 2011, la economía brasileña se desaceleró fuertemente: de 7,5% a 2,7%. El Gobierno cree que el PIB subirá entre 4 y 4,5% este año, pero las estimaciones privadas hablan de un crecimiento de entre 3 y 3,5%. ¿Qué piensan ustedes?
E. C.: Depende de Brasil. La desaceleración brasileña, que llevó al país al borde de la recesión en el último trimestre de 2011, fue una consecuencia directa del ajuste fiscal y de las medidas contractivas adoptadas luego de la asunción de Dilma Rousseff. En el gobierno brasileño muchos ya entendieron cuál fue el error, aunque nunca lo van a admitir públicamente, y es de presumir que tomen medidas para revertir el cuadro. El Banco Central viene reduciendo la tasa básica, tal vez menos de lo deseado pero en la dirección correcta. Este año el salario mínimo (de gran impacto en Brasil) debe crecer por ley un 14%, están previstas varias obras por la organización del Mundial y los Juegos Olímpicos y se anunciaron algunas medidas para impulsar el crédito. De esta forma, entiendo que la economía volverá a crecer pero a tasas moderadas. No me animo a dar números pero me inclino más por las estimaciones privadas. J. M. D.: La primera lectura oficial explicó la desaceleración por las crisis de EE.UU. y Europa, y a su vez, las caracterizó erróneamente, esto es, visualizando una supuesta crisis fiscal en estos países. Entiendo que el principal factor explicativo está asociado a la política fiscal contractiva del propio Gobierno brasileño durante el 2011.
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