Por Fabián Amico Economista y coeditor de Revista Circus
Como es sabido, Federico Sturzenegger defiende las bondades de la 
flotación pura del tipo de cambio. “El tipo de cambio flotante es bueno 
porque permite absorber el shock y no se usa como ancla”, decía 
convencido. El secreto era ser consecuentes. “Acá no tenemos miedo de 
flotar, sino miedo de no flotar”, decía. La flotación pura sería la 
demostración palmaria de que el BCRA no convalida una “bicicleta” 
financiera, ya que la suba del tipo de cambio (resultado de la libre 
flotación) pondría bajo amenaza las estrategias de carry trade.
¿Por qué el BCRA es renuente a intervenir? Según su visión, el TC 
tiene un valor de equilibrio hacia el cual debe tender en ausencia de 
“distorsiones”. Para el BCRA y el Gobierno, una de las principales 
distorsiones es el déficit fiscal, como explicamos en una nota reciente.
 Por un camino u otro, el déficit fiscal lleva al tipo de cambio real 
hacia un “valor de equilibrio” bajo.
En el proceso de eliminación de tales distorsiones, es decir, en la 
transición hacia su “valor de equilibrio”, el TC puede tener algunos 
efectos de corto plazo sobre los precios. Pero no puede afectar la 
tendencia de la inflación, que viene dada por la inflación “core” y que 
es esencialmente explicada por los “excesos” de demanda y la inercia (es
 decir, por la historia previa de los shocks de demanda). Básicamente, 
el tipo de cambio no entra como variable en la curva de Phillips.
Si la meta de inflación es perseguida con convicción, eso sería 
suficiente para que el TC “encuentre” (vía flotación pura) su valor de 
equilibrio. Fijarse una meta de tipo de cambio, ya sea en un nivel 
“competitivo” o un ancla nominal, es redundante. Se supone que los 
mercados se ocupan de ese asunto mejor que el Gobierno. Si se acepta que
 en los mercados cambiarios rigen la PPP (purchasing power parity) y la 
UIP (uncovered interest parity), cuando el BCRA se focaliza 
exclusivamente en la inflación, el TC converge hacia su nivel “natural” 
en un escenario en el que la inflación converge hacia su meta. Y todos 
felices.
¿Todos felices?
El problema aparece cuando la “flotación” se trasforma en un 
tendencia ascendente y sostenida del TC, como ocurre en estos días. ¿Por
 qué ocurre esto? En primer lugar, la PPP y la UIP no funcionan, al 
menos en los plazos relevantes para la política económica. El TC nominal
 se determina en el mercado como el precio de cualquier activo sujeto a 
especulación. Así, como no hay un valor de equilibrio hacia el cuál 
tienda, el rol de las expectativas es fundamental.
¿Cómo se forman esas expectativas? El punto clave es que las 
expectativas son mayormente adaptativas y siguen de cerca la propia 
evolución reciente del tipo de cambio. Por ejemplo, si hubo un proceso 
de devaluación cambiaria nominal, los especuladores tenderán a esperar 
una mayor tasa de devaluación en el futuro. Consecuentemente, aumentarán
 su demanda de moneda extranjera a la espera de que su precio suba. Esto
 profundizará el proceso de devaluación, ya que los oferentes de moneda 
extranjera subirán su precio y los compradores sólo podrán comprar a un 
precio más alto. Como resultado, la tendencia efectiva a la devaluación 
de la moneda puede dar lugar al fortalecimiento de las expectativas de 
devaluación, interactuando una con otra.
Nótese en este punto que, en la visión del BCRA, la especulación 
nunca puede generar inestabilidad. “En un mercado liberalizado, los 
actores racionales realizan lo que se conoce como especulación 
estabilizadora”, nos instruía el BCRA en enero de este año. La idea 
(tomada de M. Friedman) sería que el especulador comprará cuando los 
precios sean “anormalmente bajos” y venderá cuando los precios sean 
“anormalmente altos”. Pero en el mercado cambiario parece ocurrir lo 
contrario: cuando el precio es más “alto” (creciente), los especuladores
 esperan que sea mayor en el futuro y compran (o no venden), haciendo 
que el precio suba más. Se trata de un proceso básicamente inestable.
Esto permite entender por qué, en el mundo real, con movilidad del 
capital internacional, simplemente no existe en la práctica un régimen 
de tipo de cambio flotante “puro”, sin intervención del Banco Central. 
Las acciones pueden tomar distinta forma. Puede ser una intervención 
directa en el mercado de divisas para intentar estabilizar el tipo de 
cambio corriente y así controlar las expectativas sobre su evolución 
futura, o intervenciones indirectas mediante variaciones en el nivel de 
las tasas de interés interna para intentar controlar al menos la 
dirección y la velocidad de ajuste del tipo de cambio nominal.
