Páginas Sraffianas

28 ago 2010

Marcelo Diamand


Reedicion de su libro Doctrinas Económicas, Desarrollo e Independencia

Su libro otra vez en librerías

Marcelo Diamand. Escritos Economicos.
El economista que cambio la historia del pensamiento economico argentino
de H. Garetto Editor
ISBN 978-987-1493-11-1

pedidos a hgaretto@arnet.com.ar


Diamand en el pensamiento económico argentino
Sitio sobre Diamand de Circus

Prologo por
Fabián Amico y Alejandro Fiorito
Investigadores de UNLU
Grupo Lujan-Revista Circus
Abril de 2010

“Doctrinas económicas, desarrollo e independencia”, de Marcelo Diamand, fue publicado en Argentina en 1973. Ahora, gracias al esfuerzo y la convicción de Horacio Garetto, vuelve a estar disponible para los economistas y para el público en general, tanto en Argentina como en América Latina. Desde su primera edición han transcurrido casi cuatro décadas en las cuales se han producido cambios sustanciales en Argentina y en el mundo. Se impone entonces una pregunta obvia: ¿por qué hay que releer hoy a Diamand? Ciertamente, cuando Diamand escribe Doctrinas, no existían la soja ni la deuda externa, no había el nivel de apertura financiera que existe actualmente, ni tampoco regían las prohibiciones de la OMC ni el ”nuevo” consenso en macroeconomía. Muchas cosas han cambiado. Y sin embargo puede sostenerse que el pensamiento medular de Diamand tiene plena vigencia, porque los rasgos de lo que él llamó “estructura productiva desequilibrada” siguen presentes con todas sus implicancias políticas y estratégicas.

Quizá parte de la explicación del desarrollo de su enfoque guarden alguna relación con su misma condición profesional. “Cuando un ingeniero electrónico se dedica a escribir sobre economía -dice en el prefacio a este libro- le debe una explicación a sus lectores”. Era propietario de una empresa de productos electrónicos que él mismo había fundado y que resultó relativamente exitosa. Aunque de algún modo fue un producto particular de la industrialización institucionalizada por el peronismo en los cuarenta, por su posición social y los tiempos que corrían Diamand era “naturalmente” liberal y antiperonista. Pero cuando los liberales llegaban al poder e implementaban sus políticas económicas, a su empresa comenzaba a irle mal. Eso lo llevó a reflexionar sobre la naturaleza y los fundamentos que guiaban las políticas ortodoxas.

Así, este ingeniero de profesión, como el gran economista polaco Michal Kalecki, pudo eludir las trampas teóricas largamente pergeñadas por la historiografía ortodoxa, tanto en el marco mas abstracto de las causalidades entre las variables económicas, como en sus modelos y aplicaciones. Resulta entonces entendible, y hasta lógico, que un ingeniero con intereses científicos en la economía pueda desarrollarse con buen tino acerca de lo que es relevante para explicar el proceso económico real, sin incorporar las rémoras de “economistas muertos”, como hacia su descargo Keynes en su Teoría General.

La primera tesis de Diamand por tanto apuntó a que el origen de los problemas económicos de Argentina se debía a “un total divorcio” entre las ideas que guiaban la política económica y la realidad, una “inadecuación” entre la teoría económica nacida a comienzos del siglo XIX en los países industriales y la realidad de los países subdesarrollados (hay un indudable eco de Prebisch en estas afirmaciones). Diamand consideraba esta “inadecuación” como una “crisis del paradigma económico”. Así, “Tenemos un conjunto de ideas, recetas de análisis importados de los grandes países industriales, que muchas veces ya no tienen relevancia en sus propios lugares de origen” . Los economistas se formaban en ese arsenal teórico y aunque al tratar de usarlo en los países periféricos se chocaban con la irrelevancia de todo lo aprendido, ya era demasiado tarde: “la estructura conceptual” incorporada “bloqueaba su percepción de la realidad”. Diamand se piensa entonces a sí mismo como dotado de una ventaja imprevista por el hecho de provenir desde fuera de la profesión: como outsider se siente libre de los prejuicios que ciegan a quienes pasaron por el estudio formal de la economía. De allí que el objetivo de Doctrinas era “posibilitar el destrabe intelectual” y demostrar que la crisis argentina se debe a las “ideas equivocadas con que se maneja su realidad”.

