Por Andrés Lazzarini * y Margarita Olivera **
La profundización de las medidas de ajuste y las políticas neoliberales recientemente anunciadas por la Unión Europea no parecen ser otra cosa que una sentencia de muerte, al menos para las economías más débiles de la región. Es difícil imaginar que tasas de desocupación del orden del 10 por ciento a nivel UE, que llegan a 22,9 por ciento en España, 18,8 en Grecia y 14,6 en Irlanda, puedan revertirse con medidas como el achicamiento del Estado, ajuste salarial, precarización del empleo y políticas de déficit cero. Más aún, el viraje hacia la derecha por parte de los nuevos gobiernos de la región da la pauta de que se continuará por este tortuoso camino.
La UE justifica las medidas sosteniendo que el problema de la crisis yace fundamentalmente en la esfera financiera de la economía y que, por ende, el endeudamiento y el gasto de los países son el mal a combatir. Sin embargo, no consideran mínimamente el carácter real que encierra la crisis en la región y que parecería signar su futuro económico.
Se trataría del viejo y conocido problema de la realización del excedente de producción, según el cual parte de la producción no puede ser vendida debido a la insuficiencia en la demanda agregada. La tendencia a la baja en los salarios en las últimas décadas (al menos en los sectores no exportables), profundizada por políticas distributivas regresivas y disminución de las políticas del Estado benefactor, se conjugó con la pérdida de la riqueza acumulada (ahorros) por parte de las familias debido al colapso financiero internacional que aún hoy sigue en curso.
Mientras que para suplir los ingresos corrientes faltantes y seguir consumiendo se venden las joyas de la abuela, parte del valor de esas joyas se reduce día a día por efectos del colapso financiero (por ejemplo, los títulos públicos). Por esto no se puede suponer que únicamente con medidas de regulación del sistema financiero mundial se pueda resolver la crisis. Para poner un coto a la recesión va a ser necesario apuntalar la demanda agregada, y así aumentar el empleo y el consumo.
Sin embargo, habría que ver hasta qué punto políticas que incentiven la demanda agregada no chocan con los intereses de los grupos económicos de poder. Una nueva “época dorada”, como aquella caracterizada por las políticas keynesianas en tiempos de la segunda posguerra, no parecería ser hoy factible, sobre todo si tenemos en cuenta la dirección que está tomando el paquete de medidas que plantea la UE para salvar a la región. En pos de mantener la existencia del euro, la obsesión por parte de la Comisión Europea de contener los niveles de endeudamiento y achicar el Estado para reducir el déficit está en los antípodas de lo que significan políticas de demanda expansiva.
En la nueva versión del Tratado de Maastricht (borrador del 10 de enero) se estipula que la deuda externa no deberá exceder el 60 por ciento del PIB y que el déficit no podrá superar el 0,5 por ciento del PIB; en el caso de ser buenos alumnos y mantener bajo el endeudamiento, el déficit podría llegar al 1 por ciento.
En efecto, volviendo a nuestro principal argumento, si el problema para el sistema es la venta de los productos excedentes (una vez descontados los salarios y la reposición del capital utilizado), entonces será el mercado externo la vía probable de realización, como señalara Michal Kalecki. Así, los grandes de Europa (especialmente Alemania) encontraron en la periferia europea el mercado externo de sus excedentes. Excedentes enormes explicados también en parte por la moderación salarial reinante en las últimas décadas. Por otra parte, desde el punto de vista de los países periféricos de la UE, el chaleco de fuerza de la moneda única les ha impedido ser competitivos en el mercado exterior, y el único modo de sostener el euro ha sido mediante crecientes niveles de endeudamiento a altas tasas de interés. Práctica que claramente beneficia a la gran banca europea. Las finanzas, entonces, no han estado “descontroladas” sino que más bien han sido funcionales a un modelo neomercantilista que le ha permitido al “núcleo” europeo poder seguir colocando sus excedentes. Lo que emerge no es entonces que las finanzas en sí mismas estén enfermas sino la propia dinámica de un sistema perverso que está llevando a la ruina a gran parte de la población en beneficio de algunos Estados poderosos y sus bancas. Por ello, regular las finanzas o salvar a los bancos nunca será la solución al problema de fondo. El objetivo de la política económica debería ser salvar a la gente, para así poder salvar a la economía.
* UBA-Conicet.
No hay comentarios:
Publicar un comentario