Fabián Amico PhD Candidate in Economics IE/UFRJ
Alejandro Fiorito Profesor de Política Económica en UNM
Recientemente la Universidad Nacional de Moreno publicó un valioso
libro reuniendo diversos trabajos sobre la política cambiaria y sus
alcances (“Discusiones sobre el tipo de cambio. El eterno retorno de lo mismo”, F. Médici –Ed-, UNM Editora, 2017), donde hemos contribuido con
un capítulo analizando la relaciones del tipo de cambio con el
crecimiento, la inflación y el balance de pagos. En esta nota,
intentaremos utilizar algo de ese background conceptual para discutir
algunos aspectos de la coyuntura.
Cambio de metas
Un tema caliente es el reciente cambio de “metas de inflación” por
parte del BCRA. Este cambio fue entendido de manera unánime como un
“fracaso” del BCRA y de la estrategia antiinflacionaria del Gobierno.
Nos interesa discutir cuál es el sentido de este “fracaso”.
Supuestamente la meta de 8-12% era “muy exigente” e impedía bajar la
tasa. Una meta menos restrictiva permitiría reducir la tasa de interés e
impulsar la economía (sin poner en riesgo el boom de créditos). Se
supone así que la reducción de la tasa sería expansiva del nivel de
actividad, y que existiría un cierto “intercambio” entre nivel de
actividad (mayor) e inflación (mayor) regulado por la tasa de interés.
Pero ese trade-off es un espejismo.
La conexión entre la tasa de interés y el nivel de actividad es muy
difusa. Como el volumen de crédito no supera el 15% del PIB, el canal de
transmisión directo de la política monetaria al nivel de actividad es
muy débil. El supuesto “boom” de crédito hipotecario (que, en términos
reales, en noviembre está aún por debajo del nivel registrado en 2009 y
en 2013) no tiene un gran impacto sobre el nivel de actividad, ya que se
trata esencialmente de adquisición de viviendas ya existentes y no de
nuevas construcciones. Además, en términos de tasas, el crédito
hipotecario fue crecientemente segmentado, con las tasas específicas
para hipotecas subiendo menos que la tasa básica de política monetaria.
Por ende, no es necesario bajar la tasa básica de política para mantener
el “boom”. Finalmente, varios trabajos empíricos muestran
inequívocamente que la inversión productiva privada no tiene ninguna
relación sistemática con el nivel de las tasas de interés.
¡Es la puja!
Entonces, ¿cuál es el sentido de hacer “menos contractiva” la
política monetaria? Aquí se impone una breve digresión sobre el
funcionamiento real de las metas de inflación en América Latina para
comprender las razones del “fracaso” argentino. Un estudio reciente
(Trajtemberg et al.)realizó una descomposición de los factores determinantes de la
inflación para un conjunto de países latinoamericanos.1 En todos los
casos, la demanda agregada no mostró impacto alguno sobre la tasa de
inflación, pese a que los bancos centrales aseguran que controlan la
inflación regulando la demanda agregada mediante el manejo de la tasa de
interés. Esto refuerza la idea de que el principal canal de transmisión
de la tasa de interés a la inflación es el tipo de cambio nominal y que
(excepto quizás Brasil en algunos periodos) la elasticidad de la
demanda agregada respecto de la tasa de interés es muy baja o nula.
Una diferencia crucial de la inflación argentina con Chile, Colombia,
Perú, México y Brasil (donde los sistemas de metas lograron controlar
la inflación y mantenerla en niveles bajos), es la mayor incidencia de
la puja distributiva medida, por ejemplo, por los costos laborales
unitarios ajustados por productividad. Asimismo, los autores del estudio
eliminaron la parte de la variación de los costos laborales unitarios
originada en la inflación previa, de modo que estos captan solo el
efecto de un cambio “autónomo” de esos costos sobre la inflación. El
estudio reveló que en Argentina la incidencia del conflicto distributivo
es la más alta en la comparación regional y que la inercia
inflacionaria nunca es la parte más importante de la inflación.
Este resultado tiene varias implicaciones importantes. Primero,
caracterizar a la inflación argentina como “inercial” es un error porque
el conflicto distributivo sigue siendo el factor decisivo que gobierna
la tasa de inflación incluso cuando ésta es más o menos constante. Así,
“romper la inercia” supone intervenir en el conflicto distributivo y
alterar la distribu
ción. Segundo, si el principal canal de transmisión de la tasa de interés sobre la inflación es la apreciación cambiaria, resulta claro ahora por qué la inflación argentina se revela tan resistente: simplemente, el canal cambiario en Argentina solo afecta una parte de la inflación. A su vez, esto explica por qué sí funciona en los otros países (Chile, Colombia, Perú, México y Brasil) donde la puja distributiva tiene una significación considerablemente menor o es directamente un factor desinflacionario.
ción. Segundo, si el principal canal de transmisión de la tasa de interés sobre la inflación es la apreciación cambiaria, resulta claro ahora por qué la inflación argentina se revela tan resistente: simplemente, el canal cambiario en Argentina solo afecta una parte de la inflación. A su vez, esto explica por qué sí funciona en los otros países (Chile, Colombia, Perú, México y Brasil) donde la puja distributiva tiene una significación considerablemente menor o es directamente un factor desinflacionario.