Ciertamente, esta tesis de Diamand no está exenta de polémica. Tomada literalmente, parece sugerir que bastaría con exponer las ideas “correctas” para que todo el mundo “pusiera manos a la obra”. Sin embargo, Diamand reconocía abiertamente el nudo de intereses que subyace a cada posición teórica, así como reconocía las asimetrías de clase que imperan en la sociedad y que transforman al terreno teórico-analítico en otro campo de batalla más. Que esa “racionalidad” no es en modo alguno suficiente, era algo conocido. A principios de los años cuarenta, Kalecki había señalado que aún cuando los gobiernos conocieran el método (keynesiano) para alcanzar el pleno empleo, enfrentarían considerables dificultades para mantenerlo en el largo plazo dadas las consecuencias políticas y sociales que ese estado produciría en el balance de fuerzas de clase . Por tanto, la racionalidad y las ideas “correctas”, no serían suficientes para evitar los ciclos y las crisis.

Sin embargo, es factible argumentar que, en cierto sentido, la posición de Diamand era correcta y que eso se aprecia nítidamente cuando se revisa su análisis de lo que denomina “corriente nacional-popular”. Diamand sabía que esa inercia intelectual de las ideas tradicionales no era del todo inocente. “Sin adherir a ninguna teoría conspirativa de la historia –explicaba-, es indudable que ciertos sectores y países adoptan más fácilmente las ideas que convergen con sus intereses o racionalizan su poder”.

Pero también dejó en claro que “no se trata sólo de que haya buenos y malos”. Aún reconociendo que los gobiernos populares percibieron mejor la esencia del problema, Diamand subraya el hecho de que no supieron asumir la significación de ciertas restricciones estructurales, a las que muchas veces interpretaron como meras manifestaciones de resistencia del stablishment, y por tanto no aplicaron las políticas correctas para aliviar o eliminar estas restricciones. Muchas veces, simplemente las ignoraron, desembocando en crisis caóticas y favoreciendo la irrupción de la corriente tradicional.

En cada coyuntura en que la economía crecía y aparecía la inflación, asociada a las devaluaciones, al empuje de costos y/o a la puja distributiva, la corriente nacional-popular adjudicaba la inflación a “los intereses en juego”, por ejemplo, la reacción de los sectores agropecuarios y/o concentrados, que intentaban recuperar posiciones perdidas.

Sin embargo, su diagnóstico era bien diferente. "Cuando el país se encuentra en una de estas crisis de balanza de pagos –explicaba-, aparecen fuertes problemas inflacionarios, alrededor de lo cual se construye otro gran mito derivado de la incomprensión de los fenómenos básicos. A fines de los años '40 nos rasgábamos las vestiduras porque la inflación era del 20 o 25% por año. Con el tiempo llegó a cifras cercanas a la hiperinflación. El diagnóstico aceptado por la sociedad es el exceso de emisión monetaria o el déficit fiscal que la motiva. Pero en realidad la emisión actuó como motor inflacionario muy pocas veces, en 1951, 1958, 1964, y paremos de contar. Únicamente en esos períodos hubo un exceso de demanda que tiraba de los precios hacia arriba. En los demás casos la inflación era de otro tipo. La más frecuente y decisiva fue la que yo llamo inflación cambiaria, que se origina en los problemas de sector externo y se desata a través de las devaluaciones que modifican el tipo de cambio". Aún cuando pueda resultar problemática esta noción de “inflación de demanda”, revela que de todos modos Diamand ponía el foco en otros factores causantes de la inflación, como la restricción externa y la puja distributiva.

Diamand argumentaba que los grupos sociales tradicionales (agropecuarios, concentrados o financieros) no inventaban los problemas. La realidad no coincidía con ese relato de fantasía donde el proceso de crecimiento exhibía rasgos enteramente virtuosos y exentos de escollos, y solo más tarde aparecían la inflación y las crisis como una creación artificial del stablishment en respuesta a su pérdida de porciones de poder en la sociedad y en la riqueza. Más bien, Diamand observaba que los grupos tradicionales aparecían en escena con sus recetas liberales y ortodoxas en respuesta a problemas reales que la corriente nacional-popular no solo no resolvía, sino que muchas veces ignoraba. “No basta con querer desarrollar el mercado interno, hay que conseguir las divisas para subsanar las restricciones que lo traban”, sentenciaba .

