Páginas Sraffianas

9 jun 2016

Consumo e inversión




Por Enrique Aschieri *
Es recurrente que en el debate público actual, se defina y reproche como experiencia populista a aquellas que se desenvolvieron cabalgando sobre la incentivación al consumo, menospreciando o lo que es peor contrariando las inversiones. Aunque las pruebas sobre lo que afirman brillan por su ausencia, la lógica cartesiana que los anima los hace aparecer como el último refugio de la racionalidad: más ahorro, esto es menos consumo y volcar la diferencia así obtenida a la inversión, y el crecimiento asegurado sobre bases muy firmes. Pura y lisa lógica cartesiana. El asunto es que al capitalismo realmente existente se lo puede acusar de muchas, muchas cosas, pero de una no: ser cartesiano. El sistema capitalista realmente existente cuanto más consume más invierte y si no hay mercado previo nadie se pone a producir; es decir, no se invierte. De manera que en el mundo tal cual es, la inversión resulta una función creciente del consumo.

Bajo la lógica señalada, de la inversión como función creciente del consumo, ambicionar el impulso a la inversión o al menos evitar que recule cuando las metas enunciadas buscan premeditadamente que el consumo final decline o que se ajuste a lo que se considera sus posibilidades reales; o sea, por debajo del nivel a que –con cierta perversidad– alentó llegar el populismo, como se lo suele declarar abierto o embozado, deviene en una mera ilusión sin ningún sustento en los datos reales de las condiciones de funcionamiento del sistema. Pero es una ilusión peligrosa. No da los resultados que se esperan, porque no puede dar los resultados que se esperan, y el gambito puede durar hasta que la sociedad civil comienza a comportarse como Tarzán. Es esto lo que no le conviene a nadie.

No obstante, y en medio de este escenario de misiones imposibles ¿qué pasa si un buen día, de golpe y porrazo, por la razón que fuere, le llueven al país miles de millones de dólares? Incluso, ¿no sería provechosa la disciplina impuesta de que al haber menos consumo del acostumbrado tramposamente por el populismo se apresura el ritmo de la inversión, pues se puede consagrar la parte del león de estos llovidos ingresos adicionales a la compra e instalación de bienes de capital, importando máquinas para construir altos hornos para producir acero para hacer chapa para hacer más automóviles y aires acondicionados, en un par largo de lustros? ¿Durante esta hipotética etapa los trabajadores industriales estarían aferrados al piso, con ingresos tan interesantes que les permitiría consumir cosas reales, por caso esos mismos automóviles y aires acondicionados, en vez de las ficciones a las que mal acostumbró el desangelado populismo?

Lo cierto es que al razonar con la buena voluntad de esa manera, a la inversión y el consumo se los trata como magnitudes inversamente proporcionales, que es lo que son por naturaleza. La excepcional entidad del sistema capitalista es que éste puede funcionar solamente por tratar al consumo y la inversión como directamente proporcionales entre sí, mientras que esto es objetivamente imposible, ya que el consumo y la inversión son los dos componentes de una dimensión dada, es decir, el ingreso nacional. Contradictorio en vez de cartesiano. Es que este dilema es una de las manifestaciones de las contradicciones fundamentales del capitalismo, entre la producción social y la apropiación privada. Como corolario, tomando como punto de partida la perspectiva en baja del ingreso de los argentinos, ningún empresario –mono o multinacional– instalaría fábricas aquí. Sin embargo, sin nuevos medios de producción los ingresos de los argentinos no pueden ser aumentados. Y si se plantea esquivarle al bloqueo por medio de producir sólo para exportar, sucede que a excepción de los productos primarios estandarizados, tal operación luce ir más allá de la “fiabilidad” del capitalismo tradicional. En cualquier caso, nunca se había visto sin ingredientes geopolíticos de consideración. Lo único que lloverá, si llueve, será deuda.

En realidad, las posibilidades de incrementar la inversión con salarios deprimidos están restringidas a la economía planificada por el Estado, no regulada por el mercado. Es entonces una suprema ironía y el último absurdo que partidarios tan decididos de la libre empresa alienten un capitalismo en el que para maximizar el crecimiento del producto prevalezca, muy fuerte, la planificación central, a la que deploran. Curioso, muy curioso, es que parecen ni estar enterados de la contradicción inscripta entre los fines que persiguen y lo medios que necesitan. Las consecuencias políticas de esta inadvertencia pintan como no menores.

* Economista, docente de la UNM.

Original: Pagina 12

No hay comentarios:

Publicar un comentario