Por Claudio Scaletta
Un
dato que marca el cambio de época en América latina es escuchar de qué
hablan sus economistas, en particular los que importan. Mientras hace
una década los temas dominantes pasaban por el mega endeudamiento, los
déficit y las condicionalidades de los organismos financieros
internacionales, en el nuevo siglo la agenda comenzó a ser ocupada por
el desarrollo, los mercados internos y la integración regional. El rol
de estas variables atañe especialmente a las dos principales economías
del Mercosur. A pesar de sus diferencias; de procesos históricos,
relevancia internacional y tamaño, Argentina y Brasil se parecen mucho
en algunos aspectos que importa señalar. Ambas economías crecieron en la
última década sobre la base de sus mercados internos con redistribución
positiva del ingreso, las dos se sacaron de encima al FMI, ambas se
benefician de sus mutuos crecimientos, pero también, las dos parecen
haberse frenado recientemente por causas autoinfligidas. Argentina
creció el 8,2 por ciento en 2010, el 8,9 en 2011 y el 1,9 el año pasado.
El freno de Brasil fue más fuerte. Pasó del 7,5 por ciento en 2010, al
2,7 en 2011 y al 0,9 en 2012. A diferencia de 2009, cuando impactó
fuerte la crisis internacional, en los últimos tres años no acontecieron
cataclismos internos ni externos.
Dejando de lado, en este artículo, a Argentina y enfocando a Brasil:
allí puede verse que las reservas internacionales rondan los 400 mil
millones de dólares, los precios de las commodities siguen empujados por
la dinámica china, no hay problemas de deuda externa, tampoco de
balanza de pagos. No existen mayores dificultades en la macroeconomía.
El tipo de cambio tampoco es problema, aunque los exportadores siempre
lo vean sobrevaluado. Además, el mundo está dispuesto a prestarle, a
cambiar dólares por reales; hay entrada de capitales y la situación
financiera es holgada. Esta foto del presente, es también la de los dos
años anteriores. ¿Cómo se explica entonces el freno de los últimos dos
años?
En un trabajo publicado esta semana en el número 5 de la Revista Circus, “la desaceleración rudimentaria de la economía brasileña desde
2011”, los economistas Franklin Serrano y Ricardo Summa, de la
Universidad Federal de Río de Janeiro, ensayan una explicación. El
argumento principal es que el freno respondió a razones de política
interna antes que a un contexto externo adverso, contexto al que se le
asignaron todas las culpas.
Efectivamente, las exportaciones que en volumen habían crecido el
9,5 por ciento en 2010 sólo se expandieron el 2,9 en 2011. Dado que hubo
una mejora cambiaria y también de los precios internacionales, la causa
de la caída fue la menor demanda mundial. Serrano y Summa destacan que
si bien la evolución de las exportaciones importa, sólo representan el
11 por ciento del PIB, con una influencia todavía menor sobre la Demanda
Agregada si se descuenta el alto contenido importado. En consecuencia,
este canal de transmisión no alcanza para explicar una caída tan fuere
del producto como la que finalmente se registró. Asimismo, el balance
comercial se mantuvo positivo, aunque con un saldo algo menor, al igual
que la balanza de pagos. Sólo en 2011, Brasil aumentó sus reservas en 60
mil millones de dólares.
Descartado el factor externo como explicación del parate, el trabajo
analiza en detalle la reacción de la política económica local.
Serrano y Summa señalan que con el objeto de mantener las metas de
inflación se aplicaron medidas de desincentivo al consumo
(“macroprudenciales”) en conjunto con un ajuste monetario y fiscal
“rudimentario”, medidas que causaron la desaceleración del crecimiento
aun antes de que comiencen a sentirse los efectos de la crisis
internacional.
El dato más inquietante de la investigación es que el ajuste no funcionó en sus propios términos.
- Desde lo financiero no se mejoró el riesgo país, que subió de 89 a
208 puntos entre diciembre de 2010 y el mismo mes de 2011, una
variación respondió a la turbulencia en los mercados financieros
internacionales, las que “no tiene nada que ver con el superávit fiscal
primario o con el tamaño relativo o absoluto de la deuda neta o bruta
interna brasileña”.
- La caída provocada en la demanda tampoco sirvió para reducir la
inflación, que pasó del 5,9 a 6,5 por ciento en el período, dato que
confirma que la suba generalizada de precios “no se debe a un exceso de
demanda agregada” sobre una capacidad de producción dada, sino “a las
presiones de costos”.
- Tampoco se consiguió una mejora de la inversión, puesto que “la
inversión privada no crece de forma sustentable si la demanda final no
se expande” a la vez que “el ajuste fiscal penaliza de manera
desproporcionada la inversión pública”.
Si estos fueron los fracasos, el freno inducido al PIB brasileño
también tuvo, según Serrano y Summa, sus “éxitos”. El resultado del
menor crecimiento significó:
- Una reorientación de las transferencias públicas en favor de los empresarios vía desgravaciones impositivas.
- Una mejora de los ingresos de los exportadores con un dólar que pasó de 1,6 a 2 reales.
- Un aquietamiento del conflicto distributivo debido al menor crecimiento.
Según los autores, estos éxitos son los que explicarían que una
situación de inflación por encima de las metas y con bajo crecimiento dé
lugar a un apoyo al gobierno de Dilma Rousseff por parte de “sectores
de la sociedad brasileña que siempre se opusieron a un proyecto de
crecimiento acelerado asociado a la construcción de un Estado de
bienestar, la inclusión social y la mejora en la distribución funcional
del ingreso”.
Visto desde Argentina puede destacarse que, aun hoy y a pesar de la
experiencia propia en 2012, existen think tanks, como el Cedes, es
decir; no necesariamente los más ultramontanos, una suerte de
“heterodoxia de derecha”, que para controlar la inflación proponen una
receta similar, algo de devaluación con un poco de ajuste fiscal y
monetario.
En términos regionales preocupa la falta de vocación por el
crecimiento sostenido por parte de amplios sectores de las clases
dominantes. Llegado cierto punto, comienza a preocupar más el
crecimiento de los salarios. Esto sucede luego de un largo período con
el tipo de cambio apreciado, bajo desempleo relativo y mayor inclusión.
Al parecer, las elites económicas se sienten conformes en niveles
subóptimos y rechazan profundizar los cambios estructurales que supone
el desarrollo.
Fuente: Pagina12
No hay comentarios:
Publicar un comentario