En Doctrinas, se describe a esta corriente “nacional-populista” como “un pensamiento semiorganizado, basado en una mezcla poco coherente de ideas estructuralistas y keynesianas, que muestra también una perceptible influencia del marxismo” (cap.21). Diamand destaca que una de las principales características del “nacional-populismo” es su “sistemática oposición a los efectos de las políticas tradicionales”. Sin embargo, dado que sus diagnósticos revelan una considerable influencia del pensamiento neoclásico-ortodoxo, “su rebelión no se dirige tanto contras las políticas sobre las que descansa el poder del liberalismo, sino más bien sobre las consecuencias de estas políticas que aparecen en la superficie” (énfasis agregado). Diamand explicaba esta aparente paradoja por el hecho de que los economistas de la corriente nacional-popular no solo estaban sujetos a la presión de los medios de comunicación, sino que además ellos mismos eran producto de la educación universitaria convencional y no podían sustraerse de la influencia de la corriente dominante.

Diamand pone como ejemplo el compartido diagnóstico liberal que “hace depender el crecimiento del sacrificio popular”. Este diagnóstico es compartido muchas veces por los seguidores de la corriente nacional-popular, “quienes generalmente no dudan de la necesidad del sacrificio, limitándose discutir cuál es el sector que debería sacrificarse”. En el fondo, “están convencidos que cuando más bajos son los salarios tanto más rápido es el crecimiento y cuando se oponen a los bajos salarios no lo hacen por razones económicas, sino por razones políticas y sociales” (pág. 423).

En este contexto, aún con las excepciones que confirman la regla, la corriente populista exhibió “una sistemática ceguera ante el papel limitador del sector externo” (425). Para Diamand, esta corriente ve en la pérdida de un dólar “únicamente la pérdida de ese dólar y no de varios dólares adicionales que se dejan de producir internamente”. Luego argumentaba que la incomprensión de la verdadera naturaleza de la dependencia económica “traba los esfuerzos de las corrientes nacionales para conquistar la independencia” (426).

En particular, Diamand señala como un resultado de esa “ceguera” la existencia de un fuerte “prejuicio antiexportador” que se pone de manifiesto a la hora de instrumentar las necesarias políticas de promoción de exportaciones. Al mismo tiempo, también observaba un hecho que hoy no resulta tan claro entre muchos economistas actuales. “En la Argentina de hoy –decía- más que nunca, cuando la gran mayoría de las actividades del país está volcada hacia el consumo interno, el papel de las exportaciones no es reemplazar este consumo sino proveer ´combustible´ necesario para que pueda mantenerse y crecer” (426).

Proponía, como una de las políticas posibles, la alternativa poco explorada de subsidiar exportaciones, que tiene la obvia ventaja de mejorar la rentabilidad y la competitividad de los bienes de producción doméstica sin subir sus precios internos. Muchos economistas ortodoxos (y algunos heterodoxos) afirmaban que estas “compensaciones” no se podrían llevar a la práctica por “falta de recursos fiscales”. En este punto, Diamand tenía una respuesta poco ortodoxa cuando se preguntaba quién paga la promoción de exportaciones. “La respuesta es que en algunos casos no la paga nadie, ya que los fondos se originan en el crecimiento que no se hubiese operado de no existir dicha promoción, y en otros el peso de la promoción queda repartido entre el crecimiento y algunas transferencias de ingresos convenientes para la economía”.

Pero si bien Diamand se piensa como un outsider de la profesión y rechaza por inadecuada a la teoría económica convencional (neoclásica), nacida a comienzos del siglo XIX en los países centrales, eso no implica que fuera un pensador confinado a considerar el caso argentino, aún con su especificidad, como dotado de una excepcionalidad y particularidad únicas. Ni que la “periferia” merezca una teoría enteramente particular. De hecho, junto con los referentes de la tradición estructuralista, abrevó profusamente en economistas de raíz keynesiana. En Doctrinas, Diamand nos leé cuidadosamente, en voz alta, a Keynes, Kaldor o Joan Robinson, y también a Prebisch y a Furtado. Quizás por esa vía, muchos de los desarrollos más ricos y promisorios de la teoría económica moderna se encuentran en distintas ocasiones, aquí y allá, muchas veces de manera implícita en su análisis, actuando “operativamente” en su estudio particular de lo que él llama “estructuras productivas desequilibradas”, incluso sin una clara conciencia de tales desarrollos. En otros casos, aunque su posición general sea declaradamente diferente, su análisis, sin embargo, resulta compatible con tales desarrollos teóricos. Diamand se inscribe así, con su sello particular, en la gran corriente de pensamiento heterodoxo latinoamericano, de raíz desarrollista y estructuralista.

