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3 abr 2016

Eduardo Crespo: La falacia del equilibrio general


Más allá de la popularidad de las versiones simplificadas que utilizan los manuales, en términos estrictamente analíticos la teoría del equilibrio general sigue siendo un fracaso. El atraso en cuestiones teóricas del titular del BCRA.



 Por Eduardo Crespo *

Pocos días atrás, el presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, realizó una exposición en la Academia Nacional de Ciencias Económicas bajo el título “El uso del concepto de equilibrio general en su aplicación a la política monetaria”. Sturzenegger aboga por la utilización de un enfoque metodológico fundado en la teoría marginalista del equilibrio general, que considere los problemas económicos teniendo en cuenta “todas las implicancias y efectos colaterales que podrían tener”. Rechaza con ironía el uso generalizado de enfoques basados, según su opinión, en la ‘falacia’ del ‘equilibrio parcial’, que extrae conclusiones equivocadas a partir del análisis aislado de ciertos ajustes.

Alfred Marshall, creador de la metodología del equilibrio parcial, advertía la dificultad para extraer conclusiones precisas y generales a partir de las ‘largas cadenas de razonamientos” y complejos ajustes implicados en la metodología del equilibrio general. La historia le dio la razón. Pasaron ya 142 años desde la publicación, en 1874, de la primera versión del equilibrio general por León Walras. Sus cultores, incluso valiéndose de supuestos heroicos e instrumentos matemáticos cada vez más sofisticados, aún no pudieron demostrar que de existir un equilibrio de este tipo las economías efectivamente tenderían hacia allí. Tampoco pudieron demostrar que este equilibrio sería estable y ni siquiera único. Más allá de la popularidad de las versiones simplificadas que utilizan los manuales, en términos estrictamente analíticos la teoría del equilibrio general sigue siendo un fracaso.

Pero el propósito de Sturzenegger es otro. En su presentación no discute temas abstractos. Trata de la política monetaria de todos los días. A modo de ejemplo, para el presidente del Banco Central un aumento de las tarifas de energía no debería generar inflación. ¿Por qué? Porque las ‘familias’ enfrentan una ‘restricción presupuestaria’ basada en un ingreso nominal fijo. En palabras suyas: “en el ejercicio mental que proponemos, hay un precio que sube. Pero por otro lado incorporamos al análisis la restricción presupuestaria que enfrenta la familia. Esa restricción presupuestaria se basa en que las familias tienen un cierto ingreso nominal, que no cambiamos (…) y ese es el ingreso que las familias tienen para gastar en todos los bienes. Entonces cuando un precio sube, es claro que la restricción presupuestaria implica que se puede gastar menos en los otros bienes, y que el precio de estos bienes debería bajar. El resultado final, si asumimos que la demanda por saldos reales no cambia, es que los precios finales, en promedio quedan constantes. En este caso (...) los efectos de las tarifas sobre los precios seria nulo.”

El primer error es desconocer que la energía no es demandada únicamente por familias. También la demandan empresas, que normalmente trasladan los aumentos de costos a precios. Pero el problema principal está en la lógica del argumento. Si los precios de los ‘factores de producción’ no se modifican, es decir, si los salarios y la remuneración del capital en términos monetarios siguen siendo los mismos, ¿por qué deberían reducirse los precios de las otras mercancías cuando se reducen sus demandas, incluso cuando suben los costos por el encarecimiento de la energía?

Por lo visto Sturzenegger imagina que los bienes “caen del cielo”, ya que parece desconocer que su producción conlleva costos. ¿Acaso las empresas aceptarían vender a pérdida? Incluso si admitimos esta extraña posibilidad como solución de corto plazo, es de esperar que pasado cierto tiempo la oferta por estos productos se reduzca y sus precios aumenten. El razonamiento de Sturzenegger podría funcionar en una subasta de muebles usados, pero nunca en una economía capitalista moderna donde las mercancías se reproducen en forma regular. El único modo de reducir los precios finales sería a través de una caída de los precios de los ‘factores’, en otras palabras, si se contraen los salarios y/o las ganancias de las empresas. Pero esto es precisamente lo que cuestiona el presidente del Central al negar los efectos inflacionarios de la suba de tarifas. Por otra parte, ¿qué debería suceder cuando quienes perdieron al principio reclaman luego una recuperación del poder adquisitivo perdido? ¿Qué ocurre, por ejemplo, si existen paritarias?

