Por Claudio Scaletta
En
economía es más fácil prever qué pasará que cuándo pasará exactamente.
Frente al evidente desajuste que presentaban algunas variables de la
macroeconomía, era muy difícil esperar un verano tranquilo, más si se
agrega la memoria histórica local. En diciembre pasado los factores de
inquietud eran básicamente dos y muy relacionados. Primero, la constante
reducción de las reservas internacionales hacía palpable la amenaza de
la escasez relativa de divisas. El fenómeno es muy conocido y fue
explicado por los macroeconomistas argentinos al menos desde la década
del ’60 del siglo pasado. Su formulación más acabada llegó con el modelo
de Stop & Go, el que sin desarrollarlo en detalle explica que tras
períodos de crecimiento sostenido las divisas del agro dejan de alcanzar
para financiar las importaciones de la industria, dando lugar a la
llamada restricción externa. Segundo, precisamente como un intento de
combatir la salida de capitales –siempre presente, pero disparada por la
percepción de la proximidad de la escasez de divisas– y el desbalance
externo, el Gobierno optó a partir de 2011 por las restricciones sobre
el mercado cambiario, el llamado cepo, lo que muy previsiblemente dio
lugar a un mercado paralelo que maximizó las expectativas de devaluación
presionando sobre la cotización oficial de la moneda. En el límite del
voluntarismo, no se ofrecieron, a cambio, estímulos a la permanencia de
los ahorros en pesos. La tasa de interés real se mantuvo tozudamente
negativa, casi una invitación directa a mantener los excedentes de
empresas y particulares en divisas. En paralelo, aunque el cepo frenó
transitoriamente la salida de capitales, también frenó en seco su
ingreso.
Es verdad que la economía debe estar subordinada a la política, pero
lo que está vedado es ir en contra de los comportamientos
microeconómicos más elementales. En concreto: los actores no compran
divisas por una compulsión psicológica a adquirir el billete verde, sino
como estrategia de reserva de valor frente a la incapacidad de la
moneda local de cumplir dicha función. Lo mismo corre, por ejemplo, para
el productor agropecuario individual; no retiene su cosecha en los
campos por pertenecer a la tribu de los malos, sino por simple esperanza
de venderla con un tipo de cambio que se espera más alto. Se trata del
comportamiento racional de los actores económicos en cualquier mercado,
un dato que debería incorporar cualquier hacedor de política. De igual
manera, si se cree que la cotización del dólar se dispara por encima de
lo esperado debido a la acción coordinada de “especuladores y
agiotistas”, la pregunta correcta que debe hacerse cualquier economista
no es quiénes son los malos, sino “cuáles son las reglas que permiten
que actúen como tales”.
Recapitulando, existieron factores reales y financieros que
condujeron a la devaluación oficial de enero. La pregunta clave es cuál
fue el factor determinante, si el estructural o el financiero. Si se
comparan las variables locales con las del resto de los países de la
región, es altamente probable que se opte por el segundo determinante.
El peso argentino antes de la devaluación no estaba más sobrevaluado que
la moneda de los países vecinos, que hoy resultan carísimos para
cualquiera que tenga ingresos fijos en moneda local. Tampoco hay razones
para creer que las burguesías de estos países sean más buenas o que
existan allí procesos de revolución industrial. Todos los vecinos tienen
además algún déficit de cuenta corriente, aunque balanceado con la
cuenta capital, es decir, con distintas formas de ingreso de capitales.
Es en este último punto, entonces, donde parece estar la diferencia que
explica la particularidad local. Suele argumentarse que Argentina tras
el default de 2002 tiene vedada la vía del financiamiento externo, lo
que puede ser cierto en la lógica de los organismos financieros
internacionales. Pero lo que no tiene restringido son los múltiples
instrumentos alternativos, desde el manejo de la tasa de interés interna
a los convenios bilaterales o el estímulo a la inversión extranjera. Es
probable que el Gobierno se haya demorado en exceso en tomar nota de
sus problemas principales. No son pocos quienes argumentan que podría
haberse ensayado con estos estímulos antes de devaluar, algo que fue
advertido mucho antes de contar con la información de los diarios del
lunes. Era sabido que del cepo sólo podía salirse con devaluación y
mayores tasas. Esta era la ingrata y compleja tarea que debía enfrentar
el nuevo equipo económico que asumió el pasado noviembre, al que sin
dudas le tocó bailar con la más fea. Desde el principio la nueva
conducción dio señales de que avanzaría por este sendero, lo que
finalmente hizo, aunque no está muy claro si fue de la mejor manera, una
conclusión que sólo podrá sacarse cuando se estabilicen las variables.
Por ahora, la continua baja de reservas internacionales y las dudas
sobre el superávit comercial oscurecen el horizonte de la estabilidad a
corto plazo.
Lo que sí puede afirmarse sin dudar son los efectos de la
devaluación. El primero y más importante es que se reducirá
inevitablemente el ingreso disponible, situación que, a su vez, genera
dos efectos relacionados: caída de la demanda y freno al crecimiento
(los componentes que se encuentran del otro lado de la ecuación
macroeconómica básica). Y el segundo y directamente relacionado es el
aumento de la conflictividad social. Como se comprenderá, estos dos
factores son mucho más importantes que los secundarios, como el nivel
del traslado de la devaluación a precios, aunque minimizar este traslado
sea una de las herramientas para evitar la caída del ingreso real.
Finalmente, es necesario rechazar algunas falacias asociadas a la
devaluación. En particular suele argumentarse que la pérdida del valor
de la moneda local es buena para las economías regionales. Si bien el
argumento de la baja de costos de producción de las exportaciones,
fundamentalmente por la caída del nivel de salarios en divisas, es
fuerte, no está convalidado por los números. No existe información
estadística que relacione, a nivel agregado, la depreciación cambiaria
con aumento de las cantidades exportadas. Lo que sí se produce es un
potente efecto riqueza que favorece a los exportadores, un dato que sólo
entusiasma a quienes militan en la teoría del derrame. Sí es posible
esperar, en cambio, una caída de las importaciones por la doble vía del
encarecimiento y, sobre todo, de la caída del Producto. No está claro si
es una buena noticia, pero será un alivio para las cuentas externas.
El primer balance general es que 2014 será el año más difícil de la
actual administración, el de menor crecimiento y el de mayor conflicto
social de la última década. Mejor entonces estar preparados y asumir el
diagnóstico.
Original: Pagina 12
No hay comentarios:
Publicar un comentario