Por caso, la consideración de las cantidades producidas en base a la demanda efectiva de raíz keynesiana y kaleckiana, se encuentra formulado implícitamente en su enfoque. Asimismo, aún sin una descripción detallada, subraya los determinantes históricos, institucionales y sociales en la dinámica de precios de países como Argentina, en sus procesos de ajuste y en sus aceleraciones. De hecho puede mencionarse la importancia asignada por Diamand en la explicación de la inflación a la puja redistributiva entre asalariados y empresarios, dentro de un marco donde la estructura de la economía oficia de disparadora de dicha puja, especialmente las grandes devaluaciones. En línea con el pensamiento de los economistas clásicos, donde la distribución es exógena y se asienta en las costumbres y los conflictos por el excedente, Diamand tenía una clara visión respecto de la determinación de los salarios y su relación con las devaluaciones:

“La presión social que siempre existe para lograr el aumento de los salarios reales se multiplica muchas veces cuando significa oponerse a las medidas que pretenden bajarlos. Psicológicamente, el nivel ya alcanzado por los salarios reales se convierte en un estándar ´normal´ de referencia y su disminución se siente como un atentado contra los derechos adquiridos. Por ello, mientras para el pensamiento económico el salario real es una variable de ajuste, para la sociedad moderna la preservación del salario real es un objetivo fundamental” (Diamand, 1977, p.11).

Asimismo, en una critica abierta de la concepción convencional ortodoxa, y partiendo del hecho observado de la existencia de desempleo, destacaba que una vez aliviada la restricción de divisas, era factible expandir la demanda agregada vía déficit fiscal o mediante políticas monetarias expansivas:

“Una vez cumplido el objetivo de eliminar la restricción externa este modelo en principio tendería a convertirse en un modelo keynesiano que podrá ser reactivado mediante un incremento de la demanda por vía de la expansión crediticia o de déficit fiscal.” (Hacia las superación de las restricciones al crecimiento económico argentino, Pág. 5, CERE 1988).

Ciertamente, Diamand parecía coincidir con la afirmación de Keynes, quien concedía que al llegar al pleno empleo “cobraba vigencia el paradigma clásico”, según el cual la expansión estaría restringida por oferta. Sin embargo, a los efectos “operativos”, son escasos los ejemplos citados en los numerosos trabajos de Diamand sobre el caso argentino donde al autor advirtiera o se “topara” con el “caso clásico”, es decir, donde encontrara restricciones al crecimiento “por el lado de la oferta”.

Diamand rastrea el origen del esquema analítico que comienza a dar cuenta de los desequilibrios externos como reflejos de heterogeneidad estructural en los trabajos de Prebisch, Furtado, Hirschman y Ferrer. Y, a medida que esos autores progresan en su compresión de esta especificidad, destaca “el comienzo de una desorientación cada vez mayor entre los economistas no estructuralistas” (p.73). Simplemente, en los enfoques convencionales, la limitación externa no tiene un marco teórico donde pueda ser planteada. Diamand afirma que posteriormente hubo algún reconocimiento con los modelos de doble brecha (double gap), que admiten la existencia de una brecha externa como freno al desarrollo anterior a la “brecha de ahorro”, como en McKinnon, Chenery y Strout, y otros. Pero agrega que tales aportes “no avanzaron mucho en el análisis de un modelo completo de limitación externa ni tampoco en el diseño de políticas necesarias para eliminar esta brecha”.

En esta línea interpretativa, Diamand observa como un hecho estilizado que en Argentina los breves períodos de crecimiento se alternan con recesiones y desocupación. Este ciclo configura una tendencia de casi estancamiento, llevando a la frustración y transformando al problema económico “en un eje alrededor del cual giran los problemas sociales y políticos” (p.15). Observa dos esquemas antagónicos de diagnóstico y de propuestas: el liberal-ortodoxo y el nacional-populista. El primero subraya la incapacidad e ineficiencia estatal, el rol del déficit fiscal y la inflación, la falta de “disciplina”, la carencia de ahorro y, sobre todo, la responsabilidad de una estructura industrial “artificial” e “ineficiente”. El segundo señala como responsables a los bloques de poder externos y a la dependencia de las elites locales, junto a la especulación financiera. Señala como causa de atraso a los bajos salarios y la demanda insuficiente, al predominio del capital extranjero y de los monopolios. Diamand observa que este sector tiene cierta afinidad con el pensamiento keynesiano como respuesta a las recesiones.

