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8 ago 2020

Teoría monetaria moderna y periferia


 Juan Matías De Lucchi

 

La llamada Teoría Monetaria Moderna (TMM) es probablemente el fenómeno académico y de difusión heterodoxa más interesante del último tiempo. En EEUU se ha estado debatiendo en muchos ámbitos académicos, periodísticos y políticos, además de haber tenido un notable impacto en otros países como en la Argentina.

Aunque se autodefine como “moderna”, las raíces de la TMM se encuentran en la vieja macroeconomía keynesiana basada en las “finanzas funcionales” de Abba Lerner, el enfoque de “dinero endógeno” de la escuela post-keynesiana, y la hipótesis de la “inestabilidad financiera” de Hyman Minsky. Entre los elementos novedosos de la TMM podemos destacar nuevamente su extraordinaria capacidad de difusión de enfoques heterodoxos y propuestas de política como la de “empleador de última instancia” (Job Guarantee) que, como ellos mismos lo reconocen, se ha inspirado en el programa de “Jefes y Jefas de Hogar” lanzado en 2002 luego del colapso de la Convertibilidad.

La TMM sostiene que, en una economía moderna y bancaria en presencia de un banco central que tiene el monopolio de la emisión de la base monetaria, la única restricción al crecimiento económico está dada por la disponibilidad de los recursos reales, no financieros. Efectivamente, en principio, si la economía está operando con capacidad productiva ociosa y desempleo de mano de obra, el gobierno debe hacer uso de las finanzas funcionales aumentando el gasto público (monetizando el déficit fiscal) hasta alcanzar el pleno empleo. De esta manera, mientras la economía no sufra escasez de recursos reales, el concepto de inflación por exceso de demanda carece de sentido.
Sin embargo, estos conceptos que son correctos como principios generales pueden entrar en conflicto con algunos aspectos elementales de las economías subdesarrolladas y financieramente dependientes.

Soberanía monetaria 
En su reciente libro “El mito del déficit”, Stephanie Kelton sostiene que “la TMM puede usarse para describir y mejorar las opciones de políticas disponibles para cualquier país con un alto grado de soberanía monetaria: Estados Unidos, Japón, Reino Unido, Australia, Canadá y muchos más” (traducción propia). Esta distinción es fundamental porque, por el contrario, existen “países con poca o ninguna soberanía monetaria: naciones como Panamá, Túnez, Grecia, Venezuela y muchos más” (ídem). Según Kelton, “a diferencia de Grecia, Venezuela o Argentina, los países con soberanía monetaria no están a merced de los mercados financieros” (ídem).

Por supuesto, no es casual que los países con alto grado de soberanía monetaria (en los términos de la TMM) pueden emitir monedas que son, a su vez, utilizadas como reservas internacionales por países que tienen poca de soberanía monetaria. Particularmente, no es ninguna novedad que alrededor del 60 por ciento de las reservas internacionales de los bancos centrales del mundo están denominadas en dólares estadounidenses. Esto ocurre porque los países que emiten monedas con cierto grado de internacionalización son justamente aquellos que no sufren las típicas corridas cambiarias a la que estamos acostumbrados en Argentina y en otros países periféricos.

Una manera simple pero solida de abordar los factores que inciden sobre la soberanía monetaria tiene que ver el desarrollo económico. No es casual que los países que emiten monedas internacionales son los mismos que tienen una alta productividad del trabajo, realizan mayores gastos en innovación y desarrollo y se encuentran en la frontera tecnológica. En otras palabras, los países desarrollados pueden financiar sus déficits externos imprimiendo sus propia monedas que, a su vez, gozan de algún grado de internacionalización como consecuencia del propio desarrollo económico.  

Restricción externa
Por el contrario, los países que tienen un bajo grado de soberanía monetaria son justamente aquellos que tienen baja productividad y sufren periódicamente crisis de balanza de pagos. Para el enfoque económico convencional, la teoría neoclásica, el concepto de “restricción externa” elaborado por el estructuralismo latinoamericano, carece de sentido porque presupone una función de producción flexible, es decir, la posibilidad de realizar múltiples combinaciones de capital y trabajo. En otras palabras, si la economía enfrentase un déficit comercial por un aumento en la demanda de insumos y maquinaria importada, la flexibilidad de precios permitirá un ajuste automático hacia métodos de producción más intensivos en trabajo (que es lo que sobra) y menos intensivos en capital (que es lo que falta).

Este maravilloso ejercicio abstracto no tiene ninguna conexión con el mundo real, en donde los coeficientes de producción son fijos y, aunque tuviesen cierta flexibilidad, en general, no existe la técnica que simplemente permitiese remplazar insumos y bienes de capital importados por fuerza de trabajo domestica.

Paradójicamente, la TMM pareciera también desconocer problema de la restricción externa al creer resolverlo con un régimen de tipo cambio flexible. Las devaluaciones de la moneda reducen el salario real y el poder acquisito de los trabajadores y, por esa vía recesiva, se comprimen las importaciones netas y se mejora el saldo de cuenta corriente. Pero este ajuste típico del subdesarrollo, lejos de establecer un sendero de crecimiento, no es más que un mecanismo forzado de estabilización de la miseria.

La TMM tiene su origen mayormente en economistas norteamericanos y, honestamente, seria pretencioso de nuestra parte exigirles a ellos una comprensión detallada de nuestros propios problemas. Por el contrario, los seguidores de la TMM en la periferia deberían adaptar su cuerpo conceptual a los desafíos reales y monetarios del subdesarrollo.

Estabilidad cambiaria y desarrollo 
La única manera de aumentar la productividad es estableciendo un sendero de crecimiento económico sin las interrupciones de nuestros recurrentes saltos devaluatorios que, en los últimos 40 años, han tenido una fuerte impronta financiera. Sin embargo, los países con poca soberanía monetaria y escasas reservas internacionales están muy expuestos a la volatilidad cambiaria y a la dolarización de carteras, aun cuando tuviesen superávits de cuenta corriente.

Por este motivo, es fundamental comprender que la planificación del desarrollo necesita del fortalecimiento de la moneda nacional. Cierta estabilidad nominal de corto plazo es una condición necesaria, aunque no suficiente, para la realización de los objetivos reales de largo plazo. Según John Maynard Keynes, las esferas real y monetaria están completamente integradas en una única economía monetaria de producción: el capital se inmoviliza en la incertidumbre y, nosotros podemos agregar, se dolariza si ello ocurre en la periferia.

La función histórica de los bancos centrales ha sido la de estabilizar mercados intrínsecamente inestables, fijando tasas de interés atractivas, estableciendo pautas cambiarias e implementando regulaciones macro-prudenciales con el objetivo de proveer previsibilidad y oportunidades de ahorro. Por ejemplo, en un país como la Argentina, la propuesta de la TMM de fijar la tasa de interés en cero por ciento seria la manera más rápida y eficaz para perder definitivamente la moneda nacional. Por ello, Argentina necesita de la TMM tal cual existe, pero fundamentalmente, aplicada en EEUU y demás economías desarrolladas para que contribuya a acelerar el crecimiento mundial y a abrir nuevas oportunidades para nuestras exportaciones y, además, para que la tasa internacional de cero por ciento facilite el fortalecimiento de nuestra moneda.

Sobre el autor
Juan Matías De Lucchi es Investigador y estudiante de doctorado en The New School for Social Research. Profesor Adjunto, John Jay College.

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