Juan Matías De Lucchi
La
llamada Teoría Monetaria Moderna (TMM) es probablemente el fenómeno
académico y de difusión heterodoxa más interesante del último tiempo. En
EEUU se ha estado debatiendo en muchos ámbitos académicos,
periodísticos y políticos, además de haber tenido un notable impacto en
otros países como en la Argentina.
Aunque
se autodefine como “moderna”, las raíces de la TMM se encuentran en la
vieja macroeconomía keynesiana basada en las “finanzas funcionales” de
Abba Lerner, el enfoque de “dinero endógeno” de la escuela
post-keynesiana, y la hipótesis de la “inestabilidad financiera” de
Hyman Minsky. Entre los elementos novedosos de la TMM podemos destacar
nuevamente su extraordinaria capacidad de difusión de enfoques
heterodoxos y propuestas de política como la de “empleador de última
instancia” (Job Guarantee) que, como ellos mismos lo reconocen, se ha
inspirado en el programa de “Jefes y Jefas de Hogar” lanzado en 2002
luego del colapso de la Convertibilidad.
La
TMM sostiene que, en una economía moderna y bancaria en presencia de un
banco central que tiene el monopolio de la emisión de la base
monetaria, la única restricción al crecimiento económico está dada por
la disponibilidad de los recursos reales, no financieros. Efectivamente,
en principio, si la economía está operando con capacidad productiva
ociosa y desempleo de mano de obra, el gobierno debe hacer uso de las
finanzas funcionales aumentando el gasto público (monetizando el déficit
fiscal) hasta alcanzar el pleno empleo. De esta manera, mientras la
economía no sufra escasez de recursos reales, el concepto de inflación
por exceso de demanda carece de sentido.
Sin
embargo, estos conceptos que son correctos como principios generales
pueden entrar en conflicto con algunos aspectos elementales de las
economías subdesarrolladas y financieramente dependientes.
Soberanía monetaria
En
su reciente libro “El mito del déficit”, Stephanie Kelton sostiene que
“la TMM puede usarse para describir y mejorar las opciones de políticas
disponibles para cualquier país con un alto grado de soberanía
monetaria: Estados Unidos, Japón, Reino Unido, Australia, Canadá y
muchos más” (traducción propia). Esta distinción es fundamental porque,
por el contrario, existen “países con poca o ninguna soberanía
monetaria: naciones como Panamá, Túnez, Grecia, Venezuela y muchos más”
(ídem). Según Kelton, “a diferencia de Grecia, Venezuela o Argentina,
los países con soberanía monetaria no están a merced de los mercados
financieros” (ídem).
Por
supuesto, no es casual que los países con alto grado de soberanía
monetaria (en los términos de la TMM) pueden emitir monedas que son, a
su vez, utilizadas como reservas internacionales por países que tienen
poca de soberanía monetaria. Particularmente, no es ninguna novedad que
alrededor del 60 por ciento de las reservas internacionales de los
bancos centrales del mundo están denominadas en dólares estadounidenses.
Esto ocurre porque los países que emiten monedas con cierto grado de
internacionalización son justamente aquellos que no sufren las típicas
corridas cambiarias a la que estamos acostumbrados en Argentina y en
otros países periféricos.
Una
manera simple pero solida de abordar los factores que inciden sobre la
soberanía monetaria tiene que ver el desarrollo económico. No es casual
que los países que emiten monedas internacionales son los mismos que
tienen una alta productividad del trabajo, realizan mayores gastos en
innovación y desarrollo y se encuentran en la frontera tecnológica. En
otras palabras, los países desarrollados pueden financiar sus déficits
externos imprimiendo sus propia monedas que, a su vez, gozan de algún
grado de internacionalización como consecuencia del propio desarrollo
económico.
Restricción externa
Por
el contrario, los países que tienen un bajo grado de soberanía
monetaria son justamente aquellos que tienen baja productividad y sufren
periódicamente crisis de balanza de pagos. Para el enfoque económico
convencional, la teoría neoclásica, el concepto de “restricción externa”
elaborado por el estructuralismo latinoamericano, carece de sentido
porque presupone una función de producción flexible, es decir, la
posibilidad de realizar múltiples combinaciones de capital y trabajo. En
otras palabras, si la economía enfrentase un déficit comercial por un
aumento en la demanda de insumos y maquinaria importada, la flexibilidad
de precios permitirá un ajuste automático hacia métodos de producción
más intensivos en trabajo (que es lo que sobra) y menos intensivos en
capital (que es lo que falta).
Este
maravilloso ejercicio abstracto no tiene ninguna conexión con el mundo
real, en donde los coeficientes de producción son fijos y, aunque
tuviesen cierta flexibilidad, en general, no existe la técnica que
simplemente permitiese remplazar insumos y bienes de capital importados
por fuerza de trabajo domestica.
Paradójicamente,
la TMM pareciera también desconocer problema de la restricción externa
al creer resolverlo con un régimen de tipo cambio flexible. Las
devaluaciones de la moneda reducen el salario real y el poder acquisito
de los trabajadores y, por esa vía recesiva, se comprimen las
importaciones netas y se mejora el saldo de cuenta corriente. Pero este
ajuste típico del subdesarrollo, lejos de establecer un sendero de
crecimiento, no es más que un mecanismo forzado de estabilización de la
miseria.
La
TMM tiene su origen mayormente en economistas norteamericanos y,
honestamente, seria pretencioso de nuestra parte exigirles a ellos una
comprensión detallada de nuestros propios problemas. Por el contrario,
los seguidores de la TMM en la periferia deberían adaptar su cuerpo
conceptual a los desafíos reales y monetarios del subdesarrollo.
Estabilidad cambiaria y desarrollo
La
única manera de aumentar la productividad es estableciendo un sendero
de crecimiento económico sin las interrupciones de nuestros recurrentes
saltos devaluatorios que, en los últimos 40 años, han tenido una fuerte
impronta financiera. Sin embargo, los países con poca soberanía
monetaria y escasas reservas internacionales están muy expuestos a la
volatilidad cambiaria y a la dolarización de carteras, aun cuando
tuviesen superávits de cuenta corriente.
Por
este motivo, es fundamental comprender que la planificación del
desarrollo necesita del fortalecimiento de la moneda nacional. Cierta
estabilidad nominal de corto plazo es una condición necesaria, aunque no
suficiente, para la realización de los objetivos reales de largo plazo.
Según John Maynard Keynes, las esferas real y monetaria están
completamente integradas en una única economía monetaria de producción:
el capital se inmoviliza en la incertidumbre y, nosotros podemos
agregar, se dolariza si ello ocurre en la periferia.
La
función histórica de los bancos centrales ha sido la de estabilizar
mercados intrínsecamente inestables, fijando tasas de interés
atractivas, estableciendo pautas cambiarias e implementando regulaciones
macro-prudenciales con el objetivo de proveer previsibilidad y
oportunidades de ahorro. Por ejemplo, en un país como la Argentina, la
propuesta de la TMM de fijar la tasa de interés en cero por ciento seria
la manera más rápida y eficaz para perder definitivamente la moneda
nacional. Por ello, Argentina necesita de la TMM tal cual existe, pero
fundamentalmente, aplicada en EEUU y demás economías desarrolladas para
que contribuya a acelerar el crecimiento mundial y a abrir nuevas
oportunidades para nuestras exportaciones y, además, para que la tasa
internacional de cero por ciento facilite el fortalecimiento de nuestra
moneda.
Sobre el autor
Juan Matías De Lucchi es Investigador y estudiante de doctorado en The New School for Social Research. Profesor Adjunto, John Jay College.
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