En este contexto, Diamand determina su objeto de estudio al comienzo de su libro: la EPD o Estructura Productiva Desequilibrada. (Capítulos 2 y 3). Se aboca a elucidar una primera y generalizada confusión que debe ser desechada: la de tomar como sinónimos a la productividad, la eficiencia operativa y la eficiencia de asignación de recursos.

La productividad es simplemente la cantidad producida dividida la cantidad de trabajo utilizado en dicha producción, que en ocasión de pleno empleo determina el producto per cápita. Las condiciones de recursos naturales, capitalización física y social, contexto productivo y eficiencia de utilización de los recursos son sus parámetros relevantes.

La eficiencia operativa siempre es una comparación ideal, que supone iguales condiciones de recursos entre los países comparados, y exige para dejar de ser hipotética, la igualdad de recursos de los países comparados. por lo que se puede ser eficiente, aun siendo menos productivo. Pero difícilmente un país no desarrollado, tenga igual productividad que uno desarrollado. No obstante, cada nación debe partir de esa productividad epocal en que se encuentra en ese momento histórico para mejorarlas en un “learning by doing” permanente. Por eso, Diamand nos alerta sobre las criticas “eficientistas” que se ciñen contra la producción industrial doméstica por no poder vender sus productos al precio internacional con el mote de “ineficientes”. Diamand concluirá que siempre existe un tipo de cambio al que los productos industriales pueden ser ubicados, al precio internacional.

La recomendación convencional sugiere que los países con producción exportable primaria que pueden generar empleo a toda su población y expandirse, no deben desarrollar una industria. Pero en el mundo real, la utilización de estos recursos primarios no basta para emplear a toda la población. Por un lado, la demanda mundial exhibe una fuerte volatilidad respecto de las commodities agropecuarias. Además, constantemente el progreso técnico, mediante sustitutos industriales, hace disminuir la ocupación en términos absolutos en las producciones primarias. Las crisis económicas en el primer caso y el reemplazo de ciertas materias primas para el segundo, refuerzan la conclusión sobre que el desarrollo considerado optimo, de exportación de recursos naturales, no es válido.

Por último, la “eficiencia en la asignación de recursos”, a diferencia de la “eficiencia operativa”, califica el grado de productividad de la existencia de una determinada actividad. Una eficiencia operativa puede ser alta, pero las condiciones del clima hacen que dicha actividad tenga una eficiencia de asignación baja, vg. el cultivo de arroz en un desierto, etc. Por lo tanto tarde o temprano estos países se ven obligados a industrializarse, por la caída del nivel de ocupación.

De este modo, surge un resultado importante: una vez que ha surgido la decisión de industrializarse, dicho país cuenta con una menor productividad industrial con respecto a la del sector primario y debe hacerlo con protecciones arancelarias y paraarancelarias a la importación. Es el ejemplo de Argentina en la crisis del 30, cuando Inglaterra “le suelta la mano”, y la industria comienza a desarrollarse “hacia adentro”, apuntando al abastecimiento doméstico. Por lo tanto, resulta ser una consumidora neta de divisas. La provisión de dólares queda a cargo de las exportaciones del sector más productivo, el primario. Hace su aparición el escollo duro de la restricción externa y la incomprensión de la teoría ortodoxa, que no explica el surgimiento de la industria naciente, sino que tiene a considerarla como una fenómeno “patológico” (ineficiente, “artificial”, etc). Para colmo, la industria no alivia la restricción de divisas, sino que la agrava. Es por eso que Diamand se refiere al “carácter acumulativo del desequilibrio en la EPD”.

Y ante ese escollo que surge con la restricción de divisas, aparece también la conformación de una estructura desequilibrada, basada en el surgimiento de un sector productivo con menor productividad relativa, vg. la industria con respecto al agro.

“En las EPD la paridad (cambiaria) única no existe. Dichas estructuras se definen, precisamente, por la presencia de dos sectores de productividades netamente distintas, con lo cual, dentro de la baja productividad general, existen a su vez diferencias de productividades relativas entre el sector primario y la industria. Como consecuencia, aparecen dos paridades distintas, que no pueden ser reflejadas simultáneamente por el mismo tipo de cambio. Debido a esto el mecanismo cambiario, cuya misión debería ser igualar los precios internacionales, no puede funcionar para todos los productos a la vez” (pag.58).

