Páginas Sraffianas

21 nov 2011

China: La locomotora


Por Juan Matías De Lucchi *

El acelerado y sostenido crecimiento de China ha modificado las condiciones estructurales de la economía mundial, pareciendo no ser un fenómeno transitorio. A diferencia de la proposición Prebisch-Singer, verificable en el pasado, a partir de la última década se ha observado un cambio en los términos de intercambio internacionales y en los parámetros de la competitividad global. Mientras que los precios de los commodities aumentaron significativamente, los costos de producción (y por ende, precios) de bienes industriales han disminuido. Si bien es cierto el alto componente especulativo en el boom de los commodities, no seria razonable minimizar el impacto de la demanda china sobre sus precios. No obstante, no caben dudas del impacto chino en el abaratamiento de los bienes industriales a nivel global.
Desde un abordaje clásico, el excedente está determinado por las condiciones técnicas de producción y los salarios de “subsistencia”. De tal forma, a pesar de los signos de “inmadurez” de la industria china (que refuerza su potencial), de sus salarios reales en aparente aumento y de su revaluación cambiaria nominal, la productividad industrial china es altísima. La investigación china está acelerando el desarrollo tecnológico y reduciendo la brecha de costos en bienes de “alto valor agregado”.
Este nuevo escenario internacional de aumento de los términos de intercambio sugiere un replanteo de las estrategias de industrialización en la periferia. Naturalmente, este cambio estructural relaja, en el corto plazo, los problemas estructurales de balanza de pagos en países de baja productividad industrial. Por ejemplo, en la comparación del balance comercial entre los quinquenios 1991-1995 y 2006-2010, la Argentina multiplicó sus exportaciones a China por 23,3 veces, y sus importaciones por solo 10,5 veces. Sin embargo, aun siendo un buen punto de partida, los costos industriales chinos que se imponen en el mundo plantean nuevos desafíos para el desarrollo periférico a fin de evitar una “primarización” de sus exportaciones.
El “viejo” estructuralismo latinoamericano estaba focalizado en el “catch-up” con países industriales maduros y de salarios “altos” (EE.UU. e Europa). Sin embargo, sería difícil hoy montar una estrategia de cara a una abierta competencia con el gigante asiático. La Argentina no debería renunciar al desarrollo industrial, pero debería ingeniárselas para complementar su industria (específica y localizada) al crecimiento asiático.
Bajo estas nuevas condiciones globales, exceptuando los sectores estratégicos del país que deben garantizarse aun socializando pérdidas, la promoción industrial argentina debería recaer sobre sectores con perspectivas reales de maduración para diversificar el perfil exportador (reducción de la brecha de costos). Asimismo, un ordenado proceso de sustitución de importaciones para reducir el coeficiente de importaciones contribuiría en el ahorro de divisas y en el pleno empleo. Combinando estos objetivos se podría lograr un crecimiento económico sostenido e inclusivo sin restricción externa y evitando los ciclos de “stop and go”.
La política cambiaria y monetaria es el punto de partida. Sostener un tipo de cambio real, competitivo, estable y múltiple con tasas de interés compatibles es posible. No obstante, la política económica no se puede detener allí. Es necesario un persistente gasto público en infraestructura, ciencia y tecnología y la consolidación de un mecanismo de financiamiento público de la inversión de largo plazo (Banco de Desarrollo).
A modo de reflexión final, China plantea la posibilidad de transformarse en una “locomotora” mundial de largo plazo. Una “locomotora” es aquella economía que determina la demanda efectiva mundial. Antes de la crisis internacional EE.UU. lo ha sido claramente, pues más allá de su incomparable tamaño la economía norteamericana es la única que puede financiar su déficit en cuenta corriente con endeudamiento “externo” ilimitado (sus títulos públicos tienen riesgo de default igual a cero por estar denominados en dólares, que por otro lado es la moneda de curso internacional).
China, aun careciendo de este privilegio, podría aumentar y diversificar considerablemente sus importaciones netas, incluso, eventualmente, a través de un crecimiento de su deuda publica. Sólo que, ¿tendría China el interés de “invitar” al mundo a crecer sin poseer el monopolio de la tasa de interés internacional? En su necesidad de acelerar el crecimiento del mercado interno tal vez esté la respuesta. Si es afirmativa, el desarrollo argentino la podrá aprovechar.

Original: Pagina 12
* Máster en Economía - Universidad Federal de Río de Janeiro. Investigador del Cefid-AR.

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