Páginas Sraffianas

8 ago 2016

Competitivos y productivos



Por Mariano De Miguel * y Daniel Schteingart **

Hay un sentido común que asocia la competitividad de la economía a los bajos costos laborales en términos relativos. Bajo este prisma, los salarios comparativamente bajos serían la llave que abre la puerta de la competitividad a los países subdesarrollados. Cuando se habla de competitividad industrial, este sentido común es más común todavía. Es falso. La competitividad industrial de un país depende de un conjunto amplio de variables, como los distintos componentes del costo (entre ellos, el salario, pero también la logística, la energía y otros insumos clave), o los impuestos y la productividad.

La productividad –grosso modo, el valor agregado por ocupado– es clave para entender por qué países como Alemania o Estados Unidos pueden ser competitivos con salarios manufactureros en torno a los 40 dólares la hora, los cuales son más del doble que los argentinos (actualmente en torno a los 17 dólares) y hasta veinte veces mayores que los del Sudeste Asiático (en Filipinas, por caso, son de 2 dólares).

Competitividad por baratura versus productividad es un dilema meramente teórico para la Argentina. ¿Por qué? Porque desde el punto de vista empírico, el laboratorio de la historia y nuestro presente muestran que el camino de la competitividad por salarios baratos es impracticable y utópico además de inconducente desde el punto de vista económico, político y social. Los recurrentes fracasos en este sentido, a partir de la búsqueda de salidas fáciles a través de devaluaciones bruscas, contractivas y regresivas, deberían alertarnos sobre la necesidad de operar sobre los demás determinantes de la competitividad. Favorecer a la industria a partir de diversos instrumentos (como energía barata, subsidios, exenciones impositivas, etcétera) puede ser una alternativa válida, pero siempre y cuando genere aumentos de productividad.

¿Cómo se generan entonces aumentos de productividad, que permitan que la industria sea competitiva aun con salarios altos? Esencialmente, con dos elementos, dado un acuerdo distributivo: demanda y competencia regulada. Una demanda creciente, bajo determinadas condiciones de competencia, incentiva a las empresas a ampliar su capacidad instalada, con un uso creciente de tecnologías sofisticadas, que permiten hacer economías de escala y por ende bajar los costos unitarios para, con ello, incrementar la productividad.
Una demanda que induzca a la productividad puede ser tanto externa (exportaciones) como interna (gasto público, consumo privado e inversión), que fungen como palancas complementarias y no excluyentes, al margen de la preminencia de la demanda interna.



¿Qué las motoriza? En el caso de la demanda interna, fundamentalmente el aumento de los ingresos reales de la población, el crédito y la planificación estratégica del gasto público. La demanda externa, por su lado, depende esencialmente de modo directo del crecimiento de los socios comerciales, e indirectamente, de la economía mundial en su conjunto. Es por eso que la baja de los costos domésticos, en términos relativos a los internacionales, por medio de devaluaciones reales, por ejemplo, resulta ser más débil de lo que comúnmente se cree como palanca de la demanda externa (sumado al hecho de que acarrea consecuencias distributivas regresivas).

Argentina 2016 es un buen ejemplo. El país depreció su tipo de cambio real, pero las exportaciones industriales vienen cayendo 16 por ciento en lo que va del año, según INDEC, debido a que nuestro principal demandante (Brasil) está en crisis y el comercio mundial estancado con sesgo recesivo. Por el contrario, durante la industrialización por sustitución de importaciones, la competitividad industrial argentina se incrementó significativamente, en un contexto donde los salarios eran relativamente elevados para los estándares internacionales. Prueba de ello fue que, partiendo de una base muy baja, entre 1964 y 1974, las exportaciones industriales crecieron cuatro veces más rápido que las importaciones industriales, en un contexto de fuerte crecimiento económico y de la productividad industrial, la cual además se dio sin expulsión de empleo (a diferencia de lo ocurrido en los ‘90).

¿Qué ocurrió entonces en aquel momento? No faltó prácticamente ninguna de las palancas que mencionamos. El mercado interno -con un salario fuerte - se convirtió en una de las grandes fuentes de aumentos de la productividad. Se implementaron políticas industriales y tecnológicas de fomento al sector, incluyendo subsidios para la exportación, compras públicas o financiamiento blando, entre otras. Si bien el contexto internacional es hoy muy distinto, la experiencia argentina de aquellos años -a pesar de sus contratiempos y sus defectos- merece ser releída, en tanto muestra que competitividad, productividad y salarios altos pueden ir de la mano.

* Director del Instituto Estadístico de los Trabajadores; Presidente de SidBaires
** Mg. en Sociología Económica (Idaes-Unsam), profesor en UNQ, miembro de SidBaires


Original: Pagina 12

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