Como la tasa de interés opera vía el canal cambiario, entonces, una
reducción de la tasa, si es persistente, lleva a un aumento de la tasa
de devaluación. A su vez, una devaluación mayor está asociada con una
aceleración de la inflación y una disminución del salario real en el
corto plazo. Por ende, la baja de la tasa de interés resultaría no solo
en más inflación sino en caída del nivel de actividad.
El objetivo
¿Cuál podría ser la justificación de una alternativa de política así?
Evidentemente solo podría ser explicado por el hecho de que los
objetivos de inflación y crecimiento en el corto plazo han quedado
subordinados a otro objetivo de política, básicamente el tipo de cambio y
la rentabilidad. De facto, un consenso creciente alerta de la
“gravedad” del “atraso” del tipo de cambio real. Se considera que la
reforma laboral (más “flexibilidad” en el mercado) no alcanza para
aclarar “la gramática de los precios relativos de la economía” (Fernando
Navajas). Y el “atraso” cambiario sería parte esencial de esa
“gramática”.
La política monetaria debería orientarse, según este consenso, hacia
un tipo de cambio real más alto o “competitivo” y una tasa de interés
más baja, con una disminución de los salarios reales en el corto plazo y
una forzosa desaceleración del crecimiento en el año que comienza. Para
que eso sea posible, el BCRA debe convalidar la política indicada por
el Gobierno y digerir en silencio el “costo reputacional”.
Existe un problema adicional. Si el rendimiento de los activos
domésticos es superior al externo, eso causa un flujo neto dirigido
hacia los activos domésticos que comporta una tendencia a la apreciación
(o una disminución de la tasa de devaluación). Basta que el tamaño de
ese diferencial sea positivo para que induzca esa tendencia. En este
marco, la reducción de tasas del BCRA fue tan “testimonial” que no
alteró substancialmente el diferencial de rendimientos. De hecho, tras
el anuncio, los analistas volvieron a darle aire al carry trade (sea con
Lebac o bonos) y la expectativa de devaluación cayó fuerte en el Rofex.
En suma, el objetivo de recuperar rentabilidad/competitividad cambiaria
no estaría siendo exitoso con esta tímida baja de tasas del BCRA.
Los temores del BCRA para bajar la tasa no serían infundados. En
verdad, una devaluación a secas ya no es requerida por nadie. La
experiencia del rápido repase de la devaluación a precios puso un signo
de cautela sobre la política monetaria.
Si se va a intentar una suba del TC real, la devaluación nominal no puede ser una medida aislada. El objetivo de una devaluación real requiere que el Gobierno utilice a los salarios como “ancla nominal” de la economía. Y, como se sabe, el ancla debe crecer menos que las otras variables. Esto pone en duda la vigencia de la cláusula gatillo.
Si se va a intentar una suba del TC real, la devaluación nominal no puede ser una medida aislada. El objetivo de una devaluación real requiere que el Gobierno utilice a los salarios como “ancla nominal” de la economía. Y, como se sabe, el ancla debe crecer menos que las otras variables. Esto pone en duda la vigencia de la cláusula gatillo.
Desgraciadamente para esta visión, como se muestra en el libro, la
rentabilidad no tiene ningún efecto predeterminado sobre las
exportaciones ni sobre el nivel de producción e inversión domésticas.
Las exportaciones dependen del nivel de actividad de los socios
comerciales y de un conjunto de factores tecnológicos y estructurales
sin relación con los precios relativos. De manera análoga, el nivel de
inversión depende de la expansión del nivel de actividad y del tamaño
del mercado. Por ende, no es una función del nivel de rentabilidad. La
rentabilidad puede implicar una restricción para el flujo de nuevas
inversiones si cae por debajo de un cierto umbral mínimo o si se
extingue. Pero estamos lejos de ese caso.
La devaluación tampoco es un buen mecanismo de ajuste del balance de
pagos: de hecho, el nivel de TCRM en promedio anual en 2016 es 14% más
alto y en 2017 es 6,7% mayor en relación a 2015 y el déficit de cuenta
corriente es significativamente mayor. Aunque no resuelve ninguno de
esos problemas, como entre nuestros transables se encuentran los
bienes-salario, sin dudas un tipo de cambio real más alto aumenta la
rentabilidad (en dólares) de todos los sectores (y no sólo de los
exportadores). Eso parece ser, pese a todo, un motivo de consuelo para
mucha gente. Sin embargo, no está para nada claro que el Gobierno pueda
imponer a los salarios el rol de ancla nominal. En la experiencia
argentina, eso se consiguió solo bajo la Convertibilidad, con un grado
extremo de flexibilidad laboral, sin paritarias y con desempleo de dos
dígitos. Es altamente probable, por tanto, que la inflación siga entre
nosotros por mucho tiempo.
Lea ACA
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