La solución propuesta por Diamand se basa en el establecimiento de tipos de cambio diferenciales como condición necesaria para el desarrollo industrial de largo plazo, especialmente para favorecer estructuralmente las exportaciones de productos industriales. Históricamente, el proceso iniciado hacia el desarrollo industrial se desplaza luego hacia un esfuerzo para sustituir importaciones, en la búsqueda de aliviar la restricción externa. Pero a poco de andar, cada dólar ahorrado se vuelve más caro en dólares. Sin avanzar en orden, se comienza a sustituir bienes finales, para ir avanzando hacia los insumos. Pero las mismas materias primas comienzan a fabricarse a “costos internos mayores que los internacionales”, hasta que “cada nueva sustitución significa una onda de aumento de costos que se propaga a través de toda la estructura productiva” (Pag. 66).

Frente a la aparición de estos límites estructurales, se requiere un modelo “Estado intensivo”, donde juegue un rol central el otro lado del canal de alivio de la restricción externa: la promoción de las exportaciones industriales. No obstante, esto en modo alguno significa que la sustitución de importaciones sea un proceso “agotado”, sino que su especificidad como modalidad unilateral de desarrollo se inscribe a un período histórico concreto y no puede ser el método exclusivo para ahorrar divisas.

En este marco analítico, se comprende adecuadamente la relación estrecha que existe entre la inflación crónica y las devaluaciones recurrentes que padecen estas “estructuras productivas desequilibradas”. Y, por supuesto, el rol central para una política económica que atienda este específico desequilibrio estructural argentino: la noción de “devaluación compensada”. Puesto que las devaluaciones pueden tener efectos adversos sobre la distribución y sobre la demanda agregada, en un contexto histórico de continua deflación salarial, Diamand planteó hace décadas una salida genuina al atolladero mediante la propuesta de una “devaluación compensada” que anule (o minimice) los efectos inflacionarios y el deterioro de la distribución del ingreso y de la demanda interna causados por la depreciación de la moneda. El argumento admitía dos variantes:

1) una devaluación compensada con impuestos (“retenciones”) a las exportaciones de alimentos;
2) una devaluación compensada con menores impuestos netos a la población.

La opción (1) fue empleada desde 2002 en adelante y dio buenos resultados pese a la magnitud de la devaluación. En la variante (2) se contemplaban dos modalidades con resultados muy similares. Por un lado, la combinación de una devaluación nominal con una baja del IVA. Por otro, la combinación de una devaluación nominal con subsidios directos a la población de menores ingresos. En ambos casos (o con una combinación de éstos) los efectos pueden compensarse, obteniéndose resultados positivos sobre la producción y el empleo y sobre la balanza comercial, sin perjudicar la demanda interna y sin generar presiones inflacionarias. La compensación incentivaría un mayor consumo total y un incremento en la demanda interna. Por ende, sería un mecanismo genuino para restituir parcialmente la pérdida de recaudación (del IVA) gracias al alza de la producción, al tiempo que crece la recaudación proveniente de otros impuestos. Por tanto, si aumenta el excedente de exportaciones y el consumo por trabajador se mantiene más o menos constante, habría entonces un efecto neto positivo sobre la demanda agregada.

Algo análogo ocurre con los efectos de una devaluación que va acompañada con subsidios directos a la población de menores ingresos. Es un esquema de sabor más kaleckiano: gracias a los subsidios, se mantiene el consumo popular a pesar del alza de precios asociada la devaluación. En esta variante de “devaluación compensada” hay efectos expansivos en la economía, porque los subsidios devuelven a los sectores marginados capacidad de compra que pierden con los mayores precios que acarrea la devaluación. En este caso, si las exportaciones netas crecen (y se cumple la condición Marshall-Lerner ), el producto y el empleo crecerían. También en estos últimos casos de “devaluación compensada”, el aumento de la producción y los ingresos aumentarían la recaudación, por lo que el aumento del gasto asociado con los subsidios, irá acompañado de una mayor captación de ingresos. Con conciencia o no de ello, la política económica vigente desde 2003 utilizó exitosamente buena parte de estas políticas sugeridas por Diamand hace décadas.

