En diálogo con El Economista, Eduardo Crespo,
economista e investigador de la Universidad Federal de Río de Janeiro
(UFRJ), reseña los desafíos que enfrenta el Gigante Sudamericano y
sugiere algunos caminos para que vuelva a crecer.
La última encuesta Focus, realizada semanalmente por el Banco
Central de Brasil (BCB), proyecta que el PIB caiga 1,2% este año, con
una industria cayendo nada menos que 2,8%. De confirmarse, esta sería la
mayor caída de los últimos veinticinco años. ¿A qué se debe esta pobre
performance?
En las actuales circunstancias, una caída de 1,2%
sería una muy buena noticia. Debe tenerse en cuenta que este año la
economía brasileña está recibiendo el shock de una significativa
devaluación que se suma a un severo ajuste fiscal. El Gobierno ya
dispuso un fuerte tarifazo de los servicios públicos y el Banco Central
sigue aumentando la tasa básica de interés. Los bancos estatales como la
Caixa Econômica Federal y el BNDES, que otorgan créditos para la
vivienda y la inversión, reducirán sus volúmenes de préstamos y
restringirán sus condiciones de financiamiento, al tiempo que la mayoría
de los salarios y prestaciones sociales no serán ajustados por la
inflación, que esté año aumentará bastante por encima de la meta del
6,5%. Este cuadro indica que los salarios van a caer y el desempleo
aumentará, como ya lo señalan los últimos informes, con el consiguiente
impacto sobre el consumo, que se encuentra estancado por el elevado
nivel de endeudamiento familiar. En el frente externo debe agregarse la
caída de los términos de intercambio de las exportaciones y un eventual
(aunque lejano) aumento de las tasas de interés internacionales. Y por
si todo esto fuera poco, la principal empresa del país, y responsable
por una porción significativa de las inversiones, Petrobras, se
encuentra sumida en un escándalo de corrupción que paralizó buena parte
de sus actividades y proyectos de expansión. A todas esta noticias debe
agregarse que el Gobierno enfrenta una severa crisis política seria, con
rebeliones varias de sus aliados en el Parlamento y amenazas de juicio
político a la Presidenta incluidos.
¿El ajuste que realiza Brasil está creando las condiciones
para volver a crecer, como sugirió el ex presidente del BCB Henrique
Meirelles o está prolongando el estancamiento secular que atraviesa
Brasil desde 2011?
Algunos analistas apuntan que en el Gobierno brasileño prevalece la
falacia de que volverá a suceder lo ocurrido al inicio del primer
gobierno de Lula. En aquel entonces, luego de la leve desaceleración
inicial de 2003 (la economía creció 1,2%), producto del severo ajuste
fiscal impulsado por el ministro Antonio Palocci, al año siguiente la
economía volvió a crecer 5,7%. La interpretación oficial fue que el
ajuste generó confianza y credibilidad, impulsando las decisiones de
inversión. La verdad es muy distinta. Por un lado, a diferencia de la
actualidad, la economía en 2002 estaba experimentando una recuperación
que fue apenas interrumpida por el ajuste. Por otro, y principalmente, a
partir de esas fechas Brasil, como toda la región sudamericana, fue
favorecido por el conocido viento de cola resultante de una espectacular
suba de los términos de intercambio y la baja de las tasas de interés
internacionales. A eso debe agregarse que a partir de 2004 en Brasil se
relajaron las condiciones de crédito para los sectores de bajos ingresos
en el marco de una política de elevación del salario mínimo, hecho que
se tradujo en un fantástico aumento del consumo.
¿Cuál debería ser la agenda de la política económica para volver a crecer?
Brasil tiene un gran déficit en materia de infraestructura. A los
problemas señalados antes debe agregarse que el país se encuentra ante
el riesgo crónico de sufrir un apagón energético, que puede ser muy
severo si la economía vuelve a crecer a tasas razonables. La escasez de
agua en el estado de San Pablo, con cortes diarios y racionamiento, son
un testimonio de la situación general. Desgraciadamente las políticas
fiscales contractivas casi siempre afectan en primer lugar a la
inversión pública, porque es la que tiene menos repercusiones políticas
inmediatas. Pero esta situación se torna insustentable cuando durante
toda una década el consumo crece en forma ininterrumpida. A modo de
ejemplo, en 2003 había en Brasil 23 millones de autos. Hoy hay 46
millones, pero la infraestructura urbana no se modificó. No se
construyeron subterráneos ni se ampliaron las líneas de trenes.
¿Consecuencia? Colapso generalizado del tránsito. Brasil necesita
impulsar la inversión pública y recuperar sus exitosas políticas
industriales de antaño. Otro año complicado en materia económica para
Rousseff.
Original: ACA
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