A comienzos de los 2000, G. Calvo y C. Reinhart encontraron que tras 
la retórica de “libre flotación” se escondían ciertos hechos 
estilizados. Primero, países que declaraban tener un sistema de TC 
flotante, en verdad no eran de libre flotación. Existía una no confesada
 epidemia de “miedo a flotar”. Segundo, la baja volatilidad del TC era 
el resultado deliberado de acciones de política tendientes a estabilizar
 la paridad cambiaria. Tercero, los países no descansan exclusivamente 
en intervenciones en el mercado cambiario para suavizar las 
fluctuaciones, sino que el uso de la tasa de interés es un lugar común.
Algunos economistas argumentaron que en la primera década de 2000, 
las políticas monetarias había reducido el traslado del dólar a precios.
 Pero, pese a lo que pregona el BCRA, los ajustes del tipo de cambio 
siguieron siendo un importante factor inflacionario, como muestra un muy
 interesante estudio econométrico reciente que descompone los factores 
de la inflación latinoamericana considerando una muestra de 11 países de
 la región, donde más de la mitad practican metas de inflación.
La brecha del producto, que es el centro del sistema de metas de 
inflación, no tiene ninguna relevancia en la región y, sin embargo, los 
factores que producen aceleración de la tasa de inflación fueron todos 
factores que el BCRA considera no esenciales, como el precio de las 
materias primas, el conflicto distributivo o el TC
Bicicleta e IPC
A su vez, la flotación libre fue presentada por el BCRA como una 
prueba de que no habría ningún estímulo al carry trade. Ciertamente, en 
los años 2000 la mayor parte de las operaciones de carry trade 
aprovecharon las diferencias en las tasas de interés a corto plazo, 
utilizando las monedas donde prevalecen bajos rendimientos (como Japón o
 Estados Unidos) para invertir en los países en desarrollo, donde las 
tasas son relativamente más altas. Estos diferenciales de interés han 
mostrado una notable estabilidad debido a la ausencia de un mecanismo 
endógeno de ajuste de los mercados monetarios.
Los enormes flujos de dinero a corto plazo no reducen la tasa de 
interés doméstica en el país de destino y no la elevan en el país del 
cual proviene el funding. Ciertamente, esto va en contra de la teoría 
establecida, donde la hipótesis de la UIP supone que altas tasas de 
interés son compensadas por la expectativa de una devaluación. Sin 
embargo, existe evidencia abrumadora de que los mercados de divisas 
nunca llegan a tales resultados.
Las entradas netas de capitales han tendido a apreciar las monedas de
 los países con altas tasas de interés durante períodos prolongados. 
Esta rigidez de las tasas de interés de corto plazo sólo puede 
explicarse por la voluntad de los bancos centrales para manejar las 
tasas de interés de acuerdo con sus objetivos de política. En el caso de
 los países centrales, la motivación sería sostener bajas tasas de 
interés por los bajos niveles de crecimiento y de inflación. En los 
países en desarrollo, el objetivo fue inducir el ingreso de capitales y 
controlar la inflación doméstica mediante la estabilidad cambiaria 
resultante.
Quizás el BCRA aprendió aquí una lección (y muchos economistas 
heterodoxos también): no se puede desalentar el carry trade sin 
enfrentar al mismo tiempo una mayor presión de demanda en el mercado 
cambiario y por ende sin alentar una tendencia a la devaluación de la 
moneda, con sus consecuentes efectos inflacionarios. De modo que con su 
laissez faire cambiario, el BCRA solo probó que existe un trade off 
entre la “bicicleta” financiera y la inflación.
Tras el “miedo a flotar” en verdad hay algo más profundo. Con libre 
movilidad del capital, los mercados podrían tender hacia apreciaciones o
 devaluaciones sin reversión endógena, es decir, desequilibrios 
acumulativos que no se detendrían  por sí solos y para lo cual el Banco 
Central debe hacer algo para estabilizar las expectativas.
Esto es lo que (forzosamente) ocurrió en estos días. Frente a la 
creciente presión cambiaria, el BCRA reveló su “miedo a flotar”. Empezó a
 ubicarse así dentro de la taxonomía de Calvo y Reinhard según la cual 
la “flotación” es muy (pero muy) “sucia” y dejó la flotación “pura” para
 la retórica. Con la generosa billetera verde del Bapro, Argentina 
ingresó por ahora en una flotación administrada, simplemente para evitar
 el impulso inflacionario que proviene del mercado cambiario. Se trata 
del viejo (y más sano) “miedo a devaluar”. Esta “flotación administrada”
 podría estar confinada solo al ciclo electoral, dado que la visión 
básica del BCRA no ha cambiado.
Las incursiones cambiarias del Gobierno (sean a través del BCRA o de 
los bancos públicos) tiene la función de hecho de enviar una señal de 
precio al mercado. Sin esta “señalización”, el mercado no sabe muy bien 
cuál será la tendencia del tipo de cambio, porque simplemente el BCRA se
 desentiende del asunto. Como no existe un TC “natural” (observable o 
no), lo natural es que buena parte del mercado diversifique el riesgo en
 la conformación de sus carteras. Quizás esta sea una de las razones más
 poderosas para explicar por qué la dolarización sigue siendo un 
fenómeno persistente en Argentina.
Original: El Economista 

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