Por Diego Coatz * y Fernando Grasso **
La economía argentina transita un camino de relativa estabilidad.
Esto reviste dos activos valiosos respecto de procesos anteriores: el
país no vivirá ninguna situación de crisis política y, al haberse
contenido las tensiones “explosivas” que se avizoraban en diversos
planos, tampoco económica. Sin embargo, en sus fundamentos, el esquema
macro y la economía en general aún conservan profundos desafíos que
deberán atenderse de manera integral en el futuro más próximo.
La agenda del desarrollo es más compleja, requerirá definiciones
estratégicas y esfuerzos de envergadura, entre ellos, cómo seguir
industrializando la economía de un modo competitivo e insertado
internacionalmente. Esto implica avanzar contundentemente sobre las
brechas de productividad y, también, las vinculadas a los factores que
determinan las relaciones de precio-calidad. Cualquier proyecto que no
incorpore un plan en este sentido podrá mostrar algunos resultados
positivos por un tiempo, pero nunca nos conducirá al desarrollo. La
industria argentina, que recién en 2011 había recuperado el nivel de
producción per cápita del año 1974 a partir de incrementos formidables
en el nivel producción, productividad, inversión, salario real y empleo
entre el año 2002-2011, ingresó a un terreno de menor desempeño en los
últimos años. Desde entonces, los resultados fueron discretos. Aun
cuando se observa cierta estabilización en los últimos meses, la
actividad describe actualmente una trayectoria de relativo
estancamiento. En estos últimos años, el producto industrial se retrajo
en algo más de un 1 por ciento, lo que equivale a una caída superior al 4
por ciento medido per cápita.
Producto de la aparición de la restricción externa (escasez de
divisas), existen mayores dificultades para expandir la demanda interna a
partir de mejoras sustanciales en el poder adquisitivo de los salarios
y/o la ampliación de las escalas de consumo que derivan de mayores
niveles de empleo, la inclusión social de sectores marginados, la
extensión de coberturas previsionales, etc. Por su parte, el menor
desempeño de Brasil y la región, especialmente en países que son destino
mayoritario de nuestras exportaciones industriales, impacta
negativamente sobre la demanda externa y, en algunos casos, se agrava
por problemas asociados a la competitividad-precio de nuestra
producción. Este escenario se agudiza con la caída en el precio
internacional de varios commodities que exportamos, especialmente los
del complejo oleaginoso, pero también de productos vinculados a las
economías regionales.
En un libro que hemos lanzado recientemente junto a Bernardo
Kosacoff (La Argentina estructural) se abordan estas cuestiones con el
objetivo de aportar al debate sobre el desarrollo económico y social. Lo
que ocurra a partir del año próximo dependerá en gran medida de la
capacidad de generación de divisas de un modo genuino, compatible con el
sendero de expansión de nuestras capacidades productivas y sin acudir
al endeudamiento externo cómo único instrumento. El desarrollo es una
experiencia nacional, única e irrepetible. Cada país debe seguir su
propio camino según su derrotero histórico y sus posibilidades. Un país
como la Argentina debería buscar su especificidad productiva y
socioeconómica entre las experiencias de Corea del Sur, algunos países
europeos y las transitadas por países abundantes en recursos naturales
como Australia, Noruega o Nueva Zelanda (que lo son más que la Argentina
en términos relativos). La articulación profunda de los sectores
intensivos en recursos naturales y los de mayor valor agregado,
intensivos en mano de obra y tecnología, constituye un camino posible.
Construir capacidades tecnológicas en sectores industriales pero también
en aquellos que no lo son tradicionalmente (biotecnología, servicios
como el software y desarrollos vinculados a la electrónica) nos ayudaría
a apuntalar el crecimiento de largo plazo.
Pensar una estrategia de este tipo requiere de fuertes consensos
internos para dar la discusión en el plano internacional, donde nadie
regala espacios para el desarrollo. El rol de las compras públicas, una
política comercial activa, inteligente y sofisticada de largo plazo, la
creación de una banca de desarrollo y el diseño e implementación de un
programa coordinado que articule políticas de infraestructura,
industrial, tecnológica y comercial deben ser un punto de partida de
esta nueva etapa. Argentina sigue teniendo un conjunto de fortalezas que
la ponen un paso adelante en la región: tecnología de punta en diversas
ramas industriales, capacidad empresaria y mano de obra calificada,
instituciones y empresas públicas capaces de potenciar la actividad y la
inversión productiva (YPF, Invap, Arsat, Conea, CNEA, entre otras) y
recursos naturales estratégicos que constituyen pilares sobre los cuales
trazar un horizonte con más desarrollo.
* Economista jefe - CEU - UIA. Vicepresidente SIDbaires.
** Presidente de SIDbaires.
Original: Página 12
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