Por Margarita Olivera
Desde diciembre del año pasado, la agenda de política exterior ha
dado un giro de 180 grados. El discurso del nuevo gobierno se ha
centrado en la urgencia de volver a insertar a la Argentina en el mundo.
El problema es cómo quieren hacerlo y a qué costo. Por el momento, todo
indica que el camino sería la firma de tratados de libre comercio con
diferentes bloques económicos, mientras que cualquier otra estrategia de
profundización del maltrecho MERCOSUR -o de consolidación de la UNASUR-
parece haber quedado en el olvido. De hecho, las relaciones
internacionales argentinas en los últimos meses han tenido como objetivo
el acercamiento hacia la Alianza del Pacífico (AP) que, cual nuevo
bloque estrella de la región, es visto como el puente de conexión para
la integración al Acuerdo Transpacífico, liderado por los Estados
Unidos. La Argentina ya solicitó ser incluida como veedora de la AP y en
ese contexto Mauricio Macri viajó a Puerto Varas para participar, como
hecho inédito, de su cumbre de presidentes. Es interesante analizar,
entonces, cuáles son las características de este bloque regional, cuál
es la filosofía detrás de su construcción y cuáles serían los posibles
beneficios que la Argentina podría obtener.
En abril de 2011 Chile, Colombia, Perú y México anunciaron la
creación de un nuevo bloque económico latinoamericano, la AP, que entre
sus objetivos destaca aquel de conformar “un proceso de integración
abierto e incluyente, constituido por países con visiones afines de
desarrollo y promotores del libre comercio como impulsor de
crecimiento”. Esta renovada, aunque vieja idea liberal encuentra su base
teórica en la concepción según la cual las economías deberían
especializarse en aquellas producciones en las cuales tengan ventajas
competitivas (en nuestros casos serían las manufacturas basadas en
recursos naturales y los productos primarios) y obtener el resto de los
productos a partir del libre intercambio comercial internacional. Así,
según esta teoría dominante, todos los países alcanzaríamos mayores
niveles de riqueza y desarrollo. Como en muchos casos, la realidad
supera a la teoría y, más allá del corto periodo de bonanza reciente que
experimentaron las exportaciones de commodities, la
especialización primaria se muestra nuevamente incapaz de cerrar las
brechas tecnológicas y de crecimiento de los países en vías de
desarrollo con respecto a los países avanzados. ¿Por qué, entonces,
tanta retórica librecambista? Tal vez los motivos deberían buscarse más
bien en los aspectos geopolíticos que en los beneficios económicos.
El discurso del nuevo gobierno se ha centrado en la urgencia de volver a insertar a la Argentina en el mundo. El problema es cómo quieren hacerlo y a qué costo
El nuevo bloque no se distingue por sus niveles de integración y
complementariedad productiva. De hecho, al momento de la creación de la
AP, los cuatro países evidenciaban niveles de intercambio comercial
exiguos y sus principales productos ya gozaban de bajos aranceles
aduaneros. En 2012, el flujo de exportaciones intra-bloque representó el
3,9 por ciento del total de exportaciones del conjunto de países,
mientras que del total de productos importados por los países de la
región sólo el 4,3 por ciento fue producido por alguno de ellos. Hacia
2014, dichos guarismos se redujeron. Según los datos de comercio
internacional de Naciones Unidas, las exportaciones intra-bloque pasaron
a representar 3,4 por ciento del total, mientras que para las
importaciones dicho porcentaje fue de 3,7.
En ese sentido, la creación de la AP parece tener como objetivo más
bien la necesidad de demostrar un posicionamiento político, que
contrastara con las ideas de integración y de estrategia de política
económica más de tipo progresista que predominaban en la UNASUR en ese
entonces, que la consolidación de la integración comercial y la
autonomía económica del bloque. Esto explica también la reticencia por
parte del anterior gobierno argentino a firmar este tipo de acuerdos.