Hacia el final del libro y a partir del capítulo 10, Diamand comienza su discusión con otras corrientes del pensamiento económico argentino, a fines de hallar una salida a la encerrona teórica de lo que él denominó el “péndulo” argentino, esa lógica subyacente al proceso argentino que obliga sistemáticamente a oscilar entre la corriente popular y la conservadora. Temas complementarios como las promociones de las exportaciones (cap. 11) o la reforma de los precios relativos internos para estimular las exportaciones agropecuarias, mediante un plan integral arancelario, cambiario e impositivo (cap. 12), así como las políticas en materia de importaciones y de formación de capital de inversión en las EPD, en cap. 13 y 14, muestran la fuerza del análisis empírico de la problemática en Argentina por parte de Diamand en problemas aun no superados y de absoluta vigencia.

Asimismo, en el cap. 18 y 19 aborda el significado político de la revolución keynesiana, y los pasos que serian necesarios para amoldar un esquema de economía cerrada a otra con restricción externa. Analizando el rol de los “tecnócratas”, y sobre la reforma de la enseñanza de su época afirma:

“Las facultades de Ciencias Económicas producían contadores y no economistas. La reforma de la enseñanza y la aparición de una nueva carrera de economistas profesionales, alentó la esperanza de que la mejora del entrenamiento profesional tuviese un efecto positivo sobre el manejo de la economía. Sin embargo, hasta ahora el efecto principal de la reforma fue reemplazar a los economistas liberales ortodoxos conscientes por los que lo son sin saberlo” ( Pág. 415).

En los cap. 20 y 21, se refiere finalmente a los aliados vernáculos de la ortodoxia internacional y a los opositores y sus corrientes de pensamiento estructuralistas y keynesianas. En este ultimo capitulo dedica observaciones críticas sobre el nacional-populismo, el “frigerismo” y el marxismo. Observa agudamente Diamand que la corriente nacional-populista, a pesar de su oposición política a las líneas ortodoxas y liberales, mantiene un acuerdo teórico con el liberalismo, muchas veces sin siquiera una clara conciencia de ello. Al desarrollismo vernáculo le cuestiona que, mas allá de su intención de cambiar la estructura productiva, han confundido dinero domestico con divisas. El mero hecho de impulsar industrias básicas y recurrir a los capitales internacionales para “invertir” como fogoneo de la demanda, no da cuenta que ello impide y bloquea las fuentes generadoras de capital propias, chocando contra el desequilibrio de la balanza de pagos, y tornando inviable su política de desarrollo basada en empresas que no apuntan al aumento de las exportaciones industriales en el largo plazo (Pág. 432).

Respecto al marxismo, además de otras consideraciones basadas en lo inadecuado de aplicar al presente un esquema del siglo XIX, con salarios estancados y vigencia de la ley de Say, Diamand apunta a un debate con un representante argentino destacado de entonces, Oscar Braun, a quien critica por ser portador del “veneno de la inevitabilidad” de un cambio violento. A pesar del buen análisis de comercio exterior, crisis e inflación desarrollado por Braun , Diamand le objeta que frena dicho análisis un momento antes de “analizar sus causas y elaborar herramientas para subsanarlo, fiel al dogma básico del marxismo (…) para demostrar su “inevitabilidad” (Pag. 446).

En el cap. 22, finalmente Diamand expone su propia posición política y muestra su enfoque de interacción entre lo económico y lo político social, en el apartado titulado “Hacia una Revolución Pacífica”. La riqueza de esta obra y la concepción clásico-keynesiana-estructuralista en la que se sustenta, son la plataforma desde la cual Diamand despliega su propio y original aporte al estudio específico de la restricción externa en nuestros países y sus implicancias profundas sobre el desarrollo argentino. Esta contribución poseé una innegable actualidad. Desde la edición de Doctrinas, en 1973, hasta esta reedición, la teoría económica de raíz heterodoxa ha realizado progresos importantes. Muchas de las afirmaciones y proposiciones de Diamand, tras estas décadas de avances lógicos y empíricos en el campo de la economía heterodoxa, pueden y deben ser matizadas, corregidas e incluso criticadas allí donde sea el caso. La oportunidad de la reimpresión de la obra mayor de Marcelo Diamand puede y debe servir entonces para un estudio meditado de las exigencias actuales del desarrollo argentino, de sus requisitos teóricos y de sus implicancias políticas.


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