A diferencia de algunos analistas locales que no
hacen sino destacar las bondades del “modelo” brasileño, Serrano resalta
que una de las principales causas del bajo crecimiento de Brasil es la
política fiscal restrictiva.
Por Javier Lewkowicz
“No
hay peor cosa para el proyecto de integración en nuestra región que el
crecimiento económico de Brasil sea bajo. Se necesita que su dinamismo
sea fuerte porque es el país más grande, el que debería convidar de
prosperidad a los vecinos, ser la locomotora de la región. Si no, cada
país buscará su locomotora”, explicó a Página/12 Franklin Serrano,
economista brasileño, graduado de Cambridge y actualmente profesor de la
Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ). A diferencia de algunos
analistas locales que no hacen sino destacar las bondades del “modelo”
brasileño, y de los críticos que aseguran que el país vecino tiene un
serio problema de apreciación cambiaria, Serrano resalta que una de las
principales causas del bajo crecimiento de Brasil es la política fiscal
restrictiva.
–¿Cómo describe en materia económica la gestión de gobierno
del Partido de los Trabajadores (PT) hasta el estallido de la crisis
internacional?
–Desde el inicio del gobierno de Lula, Brasil creció
fundamentalmente a partir de la expansión del mercado interno, con una
importante mejora de la distribución de la renta, de la participación de
los trabajadores en el ingreso total y con una fuerte reducción de la
pobreza. Esa dinámica fue importante para estimular la inversión y la
propia capacidad productiva de la economía. El proceso fue una decisión
de política económica, basada en la idea de retomar la responsabilidad
del Estado en el crecimiento, lo que se refleja en la decisión de volver
a darle impulso a la inversión pública. Eso fue viable, de todos modos,
gracias a condiciones externas muy favorables, que permitieron que no
fuera necesario desacelerar la economía ante el riesgo de una crisis
cambiaria o por la exacerbación de las conflictos distributivos. En ese
período se apreció el tipo de cambio de manera casi continua, hubo
crecimiento industrial, suba de salarios en dólares y una reducción de
la tasa de interés, que siguió siendo atractiva por el piso de la tasa
establecido por la Reserva Federal de los Estados Unidos. A su vez, el
Banco Central no se comprometió con un tipo de cambio fijo y pagó la
deuda rápidamente al FMI, como también hizo la Argentina.
–¿Cómo explica la desaceleración económica de los últimos años?
–Brasil creció 7,5 por ciento en 2010, 2,4 por ciento en 2011, 0,8
en 2012 y las perspectivas para este año no son demasiado alentadoras.
Sucedió que la inflación en el último tiempo se aceleró, algo que se
explica por factores externos. Pero hubo una mala lectura del Gobierno,
que atribuyó la mayor inflación a tensiones del crecimiento. Entonces
subió la tasa de interés y disminuyó el crecimiento del crédito. Sobre
esa base, se desplegó una fuerte reducción de la inversión pública.
Además, cayeron las exportaciones por el impacto de la crisis
internacional. El Gobierno luego intentó revertir la situación pero no
lo hizo estimulando directamente la demanda a través de la inversión
pública, sino que devaluó un poco la moneda, bajó las tasas de interés y
aplicó desgravaciones impositivas, estímulos indirectos sobre la
operatoria de las empresas. Y frente a la caída de la inversión pública,
operó en los empresarios un cambio negativo en las expectativas.
–¿A qué atribuye esa reticencia a estimular en forma decidida la demanda?
–Hay varios puntos para analizar. Por un lado, está la corriente de
los economistas del “nuevo desarrollismo”, que dicen que con devaluar se
solucionan los problemas de empleo y crecen las exportaciones. Son los
“optimistas de las elasticidades”, porque piensan que con precios
relativos se soluciona todo. Pero eso no es así: Brasil no sabe hacer
químicos como Alemania y no vamos a aprender con un tipo de cambio alto.
Los precios no hacen milagros, por algo existe una escuela llamada
estructuralismo, que apunta al rol de la inversión pública. Otros
economistas dicen que el problema es que casi toda la inversión es
financiada por el BNDS. En Brasil está la idea de que un capitalismo
dinámico debería ser privado, incluso entre los economistas de
izquierda, y ni hablar entre los empresarios. Es un extraño consenso que
dice que no se precisa mucho del Estado. Por otro lado, se habla de un
supuesto “pleno empleo” en Brasil, algo muy discutible en un país con
condiciones laborales tan precarias. Hay un sector de la clase media
brasileña que está cada vez más molesta, indignada. Una columnista de O
Globo se preguntó recientemente: “¿Cuál es la gracia de ir a París si me
puedo llegar a encontrar a mi portero allá? Eso es malestar de clase, y
contribuye al consenso de que el crecimiento de Brasil no debe ser
radical. Hay muchos economistas, sin embargo, que están comenzando a
pedir estímulos directos.
–¿Por qué plantea que Brasil se está “argentinizando”?
–Porque Brasil está comenzando a depender más que en el pasado de
las exportaciones de materias primas. En paralelo, ha mejorado la
distribución del ingreso, con lo que aparece en primer plano el
conflicto distributivo de un modo similar al caso argentino. Tal como
sucede en la historia económica argentina, en Brasil está emergiendo una
disputa política sobre el tipo de cambio. Esa variable empieza a tener
un papel en la pelea por el excedente económico, porque modifica los
términos de apropiación de la renta de los recursos naturales, sobre
todo.
–¿Qué consecuencias puede traer el hecho de que Brasil tenga
déficit comercial financiado por endeudamiento e inversión extranjera
directa?
–Pienso que a largo plazo no es un buen esquema, pero la realidad es
que las condiciones actuales dan un margen muy grande para evitar una
crisis. Esto no va a derivar en una crisis espectacular, pero sí puede
llevar a intentar atraer capitales a cualquier precio, puede haber
ausencia de desarrollo en sectores de alta tecnología y bajo crecimiento
de la productividad. Es decir, puede provocar una desaceleración no
deseable, pero sin que explote. En parte, esto es así porque muchos
capitales adquieren deuda en reales, es decir que asumen el riesgo
cambiario.
–¿Qué consecuencias tiene para la Argentina y la región un crecimiento más que moderado de parte de Brasil?
–El rol de Brasil en el crecimiento argentino está algo
sobredimensionado, porque tienen un mercado interno bastante grande que
explica la mayor parte del comportamiento macroeconómico. Sin embargo,
creo que a nivel regional, para el proyecto de integración a nivel
industrial y financiero, pero también político, social, educativo y
cultural, no hay peor cosa que el crecimiento económico de Brasil sea
bajo. Incluso los pequeños problemas sectoriales quedarían diluidos si
Brasil creciera fuertemente, porque habría estrategias ofensivas de
parte de los empresarios, y no defensivas. Se necesita que el dinamismo
de Brasil sea fuerte porque es el país más grande, el que debería
convidar de prosperidad a los vecinos, ser la locomotora de la región.
Si no, cada país buscará su locomotora.
Original: Pagina 12
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