...porque la noche es siempre el
mar de un sueño antiguo
Xavier
Villaurrutia (1953: 41)
Alfonso
Vadillo[1]
Febrero
de 2015
I
Clásicos de la literatura y aportaciones clásicas en las Ciencias Sociales
El
gran teatro de la humanidad cuenta la historia de las bellas letras, de la
cultura acumulada, donde los clásicos protagonizan un diálogo universal eterno
que habita los libros (Gregorian, 2002:1,3). Gaston Bachelard (1972: 33) se
preguntó si: “¿el paraíso no es una inmensa biblioteca?” Lo ignoramos; en la
Tierra el libro es el fruto de nuestra evolución intelectual desde Egipto,
Grecia, China, India y tantas otras geografías. El libro lleva un mensaje,
tiene un destino, un más allá, que trasciende a quien lo escribe y su
pensamiento vive cuando el autor ha muerto.
1
Los clásicos
La
ligereza en el uso de la noción “clásico” contrasta con la ausencia de un
criterio que nos permita hablar con precisión. Se consideran clásicos el Pinocho de Carlo Collodi, las fábulas de
Charles Perrault y los cuentos de los hermanos Grimm, pero es difícil aceptar
que sean clásicos en el sentido de La
Divina Comedia de Dante Alighieri o
el Orlando el furioso de Ludovico
Ariosto. La incertidumbre consiste en la dificultad de evaluar y catalogar a
los clásicos, se desafían como en La
batalla de los libros de Jonathan
Swift (1979). Con su autoridad literaria, Thomas Stearn Eliot (1994) se
preguntó “¿Qué cosa es un clásico?”. En mi opinión su respuesta es inaceptable,
parcial, consistió en postular a Virgilio (Publius Vergilius Maro) como el clásico “supremo” y su
civilización superior a la antigua Grecia de Homero. Para Eliot (1994:72)
solamente la Eneida había
dado un sentido de dignidad al mundo y un significado a la historia.
1-1 Mann y Borges
La montaña mágica de Thomas Mann
(1973) surgió como un clásico -menos ágil que Los
Buddenbrook, 1976-, sus novedades
tecnológicas, como las de Julio Verne, palidecen ante el chip y al
biotecnología. No obstante, pervive Hans Castorp, el joven
ingeniero de Hamburgo protagonista de La montaña -que Sergio Pitol (2005) convirtió en Pradera-,
y no porque sea la imagen del ni ni
ocioso de las élites de otro tiempo sino, tal vez, porque muchos llevamos
dentro el contraste entre Nafta el
jesuita judío y el humanista Settembrini.
En un reflexivo ensayo, Sergio Carlos Pastormerlo
(1997) afirma que Borges no creía en los clásicos. Subraya que en su ensayo
“Sobre los clásicos” (Borges, 1941) escribe: “No importa el mérito
esencial de las obras canonizadas; importan la nobleza y el número de los
problemas que suscitan”, Borges agrega que este criterio “no resulta
adecuado para todos los clásicos”. En sus Obras
Completas (1974: 772), en Otras inquisiciones [1952] aparece un
apartado con el mismo título, y reitera que “Clásico no es un libro que
necesariamente posee tales o cuales méritos”. Según Pastormerlo los escritos
difieren pero ambos textos niegan “un valor inmanente en los textos”. La
ambigüedad borgiana del término clásico está ya en 1931, cuando escribe que en la
lectura de un clásico “la primera vez es ya la segunda, puesto que los
emprendemos sabiéndolos. La precavida frase común de releer a los clásicos,
resulta de inocente veracidad” (Borges, 1975:
163).
Pese a sus dilemas, Borges es ya un clásico. La
“libre elección” moderna sugiere en Los senderos
que se bifurcan, que tenemos siempre disyuntivas. Es una idea o sensación
que forma parte del pensamiento actual, tan natural que ni nos damos cuenta.
También Maquiavelo es un clásico y los políticos que no lo escuchan o no lo han
leído terminan en problemas, sobran ejemplos.
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