Todo el razonamiento del banquero central se basa en la presunta existencia de un stock fijo de moneda milagrosamente controlado por la banca central (es decir, por él mismo) que impediría se lleven a cabo transacciones más allá de un monto monetario fijo. Esta sería la situación normal, según sus palabras, exceptuando se modifique la “velocidad de circulación del dinero”, contingencia que en su opinión ‘rara vez’ ocurre. El presidente parece desconocer que los agentes públicos y privados, en especial los bancos, diariamente lanzan a la circulación –o retiran de ella– una enorme variedad de activos monetarios, con independencia de los Bancos Centrales. Toda vez que un banco concede un préstamo ‘emite’ moneda. Los sistemas de crédito de las economías modernas, donde las innovaciones financieras son la regla, no guardan ninguna relación necesaria con la pequeña porción de activos monetarios que controlan las bancas centrales. En la actualidad este es un hecho universalmente aceptado por la mayor parte de la literatura internacional, con excepción de aquella que circula en las desactualizadas universidades argentinas.

Frente a un proceso inflacionario, lo que usualmente ocurre es que las empresas demandan mayores volúmenes de crédito, los Estados nacionales, provinciales y municipales precisan más dinero para cumplir con sus obligaciones y los bancos -públicos y privados- a la larga precisan hacerse de mayores reservas, lo que obliga a los Bancos Centrales a proporcionarlas, para evitar el colapso del sistema. La inflación genera emisión. Si bien el presidente del Central parece admitir este mecanismo cuando alude al ‘dinero pasivo’, rápidamente pasa a otros ejemplos más afines al rancio monetarismo que domina toda su exposición. En términos empíricos llama la atención que el presidente del Banco Central subestime, como en efecto lo hace, los efectos inflacionarios del tarifazo, la quita de retenciones y la reciente devaluación. En un país que sigue sin contar con cifras oficiales es normal que se diga cualquier cosa sobre la inflación, sus causas y sus remedios. Lo grave es que el presidente del Banco Central no sea una excepción a esta regla.

Luego plantea una llamativa relación entre el ahorro y la inversión: “los países que ahorran mucho no son países con falta de demanda crónica, sino con altas tasas de inversión. Si fuera cierto que el ahorro no genera demanda agregada, China debería ser el país mas recesivo del mundo”. De esta frase se deduce que el banquero central desconoce una identidad contable elemental: para la economía en su conjunto siempre el ahorro es igual a la inversión. La inversión efectiva puede diferir del hipotético ahorro de plena ocupación, nunca del ahorro efectivo ex post. También parece desconocer la teoría keynesiana. El punto no pasa por identificar la inevitable correlación estadística entre el ahorro y la inversión. Para un macroeconomista la cuestión pasa por saber la dirección de causalidad. Es decir, si el primero determina la segunda o viceversa. Para Keynes la inversión determina el ahorro al modificar el nivel agregado de ingreso. Cuando se cumplen 80 años de la publicación de la Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero, es preocupante que el presidente de nuestro Banco Central desconozca su contribución principal.

Este desconocimiento se hace aún más notorio en el siguiente pasaje: “otro ejemplo muy común, tiene que ver con el plan Procrear. Según sus impulsores son programas que generan una gran expansión en la demanda agregada, pero lo que nunca se toma en cuenta es que la utilización de los recursos para ese fin los detrae de otro lado (…) Es que lo que se aumenta por un lado se saca por otro”.

La idea de que toda utilización de un recurso en cierta actividad implica su retiro de otra, parte del supuesto de que los recursos siempre están plenamente ocupados en su máximo nivel de eficiencia. Domina el pleno empleo, los recursos son ‘escasos’. La economía para Sturzenegger se auto-regula por mecanismos que funcionan a la perfección. Así, por ejemplo, podríamos concluir que el Conicet y las universidades públicas, no hacen más que detraer científicos a McDonald’s, remiserías, rotiserías de barrio y universidades del exterior. En este mundo de ensueños macroeconómicos no existe el desempleo, el subempleo, la sobre-calificación, los movimientos migratorios. La oferta de recursos nunca responde a los movimientos de la demanda agregada. Tampoco se observan las innumerables estrategias de supervivencia de la economía informal, donde millares de personas sobreviven en actividades de ínfima productividad.

Si las economías reales se desempeñasen así, los economistas, como el propio Sturzenegger, serían innecesarios. En efecto, en un mundo sin enfermedades los médicos serían redundantes. Pero las enfermedades, como los problemas económicos, existen. En la vida real el empleo de un recurso en cierta actividad contribuye al empleo de otros recursos en otras actividades. Esto se conoce como “efecto multiplicador”. El trade off entre usos alternativos es una falacia del equilibrio general.

* Economista.

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