Por otra parte, el principal socio comercial del bloque (considerando
exportaciones e importaciones) es Estados Unidos. Las ventas a dicho
destino en 2014 llegaron al 62,2 por ciento de total y las compras al
43,9 por ciento. Hay que destacar que si bien Estados Unidos desempeña
un rol central en el intercambio comercial para los cuatro países de la
AP, su importancia es significativamente mayor para la economía
mexicana, dada la profundización de la relación a partir de la creación
del NAFTA y, sobre todo, a partir de la emergencia de la producción
llamada “maquila”, que se encarga del ensamblado de productos y partes
de los Estados Unidos.
Es
importante destacar que luego del fin de las negociaciones entre
Estados Unidos y los países Latinoamericanos para crear el ALCA en 2005,
los diferentes gobiernos de los Estados Unidos han tenido una política
activa para promover la proliferación de acuerdos de libre comercio,
bilaterales o multilaterales, con diferentes países de la región como
parte de su estrategia geopolítica. Entre 2005 y 2006 Perú y Colombia
firmaron Acuerdos de Promoción Comercial (tratados de libre comercio)
con Estados Unidos. En ellos, el principal elemento atractivo era la
promesa de flujos de inversión extranjera norteamericana.
La AP se ha creado con este espíritu y la participación de Argentina
parecería encaminarse en ese sentido. El actual gobierno está
desesperado por resolver la falta de dólares necesarios para evitar la
crisis de balanza de pagos (para ello hasta ahora accionó el acuerdo con
los fondos buitres, bajo condiciones draconianas de pago, devaluó la
moneda local y se volcó a los mercados internacionales en busca de
crédito a cualquier costo). El acercamiento a la AP y, a través del
mismo, a Estados Unidos, sería parte de la estrategia para incentivar el
ingreso de flujos de inversión extranjera que, hasta el momento, no se
ha verificado ni siquiera mínimamente. El problema esencial es que la
inversión extranjera, si llegare, difícilmente sea inversión productiva,
ya que el contexto de recesión, caída de la demanda interna y externa y
las altas tasas de interés de mercado hacen que aquella se canalice
hacia la especulación financiera. En el mejor de los casos, podría
servir para tapar algún bache temporal de falta de dólares, pero no
sería una solución permanente, dado que no ayudaría a resolver la
restricción externa en el largo plazo.
¿Por qué tanta retórica librecambista? Tal vez los motivos deban buscarse más en los aspectos geopolíticos que en los beneficios económicos
Tampoco pueden esperarse grandes beneficios en el intercambio
comercial entre Argentina y la AP. En 2014 la AP compró a la Argentina
sólo el 1,5 por ciento de sus importaciones, mientras que sus
exportaciones a dicho destino fueron 0,6 de las exportaciones totales.
Para Argentina, el peso de la AP es relativamente mayor, pues Argentina
le vende el 8,7 por ciento de sus exportaciones y le compra el 4,4 por
ciento de sus importaciones totales. Este intercambio es esencialmente
de productos primarios y de manufacturas de recursos naturales, y en
menor medida productos de complejo automotriz. La industria automotriz
tal vez sea el único caso significativo de intercambio bilateral entre
México y Argentina, aunque poco relevante dado su peso relativo; de
hecho para incentivarlo sería suficiente un acuerdo específico sectorial
y no todo un TLC.
En conclusión, la integración con la AP parecería tener un doble
objetivo: primero, el simbolismo que este acercamiento implica respecto
al cambio de rumbo tanto de política local como externa y, segundo, el
intento de incentivo a la inversión extranjera por un canal indirecto
(dado que quienes podrían aportar los flujos de capital serían los
países del acuerdo transpacífico, esencialmente Estados Unidos y Japón, y
no la AP), que sirva para mejorar la disponibilidad de dólares. Con
todo, en el contexto de recesión nacional, con las exportaciones
estancadas y altas tasas de interés, difícilmente dicho ingreso de
divisas trasformará la estructura productiva en el camino de solución de
largo plazo de la restricción externa.
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