Por Matías Vernengo *
La
deuda externa es vista por muchos en la izquierda como un instrumento de
control de los países avanzados sobre los países periféricos, o
mercados emergentes que es como nos llaman cuando quieren vender los
bonos en los mercados internacionales. Y ciertamente hay algo de verdad
en eso. Es la necesidad de comprar bienes de capital e intermedios que
imponen, frente a los límites del resultado comercial, la necesidad de
endeudarse. O sea, para mantener los patrones de consumo y el nivel de
la inversión local es necesario endeudarse para pagar por las
importaciones, y después para pagar la deuda misma, claro. Los fondos
buitres serían, en ese contexto, simplemente un instrumento más del
capitalismo salvaje internacional dispuestos a conducirnos a nuevas
formas de coloniaje.
Por eso mismo muchos tomaron como lección del último default, que no
hay que endeudarse nunca. Vivir con lo nuestro como fundamento de la
política económica. Esa visión extremada llevaría a una autarquía
completa, una especie de estrategia norcoreana de desarrollo. Es
importante desarrollar la capacidad productiva nacional, sin duda, pero
es inevitable que la economía nacional se beneficie de algún contacto
con los mercados globales. Sin ir más lejos, nuestra restricción externa
en el momento es esencialmente energética, lo que quiere decir que la
posibilidad de tomar prestado en los mercados internacionales estaría en
función de aumentar el potencial energético de la economía nacional.
Por eso mismo, no hay que perder de vista cuáles son las razones por
las cuales la deuda externa puede ser tomada, y los usos que se le
pueden dar. Es verdad que muchas veces el país se endeudó sin obtener a
cambio ningún beneficio palpable. Pero las deudas, como los animales de
Orwell, son todas iguales, pero unas más que otras. Sin duda es
conveniente evitar endeudarse en moneda extranjera, una vez que para
poder hacer frente a los gastos con el servicio de la deuda, la única
alternativa segura es obtener fondos con las exportaciones de productos y
servicios nacionales. Por eso mismo una deuda externa que ayuda a
estimular las exportaciones, o disminuye las necesidades de
importaciones futuras, reduce las necesidades de tomar más deuda en el
futuro.
Lo que está en juego en las negociaciones con los fondos buitre es
la posibilidad de seguir creciendo. En los últimos tres años, después de
la recuperación de la crisis global del 2008 y 2009, la economía
argentina esencialmente creció menos por la restricción externa. Los
superávit de la cuenta corriente disminuyeron hasta desaparecer, más que
nada por el déficit energético resultado de treinta años de falta de
inversión y del uso mal manejado de las reservas de gas natural con
excesivas exportaciones en los años noventa, cuando los precios eran
bajos, y sin previsión de las necesidades futuras de la economía. Las
reservas internacionales fueron cayendo junto con la disminución de los
superávit de cuenta corriente, y al contrario de Brasil –que tiene
déficit en cuenta corriente significativos– las tasas de interés
negativas no permitieron la entrada de capitales en la Argentina.
La única forma de seguir creciendo y, por lo tanto, de seguir
importando energía sin tener un superávit en cuenta corriente, es
reentrando en los mercados de capitales internacionales. De ahí que el
Gobierno haya devaluado el peso –creyendo quizás que estimularía las
exportaciones, lo que es poco probable– y aumentado las tasas de interés
para por lo menos disminuir la fuga de capitales, además de arreglar
con el Club de París, para acceder a los mercados internacionales en
mejores condiciones.
El arreglo con los buitres puede tener consecuencias graves, y no
sería sin costos. Es bien posible que los costos sean mayores que lo que
haya que pagarles directamente a los buitres, una vez que los
detentores de los bonos que entraron en el canje pueden también demandar
mejores términos. Sin embargo, los costos de la alternativa, no
negociar y entrar en default son aún más graves. Solo con la retomada
del crecimiento en la última década fue posible elevar el ingreso per
cápita, aumentar los salarios, y reducir la desigualdad. La inflación
más alta, resultado de presiones salariales, y un tipo de cambio nominal
más devaluado, hasta hace unos años no fueron traba para que subieran
los salarios reales. Justamente es la falta de crecimiento, causada por
la disminución de la demanda, que ha impuesto un límite al modelo
redistributivo del kirchnerismo.
Para retomar el crecimiento es necesario renegociar con los buitres y
evitar el default. Lejos de representar una ruptura del “modelo”, que
presupone que lo esencial de los últimos años fue el desendeudamiento
externo (debe notarse que por razones políticas se ha permitido que
gobiernos provinciales se endeudaran en dólares y que esos pasivos
históricamente terminan en las cuentas del gobierno federal), y no el
crecimiento con redistribución de ingresos. Lo esencial es que si se
evita el default, y se retoma el crecimiento, con entradas de capital
para financiar déficit en cuenta corriente, aumentarán las inversiones
para reducir la dependencia energética. Eso mejoraría la capacidad de
crecimiento, reduciría las necesidades futuras de endeudamiento, y sería
más congruente con lo esencial del modelo nacional y popular de
desarrollo.
* Profesor de Economía de la Bucknell University y de la Maestría en Desarrollo Económico de la Unsam.
Original: Cash
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